El nuevo Viejo Oeste: Puerto Rico, el país de más asesinatos con armas de fuego en el mundo

El componente de seguridad pública -comisionado de la Policía Henry Escalera, la fiscal federal Rosa Emilia Rodríguez-Vélez, el secretario de Seguridad Pública Héctor Pesquera y la secretaria de Justicia Wanda Vázquez- reiteró una visión punitiva en la lucha contra las drogas. / Foto Obed Betancourt

 

“El hombre que cree que los secretos del mundo están ocultos para siempre vive inmerso en el misterio y el miedo. La superstición acabará con él. La lluvia erosionará los actos de su vida”. Cormac McCarthy, en Meridiano de sangre o el rojo atardecer en el oeste

En Puerto Rico, los narcotraficantes resuelven sus problemas a tiro limpio, como en el Viejo Oeste. Eso lo sabemos. Lo que no sabíamos es cuán alta es su dependencia de las armas de fuego para apoderarse de los puntos de drogas de otros y de su mercancía, o para vengar sus muertos, y para proteger sus cargamentos, para protegerse de los asaltos e intentos de asesinato de los otros narcos. Y, hasta ahora, no sabíamos dónde se colocaba la Isla respecto al resto de los países del mundo. Pero ya lo sabemos, ahora no es un secreto, ya no es un misterio. Ya no debemos sentir miedo.

De los primeros 44 asesinatos en la Isla en apenas los primeros 16 días de este nuevo año 2018 -16 muertos más que los ocurridos el año pasado a esa fecha- 43 fueron cometidos con armas de fuego. Ese 98 por ciento nos encamina nuevamente a conquistar el deshonroso honor que ya logramos en el 2016: ser el país en el mundo con el por ciento más alto de asesinatos cometidos con armas de fuego.

En el 2016 hubo 700 asesinatos, el 79 por ciento con armas de fuego, es decir, casi 8 de cada 10 asesinatos fueron muertos a tiros. En el 2017 hubo 679 asesinatos, 615 de ellos fueron cometidos con armas de fuego, es decir, el 90.57 por ciento, un aumento considerable respecto al año anterior. Este año vamos por el 98 por ciento, 43 de 44 fueron asesinados con armas de fuego. Con toda probabilidad ese por ciento baje a medida que transcurra el año, ya veremos hasta dónde se fija, y si establecemos un récord mundial, una idea a la que los puertorriqueños somos proclives, esa de establecer marcas, las que sean, como para hacernos visibles o para que no nos olviden, como ser la colonia más antigua, la diabetes más alta, una de las más altas deudas per cápita, la Navidad más larga.

La alta incidencia de asesinatos con armas de fuego en la Isla es impresionante. La fiscal federal del distrito de Puerto Rico, Rosa Emilia Rodríguez-Vélez, la funcionaria de ley y orden de más alto rango en la Isla, y el secretario de Seguridad Pública del territorio de Puerto Rico, Héctor Pesquera, un ex director de las estaciones del FBI en San Juan y en Miami, entre otras altas colocaciones, han establecido que la mayor parte de esos asesinatos están relacionados con las drogas. Esa verdad como un templo debe ser tenida en cuenta en todo momento.

En otras partes del planeta donde existe un alto uso de armas de fuego, corresponde a situaciones de guerras, y en otros, como lo estuvo Colombia, a problemas que entrelazan la lucha política con el narcotráfico (las guerrillas, los carteles y el gobierno), que durante 50 años han estado danzando un macabro baile de la muerte y la política.

Esta no es la situación de Puerto Rico. Aquí nos matamos por vender drogas, básicamente por eso. Y por eso las armas. La fiscal federal estableció igualmente en conferencia de prensa este pasado 16 de enero que las drogas y las armas son un único problema, como si fueran mellizos. Donde está uno aparece el otro. En sus arrestos decomisan armas y drogas, el uno vive para el otro, y ambos sirven para morir. Como una vez en el viejo oeste, el whiskey y la Colt fueron inseparables, se bebía para matar y se mataba para beber, al igual que en la década de 1920, durante la época de la prohibición, alcohol y armas fueron amantes inseparables. Así que la famosa guerra contra las drogas es así mismo la misma lucha afanosa contra las armas de fuego. Curiosa batalla esa. Al menos al perder EEUU la guerra contra Viet Nam la lucha la dio por terminada, si bien se debe recordar que nunca fue una guerra declarada.

En estos días ve la luz pública la película The Post, que trata de aquellos momentos intensos en que el diario The Washington Post decidió publicar documentos secretos de seguridad nacional relacionados con la guerra de Viet Nam, y los esfuerzos del gobierno para detenerlos, como ya había logrado detener su publicación en The New York Times.

El dato relevante de esos “papeles del Pentágono” es que Estados Unidos reconocía que iba perdiendo estrepitosamente esa guerra, lo cual contrastaba marcadamente con el discurso oficial triunfalista y aguerrido, y solicitante de más inversión en la impopular guerra.

Para esa misma época, a comienzos de la década de 1970, Richard Nixon comenzó otra nueva guerra. Esa, sin embargo, no tenía fronteras definidas, no fue contra ningún país en particular, aunque se incide en unos cuantos y varía a través de los años, y permanentemente en el mismo suelo estadounidense, donde se lucha en las calles con armas largas y con largas bajas de ambos lados.

Esa es una guerra mundial que aun no termina y en la que se llevan invertidos trillones de dólares. Y si bien su ineficiencia es más que evidente, cada día se recrudece la misma estrategia de apretar las leyes, se destina más recursos a esa guerra sin fronteras y sin uniforme, se amenaza con consecuencias a los países que no impongan más penalidades al interior de sus estados.

