Investigación del asesinato de un agente encubierto y su campo de batalla
Por Obed Betancourt
1. De quien mira al cielo
Mirar hacia arriba mientras subía al auto para determinar cuándo caerían aquellos nubarrones que se formaban fue suficiente distracción para que un vehículo prendiera las luces aquella noche ventosa de primavera y se colocara detrás del suyo, a prudente distancia.
El expolicía tenía cierta manía de mirar hacia arriba, aún si mantenía una conversación amena o hasta desinteresada. Le iba bien el nombre clave que tuvo alguna vez como agente encubierto, “Fraile”, porque sólo estos se mantienen en imploración perpetua pidiendo a los cielos confirmación de sus votos, ayuda para otros o, a causa del hastío de estar en un mundo que ya no es el suyo.
Si el Fraile temía que le cayese un pedazo de cielo en la cabeza, como en el cuento infantil, “¡el cielo se está cayendo, el cielo se está cayendo!”, nunca se supo. Esa misma noche lo secuestraron y mataron de varios disparos. Había cometido el único error en ocho años en los que supo que su vida estaba en peligro, bajo amenaza de muerte e intentos fallidos. El límite de la paciencia es la oportunidad, se sabe, a veces muy tarde.
Por supuesto, aquellas grandes nubes, espesas y oscuras que tanto le preocuparon a Fraile pasaron de largo hacia las montañas al oeste de San Juan. Nada pudo ser de otro modo, se descubre cuando se cumple el horario de una vida. El tiempo borrascoso, como si tuviese un único propósito, solo evitó que se diese cuenta de cuán estrecho estaba el cerco esa noche fatal.
Alejandro González Malavé fue el policía-no-convicto-por-delitos más controversial que hubo en Puerto Rico. Odiado por la izquierda política y asechado por la radical, para muchos de la derecha fue un héroe, aunque nunca lo dirían en público. Pocas tintas medias lo describirían. Su labor como policía fue realmente reducida, pero de un peso tan enorme que gobiernos y funcionarios cayeron ante la secuela de sus acciones. Y él con ellos.
Es quien todos quieren olvidar, como si se hubiera decretado un damnatio memoriae o condena de la memoria, aquel antiguo recurso romano para borrar de la faz de la historia el nombre de algún caído en desgracia, y utilizado con frecuencia por estados como el antiguo imperio de la Unión Soviética. Mencionarlo está mal visto si no quieres que se disparen nuevos resentimientos, luchas olvidadas, secretos, temores, culpas y recriminaciones. Es un muerto que molesta, que no pudieron enterrar por completo aunque apenas esté presente, y todavía capaz de derretir las capas de hielo que lo sepultan para enseñarnos las heridas que muestran el mapa de regreso hacia una guerra tuberculosa que vivió Puerto Rico durante varias décadas, pero los cartógrafos evitan leer. Si González Malavé fue también una víctima, invisibilizarlo ha sido la cruel manera para que los sectores involucrados, antagónicos, queden impunes.
Nunca fue tan cierta aquella frase ingeniosa de Mark Twain sobre la araña que buscaba la puerta de un comerciante empobrecido para tejer su telaraña y vivir en paz. Esa puerta que al abrirla nos puede descubrir una vieja y arrinconada realidad, es la que ahora cruzamos, para disgusto de las arañas.
Su asesinato, como el de muchos otros ocurridos en la penumbra política, merece algunas líneas más amplias y precisas, aunque cada cual ya haya visto lo que ha querido y necesitado para sostener su posición y juzgado en su propia corte de piedra. Hay peores peligros que ese, como pasar gato por liebre, promover una perspectiva como única posible cuando hay datos que la impugnan, la corrigen o la completan, porque una sola causa y una sola forma de ver las cosas siempre es sospechosa. En un mundo de posibilidades, la realidad que se ha querido observar suele ser la que prevalezca. Es hora de ver otras.
Es lo que motiva esta “crónica” (sólo por referime a ella de alguna manera), ensayar un close-up para intentar verle las arrugas a una verdad que ha envejecido demasiado inmaculada, demasiado transparente, pura como virgen intocada, irreal como un anuncio de ventas. Es jugar a descubrir lo que está mal en la foto que se tomó de la época.
Al variar la posición del que mira hemos evadido las interferencias impuestas. Se sabe que el observador modifica lo observado, el comportamiento de la realidad. Ese es un enigma que todos enfrentamos, pero no es aquí donde lo resolveremos. Más importante es problematizar una certeza unívoca para que otras realidades de lo mismo surjan menos torcidas.
2. El último de los suyos
La historia de su muerte es larga, pero corta fue su vida. Comenzó de muy joven al infiltrar una organización política que promovía la independencia de Puerto Rico, legítima y amparada en los derechos constitucionales de libertad de asociación y expresión, pero vista con suspicacia por el gobierno. Puerto Rico estaba en guerra y no era fácil identificar todos los sectores combatientes.
En 1973, todavía adolescente, fue reclutado como “informante” de la Policía, un estado oficial que le permitía bajo protección y paga de la Policía revelar información de actividades sospechosas. En esos años se incorporó a la escolar Federación de Estudiantes Pro Independencia (FEPI). Su agente de contacto le indicó al jefe de la División de Inteligencia, en un memorando del 22 de mayo de ese año: “Pude apreciar que era un muchacho listo, inteligente y que tenía habilidad para conseguir amistades. Se le dio el seudónimo de Fraile y la clave 80H6 para que se identificara con ese nombre cuando se comunicara a la oficina”.
Como era de esperar, al ingresar a la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras se sumó a la militancia de la Federación Universitaria Pro Independencia (FUPI), otro brazo del Partido Socialista Puertorriqueño (PSP, comunista).
Pocos años después se infiltró en una organización clandestina de jóvenes independentistas dedicados al sabotaje, una célula terrorista exánime de nacimiento, aunque con grandes aspiraciones. El grupo creado por Arnaldo Darío Rosado Torres en el que se infiltró el Fraile respondía al exagerado nombre Movimiento Revolucionario Armado, más un desiderátum que una realidad. MRA son unas siglas que evocan el MIRA, Movimiento Independentista Revolucionario Armado, grupo que fundaron en Puerto Rico el legendario guerrillero urbano Filiberto Ojeda Ríos y Narciso Rabell a mediados de la década de 1960, de orientación comunista y pro-régimen cubano.
No se sabe si Rosado Torres, Carlos Soto Arriví, Ramón Rosado, componentes del MRA, quisieron rendirle un homenaje al MIRA, banda que se especializó en colocar bombas en tiendas multinacionales, grandes empresas, bancos y hoteles con claro sello “yankee” y atentar a tiros la vida de los soldados de las Fuezas Armadas estadounidense en Puerto Rico. El MIRA fue desarticulado al inicio de los años ’70, varios de sus miembros fueron arrestados, entre ellos Ojeda Ríos y Rabell, mientras Roberto Todd Pagán alzó vuelo hacia Canadá. Dos integrantes del MRA -Arnaldo Darío y Carlos- no tuvieron esa suerte cuando intervinieron con ellos en 1978.
El Fraile fue de los últimos agentes encubiertos infiltrados en movimientos independentistas de acción armada que hubo en Puerto Rico. El inicio de los años de 1970 vio algunos de estos agentes. Sin embargo, en los 1980 disminuyó considerablemente esa estrategia policíaca. Ya fuese a causa del revuelo ocurrido en el Cerro Maravilla, porque muchos líderes de las organizaciones clandestinas fueron arrestados por el FBI, o el mundo del socialismo real comenzaba a tambalearse hasta precipitarse unos años después o como resultado de una sentencia judicial que prohibió la nefasta práctica gubernamental de confeccionar expedientes secretos de personas por el único hecho de ser independentista, amigo de algún independentista o por mera equivocación de los agentes de la División de Inteligencia que las confeccionaba.
Asimismo, algunos años luego de los eventos en el Cerro Maravilla en 1978, del que hablaremos más adelante por ser la fuente envenenada del que muchos tomaron, esa División fue desmantelada y convertida en Inteligencia Criminal, con poco o ningún peso político.
3. Un campo de batalla siempre es un camposanto
Antes de que en el camposanto sepulten el cuerpo de los combatientes muertos, el carácter de esa muerte y su gloria ya han sido enterrados en el campo de batalla. Hasta los guerreros olvidados y envejecidos, al morir, son cubiertos por la gloria del recuerdo. Por otro lado, en ajedrez hay una estrategia básica: no se posibilita la oportunidad para que el oponente traiga al centro de juego alguna pieza inutilizada en alguna esquina.
Son, ambos, principios mayormente violados que se ciernen como una sombra sobre los acontecimientos que aquí se narran, los de una guerra contra la guerra injusta, según reclama cada sector, el de ser el bueno, aún cuando fue una tragedia, en el sentido clásico, en la que se enfrentaron dos posiciones con sentido racional y pudieron ser defendidas con éxito, pero siempre con terribles consecuencias para una de las partes, al menos, inevitable, pues no era un malentendido que podía llevarse a la mesa de los acuerdos.
Las décadas de 1960 a 1980 vieron en el mundo el apogeo de la Guerra Fría. Se enfrentaban democracias liberales y dictaduras, ambas capitalistas (con sus variantes neoliberal y social-demócrata) contra el totalitarismo comunista. EE.UU. v. URSS. Esa Guerra Fría se peleaba armada mayormente en el patio de ambos países, no directamente, sino a través de sus proxis. “Convulsión continental”, describió el militante independentista Félix Ojeda Reyes el diferendo en el hemisferio americano.
Puerto Rico fue otro campo de batalla de esa guerra que resultó abrasadora. Aquí se enfrentaron los más enconados terroristas cubanos de derecha, expatriados, contra aquellos que promovían y apoyaban la implantación en la Isla del modelo de gobierno cubano-soviético. Hubo víctimas mortales en esa lucha. En esas décadas se colocaron cientos de bombas a (de) diestra y siniestra, los cubanos radicales contra sectores de la izquierda y los propios sectores cubanos no radicalizados, y; la izquierda boricua clandestina y armada contra personas, instituciones del gobierno federal y estatal, militares de las Fuerzas Armadas y la industria privada estadounidenses en la Isla y en los estados continentales.
De manera extraña, a saber si estratégica, la izquierda radical local nunca enfiló su guerra contra los cubanos que aquí la hostigaba, excepto un incidente conocido solicitado por el gobierno cubano. Cuba no sólo fue lugar de entrenamiento para algunos guerrilleros boricuas, además de inspiración y modelo, sino que llegó a colaborar y financiar algunas de las luchas que en Borinquen se dieron.
En los primeros años de la década de 1970 algunas propiedades de los sectores indepedentistas, como la sede del periódico Claridad y la Impresora Nacional, fueron incendiadas y atacadas a tiros, y de igual manera las oficinas de partidos políticos independentistas y sindicatos.
El 11 de enero de 1975 estalló un artefacto explosivo durante una actividad electoral en el municipio de Mayagüez del PSP (1971, antes MPI), que había decidido ir a sus primeras elecciones en 1976. La explosión dejó dos muertos y fue atribuida con acierto a una de las decenas de organizaciones bajo las que operaban los mismos terroristas cubanos con el apoyo de sectores insulares de la derecha radical.
El antiguo Movimiento Pro Independencia (MPI, 1959-1971), que logró un asiento en el secretariado de la Internacional nacida en Cuba en 1966, durante una conferencia de la Tricontinental, sin descartar la lucha electoral afirmó en 1968 el derecho “a la lucha armada del pueblo puertorriqueño”. Su brazo clandestino, los Comandos Armados de Liberación (CAL, 1968-1972), bajo el liderato de “Alfonso Beal” (acrónimo de Betances y Albizu), seudónimo de Juan Mari Bras, entonces secretario general del MPI, se desmovilizó con la transformación a partido.
En enero de 1976, esos cubanos pusieron bajo la mira telescópica a Mari Bras, secretario general del PSP. Aunque no lo mataron, su hijo Santiago “Chagui” Mari Pesquera cargó el peso del odio y el miedo que le tenía a su padre la derecha radical. Murió asesinado en marzo de ese año. Aunque esa muerte fue esclarecida, dejó serias dudas sobre las motivaciones reales y si, en efecto, fue verdaderamente resuelto el caso al sentenciar a un solo individuo, Henry Walter Coira, de madre cubana y vinculado con cubanos extremistas. Para la izquierda, fue un acto terrorista que involucró a varios radicales cubanos intocables en la Isla.
Siete meses después, guerrilleros urbanos puertorriqueños que iban formando el Ejército Popular Boricua (EBP), asesinaron aquí al terrorista cubano Aldo Vera Serafín por órdenes del gobierno cubano, que lo asoció con el derribo en vuelo de un avión de Cubana de Aviación en ruta Barbados-Cuba. Murieron 73 personas: 57 cubanos (entre ellos 24 del equipo de esgrima), 11 guyaneses y 5 norcoreanos. El gobierno cubano también había identificado a Vera Serafín como el hit man que intentó, sin éxito, asesinar a Emilio Aragonés, su embajador en Argentina. Luego se descubriría que Vera Serafín no fue el responsable de precipitar al mar aquél vuelo.
El 28 de abril de 1979 el terrorismo cubano en el exilio atacó a tiros la vida de Carlos Muñiz Varela, cerca de las 6:00 de la tarde, mientras conducía camino a casa de su madre. Había ido a almorzar con Raúl Álzaga y Ricardo Fraga, amigos y compañeros de trabajo, al emblemático restaurant Metropol, especializado en comida cubana y al que solían acudir elementos radicales de la derecha cubana con sus voces altisonantes a comer sus platos nacionales como ropa vieja, vaca frita, yuca al mojo y arroz congrí y tomar mojitos. Los cubanos de derecha tenían por agentes de la Dirección General de Inteligencia cubana a Muñiz Varela, Álzaga y Fraga, entre otros cubanos de izquierda radicados en Puerto Rico.
Luego, Carlos y Raúl fueron al centro comercial Plaza Las Américas, en Hato Rey. Raúl presentía un seguimiento, aunque no lo comentó a Carlos, ha dicho él mismo. Se despidieron alrededor de las 5:30 de la tarde y se verían en la noche. “A pesar de las amenazas y ataques de los grupos terroristas, ninguno actuaba con el cuidado requerido”, reconocieron Álzaga y Fraga en su libro, con Jesús Arboleya, La contrarrevolución cubana en Puerto Rico y el caso de Carlos Muñiz Varela.
Carlos fue identificado mientras almorzaba en Metropol y lo siguieron toda esa tarde para matarle. Murió día y medio después, al no recuperarse de las graves heridas. El joven de 25 años, cubano de nacimiento, promovía el intercambio entre Cuba y Puerto Rico a través de la empresa local Viajes Varadero. Asimimo, denunciaba el embargo estadounidense a Cuba, fue uno de los fundadores de la Brigada Antonio Maceo, la revista Areíto y era miembro del PSP. Aunque su muerte tampoco fue esclarecida, hay indicaciones claras de por dónde vinieron los tiros, que apuntaron, por voz propia de los cubanos exiliados de la derecha radical, a un Comando Cero que aseguraba que el joven era un activo del gobierno cubano en Puerto Rico.
El Comando amenazó con ese primer asesinato, “pero no el último” de la “conjura fidelista”. Años después, la Organización de Voluntarios por la Revolución Puertorriqueña (OVRP), nacional-comunista, haría una amenaza similar en venganza por los sucesos del Cerro Maravilla.
Esas narrativas radicales de derecha e izquierda, tan absolutistas como sólo puede serlo lo real maravilloso, distorsionan primero la realidad, matan la verdad y luego a las personas que las creen. Todas, al amparo de la retórica y los más grandes eufemismos, intentan disminuir la gravedad y la conmoción que sus acciones causan y persiguen condicionar lo que vemos y sentimos.
Estos no fueron ni por asomo las únicas víctimas en ese campo de batalla prolongado y difuso que durante décadas fue Puerto Rico. Víctimas de ambos lados, de todos los lados, hasta del lado de los inocentes, hubo.
4. Aquél presente no era nada nuevo
Si, como dice Faulkner, “el pasado no es pasado, ni siquiera ha pasado”, aquél presente en los que se desarrollaron los hechos que aquí reseñamos, sólo fueron la extensión de un presente más antiguo, nunca el pasado. ¿Es Puerto Rico como una postal de un paisaje que no envejece? A veces lo parece, hasta hemos determinado que la cultura que nos representa como pueblo no es otra que aquella de las décadas de 1940 al 1950, la de la más abyecta pobreza, artesanal, y sólo somos el presente pervertido de aquella.
La caza de independentistas fue tan indiscriminada desde los años ‘30 -una Era activa del Partido Nacionalista Puertorriqueño, que incluso se levantó en armas en 1950- que el Estado echaba en el mismo saco todo lo que oliera a independentismo o portara visiblemente una bandera puertorriqueña, aunque sólo fuese para reafirmar una identidad patria que aún elude, por líquida, la roca donde algunos creen que debe estar enclavada como una espada.
Los expedientes secretos que se confeccionaron sobre esas personas, popularmente conocidos como “carpetas”, eran utilizados por la Policía y el FBI para vigilarlas, desacreditarlas y hasta lograr que las despidieran de sus trabajos bajo la creencia de que eran “subversivos”. Es decir, algunos que ejercían el constitucional derecho -federal y estatal- a la libre asociación y expresión eran perseguidos por el gobierno, con gran ironía, pues EE. UU. es una sociedad que se fundó sobre esos derechos específicos.
La otra ironía inescapable es lo difícil de combatir la violencia terrorista en las democracias liberales sin violencia. “Derrotar el terror requiere violencia”, reconoce Michael Ignatieff. (El mal menor). La lucha antiterrorista de un estado democrático es para preservar “la máxima de que su vida política debería estar libre de violencia”. Intentar hacerlo en la práctica son otros 20 pesos, aunque esos son los que cuentan. Esa lucha antiterrorista puede producir en las democracias el fortalecimiento de un estado represivo, secreto, como se instrumentó en Puerto Rico a través de la División de Inteligencia de la Policía que, al final de esa época, con sus actos -puede argumentarse- legitimó el terrorismo. Sin embargo, lo que parece incongruente es la conciencia de estos grupos sobre la represión que causan sus acciones, sin que lo tomaran decididamente en cuenta.
La leyenda de Ojeda Ríos, entrenado en Cuba, comenzó al fugarse en los 70 y evadir durante 15 años diversas acusaciones criminales. Al regresar de Nueva York pocos años después fundó el EPB con el remanente del MIRA y otros pequeños grupos desbandados, como los CAL y otros desafectos del PSP, los Comités Obreros Revolucionarios, el Movimiento Armado Puertorriqueño Auténtico (MAPA), el Movimiento Unitario Socialista y obreros vinculados con la Unión de Tronquistas, las FARP, entre otros. Junto con el EPB se fundó el Partido Revolucionario de los Trabajadores Puertorriqueños (PRTP) para darle orientación política a su lucha armada.
[PAUSA: El caso del grupo MAPA (1963) es altamente curioso, no sólo por ser el primer grupo clandestino guerrillero moderno en Puerto Rico, nacionalista, y precursor de agrupaciones con estructura similar en América Latina, sino que entre sus integrantes figuró el notorio pandillero Rafael “Rafi” Dones, quien ayudaba a financiarlo con sus actividades delictivas. Dones fue uno de los primeros “bichotes” de drogas en la Isla.
La práctica de financiar las actividades guerrilleras mediante actividades delictivas -no relacionadas con el narcotráfico- será perfeccionada por Los Macheteros en los años 70 y 80, antes incluso que los diversos ejércitos de izquierda colombianos que sí dependieron del secuestro y el ingreso del tráfico de drogas para sufragar sus operaciones, entre otros delitos, hasta convertirse finalmente en barones de la droga más que ejércitos de liberación, un patrón poco estudiado por los expertos, y del que una facción actual desprendida de la guerrilla peruana Sendero Luminoso, autodenominada Militarizado Partido Comunista de Perú (MPCP), es el más reciente ejemplo. Este controla el valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), amplio sector donde se cultiva la mayor parte de la coca de Perú, le impone impuestos a los cultivadores y les da protección a los cargamentos. Sólo Colombia produce más cocaína que Perú. (“Sendero Luminoso se lanza a la ofensiva en Perú, de nuevo”, InSight Crime, revista digital, 21 de marzo de 2023). Por otro lado, otro patrón es el fraccionamiento de todos estos grupos armados, una norma característica de los carteles de la droga.