La guerra contra las drogas ha sido un fracaso estratégico que le ha costado la vida a cientos de miles de personas en todo el mundo, y no hay en el horizonte, como en algún momento sí lo hubo y muy claramente en Viet Nam, alguna señal de que acabará. Cada día se siembra, se distribuye y se vende más drogas en todo el mundo, y estos últimos años nunca hubo tantos muertos a causa de ellas, sea por el uso o su venta, o por sobredosis.

Con toda seguridad en el gobierno de EEUU hay un documento clasificado que indique que en ese meridiano de sangre se ha entablado una guerra con una estrategia inservible. Pero mientras algún medio poderoso, como The Washington Post o The New York Times, Boston Globe o Los Angeles Time, logre hacerse de ese documento, tenemos afortunadamente a la realidad que se nos muestra cada día para corroborar nuestra opinión basada en evidencia.

El problema es que mientras se nos devela la certeza del fracaso y más voces se unen a un cambio de estrategia, el gobierno republicano de Donald Tump y su secretario de Justicia Jeff Sessions insisten en continuar y extremar el camino trillado de la derrota. Al igual que el gobierno de Puerto Rico.

El asunto de la estrategia guerrerista contra las drogas lo traté hartamente hace muy poco en un extenso y amplio reportaje que hube de publicarlo en dos artículos separados en este mismo blog (Y caí otra vez: la Isla frente a las drogas, parte I y II). Vea los artículos aquí:

https://prensaintencional.wordpress.com/2017/08/14/y-cai-otra-vez-la-isla-frente-a-las-drogas-parte-i/

https://prensaintencional.wordpress.com/2017/08/14/y-cai-otra-vez-la-isla-frente-a-las-drogas-parte-ii/

Entonces había decidido no volver a tocar el tema en buen tiempo, en vista de la cuantiosa energía que le dediqué y lo drenante que resulta el problema, particularmente porque es difícil mover esa gran piedra en el camino que es la política pública punitiva de los gobiernos federal y estatal.

Sin embargo, he decido aprovechar algunos datos recientes y acontecimientos para recordar que el mundo, particularmente EEUU, continúa “invirtiendo”, o más bien “derrochando”, cuantiosos miles de millones de dinero en una forma de detener un problema de una manera inadecuada. Y TODOS los datos disponibles así lo evidencian. Insistir, entonces, en esa misma forma de lucha es idiotez o ideología, y quien sabe si a fin de cuentas se mantienen esas estrategias solo por el interés económico de algunas empresas. Que se repita en la Isla dichas estrategias es frustrante y evidencia un nivel inaceptable de comprensión del problema.

El primer nuevo acontecimiento consiste en que al coro mundial de voces contra la fracasada guerra contra las drogas se le han unido más recientemente dos grandes tenores. George P. Shultz, quien fue secretario del Tesoro y secretario de Estado en EEUU (bajo el presidente Ronald Reagan), y actual participante de Hoover Institution, en Stanford; y Pedro Aspe, antiguo secretario de Hacienda y Crédito Público en México, un país que muy en su interior conoce y padece el problema, al punto en que resulta esa nación un paradigma sobre la inviabilidad de una sociedad, sin que al momento se haya precipitado pero al abismo se acerca sin haber tomado las medidas presurosas para evitar el despeñe. Otro problema que tiene este país es que se ve obligado por su odiado amigo del norte a establecer, so pena de sanciones, la misma estrategia punitiva e inservible.

Shultz y Aspe suscribieron en The New York Times (3 de enero de 2018) una columna de opinión, conjunta, titulada “El fracaso de la guerra contra las drogas”, en la que insisten que esa forma frontal y guerrerista de enfrentar el problema “ha sido un fracaso que ha arruinado vidas, ha abarrotado las cárceles y ha costado una fortuna. Comenzó durante el gobierno de Nixon con la idea de que, dado que las drogas son malas para las personas, tiene que ser difícil conseguirlas. En consecuencia, se planteó una guerra contra el suministro”.

“Dile no a las drogas” fue una iniciativa de la primera dama Nancy Reagan en la década de 1980, que copió Puerto Rico con el mismo escaso resultado.

Se reconoce, no obstante, que “estaba bien enfocada”. Shultz y Aspe indican que “el 25 de octubre de 1988, después de enfrentarse a las objeciones de una burocracia enfocada en el suministro de drogas, ella le dijo a una audiencia de las Naciones Unidas: ‘Si no podemos detener la demanda de drogas en Estados Unidos, habrá pocas esperanzas de evitar que los productores extranjeros satisfagan esa demanda. No lograremos nada si demandamos una carga de responsabilidad mayor en los gobiernos extranjeros que en los alguaciles, jueces y legisladores estadounidenses. El cartel de la cocaína no comienza en Medellín, Colombia. Comienza en las calles de Nueva York, Miami, Los Ángeles y en cada una de las ciudades estadounidenses donde se vende y compra crack’. La advertencia cayó en oídos sordos. Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo. Las medidas carcelarias, punitivas, draconianas, no han sido un eficiente disuasivo. Posiblemente el problema sea otro”, afirmaron. Tienen razón.

La prohibición terminal, agregan los autores, ha tenido el efecto contrario, indeseado. “El alto precio de las drogas en el mercado negro les ha generado a los grupos que las producen y las venden ganancias enormes, que invierten en comprar armas sofisticadas, contratar pandillas que defiendan su negocio, sobornar a funcionarios públicos y, con la idea de convertirlos en adictos, hacer que las drogas sean de fácil acceso a los niños”.