Entre los abogados que tuvo en algún momento Dones se destacó Carlos Gallisá, quien luego se destacaría como un político independentista. Rafi Dones, que desarrolló una adicción a las drogas, murió asesinado al salir de un centro de tratamiento de metadona en 1984. El duelo lo encabezó el exdirigente de MAPA Benigo Velázquez Lasalle y Gallisá, quienes lo describieron como patriota.]
Conocido el PRTP-EPB como “Los Macheteros”, esta organización leninista amplia y estructurada logró ejecutar, mientras desarrollaban trabajo político en los sindicatos, reiteradas acciones armadas que llamaron poderosamente la atención de las agencias estatales y federales, particularmente al inaugurarse -bajo el provisional nombre Comando Obrero en un operativo llamado “El lechón”- con el asesinato del abogado patronal Alan Randall, quien hacía difícil la negociación con las uniones, particularmente los tronquistas.
La Unión de Tronquistas albergaba varios destacados guerrilleros y era asesorada legalmente por algunos abogados pertenecientes a Los Macheteros. Este grupo voló el imaginario de la lucha armada hasta entonces vista con osadas acciones que hicieron levantar las cejas a más de uno, entre ellas hacer estallar por los aires nueve aviones militares enclavados en tierra en la base aérea militar Muñiz, aledaña al aeropuerto internacional de Isla Verde, atacar un autobús lleno de soldados de la Marina de Guerra estadounidense, matar a dos soldados y herir a 10, algunos con lesiones discapacitantes para el resto de sus vidas, sabotear torres de la entonces Autoridad de Fuentes Fluviales (hoy Autoridad de Energía Eléctrica), con la participación del Grupo Estrella, integrado por, entre otros, trabajadores y/o hijos de esa corporación pública.
También, en lo que llamaron acciones de expropiación o recuperación económica, asaltaron camiones de valores, bancos y nóminas empresariales para financiar su causa independentista. Particularmente en la memoria quedó el asombroso robo de siete millones de dólares de un depósito de la empresa Wells Fargo en Hartford, Connecticut, en 1983, entre otras muchas acciones. Parte del botín de la Wells Fargo, unos cuantos millones de dólares, fue llevado a Cuba, que había ayudado a financiar el golpe, en valija diplomática cubana desde México.
Fueron acciones que suponen un alto grado de planificación e ingentes recursos, reuniones clandestinas, logística y entrenamiento y capacidad militar. Más tarde se sabría que muchas veces se comportaron más como un tigre de papel que una sólida organización que amenazaba la estabilidad del Estado. Un documento interno de Los Macheteros, titulado “OSCAR informe evaluación”, evidencia graves problemas al interior de la organización: de supervisión, de planificación, actitudes negativas de sus cuadros, de recursos e incluso de burocracia. Problemas similares que, en el macro, llevaron a la implosión de la URSS.
Asimismo, Ojeda Ríos y otros guerrilleros locales, como los Comandos Revolucionarios del Pueblo (CPR), brazo armado de la Liga Socialista Puertorriqueña (LSP) dirigida por el poeta Juan Antonio Corretjer, dieron apoyo y entrenamiento -sobre todo para asaltar y robar camiones de valores- al grupo puertorriqueño Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) al que también se vincularon. Oriundos de la ciudad de Chicago algunos de estos trabajadores de la escuela Roberto Clemente y otras, y trabajadores comunitarios de esa ciudad, las FALN operaban básicamente en el área este del continente norteamericano, hasta que en enero de 1975 una bomba colocada en el histórico bar y restaurante The Fraunces Tavern, en la ciudad de Nueva York, que mató a cuatro personas e hirió a 55, puso decididamente al FBI y otras agencias federales de ley y orden a agigantar la lupa sobre ellos hasta lograr identificarlos y extinguirlos en pocos años.
Irónicamente, las dos actividades más notorias de ambos grupos (la bomba en Fraunces Tavern y el robo a la Wells Fargo) fueron las que más huellas dejaron y condujeron a las autoridades federales a perseguirlas hasta pisarles el talón y cortarles la respiración, así como le había pasado a la pandilla del irlandés Jimmy Burke luego del robo en 1978 de seis millones de dólares a la aerolínea Lufthansa en el aeropuerto Kennedy de Nueva York, la mayor cantidad en efectivo y joyas en EE.UU. hasta el golpe de la Wells Fargo. Este robo, como el de Lufthansa, aunque mostraron sorprendentes capacidades operativas, también agravaron fatalmente las rencillas al interior de esos grupos.
Las FALN y Los Macheteros fueron desarticulados entre finales de la década de 1970 y mediados de 1980, sin embargo, Ojeda Ríos, un artista de la evasión, logró zafársele de las manos nuevamente a las autoridades federales, acrecentando su leyenda en el sector independentista. Aunque los Alguaciles Federales (Marshals) y la Policía de Puerto Rico mantuvieron bajo la mira parte de sus movimientos durante los años ’90 y conocían, muchas veces, los distintos lugares donde se ocultaba y hasta el nombre de sus médicos, no fue sino hasta el 23 de septiembre de 2005 que un pelotón de operaciones especiales del FBI finalmente lo asedió a tiros en su humilde residencia en el sector Plan Bonito del barrio Jagüitas del municipio de Hormigueros, en el suroeste de la Isla.
Ese día hubo movimientos sinuosos del pelotón federal alrededor del mediodía, mientras. cientos de independentistas se congregaban en el municipio de Lares para celebrar un rito anual en ese poblado. Cerca de las 3:00 de la tarde Ojeda Ríos recibe una llamada telefónica alertándolo. Una hora después recibe otra llamada de un interlocutor desconocido y el guerrillero le pide que alerte a la prensa sobre su inminente arresto. Poco después irrumpen en la finca vehículos acorazados que escudan a las decenas de agentes federales que entran frontalmente “a tiro limpio” con poderosas carabinas M4, incluso por los flancos, detonan cargas explosivas en los alrededores y se plantan estratégicamente. Ojeda Ríos, al pensar que el FBI no buscaba dar cumplimiento a una orden de arresto, responde los tiros y logra herir a uno. Mientras, su perra Caobita va desfalleciendo en el patio por un tiro recibido.
Se produce una pausa y surge de la casa un grito: “¡no disparen!”. Convence a su compañera Elma Beatriz de que se entregue, no sin antes dejarle un mensaje para el pueblo: “¡Pa’lante”! Más adelante, Ojeda Ríos aceptó entregarse sólo si contara con la presencia de Jesús Dávila, un íntegro y reconocido periodista, quien debía garantizar un arresto legal que le protegiera el derecho a la vida.
Las negociaciones duraron poco más de una hora, mientras, el solitario guerrillero se dedicó a tocar con destreza la trompeta -había sido músico de profesión en famosas orquestas de música tropical, incluso fue maestro en Cuba del joven trompetista Arturo Sandoval, luego exiliado y afamado internacionalmente, así como férreo crítico del régimen cubano.
Algunos minutos después de las 6:00 de la tarde, un francotirador de nombre Bryan disparó tres tiros -orientado por la música de la trompeta- y uno de ellos alcanzó a Ojeda Ríos, quien cae herido y se queja de dolor. Ningún agente federal fue autorizado a dar el paso “riesgoso” de entrar a la residencia hasta el otro día, aunque sólo hubo en todo ese tiempo silencio y oscuridad.
Al mediodía del siguiente día el FBI confirmó la muerte del guerrillero, por desangramiento. Nadie del FBI lo auxilió y hasta se impidió a un médico de la confianza de Ojeda Ríos llegar a la escena del crimen para prestarle ayuda médica. Ya se le había impedido al periodista servir de testigo de la entrega de Ojeda Ríos. Otras irregularidades fueron confirmadas en la investigación de la Comisión de Derechos Civiles de Puerto Rico, un organismo autónomo del gobierno, en su informe del 13 de octubre de 2011. No se sabe todavía porqué la trompeta fue encontrada por los forenses en el patio exterior de la casa. Para un amplio sector político, y no sólo de izquierda, se había consumado otro asesinato político.
Sin duda, Ojeda Ríos murió asesinado por su lucha por el país, juicio para el que no es necesario tener en cuenta si se está de acuerdo con sus ideas y métodos o no. La pregunta que entonces nos golpea como un corolario es si igualmente el Fraile murió asesinado por haber defendido ese mismo país. No es novedoso el dilema, la película “Argentina 1985” lo plantea de plano excelentemente, sólo que hay algunas diferencias importantes que no deben perderse de vista, y esas diferencias, indiferenciadas por la narrativa oficial, y escondidas por la mezquindad política, también deben mencionarse en esta crónica. Es, precisamente, al reconocer esas diferencias, lo que nos puede ayudar, no para exaltarle ni condenarle, sino para dibujar un contorno más exacto del exagente encubierto, en vez de la caricatura que de él se perfiló, y del campo de batalla que como enemigos compartieron.
Entre otras células comunistas activas en la Isla en las décadas de 1970 y 1980, la ORVP se destacó por ejecutar varias acciones conjuntas con Los Macheteros. La OVRP se erigió como la bandera moral de la lucha armada y decidió vengar el asesinato a manos de la Policía de los dos jóvenes del MRA que en 1978 fueron al Cerro Maravilla a sabotear las torres de comunicaciones. La herencia de la OVRP como organización líder en Puerto Rico apenas duró par de años después de la desarticulación de Los Macheteros y el asesinato de Fraile.
5. Una explicación necesaria
En el ejercicio de mi profesión pude investigar junto a varios compañeros investigadores de la División de Investigaciones Editoriales (DIE) del periódico El Vocero, las actividades de Los Macheteros, la OVRP y otros.
Mediante diversos recursos, como entrevistas de campo a varios autores de algunos de estos hechos, a fuentes de información vinculadas con las investigaciones policíacas locales y federales, y a otras fuentes diversas de información e inspección de declaraciones juradas del historial documentado y testimonial de las actividades de Los Macheteros y otros grupos, pude verificar la veracidad de estas acciones hasta donde se pudo alcanzar, porque a veces los autores tienen diferentes perspectivas sobre su propia participación y protagonismo en los mismos hechos, y en algunos casos cierta información no es tan confiable como aseguran porque está predicada sobre rencillas, resentimientos y malentendidos al interior de esas organizaciones.
En torno al caso Maravilla, además de revisar las conclusiones de las tres investigaciones senatoriales, entrevistamos a varios de los autores de los asesinatos e inclusive se les sometió a un polígrafo. Mientras, de la muerte de González Malavé tuvimos acceso a documentación de la investigación estatal y algunos del FBI y entrevistamos a algunos de los últimos investigadores. Con sólo decir que hasta el sector de Inteligencia Naval estaba al tanto de muchos de todos estos desarrollos, particularmente del ataque al autobús de la Marina en 1979 y de la muerte del Fraile, es suficiente para señalar el alcance que tuvieron todos estos acontecimientos. Los detalles de la muerte de González Malavé fueron publicados en cuatro notas, colocadas como cierre de la serie Los Macheteros, un total de 24 artículos, entre octubre y noviembre de 1997.
Por estas publicaciones me gané una amenaza de muerte del EPB y cierto ostracismo cultural de aquellos sectores de izquierda que desde sus cómodos y enconchados asentamientos apoyaban de manera virtual -que en aquella época se reducía a un apoyo retórico- las acciones armadas mientras le vendían al gobierno colonial y/o la derecha recia el producto de su trabajo. Hubo muchos saludos con rango de culpa que hubiese preferido no responder, avergonzados ambos, por aquello de la transparencia, pero no tuve cara suficiente para delatar aquella hipocresía. El Vocero, mientras tanto, decidió cubrir las puertas y ventanas del edificio con paneles metálicos antihuracán, temeroso de una represalia terrorista.
Se debe comprender que el periodismo, al ejercerce, debe revelar críticamente los asuntos pertinentes de una sociedad, no para promover mediante el arreglo conveniente de la realidad un interés específico, sino que la información lo más lograda posible debe servir al pueblo para que tome sus decisiones, dicho así de manera tan naïve. Y dejo para récord que no creo en la adulada “objetividad”del periodista y menos que la prensa deba quedar como Muro de Lamentaciones ante las injusticias. El periodismo denuncia, toma parte y empuja soluciones, lo que no debe, repito, es alterar deliberadamente la realidad, pues sería el equivalente a alterar la escena de un crimen.
La propaganda política, por otro lado, me va muy mal por mi escasez de adjetivos edulcorados, mi tosco temperamento y la sensación insoportable que produce el engaño. Hago el disclosure porque hay de seguro un cierto tono agrio no dominado que se revela a causa de esos eventos.
Tengo aún presente la entrevista de Dany Cohn-Bendit (Dany el Rojo) al ícono estadounidense Jerry Rubin, quien comentó de su camarada de armas político-culturales Abbie Hoffman cuando éste pasó al clandestinaje: “La clandestinidad cambia al hombre”.
Por varios acontecimientos debí concluir que dedicarse a cometer acciones ocultas, al final del día produce distorsiones de razonamiento y de la realidad en el que lo vive, al perder contacto con su amplitud. Sólo se ven a sí mismos en un mundo que han reducido a tal grado maniqueo que el orificio por el que ven les altera el panorama extenso de lo real, como el triunfalismo cuando alguna acción tiene éxito. El optimismo puede engrasar el motor de una lucha cualquiera, para lo que no sirve es como concepto epistemológico.
Luego de una década de actividades político-militares, varios líderes independentistas declararon que el año 1974 era “pre-revolucionario”, y que estaban “en el tramo final” para lograr la independencia. El mismo año en que surgieron, las CAL pensaron que podrían lograrla durante el año del centenario de la gesta de Lares del 23 de septiembre de 1868. Esta fecha marca el primer encono organizado contra el colonialismo, entonces bajo el mustio imperio español. Otros pensaron que la independencia llegaría antes de 1980. A esa necesidad de esperanza e imaginación le llamó Norman Mailer “íntimo barrunto de gloria (fundado en la retórica, no en los hechos)”. [Los ejércitos de la noche].
Contra ese optimismo también se pronunció Sorel en Reflexiones sobre la violencia: “En materia política, el optimista es un hombre inconstante. y aun peligroso, porque no advierte los grandes obstáculos que presentan sus planes. Para él, estos parecen poseer una fuerza propia que los conduce a su realización con tanta o mayor facilidad -cree- puesto que están destinados a producir más gente feliz.” Y más, puede terminar en el lado contrario de lo que predica con sus acciones. “El optimista pasa con una evidente facilidad, de la cólera revolucionaria al pacifismo social más ridículo.” Incluso, puede declinar su lucha sin que nadie se entere, como veremos.
Y si de “temperamento exaltado”, el optimista empoderado (con sus armas de fuego, se entiende aquí) puede provocar el desvío de sus intenciones cuando la realidad recorre caminos inesperados. “Culpa de sus sinsabores a sus contemporáneos, en vez de explicar la marcha de las cosas por las necesidades históricas,” Sorel se percata, y apercibe: “Se siente dispuesto a hacer desaparecer a las gentes cuya mala voluntad le parece peligrosa para la felicidad de todos,” gentes como González Malavé, ¿o me equivoco? e incluso algunos de sus propios compañeros de lucha, como ocurrió.
Asimismo, esa desfiguración de la realidad provocó muchas veces un alto grado de intolerancia a cualquier mención pública de ellos que no fuese propaganda, beneficiosa y acrítica, aunque la misma fuese inconsecuente. Además, el padecimiento al que someten a sus familias, a veces abandonadas, les rebota en forma de presión y desconfianza en lo que hacen, cuando no es de completa ruptura familiar. Pocos hijos de estos guerrilleros continuaron la lucha clandestina y algunos rehuyeron hasta la mera militancia en las calles.
Y sólo por mencionarlo, habría que explorar cómo esa necesidad de preservación, de carencias, esa única finalidad de no ser atrapados, esa “rigidez fantasmagórica” (Byung-Chul Han) en sus vidas, “obscena”, determinó su visión de mundo, de lo que necesitaban para ellos y de lo que requerían para los demás. Se entiende que se jugaban la vida y debían preservarse en lo oculto, pero al rifarse la existencia olvidaron que no todos pueden o quieren vivir en los escondrijos, que no todos están obligados a servirles de apoyo y que “somos lo que elegimos ser”. (José Pablo Feinmann).
Siempre es peligroso el que se erige como referente moral, único e incontestable. Ese es el mundo de la fe y debieron saber que no todos son creyentes. Muchas de las ansiedades por las que atravesaban, junto al manejo autoritario de su ideología, produjo el rompimiento de Los Macheteros en dos facciones entre 1983 y el 30 de agosto de 1985, fecha esta última del arresto de muchos de ellos. Luego de ese año surgieron nuevas fracciones.
Era una casa dividida contra si misma que no permaneció en pie mucho tiempo. Amenazas de muerte y asesinatos entre ellos, desviación moral de algunos de sus integrantes al alquilarse de gatilleros para interes privados, matar por celos, adicciones a drogas, pillaje, expulsiones e incluso el suicidio fueron algunos de los síntomas de esos tiempos. Fueron diferencias, algunas de ellas similares a las que 45 años antes llevaron al fraccionamiento de MIRA. En aquel momento, Rabell pensaba que “el fusil lo dirige el partido”, contra la posición más militarista de Ojeda Ríos. Esta posición luego enfrentará a este con Roberto Farinacci, jefe del PRTP y con más sabiduría política.
Que Ojeda Ríos no tenía “una concepción organizativa de partido obrero” la confirma Angel Marcial Agosto (exmiembro de Los Macheteros) en su libro Lustro de gloria. “El reclutamiento de una vanguardia obrera nunca fue objeto de su preocupación”, asegura. Ese cisma en las perspectivas marginó el deber que el PRTP-EPB asumió al convocarse.
Un expolicía, buen investigador, excompañero de la DIE de El Vocero y de buenos contactos en las esferas federales, me dijo recientemente que, nuevamente, el FBI ha puesto sus miras sobre algún grupo clandestino en la Isla, posiblemente Los Macheteros o su remanente. Otra fuente señala a Los Gatos Negros como el objeto de esa investigación. Este grupo ha lanzado amenazas a algunos funcionarios de gobierno que, por supuesto, ya pidieron protección policíaca. Tienen una página en Facebook (Los Gatos Negros PR) que lee: “Somos un movimiento clandestino organizado que lucha por la independencia de Puerto Rico”. En un post del 13 de julio de 2022, indicaron: “La violencia reaccionaria tiene que ser combatida con la violencia revolucionaria” y en los post en su página de la red social Facebook envían saludos a los Macheteros y resaltan al régimen cubano. Esta banda, que utiliza una indumentaria basada en el color negro, incluyendo la tricolor bandera de Puerto Rico, máscaras y mochilas, usualmente se coloca en la retaguardia de las protestas callejeras y ya finalizando las mismas se dedican a vandalizar y enfrentar con piedras a la Policía. La sangre caliente que exhiben, o su fuerza timótica como turbas urbanas que limitan con el lumpenaje, ha sido fuertemente criticadas por los propios sectores que organizan las protestas sociales y políticas. En vano se les pide a este grupo de orgullo identitario, nacionalista, aunque de gran pobreza teórica, pues su interés está predicado en la destrucción, en la anarquía, la incontinencia.
Irónicamente, hace más de una década una división policíaca de choque (Saturación), con fama de ser abusadora durante sus operativos, era conocida como “Los Gatos Negros”.
En los boletines recientes del Sistema Nacional de Alerta contra el Terrorismo, del federal Department of Homeland Security (DHS), se advierte sobre una serie de amenazas domésticas. “Los delincuentes solitarios y los pequeños grupos motivados por una variedad de creencias ideológicas y/o agravios personales continúan representando una amenaza persistente y letal”, se indica. Entre esas amenazas sobresalen algunos grupos “extremistas” que “han expresado agravios basados en la percepción de que el gobierno se está extralimitando en sus facultades constitucionales o no está cumpliendo con sus deberes.”