Shultz lo reconoce, lo hace Aspe, e igualmente la fiscal Rodríguez-Vélez y Pesquera, que las armas provienen de EEUU y las drogas de Sudamérica. Esta es una nueva comparsa de muerte, como la que hubo al interior de Colombia. Ahora los carteles del norte y del sur se dan la mano y giran en un intercambio en especie que los mantiene girando y girando, acelerando la entropía de todo el continente, el caos, la anomia, y la muerte.

El deterioro se ha extendido a pesar de la guerra contra las drogas, a pesar de la intensificación de esa guerra contra las drogas, de su militarización, del agravamiento y la restricción de los derechos civiles y de la violación de las fronteras nacionales. Es posible que ya debamos comenzar a corregir, y decir que es precisamente por causa de la guerra contra las drogas, por ese enfoque punitivo y militar y policíaco, que se han extendido y proliferado los carteles que bailan esa comparsa de muerte.

“Es fácil ver que la estrategia que se enfoca en el suministro ha sido muy poco eficiente en disminuir las adicciones y, en cambio, ha provocado una serie de efectos colaterales terribles. Entonces, ¿qué podemos hacer? En primer lugar, los gobiernos de Estados Unidos y México deben reconocer el fracaso de esta táctica. Solo en ese momento podremos abocarnos a diseñar a nivel nacional campañas educativas rigurosas para convencer a las personas de no consumir drogas. La crisis actual de opioides profundiza la importancia de frenar la demanda. Este enfoque, con suficientes recursos y el mensaje correcto, podría tener un impacto similar al de la campaña para reducir el consumo de tabaco”. Algo han visto dos funcionarios tan conservadores como estos, posiblemente no quieren continuar viviendo “en el misterio y el miedo”, con supersticiones.

“Pero el hombre que se impone la tarea de reconocer el hilo conductor del orden de entre el tapiz habrá asumido por esa sola decisión la responsabilidad del mundo y es solo mediante esa asunción que producirá el modo de dictar los términos de su propio destino”, continúa la cita de epígrafe de McCarthy. La guerra, cualquier guerra, inclusive las simbólicas, siempre producen caos. Shultz y Aspe decidieron tomar “el hilo conductor del orden” hasta desentrañar los secretos que nos sumergen en la oscuridad y sus fallidas estrategias.

Abogan en su columna por la despenalización de la posesión de drogas para uso personal, en pequeña escala, evitando de esa manera que más adictos no violentos ingresen en las cárceles. En Puerto Rico, hasta el 70 por ciento de los reos cumple cárcel por delitos relacionados con las drogas, otra estadística que muy probablemente nos puede dar otro reconocimiento internacional, tanto como los de Miss Universe, Miss Mundo, Miss Petite, o Mr Model o como se llame.

Otro asunto es rehabilitar a los adictos, y proponen los distinguidos autores centros de tratamiento de vanguardia, como ya existen en Portugal y otros lugares.

“Ante un problema tan complejo, debemos estar dispuestos a experimentar con distintas soluciones. ¿Qué mensajes son más eficaces? ¿Cómo pueden lograrse tratamientos efectivos para distintos tipos de drogas y diferentes grados de adicción? Debemos tener la paciencia para evaluar qué funciona y qué no. Pero debemos comenzar ya. A medida que estos esfuerzos progresen, las ganancias del narcotráfico se reducirán en gran medida, aun cuando los riesgos de involucrarse en él sigan siendo altos. El resultado será una disminución gradual de la violencia en México y los países centroamericanos”, afirman los columnistas.

“Tenemos una crisis en nuestras manos, y durante los últimos cincuenta años hemos sido incapaces de resolverla. Sin embargo, hay opciones… Tanto Estados Unidos como México necesitan ver más allá de la idea de que la adicción a las drogas es un problema judicial que puede solucionarse con arrestos, juicios penales y restricciones al suministro. Debemos atacarlo juntos con políticas de salud pública y educación. Aún estamos a tiempo de persuadir a nuestros jóvenes de no arruinar sus vidas”. Nuevamente, ven lo evidente que en la Isla aun no vemos.

He citado la columna in extenso, casi tanto como un pasaje bíblico, lapidario, en este intento de convencer a aquellos incrédulos y faltos de fe, particularmente los funcionarios de gobierno que reproducen las mismas estrategias que no han servido, como reconocen Shultz y Aspe, en su momento a cargo o involucrados en esas mismas estrategias en sus respectivos países.

Por otro lado, el dato que me motivó a asumir el tema otra vezn, tan convencido que estaba de haber echado tierra y palabras a granel al ataúd de esas estrategias fallidas, erróneamente convencido porque insepultas han quedado, es la encuesta publicada en diciembre 2017 por el Small Arms Survey (SAS), adscrito a un instituto de estudios internacionales graduados de Ginebra, con el apoyo de la gubernamental Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación.

En esta se indica que Puerto Rico acumuló un nuevo récord internacional durante el año de 2016, al finalizar en el pináculo de la pirámide de muertes violentas causadas con armas de fuego, con aquel extraordinario 79 por ciento de esas muertes.

El dato es impresionante, trágico. No puedo asegurar que ni siquiera en el Viejo Oeste hubiese tantas muertes violentas por armas. De hecho, no hay conflicto armado en el mundo que se le parezca. El dato no parece impresionar al gobierno de Puerto Rico, tampoco a la sociedad puertorriqueña. No hubo eco alguno cuando publiqué inicialmente el dato en la agencia Inter News Service.

Es el tipo de información que preferimos pasar por alto, o no reconocemos de momento su importancia o queda sepultado bajo el grosor de los chismes de palacio, sus intrigas politiqueras o queda expulsada por el movimiento de la centrífuga de la colonia o perjudica su aspiración a convertirse en estado, pero lo cierto es que no logró recorrer la pasarela noticiosa, siempre tan glamorosa como tela de chifón.

Tal vez sea un dato impertinente, usted sabe, afecta el turismo, las posibles inversiones ahora que la Isla está “abierta para hacer negocios”, política pública gubernamental de un país en plena “transformación”. Decir cualquier otra cosa es antipatriótico, antiunitario, criminal y anticívico. La “transformación”, sin embargo, aun no llega a descubrir una más eficiente manera de combatir el flagelo de las adicciones y su entorno.

El tercer suceso que me obliga a empujar nuevamente una perspectiva más salubrista y social del problema es la determinación del actual procurador de Justicia Jeff Sessions de revocar la política pública de no intervenir, de la manera en que antiguamente se hacía hasta una orden al contrario del presidente Obama, con aquellos con la posesión escasa de marihuana y con la política adoptada por los estados sobre el cannabis medicinal. La fiscal federal en Puerto Rico se alejó de la “recomendación” de Sessions. Sin embargo, permanece la orden de Sessions de ir tras lo mínimo, como si de un pecado capital se tratase. El sur de EEUU siempre produce una exigencia de blancura moral para todos.

En el 2016, en el mundo murieron unas 560,000 personas de manera violenta, equivalente a un promedio de 7.5 por cada 100,000 habitantes. De ese número, 385,000 (68 por ciento) fueron homicidios, y de estos, 210,000, o el 38 por ciento, fueron muertes violentas causadas con armas de fuego, revela el Global Violent Deaths 2017, Time to Decide (de Claire Mc Evoy y Gergely Hideg).

Ahora bien, cuando las muertes violentas son causadas por armas, la Isla alcanzó el 79 por ciento del total de esas muertes, y otras causas violentas ocupan el restante 21 por ciento. Esa agencia no revela aun los datos para el 2017, que se informarán en su nuevo reporte al final de este año. Pero en la Isla los tenemos y se los digo: 679 asesinatos, de los cuales 615, o el 90.57 por ciento, fueron cometidos con armas de fuego, estando relacionados la mayor parte de los asesinatos con las drogas. En New York ocurrieron 2,245 asesinatos en el 1990. El año pasado solo 286. Esta ciudad tiene 8.53 millones de habitantes, mientras Puerto Rico roza los 3.4 millones.

En una infográfica del reporte se indica que, para el 2016, el segundo lugar lo ocupó Venezuela, con 78 por ciento; El Salvador, 73 por ciento; y Guatemala, con 71 por ciento. Los primeros cuatro países con un problema de muertes violentas causadas con armas, así como el sexto, el octavo y el onceno lugar, de los primeros 12 en la lista, son de América Central y el Caribe.

Esta es, por mucho, la región más peligrosa del mundo, incluyendo cualquier zona de guerra actual.

El quinto lugar lo ocupó Paraguay, con 70 por ciento; el sexto lugar lo ocupa las islas Trinidad y Tobago, con 69 por ciento, el séptimo es de Bolivia, con 68 por ciento, el octavo puesto lo ocupa Honduras, también con 68, el décimo es de Brasil, con 63, el onceno lugar es de Colombia, también con 63, y Estados Unidos cierra la lista de 12 con otro 63. El noveno lugar le corresponde a Albania, con 65 por ciento, primer país europeo que aparece en este renglón.

Es decir, que la cintura del continente americano es el más indicado para morir a tiros, pero Sudamérica y América del Norte no se quedan atrás, según las estadísticas recopiladas por el SAS en su informe.

En todos estos países, la coincidencia no es otra que el narcotráfico y las drogas, y por supuesto, la manera de enfrentar el asunto.

Esa política guerrerista, cuya equivocación y fracaso ha ido arrastrando consigo a cientos de miles de vidas anualmente y que los pueblos, en su sabiduría y victimicidad, debieran castigar a la manera democrática, por falta a la fiducia que se les ha encomendado, o a la manera finlandesa, se reiteró nuevamente en Puerto Rico este pasado 16 de enero, cuando el plan anticrimen fue revelado ante la prensa.

No se nos escapa que los funcionarios en la Isla tienen vocación de repetir las políticas públicas perdidosas. Se ha hecho con el sistema político, el eléctrico, el educativo, la Universidad de Puerto Rico, el sistema de aguas, el transporte, la planificación urbana, el presupuesto, la deuda, y paremos de enumerar.

El fracaso nunca ha sido un verdadero obstáculo para que no repitamos los errores. En vez, cándidamente creemos que el problema es que no se ha sido lo suficientemente eficaz, sin pensar, tal vez, que lo equivocado es la estrategia o la estructura misma, es decir, el modelo obsoleto, y que levanto capciosamente, ahora que se le llama “nuevo modelo” a la “transformación” que se pretende hacer en el Departamento de Educación. No hay nuevo modelo, sin embargo, para enfrentar el desangramiento de personas, de dinero, de recursos, de calidad de vida.

El concilio de seguridad pública, en su infinita sabiduría, el martes 16 de enero decidió reincidir y fortificar sus estrategias que, aseguran todos sus componentes, han funcionado anteriormente, pese a que las estadísticas lo desmienten, o al menos no apoyan su discurso triunfalista, tanto a grosso modo como hilando fino.