El “terrorismo doméstico” es definido por el DHS como aquellas “actividades que implican actos peligrosos para la vida humana que son una violación de las leyes penales de los Estados Unidos o de cualquier estado; parecen tener la intención de intimidar o coaccionar a una población civil, influir en la política de un gobierno mediante la intimidación o la coacción, o afectar la conducta de un gobierno mediante la destrucción masiva, el asesinato o el secuestro; y ocurre principalmente dentro de la jurisdicción territorial de los Estados Unidos.”
Un informe del Departamento federal de Justicia de 1996 señaló que desde tres décadas anteriores hasta aquellos momentos, “grupos extremistas [puertorriqueños] de orientación izquierdista eran el terrorismo doméstico predominante en Estados Unidos.” Muchos de estos, agrega, fueron “desmantelados” en la década de 1980 al arrestar a sus miembros claves. “La disolución de la Unión Soviética deprivó además a los grupos de una ideología coherente o modelo espiritual [spiritual patron]”, resultando en la disminución de su membresía y el apoyo, y la amenaza menguó.
En los siguientes años, el terrorismo doméstico de grupos radicales de derecha, racistas blancos y libertarios, pasó a ser la mayor amenaza interior, así como los grupos musulmanes yihadistas la amenaza exterior, no los comunistas.
6. Una planificación al dedillo
Con tanta testosterona y colágeno y sus hormonas revoloteando, los jóvenes del MRA fueron algo activos en la zona metropolitana durante su breve tiempo de vida, alguna que otra bomba en un buzón del correo federal, un ataque a tiros a la residencia del exgobernador Luis Muños Marín en Trujillo Alto, alguna amenaza de bomba a la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en apoyo a los trabajadores universitarios. Nada complejo o mortal hasta ese momento.
El 25 de julio es otra fecha con historia en la Isla y marcado en el calendario político de todos los puertorriqueños. Un día como ese en 1898, en el contexto de la Guerra Hispanoamericana, las fuerzas navales de Estados Unidos comenzaron en el municipio de Guánica el bombardeo y desembarco en Puerto Rico, entonces bajo la Corona Española.
Del resultado de esa guerra, Estados Unidos adquirió a Cuba, las Filipinas y Puerto Rico. Años más tarde las primeras dos naciones adquirieron su independencia, pero no así Puerto Rico, de las Antillas Mayores la isla más al oriente, como una esquina que se le encaja al océano Atlántico, que se convirtió en una base naval y del ejército norteño por esa posición estratégica de puerta al Caribe. Una vez más, un puesto militar, una garita inmensa de 100×35 de cara al Atlántico y de espaldas al mar Caribe y América del Sur, la isla como un morro.
Ese mismo día, en 1952, se firmó la Constitución de Puerto Rico y se fundó el Estado Libre Asociado (ELA), que se promocionó entonces como un gobierno autónomo frente al gobierno federal y el Congreso. Sin embargo, recientes determinaciones judiciales federales y estatales, informes de Casa Blanca y leyes aprobadas por el Congreso destaparon, sin sorprender a nadie, que la Isla nunca dejó de ser una colonia de Estados Unidos, sujeta a los poderes plenarios del Congreso sobre sus territorios. Ni alcanza la soberanía dual de los estados de la Unión (caso de Sánchez Valle resuelto por el Tribunal Supremo de Puerto Rico en 2015), igualmente patentado en 2016 por la congresionalmente establecida Junta de Supervisión Fiscal, que maneja la quiebra fiscal del ELA y decide si prevalecen las leyes locales, según afecten o no ese ejercicio de autoridad colonial.
Los residentes estadounidenses de la colonia-territorio-ELA tampoco tienen el derecho de elegir candidatos al Congreso, donde representantes y senadores toman decisiones sobre la sociedad puertorriqueña y sus estructuras políticas, ni pueden votar por el presidente de Estados Unidos. Sólo se permite un delegado que pomposamente llaman Comisionado Residente, con voz y sin voto, sentado entre 435 sillas de congresistas de la Casa de Representantes. Esa figura, cuyo alcance político es similar al de cualquier cabildero contratado para promover intereses privados, no existe en el Senado federal, de 50 miembros.
Con esos antecedentes, el Partido Popular Democrático (PPD), que apoya el sistema colonial, celebra ese día de fundación del ELA; el Partido Nuevo Progresista (PNP), que promueve la integración completa al sistema político federal, critica el ELA a la vez que celebra la llegada de los norteamericanos, y; los independentistas, segregados entre una diversidad de partidos y movimientos, suelen acudir anualmente -en peregrinación- a Guánica para denunciar públicamente el estado colonial.
El MRA, a diferencia de todos estos, decidió profundizar la protesta del 25 de julio. La oportunidad se les ofrecía con “letra dorada”, “Deseaba participar sólo en algo grande… ¡Algo que realmente despertara la conciencia adormecida del pueblo! Si así fuera, de nada le importaba perder la vida,” dice Marcos, un personaje de la novela Los derrotados, del periodista y escritor izquierdista César Andreu Iglesias. Pero esa búsqueda del Dorado, de la corriente que “arrastra oro”, de esa acción que, pensaban, sería un golpe magistral que los colocaría en un nivel cercano a los grupos político-militares históricos, llevaba consigo otra leyenda, “la corriente está ensangrentada”.
El grupo salió esa mañana a sabotear torres de comunicaciones, entre ellas, una de la Policía, con equipo y materiales de dudosa efectividad. Su plan era sencillo. Llegar de alguna manera al Cerro Maravilla -ubicado en la Cordillera Central, entre los municipios de Villalba y Adjuntas, centro de la Isla- desde San Juan. Subirían al cuarto pico más alto de Puerto Rico (3,953 pies), llegarían a las torres, aunque no supieran con cuánta seguridad contaba el lugar y si acaso cómo llegar con exactitud a alguna de ellas, si habría verjas imposibles de superar y otros detalles logísticos importantes que se les habrá pasado por alto.
La planificación fue más que insuficiente. Fue un acto riesgoso y temerario por falta de recursos. Una aventura que mostró demasiada ingenuidad y una confianza excesiva en unas habilidades que aún no desarrollaban con eficiencia, como la básica de escoger con rigurosidad a sus propios miembros.
El asalto estaba sembrado en la mente de Arnaldo desde comienzos de ese mes y la Policía fue informada desde ese mismo día a través de su agente encubierto. Un poco suspicaz, tal vez, porque se escalaba a un nivel que se creía imposible en el grupo. Al menos, de los informes que enviaba el Fraile a la División de Inteligencia se debió colegir la pobreza política y operativa del grupo. Si el Fraile no lo vio de esa manera, entonces no juzgó apropiadamente la situación. A ese momento actuaban en la Isla organizaciones político-militares de izquierda y células radicales de la derecha cubana con verdadera fuerza detonante.
El 23 de julio de 1978, según la información detallada que recibió la División de Inteligencia, los activistas planificaron el asalto a las torres y derribarlas. Arnaldo, Ramón y el Fraile se reunieron a las 7:30 de esa mañana en el caserío Quintana, casa del primero, y saldrían a las 8:00 de San Juan para el área de Toro Negro, en la Cordillera Central, en tareas de observación, una tarea básica pero sensible, pues al ser ellos los protagonistas de los actos debían proteger su exposición y su análisis también debía ser detallado. A la hora de salir llamarían a Soto Arriví para que se integrara a los exploradores.
Pero nunca salieron ese día a observar in situ el área. Eddie, el transportista, se había fracturado la mano en un accidente de motora. Hubo enojo por la situación, ira en Arnaldo. Tampoco lograron identificar alguna persona de confianza que los llevara, así que “Arnaldo buscó en un mapa de Puerto Rico de los que vende la gasolinera Texaco y le mostró a Ramón y Alejandro el área y comenzó a trazar el plan de asalto del lugar”, revela un informe confidencial en la División de Inteligencia.
Como a las 11:00 de la mañana, Soto Arriví, que esperaba impaciente, se presentó en el apartamento de Arnaldo, quien le explicó el nuevo plan.
A las 4:00 de la tarde del día siguiente, 24 de julio, se reunirían nuevamente en casa de Arnaldo con el equipo necesario para salir media hora más tarde en carro público hacia el municipio de Ponce, simulando ser estudiantes. Cada uno portaría media caja de balas (25) y armas: dos pistolas automáticas, calibre .38 y .32; dos revólveres, calibre .38 cañón corto y .22, Magnun Derringer, y una pistopeta calibre .410 de un cartucho, y supuesto material explosivo casero que aún se dilucida si tenía la suficiente carga para volar alguna torre.
Ya en Ponce, cerca del Teatro La Perla o en el sector La Rambla, asaltarían alguna persona para quitarle el vehículo, lo atarían con esposas caseras hechas con alambre, lo secuestrarían y lo mantendrían como rehén mientras durase el asalto a las torres. Siendo así, Arnaldo tenía dudas sobre qué hacer con el rehén, que les vería los rostros y, de quedar vivo, podría identificarlos. “Puede no sentirse muy seguro si lo deja vivo”, cito del Informe.
Se dirigirían en el vehículo a las montañas donde están las antenas, por las carretera 139 y 143. Al llegar, ocultarían el vehículo y por turnos harían guardia toda la noche. A las 8:00 de la mañana del día 25 comenzaría el asalto a las torres de comunicación. Luego de terminar esa fase del operativo, dejarían un comunicado de prensa en el lugar y escaparían por la carretera 143, la 140, la 605 y la 111 de Utuado, donde cada uno tomaría rumbo separado: Arnaldo iría a Ponce, los demás llegarían a Arecibo y luego San Juan.
En Ponce, Arnaldo leería el comunicado y lo dejaría localizable para alguna radioemisora local. Alejandro haría lo mismo en Arecibo y Carlos en San Juan. Ramón lo dejarían en el periódico Claridad, órgano informativo del PSP.