Así como el poeta Nicanor Parra le declaró “la guerra a la metáfora”, y sospechaba de los números redondos, o muy “cuadrados”, según decimos en la Isla, me parece que las palabras “funciona” y “éxito” en boca de estos funcionarios se escucha como una metáfora, que es una “figura retórica de pensamiento por medio de la cual una realidad o concepto se expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo representado guarda cierta relación de semejanza”. La descripción que de las estrategias hace el componente de seguridad es una metáfora, y en este momento yo también estoy en guerra contra ellas.

Tim O’Brien, al hablar en torno a su novela Persiguiendo a Cacciato, señala que “una guerra puede ser justa y moral hoy, pero en un tiempo pueden aparecer dudas”. Ciertamente, hace tiempo las estadísticas, la realidad misma, ha arrojado serias dudas sobre las estrategias de la guerra contra las drogas. Se entiende, aclara O’Brien, que se pueda tener “la sensación de estar moralmente perdido en mitad de una guerra”, que es precisamente el tema de su novela sobre la guerra de Viet Nam. Ese es el momento de abandonar la guerra.

Sin embargo, la estrategia aquí seguirá siendo punitiva, por cierto, más punitiva esta vez, seguirán apretando porque piensan que no han apretado lo suficiente, enviarán más policías a las calles, habrá más interdicción y con ello y con toda probabilidad más violaciones a los derechos civiles. Y los recursos del estado, siempre escasos, y más escasos en Puerto Rico, seguirán destinándose a una bolsillo roto, y sin que el nuevo organismo rector del territorio, la junta de supervisión fiscal, ese nuevo chico en la calle, se entere de lo que está pasando porque, a final de cuentas, ellos también son de los que reiteran políticas públicas, en el caso de ellos económicas, igualmente descabezadas.

La anunciada nueva estrategia anticrimen, es decir, antidrogas, consiste en un esfuerzo conjunto federal-estatal, causada por el incremento en los asesinatos con armas de fuego en los primeros 16 días de este nuevo año 2018. La fiscal federal solicitó más recursos al gobierno estatal, fiscales y policías, los cuales se incorporarán a varias iniciativas federales, entre ellas “trigger puller”, mediante el que se identifica y persigue a los sicarios. El fin es “prevenir” los asesinatos al sacar de circulación a los asesinos, indicó la fiscal federal.

“Ya vimos que funcionó en el año anterior y que va a funcionar este año porque nos ha mantenido… mire, para bien o para mal, nos ha mantenido funcionando adecuadamente, aunque tengamos la violencia”, explicó Rodríguez-Vélez a preguntas de este redactor. Su definición de éxito, sin embargo, es altamente cuestionable. Las estadísticas del crimen impugnan su versión. Tanto, que este que escribe le pidió una explicación al respecto. La fiscal federal asumió que de no intervenir mediante sus estrategias, los asesinatos hubieran alcanzado la cifra de 2,000 muertos el pasado año. Ese es el año en que hubo 679 asesinatos, 615 de ellos fueron cometidos con armas de fuego, es decir, el 90.57 por ciento, un aumento considerable respecto al año anterior.

Cuando la imaginación, o el “wishful thinking”, suple las lagunas de la realidad, descubrimos también que los caballitos vuelan por el cielo, o se está como “Lucy in the sky with diamonds”.

Dijo que “las estrategias están funcionado, porque si no estuvieran funcionando estaríamos hablando de que nos hubiéramos disparado en 2,000 asesinatos, que teníamos en los años 2010, 2011. La estrategia es que todo el mundo se sienta seguro en su comunidad y yo creo que en la medida en que logremos eso, vamos a estar cumpliendo con nuestro cometido”.

Para la funcionaria, “no hay un caos en Puerto Rico”, inclusive las personas han podido asistir muy tranquilamente a las multitudinarias Fiestas de la Calle de San Sebastián. No obstante, como sabemos, las cosas se ven dependiendo del lugar desde donde se mire. Si nos fijamos en la actual alta incidencia de asesinatos en el corredor metropolitano –Bayamón, San Juan, Carolina- podríamos tener válidamente la percepción de que hay un caos. En los caseríos de estas ciudades, con mayor probabilidad, tendrán esa misma impresión, pues ahí se cometen bastantes asesinatos. Pero la mayor parte de esas muertes violentas ocurren, sostienen los datos una y otra vez, en ese renglón que la Policía define en sus estadística diarias como “vías públicas, canales y/o cuerpos de agua”. Es decir, en la calle, frente a todos, donde cualquiera puede ser una víctima.

Recuerda la visión de estos funcionarios otras ocurrencias del poeta chileno recientemente fallecido. Como la “corrupción sustentable”, mediante la cual Parra ponía el dedo en la llaga.

Por otro lado, sostiene la fiscal federal una teoría muy particular sobre la delincuencia, al afirmar que esta es cíclica, que comienza con fuerza al inicio de cada año, luego del receso navideño, y se va disipando a medida que pasan los días hasta que llega la temporada de Navidad nuevamente, cuando baja.

“Después que terminan las Navidades, se disparan (los asesinatos). Si están celebrando la Navidades los narcotraficantes, o no, no sé. Pero obviamente vuelven a empezar a circular en enero y ahí pues empiezan a despacharse (entre ellos). Y, obviamente, si nosotros entendemos que esa es la causa, nuestro deber es lo que estamos haciendo ahora, esta iniciativa de impacto. En adición a las iniciativas investigativas”, aseveró.

Al calibrar sus iniciativas, “mirando a ver qué se puede mejorar, qué se puede añadir”, dijo la fiscal federal, el componente de la seguridad del estado ha decidido que intervendrá con mano dura cualquier tipo de delito que, creen los funcionarios, les conduzca a delincuentes de mayor nivel. Esto es, dieron de ejemplo, intervenir con aquellas personas que violen las leyes de tránsito, a cualquier persona que no se detenga en una luz roja, intervendrán con los conductores de aquellos vehículos cuyos tintes en los cristales superen los permitidos por ley, los conductores que hagan virajes ilegales o no anunciados serán también intervenidos, los que no tengan marbete.

Es el mismo “concepto”, acepta Pesquera, que la iniciativa del “Broken Windows” establecida por el alcalde Rudolph Giuliani en New York. Se intervenía de manera policíaca en sectores en los que, periféricamente, se detectaban problemas sociales, y lograban arrestos importantes de narcos, sicarios y tratantes humanos. Pesquera establece sin embargo ciertas diferencias: control único de Giuliani sobre un mismo territorio (ciudad de New York vs 78 municipios con distintos tipos de policías –federal, estatal, municipal y varias jerarquías con competencia).

La fiscal federal es mucho más directa en torno a la iniciativa. “Estamos tratando de coger a los que se dedican a eso (asesinar), que ustedes verán que a altas horas de la noche van por la calle mayormente en vehículos con los cristales ahumados…, perdónenme, pero esa es la realidad, y esos son los que están llevando a cabo los asesinatos. Nosotros los detectamos con nuestros métodos investigativos, sabemos quiénes son, qué es lo que están haciendo, qué tipo de vehículo (conducen), dónde se pasan, a dónde van en sus horas de noche, temprano, y para eso se va a dar entrenamiento y esperamos que veamos los resultados próximamente”.

En la práctica, sin duda lograrán algunos resultados inmediatos. Si van a exceso de velocidad es necesario una intervención. Lo es en cualquier sociedad. Distinto es que al final del año, mediante estrategias como esa, se vea una reducción en la criminalidad, el tráfico de drogas, los asesinatos, las sobredosis. Nuevamente, no es ahí donde reside el problema, esas son solo las manifestaciones de un mal más profundo.

La secretaria de Justicia Wanda Vázquez, el comisionado interino de la Policía Henry Escalera, y Pesquera afirman esa estrategia anticrimen como política pública del gobierno. Cuando Vázquez alude a la “orientación”, piensa uno que los recursos del estado se dispondrán para impactar escuelas, comunidades o sectores específicos en torno al problema de drogas. No es así.

“Orientar no solamente a los policías si no también los fiscales. Van a ser capacitadores de estos fiscales, y de los policías para que puedan estar preparados para las detenciones. Cualquier detención que haya allá afuera va a ser atendida por la policía de Puerto Rico. Cuando hablamos de cualquier violación, estamos hablando de violaciones a la ley de tránsito de toda naturaleza, así que si se comió la luz, pues eso es un delito, si anda sin marbete, eso es un delito, si anda con tintes, eso es un delito. Así que nosotros somos un país de ley y orden y de esta manera nos vamos a comportar. Así que eso forma parte de la labor en conjunto y de que hemos venido trabajando tanto con la fiscalía como con el secretario de seguridad pública y el comisionado de la Policía”.

El comisionado de la Policía no pudo ir mucho más allá. “La Policía va a atacar áreas específicas con alza en asesinatos. Vamos atacar delitos menores indiferentemente para que el ciudadano sepa que vamos atacar delitos menores y los delitos mayores para controlar estas áreas con un alza en la criminalidad”.

La comparsa de la muerte, donde cada cual gira alrededor del otro, ha sido establecida. Otros verían en esa estrategia el juego del gato y el ratón, que describe muy bien el juego de policías y ladrones, o de indios y vaqueros.

Es inefectivo colocar los recursos del Erario, escasos, donde no funcionan y, al contrario, resultan contraproducentes. En algunos países se castiga por ley.

“Desde el año pasado ya visualizábamos que íbamos ampliar la iniciativa como la del trigger puller, que se empezó en el 2017 y la empezamos precisamente a ver si nos funcionaba, igual que la de armas de fuego, y hemos visto que sí, que funcionan, y vamos a necesitar más (recursos) para llevarlos (a los arrestados) al tribunal federal”, sostuvo la fiscal federal, bajo esa extraña presunción de que logró resultados.

Para Pesquera se trata de “levantar un poquito mas la capacitación” en las investigaciones para luchar con efectividad contra la criminalidad.

En ambos casos son argumentos que recordamos desde niños. En mi caso han pasado cerca de 50 años desde que los escuché por primera vez. Desde entonces no se ha ganado un metro en esa lucha contra las drogas, y su ineficiencia ha costado la vida de cientos de miles o millones de personas.

Para las fuerzas de seguridad, se ha señalado históricamente, el problema de la Isla es su ubicación. Puerto Rico, localizado en el Caribe, se encuentra en medio del corredor de tráfico entre Sudamérica, el mayor proveedor de drogas, y Estados Unidos, su mayor consumidor. Una vez llegan aquí las drogas, es muy fácil atravesar las barreras domésticas y transportarlas al continente norteamericano. Es decir, la situación política es un agravante en el padecimiento del acecho de las drogas. Más recientemente se ha reconocido de manera pública que las armas las suple EEUU, convirtiendo el negocio en un mano a mano. La fiscal federal, ante todo el resto de la seguridad del estado, repitió el argumento.