Movimiento Revolucionario Armado, comando Águila Blanca
Hoy, 25 de julio, a 80 años de la invasión yanqui en Puerto Rico, miembros del M.R.A., Comando Águila Blanca, tomó por asalto varias antenas de comunicación en el área de Toro Negro en el centro de la Isla.
Este equipo es utilizado por el gobierno estatal y federal para su trabajo de penetración y colonialismo al que es sometido nuestro pueblo por el imperialismo yanqui y sus lacayos locales. Esta es una acción de guerra más del M.R.A. contra el imperialismo.
Cero celebración del 25 de julio
Libertad a los presos nacionalistas
Viva la revolución puertorriqueña
Guerra, guerra, guerra
Si bien no llegaron aquél día 23 a hacer las labores de reconocimiento, la Policía sí llegó. Desde temprano de ese día se apostaron en el área de Toro Negro varios agentes, incluyendo su comandante de Inteligencia. Este impartió instrucciones de vigilancia y alertó a los policías que guardan las torres ante la posibilidad de un ataque ese o algún día posterior. Al final del día levantaron la vigilancia, que retomaron el 24.
Los agentes se colocaron en posiciones en algunos cerros, pues todavía no se sabía cuál atacarían. Tenían a su disposición armas largas, chalecos antibalas, radio transmisores, binoculares y de ser necesario todos los recursos de la Policía, helicópteros, vehículos terrestres, y todo el personal policíaco que fuese necesario. Esperaron con paciencia la llegada de los jóvenes, que debían pernoctar esa noche y temprano en la mañana llevar a cabo el atentado. Pero eso tampoco ocurrió.
Nada de lo que unos y otros planificaban llegaba a realizarse, tampoco la salida del MRA el día 24 a las montañas. Los pequeños errores se iban amontonando, presagiando una tragedia más pesada y terrible que la de unas torres cayendo. Nadie supo leer los augurios escritos en las cosas.
Arnaldo y Carlos murieron asesinados el día 25 de julio a manos de varios policías que esperaban arrestar al comando, que hasta entonces era vigilado y controlado estrechamente para evitar alguna acción de envergadura que arriesgara la vida de personas y propiedades.
El agente encubierto resultó herido por los propios disparos de sus compañeros policías. Ramón no los acompañó porque no pudo levantarse esa mañana del 25 al llevar una resaca. Tampoco se puede decir que el operativo policíaco resultó según lo planificado. La planificación resultó tan desastrosa como la aventura del MRA, al dejar caer el fogonazo de su histeria y sus delirios, como si creyesen tener la autoridad de cualquier dios menor, porque el encubierto resultó herido y porque los consideraban enemigos combatientes y porque su odio al crimen y quienes lo cometen es más grande que su juramento de cumplir y hacer cumplir los estatutos de un estado de derecho. Cualquiera diría que eran unos cruzados que sólo respondían a sus propias normas. Al menos el sector de Inteligencia se identificaba plenamente con la lucha contra el comunismo, algunos de los demás tenían otras sombras, menos ideológicas pero más sombrías.
7. El gato en la caja oscura y cerrada (a)
El comando fue vigilado de cerca por dos agentes de la División de Inteligencia tan pronto salió del sector Río Piedras, en San Juan, la mañana del día 25. El primero en llegar a la plaza para abordar el carro público hacia Ponce fue el Fraile, luego Darío Rosado y más tarde Soto Arriví, que, por tan joven, no le era fácil salir sin sospechas de su casa. El trío llegó finalmente esa mañana a su primer destino, se bajaron en las cercanías del Tribunal Superior de Ponce y caminaron un poco. Un taxi al que los jóvenes le hicieron señas se detuvo. Es desde este momento que la planificación, como un árbol torcido y seco, comenzaba a quebrar sus ramas.
Arnaldo se le acercó por la ventana derecha y le apuntó con el revólver, paralizando del susto al chofer Julio Ortiz Molina. Soto Arriví se subió al asiento detrás del chofer y lo encañonó por el cuello. Mientras Arnaldo se subía al asiento trasero, González Malavé empujó a Ortiz Molina al asiento derecho y se sentó al volante. Aunque las intenciones de uno de los agentes que los seguían desde San Juan fue intervenir, fue disuadido por el otro. Demasiado riesgo para la vida del rehén y del agente encubierto si se producen disparos. Que se hubiese dado esa discusión evidenciaba un mal signo. Un agente de Arrestos Especiales hubiese comprendido de inmediato la situación y ni siquiera se hubiese planteado intervenir en ese momento.
Los dos grupos continuaron su camino al Cerro Maravilla, a las montañas del centro de la Isla. En la punta los jóvenes del MRA, seguidos por los dos agentes de Inteligencia que no le perdían “ni pie ni pisá” en un vehículo de la Policía que, aunque encubierto, no había humano en esta isla que no lo reconociera. El cambio de planes de llegar el día 25 al sector se hizo la noche anterior, con tiempo apenas para que el agente encubierto se lo revelara a su agente de contacto esa madrugada del día 25 y la Policía modificara rápidamente el operativo de seguimiento y arresto en las montañas, donde ya pernoctaba un grupo ecléctico de varias divisiones de la Policía.
Desde el inicio todas las cosas se fueron rizando de tal manera que no hubo dios ni representante suyo sobre la tierra que las alisara. Es un decir por aquello de que todo se fue haciendo y decidiendo sobre la marcha, haciendo las cosas inevitables. Siempre hay opciones, por supuesto, hasta Sartre le dedicó un libro completo a esa condena humana de vivir eligiendo, sólo que las mejores decisiones no suelen estar a la vista tan claramente, particularmente cuando hay demasiadas emociones que, agitadas, interfieren el racionamiento.
Cuando llegaron los jóvenes al área, la Policía les dio el alto. La versión más aceptada es que Arnaldo disparó primero, mientras se armaba detrás del vehículo en que llegaron. Este y Carlos corrieron hacia unos arbustos cercanos mientras el Fraile se quedó detrás de la puerta abierta del vehículo que guiaba. Con lo absurdo que pueda parecer, una versión indica que las instrucciones policíacas al Fraile fueron que disparara primero, al aire, se entiende, y así identificara su posición, pues no todos los policías lo reconocían. Pero Arnaldo se le adelantó.
La correlación de fuerzas era disparatada, asimétrica, y los dos jóvenes fueron rápidamente desarmados y arrestados, mientras González Malavé, con un dedo de la mano casi colgando, gritaba: “¡no me tiren, soy agente… estoy herido!” Sus gritos de dolor le hicieron pensar a otros policías que podía ir tan mal herido que hasta podría morir. Con esa presunción desataron una furia siniestra contra los jóvenes que no se detuvo cuando cesaron los disparos. Vencidos por la superioridad armada, y encasquillada el arma de Arnaldo, el comando se rindió a las peticiones de “¡ríndanse!”. Carlos o Arnaldo habría dicho: “¡me rindo!”
El ataque indiscriminado había puesto en riesgo también la vida del chofer, que se mantenía escondido dentro de su vehículo, debajo del tablero, bajo la guantera, sin saber qué dios vengativo le había puesto en el tiempo y lugar equivocados.
La tensión en la escena seguía alta y no hubo quien la desescalara. Los gritos de dolor del encubierto mortificaba todavía a los policías y les crearon cierta conciencia de culpa. Alguno de ellos lo había herido y Carlos y Arnaldo sufrirían el peso de esas conciencias culposas transformadas en patadas y golpes.
Los altos oficiales de la Policía habían cometido un error fatal desde el inicio de la planificación del operativo y las consecuencias serían previsiblemente torcidas. Cuando se decidió que las divisiones de Inteligencia y Arrestos Especiales unirían sus recursos en el operativo, no tomaron en cuenta las rivalidades que en ese momento existían en la Policía ni los dispares entrenamientos que la experiencia le dictaba a cada cual. Precisamente, en una institución que depende de la subordinación de sus agentes a los más altos rangos, juntar dos divisiones tan dispares era un disparate.
Muchos policías resentían a los agentes de Inteligencia porque igualmente investigaban policías corruptos, ganándose la reputación de “chotas”. En el bajo mundo, como en el cuerpo policíaco, el lema “odio al chota” forma parte del código de honor. En ese año Arrestos Especiales, bajo la dirección del temible teniente Julio César Andrades, y el Negociado de Investigaciones Criminales, controlado por el brillante calculador del mal, el teniente coronel Alejo Maldonado, operando en las tinieblas, eran los finalistas por la corona de Miss Policía Corrupta 1978, que por igualadas, los “misiólogos” de la corrupción nunca pudieron decidir. Sólo los agentes de Inteligencia confiaban en ellos mismos, por eso se perdonaban sus repetitivas violaciones de los derechos civiles. Eran dos fuerzas en conflicto con experiencias, destrezas y objetivos distintos puestas al servicio de una misión que nunca estuvo clara.
Por otro lado, las estrategias de intervención de los agentes de Inteligencia diferían. Cuando recibían informes de posibles actos de sabotaje, solían enviar policías uniformados para disuadir el acto. Al menos así ocurrió en varias ocasiones. Igualmente, era conocido en la Policía que muchas veces los agentes de esa División ni siquiera portaban armas y no podía decirse que eran expertos en su uso, como sí lo eran los de Arrestos Especiales, unos verdaderos cowboys.
Los jóvenes fueron arrestados y dejados al cuidado de tres agentes de Inteligencia y uno de Arrestos Especiales. El agente encubierto fue trasladado a un hospital sin que se supiese en ese momento la gravedad de sus heridas. Podría perder el dedo y tenía orificios en un costado, estaba pálido pero vivía todavía. Varios policías, nerviosos, pensaron que, si moría, alguno de ellos lo había matado. Pero todos, hasta ese momento, pisaban tierra firme y el verdadero infierno no abría sus puertas totalmente, aunque ya se podía entrever su fondo escuro.
“Vivos y desarmados”, los vio Ortiz Molina luego de la balacera. “Muertos en el tiroteo y armados”, aseguraron públicamente los policías.