“Erradicar el crimen completamente no se ha logrado en muchos países. Y menos en un país como Puerto Rico, donde estamos en el medio estratégico de Colombia, Perú, Bolivia, que son los países de donde procede a droga en camino a Estados Unidos, donde se vende la droga, lucrativamente”, indica sin atisbo crítico alguno. Y lo reitera.

“Desgraciadamente, Puerto Rico recibe armas de fuego de Estados Unidos y las recibe precisamente para estas personas llevar a cabo sus fechorías. Estamos hablado de carjacking (robo de auto mediante la violencia), despacharse unos a otros por los puntos de drogas, proteger el cargamento. Usted coge un cargamento de drogas y siempre va a coger armas. Las armas y las drogas son inseparables, y en Puerto Rico, más que en ningún sitio, donde sabemos que somos punto geográfico estratégico para que esa droga suba directo a los Estados Unidos, porque somos parte de los EEUU, tan pronto una droga llega a Puerto Rico se monta en un avión (a EEUU). Toneladas”, dice que es la cantidad anual que cruza los aeropuertos en ruta a su mayor consumidor.

Es decir, “la geografía es el destino”, para usar las palabras de Mohsin Hamid, en su novela Bienvenidos a Occidente. Como decir, si vas a Tucson, en el Viejo Oeste, enfrentarás a los indios, es un asunto de geografía. Puerto Rico quiso ser conocido una vez como el Puente de las Américas. Al final, como una profecía autorrealizada, lo hemos conseguido. Somos la segunda frontera, el puente, después de México, de mayor tránsito de drogas hacia EEUU. Un destino que pesa como una lápida. Demasiada carga para deshacerse de ella sin una política pública asertiva.

La eficiencia de EEUU en detener la entrada de drogas ilegales a su territorio es tan elocuente como la de evitar que salgan ilegalmente sus armas hacia otras naciones, que se ven afectadas por las cientos de miles de muertes que causan.

Este es un país de ley y orden, reiteró el componente de seguridad durante su conferencia de prensa, profundizando únicamente en su capacidad para la aplicación de las iniciativas, sin tener en consideración el gobierno en su política pública una mejor, más efectiva y duradera manera de que se respeten las leyes, como la educación, por ejemplo.

Tampoco lanzan estos gobiernos un ejército de trabajadores sociales, sicólogos y educadores a las calles, o una iniciativa de erradicación de la pobreza, la marginalidad, sino que el aumento presupuestario para la fracasada guerra contra las drogas se asigna todavía hacia aquellos organismos punitivos que, acumula la evidencia, no logran ni siquiera paliar en un mínimo tolerable el problema que, en el caso de Puerto Rico, empobrecido hasta la quiebra, ha devenido modelo de lo que es una estrategia errónea.

La fiscal federal, por su autoridad, asume la responsabilidad de combatir el problema del azote de las drogas, pero nunca desde cualquier otro punto que no sea la interdicción o siquiera la revisión de las estadísticas y lo que demuestran. Lo dijo con claridad entonces. “Este es un interesante punto y podemos estar debatiéndolo, pero la realidad es que hay que atacarlo, no debatir, y eso es lo que estamos haciendo”. Ese practicismo lo había adelantado cuando insistió en que profundizaría la guerra contra las drogas desde el punto de vista policíaco, calibrando solo, ajustando, sus iniciativas, como si estas fuesen las únicas posibles.

Se preguntaba el filósofo Leibniz hace varios siglos si este era el mejor de los mundos posibles. Posiblemente no, pero es el único posible, de tal manera que cerrarse a las alternativas, como parece que lo hacen, es actuar como si fuese el mejor, y evidentemente no lo es.

Según SAS, hubo una media en el mundo en el 2016 de 7.5 muertes violentas por cada 100,000 habitantes. Esto es ligeramente inferior al 7.7 de 2015 y 8.1 de 2014. Que ocurran en la Isla alrededor de 20 asesinatos por cada 100,000 habitantes nos ha ganado la octava posición en América Latina, según los datos que, por otro lado, publica Insight Crime.

Venezuela, en plena descomposición política y social, tiene 89; El Salvador, cuna de sangrientos terribles carteles en lucha, tiene 60; Jamaica, en guerra por la exportación de marihuana, 55.7; Honduras, aeropuerto de trasbordo de los carteles sudamericanos, 42.8, Brasil, cuyas desigualdades sociales son de las más altas del mundo y sus gobernantes han decido continuar la tradición de salvarse ellos mismos, corrompiéndose, 29.7; Guatemala, que en más ocasiones de lo que conviene recordar sus autoridades han preferido masacrar el pueblo que rescatarlo de la miseria, 26.1, y; Colombia, donde aun reinan los carteles de la droga más grandes del mundo, 24. A estos son los que Puerto Rico hace compañía con sus estadísticas. Todos estos países mantienen también una política de mano dura contra el crimen.

Existen países cuya tasa de muertos por armas de fuego es de 12 por ciento (SAS), una cifra que se estima al compararla con el 98 por ciento en este nuevo año en la Isla. Solo son exitosas esas iniciativas si “imaginamos” que, sin ellas, las cosas son peores.

Pero, créalo o no, Pesquera y Rodríguez-Vélez reconocen que la verdadera estrategia anticrimen no es la intervención policíaca, sino la social, solo que esa no es su línea profesional. En una entrevista con este reportero publicada en la revista Ley&Orden (año2-número 2, julio-diciembre 2015), la fiscal federal recordó que mientras trabajó en un centro de servicios legales para menores al inicio de su carrera, vio el camino que a muchos de ellos ya les esperaba y reconoció entonces la necesidad de fomentar los programas sociales que evitaran que el destino continuara empujándolos en esa dirección. Cree que, distinto a esa época, hoy en día “hay una sensibilidad más grande para resolver los problemas”, particularmente a una edad más temprana, y “es una situación a la que cada día se le debe dar más atención”. Si bien aceptó que desconoce los programas sociales que tiene el gobierno estatal, aludió al entorno familiar, los vecinos, las amistades y los maestros como recursos valiosos para mantener que el centro de los jóvenes no se desplace hacia las turbulentas aguas de la adicción y el narcotráfico.