Es conocido el ejemplo del físico austriaco Erwin Schrödinger para explicar un principio cuántico: un gato encerrado en una caja oscura está vivo y muerto a la vez, hasta que no logremos abrir la caja para confirmar su estado. Asimismo, es conocido el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, que se manifiesta contundente en la realidad de la podredumbre humana. Este principio cuántico asegura que siempre habrá algún elemento de la realidad de las particulas que se nos escape o sencillamente nunca podremos saber, pues es su naturaleza. A mayor precisión de la posición de una partícula, menos precisa será determinar su velocidad. Como decir, a mayor el grado de precisión de la realidad, más dudosa será su verdad, y viceversa. Son paradojas de la física cuántica y de la realidad humana.
El problema aquí es quién abre esa caja oscura y nos indica el verdadero estado del gato, pues, lo sabe la filosofía hace mucho tiempo y ahora la física cuántica, quien observa modifica, altera lo observado. Fue la propia Policía la que abrió inicialmente esa caja y aseguró que estaba muerto el gato. Pero, posteriormente, cuando otros investigaron los hechos del Cerro Maravilla, fueron revelados los elementos que se le habían escapado a la Policía y se descubrió que aquello era más bien una caja de Pandora que, al abrirse, mostró que los jóvenes seguían vivos al terminar la balacera. Y junto con esa verdad volaron y asolaron la Isla otras verdades aterradoras, lo mismo muchas mentiras que, de tan precisas, debieron crear sospechas.
Era un manicomio el lugar. La escena del crimen fue descrita en los juicios que se siguieron con teatralidad minuciosa: blasfemias, amenazas con arrojar un pedazo de cemento sobre uno de los jóvenes, insultos, patadas, ánimos que “no eran normales”, “exaltados”, “descontrol total”, “histeria o locura colectiva”. Como decía, una escena de locos.
De rodillas y cabizbajos, pensando tal vez en el futuro que les esperaba en una cárcel o si serían ejecutados, los jóvenes entrecerraban los ojos y hablaron entre si en murmullos. Carlos estaba esposado. Arnaldo, no. Hasta alegaciones hubo de que éste se ofreció para ser informante de la Policía a cambio de su libertad, pero sería difícil asegurar que hizo esa expresión pues, como se demostró años más tarde, toda la versión inicial de estos policías respondió únicamente a su estrategia de encubrir los asesinatos, y la difamación siempre ha sido una poderosa arma para engañar.
Pero, se sabe muy bien, ninguna conspiración para “cometer” un delito es perfecta, y menos perfecta es una conspiración para “encubrir” ese delito. La matanza de Mī Lai, en Viet Nam, fue notoria por su intento de encubrir su origen y alcance, así como el escándalo de Watergate, por mencionar dos de los más conocidos y con profundas consecuencias. Coordinar ahora y para siempre una versión única entre dos divisiones policíacas que desconfiaban la una de la otra sería una tarea titánica.
Y, comprensiblemente nerviosos y con miedo, es difícil que Arnaldo Darío y Carlos Soto notaran que el agente de Arrestos Especiales enfrente de ellos estaba fuera de si, incluso tembloroso, con una escopeta en la mano. El policía tenía la seguridad de que un tiro de su incontrolada arma pudo causar la herida y tal vez hasta la muerte del agente encubierto y las emociones se trenzaron en aquella cabeza que iba descarrilándose como un carro sin frenos y sin dirección. Su ira no le permitía encontrar una razón para frenar la velocidad y la culpa no lo dejó cambiar su curso de colisión.
8. El gato en la caja oscura y cerrada (b)
Apuntando a los jóvenes, con ojos como lunas ocultas por las tinieblas y aturdido por las voces de los demonios que siempre habían acompañado a este policía, disparó una carga mortal que levantó el pecho del joven líder y lo tumbó de espaldas. Los agentes de Inteligencia que le acompañaban sólo alcanzaron a abrir tanto los ojos que, de haber sido soles, habrían bastado para iluminar el límite oscuro del sistema solar.
Con rápido movimiento, aún con su escopeta a la altura de la cintura, giró hacia sus compañeros de ley y orden:
-Se me zafó el tiro… uno de ustedes tiene que matar al otro. Yo no voy a cargar solo con ese muerto.-
Otra vez, la condena de elegir.
Los agentes de Inteligencia le escucharon sin decir nada, aunque sus ojos los tenían bien puestos en aquella escopeta que les apuntaba agitada, como si fuese ella la perturbada, y que de un único disparo podría borrarlos del mapa. De tan rápidos los sucesos, es posible que hasta una lágrima del joven prisionero no tuvo tiempo de escapar de aquellos ojos tristes que miraban los ojos idos de su joven compañero y amigo, ni de la muerte que desde la tierra veía expectante los sucesos. Tampoco le fue posible encontrar las palabras que le permitieran implorar por su vida. El miedo ya las habría herido.
-¡Y eso es ahora, puñeta, antes de que lleguen los compañeros!- gritó el agente.
Al quitarle las esposas a Carlos, y cuando finalmente el joven comenzaba a levantar su rostro y abrir la boca con la esperanza de que algo saliera en su defensa, algo así como, nunca he puesto la vida de nadie en riesgo, nunca he matado a nadie, nunca he herido a nadie, uno de los agentes de Inteligencia le disparó y le alcanzó las piernas.
“Estoy herido nada más, tírame a la cabeza”, habría dicho en desafío el joven, cuenta la leyenda. Y el agente que iba desarmado le arrebató la pistola a su paralizado compañero de División, incapaz de rematarlo, y le dejó caer dos tiros adicionales, mostrando uno de ellos la brutalidad que puede tener una bala, al atravesarle el esternón, el saco pericardio, el corazón, el pulmón y salir lo más campante por la espalda, como si nada hubiera pasado, como si solamente ejerciera su naturaleza, sin culpa ni remordimientos.
Son disparos que nunca dejaron de resonar, por más sordinas que le intentasen poner, las mismas sordinas que años más tarde tampoco lograron mitigar la crueldad con la que acabaron la melodía de aquella trompeta solitaria. Estremece saber, como denuncia la canción de Pablo Milanés, que “la vida no vale nada si al final, por el abuso, se decide la jornada.”
No quisiera extender más esta crónica larga en la que no le he ahorrado tedio al lector, sobre todo si no es para añadir elementos sustanciales a los hechos, pero la tentación me vence. Al preguntársele a Jorge Luis Borges sobre la tauromaquia y la figura del torero, contestó a un periodista llamado Carrizo, de ser cierta la anécdota, que la primera “es una forma vigente de barbarie” (la tauromaquia), y doy de ejemplo de otras culturas con esta misma barbarie la pelea de gallos en Puerto Rico, llamado “el deporte de los caballeros” debido a que sus apuestas de boca son honradas al quedar alguno de los combatientes desplumados como berberecho colgante, descuartizado y sangriento.
La figura del torero, sin embargo, mereció de Borges palabras más graves que, en cualquier contexto, muchos suscribiríamos. “Un cobarde”, habría denunciado con su habitual aplomo, como quien mira de lejos una guerra, sin que le temblara la razón y sus principios morales. Luego de enumerar las grandes ventajas y la disparidad de armas del torero sobre un animal “pasmado por la sorpresa, por la ansiedad, un animal que no tiene otro recurso que los reflejos de su instinto primario”, el poeta da con su fina palabra de acero una estocada mortal sobre el lomo de esa figura canallesca: “La valentía verdadera no soporta desniveles tan abusivos”. Con tales abusos se forman cordilleras extensas y montañas grandes como el Cerro Maravilla, a la vista de todos. El abuso toma muchas formas, que no se niegue, y se es justo cuando todas se denuncian.
Esta es, por supuesto, una reseña esquemática de los hechos en el Cerro Maravilla que causaron la furia del sector independentista y las acciones relacionadas que posteriormente emprendieron, si bien, no hay que ser independentista para sentir esa misma repulsión. Los detalles de esos asesinatos, sin embargo, varían según quienes hayan investigado y sus intenciones y objetivos políticos. El único hecho absolutamente cierto es que la Policía cometió esos asesinatos. Lo demás varía de persona a persona, de los intereses que pretenda promover, de la leyenda que se busca fundar, pero nada alterará los siete orificios en el esternón de Darío Rosado ni los cuatro balazos en Soto Arriví, uno de ellos en su pecho.
Es difícil, y hasta imposible ocasionalmente, conocer toda aquella información que nos pueda conducir a la más clara de las realidades. Lo razonable es, entonces, establecer aquellos datos que compongan una realidad coherente, posible, según la evidencia disponible y en este caso sólo podía ser aceptable si algunos policías involucrados en el asesinato, ya sin nada más que perder, aportaban a la verdad de los sucedido, como aquí se ha hecho en ciertos detalles importantes.
Con el tiempo, la conspiración policíaca inicial, sólida, de encubrimiento del desastroso operativo se resquebró y algunos responsables fueron encarcelados por delitos asociados con sus falsas expresiones bajo juramento en el primer foro legislativo que investigó los hechos y judicial. Hubo también sentencias por asesinato en segundo grado.
Además de los jóvenes asesinados, se sumó a la lista de víctimas, aunque no mortales, una serie de funcionarios que no lograron en los momentos primerizos saltar el alto muro que les impidió ver lo ocurrido, y fueron acusados de negligencia crasa de sus deberes, despedidos y exiliados social y profesionalmente. El cuarto miembro del MRA -Ramón- salvó ese día su vida al no acudir por la borrachera de la que no se recuperaba y por la mala vida que llevaba.
Desde entonces, peregrinar anualmente al Cerro Maravilla a honrar estos dos jóvenes se sumó a las actividades del 25 de julio de los independentistas. Lograron esos jóvenes, de una manera que no esperaban, profundizar la protesta en esa fecha. El Cerro Maravilla pasó a ser conocido en el imaginario independentista como el “Cerro de los Mártires”, donde dos cruces marcan el lugar de su sacrificio inesperado.
9. El graznido de los problemas
Demasiado alto voló con aquellas alas sujetadas con cera que se derritieron al calor del Sol, precipitándose al mar. Había pretensión, soberbia tal vez, ambición y algo de carácter riesgoso en ese joven que, para el camino, de guía tuvo a la División de Inteligencia.