Pesquera, en un aparte conmigo durante su conferencia de prensa del 16 de enero, reconoció igualmente el momento en que los adictos y los narcos comienzan a perder su horizonte que, mantenerlo en Puerto Rico, debemos reconocer, es realmente más difícil, ahora que el país se precipita en el caos socio-económico y político.

No funcionan esas estrategias, le señalo mi impresión basada en evidencia cuando lo intercepto antes de que abandone La Fortaleza, sede de la gobernación y cuyo nombre oficial es Palacio de Santa Catalina.

No muestra molestia alguna por la interrupción camino a su SUV, con cristales ahumados, con fuerte escolta, y de seguro que no sentirá ninguno de los miles de hoyos en la carretera. Al contrario, Pesquera suele mantener una sonrisa, y hasta he sido testigo de un buen grado de humor negro, cuando habla fuera de récord. Quien nunca lo ha conocido podría pensar que es un viejo canoso cascarrabias. Pero no lo es.

“Hay que empezar desde atrás, Obed, desde atrás” y rápidamente alude a los niños. No se le pasa por alto el verdadero origen que produce tan alta criminalidad. “Hay un montón de cosas envueltas”, por querer decir familia, pobreza, problemas de educación, adicción en sus propias familias, problemas de salud mental. Y reconstruyo yo esos límites: objetivos, posibilidades, realidades, es decir, horizonte. Estos jóvenes, como se ilustra en la novela de McCarthy, viven en un meridiano de sangre.

Como mejor estrategia, le planteo el ahorro que puede lograr el Erario para los cuantiosos recursos que se destinan a las agencias de ley y orden, solo asignando más presupuesto al componente socio-económico y educativo. Está de acuerdo.”Te ahorras dinero acá”, dice, refiriéndose a las agencias de ley y orden, si se destina dinero para una intervención temprana.

“Es una inversión”, agrega, ya dando un paso corto hacia su vehículo, sugiriendo que debe irse. “Eso es así”, reafirma.

Pero no se hace, le recuerda este reportero.

“Tiene que hacerse”, asegura. “Hay que integrar a las demás agencias”. Y reitera: “Mi visión es que hay que integrar todas las agencias que tienen que ver con el problema de criminalidad, que en Puerto Rico es básicamente drogas y armas.

“Cuando llega la policía, ya el problema existe”, dice, obviamente para resaltar que ya es muy tarde y no se pudo evitar a tiempo que una persona, jóvenes siempre en la Isla, no siguiera el camino a la cárcel, que en la Isla no será capaz de reconducir a otros caminos, como la rehabilitación.

“Hay que evitarlo”, dice, para no tener que intervenir con ellos cuando sean delincuentes. Luego que su espíritu humanista se reafirmase, no dejó pasar la oportunidad para dejar aflorar lo que ha sido su carrera de agente de ley y orden, cuando preguntó retóricamente: “¿Y quién paga?, la Policía”. Es decir –interpreto- lo que la familia ni el estado pudieron hacer cuando debieron hacerlo, luego se convierte, años después, en un problema que desborda a la Policía, a la que suele  responsabilizarse de la alta incidencia criminal, cuando, en sentido estricto, no lo es. Porque no es por falta de represión que hay criminalidad, adicciones, narcotráfico.

Sin embargo, cuando se recrudece la criminalidad, solo queremos escuchar, muy erróneamente, los planes anticrimen del componente de ley y orden, que solo interviene cuando se manifiestan las consecuencias de los problemas de fondo. Nunca en la isla hubo una conferencia de prensa en el que se exprese el plan de intervención socioeconómico, educativo y sicológico dirigido a la prevención temprana de la criminalidad y las drogas, cuando sería esa la verdadera conferencia de prensa que debe esperar el país.

Tal vez el estado, al aceptar la imagen del meridiano de sangre como algo dado, como lo natural que nos corresponde, nuestra condición, solo piense en responder al problema con lo harían en el Viejo Oeste, con los Sheriffs enfrentando cuatreros, matando indios, insertos como están en esa mitología que se ha creado alrededor de aquellos que pelean y vencen a los malos con sus propios puños y pistolas sin que nunca se les caiga el sombrero mientras cabalgan disparando y matando a los “malos”, como lo hubo hecho en sus películas Alan Ladd, el más bueno, blanco y eficiente de todos.

Sobreviven esos mitos aun en estos días, como el de creer que el alza criminal se debe a la falta de policías, de leyes más represivas y de mejor adiestramiento para que a los fiscales no se les escape uno. El misterio engendra miedo, sugiere McCarthy. Pero “los secretos del mundo” no pueden ocultarse para toda la vida sin que la lluvia erosione “los actos de su vida”. Ultimamente Shultz y Arpe también develaron el misterio, será para que no les borre la lluvia los actos de sus vidas.

“El origen está en la niñez”, reconoció Pesquera a preguntas mías. No obrar en consecuencia, sin embargo, sería, a lo menos, inconsistente. Ya es hora de que los funcionarios comiencen a ejercer con eficiencia el ministerio para el cual fueron convocados.  Dixie

 

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