Cualquiera con buen recuerdo de las décadas de 1970 y 1980 sabe del flujo caótico de eventos. Nada parecía capaz de detener los excesos que, entrelazados como circuitos electrónicos abocados al fuego, se cortosucedían un día tras otro. Se había calculado mal el factor de cresta y aquel ruido aleatorio presagiaba impactos mortales. La guerra contra la guerra injusta sólo parecía producir más guerra injusta.
Quemado como agente encubierto, González Malavé regresó de uniformado sólo para estrellarse en el mar azul de la Policía, donde finalmente naufragó. En 1979 había sido declarado agente del año. “Por la brillante labor que usted realizó durante el transcurso del pasado año de 1978”, se lee de una carta del entonces comandante de la División de Inteligencia Ángel Luis Pérez Casillas. Pero no duró el Fraile mucho tiempo en el cargo al ser separado por la propia Policía y denunciado por su vinculación con esos mismos hechos por los que se le premiaba. La División de Inteligencia ahora le daba la espalda.
En febrero de 1986, sin embargo, no prosperaron las acusaciones presentadas en su contra por el Ministerio Público, de entrampar y conducir a los jóvenes a una muerte segura y desempeño negligente en sus funciones al no impedir el secuestro del chofer de carro público.
La realidad es que aquella imputación que lo colocaba en el liderato del MRA, proponiendo las actividades delictivas, planificándolas y promoviéndolas había sido desmentida con el propio testimonio de Ramón, que rechazó esa narrativa. Arnaldo era el líder, sentenció. Ese testimonio hecho bajo juramento ante los investigadores de la primera indagación senatorial en los primeros años de la década de 1980 sobre los asesinatos en el Cerro Maravilla, nunca fue hecho público y quedó oculto entre los miles de folios de la pesquisa, hasta que en la tercera investigación senatorial a mediados de la década de 1990 fue revelado a la luz pública. Es en ese testimonio y en la forma en que se manejó donde se ocultó la segunda perversidad política, con consecuencias fatales. La primera la verán más adelante.
Ramón tampoco fue llamado a testificar públicamente en las primeras vistas públicas que cargaban fuertes motivaciones político-electorales, aunque sí en la tercera, cuando ratificó públicamente su testimonio juramentado más de una década atrás. Sencillamente, la verdad rompía con la narrativa inflamatoria que las dos primeras investigaciones establecieron sobre la participación de González Malavé en la célula, de que llevó a esos jóvenes al matadero, de que los entrampó con el único objetivo de “asesinarlos”, de darles “un escarmiento”. Las declaraciones de Ramón y toda aquella evidencia que impugnaba “la verdad” de aquella investigación fueron excluidas, así, se confirmó que se buscaba una “verdad interesada”.
La segunda investigación y vistas públicas senatoriales de esos sucesos se llevaron a cabo entre 1989 y 1992, luego que el PPD revalidara en las elecciones de 1988. La investigación se centró en determinar si el gobernador Carlos Romero Barceló (1976-1984) y otros funcionarios de la Rama Ejecutiva y la Policía encubrieron los asesinatos en el Cerro Maravilla. Los resultados de la investigación senatorial no pudieron ser más decepcionantes para los investigadores y el partido en el poder (PPD) que, nuevamente, intentó tomar ventaja electoral de esa segunda investigación.
En entrevistas conmigo años después, tanto el presidente de la Comisión de lo Jurídico, Marcos A. Rigau, que encabezó la segunda pesquisa, como el presidente del Senado durante ambas investigaciones, Miguel Hernández Agosto, ambos del PPD, concluyeron que no descubrieron evidencia que vinculara al exgobernador Carlos Romero Barceló con la supuesta conspiración para asesinar los jóvenes ni con el encubrimiento posterior. Aunque se consideraba a Romero Barceló un “cadáver político”, luego de sobre 20 años de carrera política, “revivió” precisamente (al ser victimizado) a causa de las segundas vistas y el pueblo lo eligió a nuevos cargos públicos.
Es comprensible que sólo en la distancia, cuando las aguas del razonamiento dejan de hervir, regresan a su temperatura templada y vuelven a su nivel, se vea el absurdo de todas aquellas imputaciones psico-políticas, pero, mientras tanto, en ese interregno, como la conocida área boscosa que separa a las dos coreas, la verdad es víctima de los depredadores que la abundan.
Sin restarle el mérito a las primeras investigaciones, no se puede decir que estuvieran exentas de polvo y paja, particularmente por la escenografía montada, el melodrama intenso, sentimentalista y los golpes de efecto que procuraban, como si la verdad, para ser creída, lo necesitase, o acaso porque no sería creída si no se presentaba exagerada. Tanto montaje debió alertar a más de uno, como suele serlo “el segundo graznido del cuervo,” el que presagia problemas (Joe Nesbo, en El reino).
Alguna de la información que produjeron las investigaciones y que posteriormente se hizo pública a través de las vistas senatoriales, fue simplemente falsa, como aquella que aseguraba que uno de los asesinos orinó con chorro abundante sobre los cadáveres, siendo el escogido para esa escena un policía (no lo sabían los libretistas) con problemas de próstata que le entorpecían la añorada fluidez de épocas remotas.
Mucha de la cooperación que dieron algunos agentes participantes directos e indirectos se hizo mediante coacción, intimidación y, para que no se vieran afectados con sus testimonios, siempre a cambio de inmunidad, otorgada inclusive a policías que no estuvieron vinculados con esas muertes, pero fue la única manera que tuvieron para no enfrentar un proceso judicial y la expulsión del cuerpo policíaco.
Algunos agentes de Inteligencia fueron colocados en la escena o en las cercanías, cuando en realidad no participaron. Uno tuvo la suerte de ser retratado mientras prestaba vigilancia ese día en la actividad política del Partido Popular Democrático en el estadio Hiram Bithorn. De otro modo, habría pagado solamente porque era amigo y compañero de trabajo del Fraile. Otros agentes de Inteligencia que no estuvieron en el Cerro Maravilla y sí en esta actividad política fueron arrestados luego de las primeras vistas del Senado, cuando su entonces investigador Rivera Cruz fue nombrado Secretario de Justicia por el nuevo gobierno del PPD. Otros no pudieron limpiar su nombre.
Aún con dos investigaciones senatoriales sobre diversos aspectos de estos eventos y la de los ministerios públicos local y federal (estas, deficientes), así como el destierro profesional para ciertos fiscales y policías, no hubo satisfacción en el sector independentista. La ORVP, en la lista de “organizaciones terroristas domésticas más peligrosas” del FBI, decidió ir tras los participantes en los asesinatos en el Cerro Maravilla, “uno a uno”, y el Fraile era el primero en la lista.
Años después de la muerte de González Malavé, se logró juzgar y sentenciar a otro policía implicado en los asesinatos, con sentencias que implicaron cárcel por perjurio y asesinato en segundo grado durante 30 años. Otros ya habían negociado los cargos por delitos menores y se declararon culpables.
10. Del cielo caen las piezas del duro rompecabezas
Algunos hermanos de sangre azul de González Malavé le recomendaron esa noche de 29 de abril de 1986 en una pizzería en Puerto Nuevo, en San Juan, que tomara medidas adicionales para proteger su vida. En la calle había rumores muy fuertes de que era inminente un nuevo intento para matarlo.
Ya había salido ileso de un atentado a tiros en el interior de un centro comercial importante. Una descabellada acción que pudo haber herido o matado a más de un inocente. Nadie se adjudicó el atentado, ninguna organización clandestina quiso poner en evidencia su imprudencia. El hecho no fue informado a nadie.
Habría que ser temerario para que alguien se le aproximara sin saber a ciencia cierta cuándo contaba con alguna escolta de compañeros expolicías. Sobre todo, cuando apenas pasaban ocho meses exactos desde que sobre doscientos agentes del FBI arrestaran y encarcelaran a 15 miembros de Los Macheteros -el 30 de agosto de 1985- y otros más en meses subsiguientes. Los independentistas también cargaban el duelo de la muerte de Corretjer, el “Comandante”, ocurrida en enero de ese mismo año. Es posible que, justamente por los acontecimientos ofensivos de las autoridades y ante la muerte de su líder, la OVRP ejecutó su sentencia para demostrar que no estaban vencidos, que continuaban en pie de lucha.
A esos pesares les habrá desfigurado el orgullo que un tribunal exonerara en febrero de 1986 a González Malavé de las acusaciones ya mencionadas. Dos meses después fue asesinado. La OVPR, distinta al burocrático PRTP y un EPB en problemas operativos, era más pequeña, ágil y tomaba decisiones que podía mantener a largo plazo sin sufrir problemas económicos, de desgaste, de mando o disidencias que la dejaran inoperante. Y eran de una lealtad con raigambre nacionalista, si juraron matarle, lo matarían.
El Fraile solía dar varias vueltas por las calles cercanas a su casa en Bayamón para identificar posibles inconsistencias, un carro nuevo o sospechoso aparcado allí, algún caminante desconocido por allá, identificar un rabo que no se desprendía. Para entonces no eran usuales los tiroteos carro a carro, tan cotidianos en estos días, particularmente entre pandilleros. Se respondía antes al viejo instinto de preservar la propia vida. Un tiroteo como ese sería una ruleta rusa y personas inocentes podrían salir heridas o hasta muertas. La OVRP no querría esa mala imagen que podría afectarle políticamente.
En muchas ocasiones no llegó a su casa hasta tarde, sólo para asegurarse de que aquél carro estacionado o ese caminante desconocido no era lo que podría ser. Tampoco quería establecer una rutina fija que lo delatara, aunque sus amigos creían que ya la había adquirido. Cada intersección en que se detenía era barrida por la sospecha, planificaba al instante estrategias de escape, tomaba una ruta distinta cada día para llegar a su casa. Cuando se sentía inseguro, intuitivo o suspicaz, llamaba algún excompañero para que le hiciera la avanzada y explorara el terreno de posibles minas o le diera escolta. Por las acusaciones, había sido desarmado y encontraba reparos en la Policía y el Departamento de Justicia para rearmarlo, aun cuando fue exonerado de cargos y era un expolicía amenazado públicamente de muerte.
Pero esas vueltas también eran conocidas por sus vengadores, que continuaban recogiendo información y buscando la mejor oportunidad para descargar con golpe de mallete el dictum de su propia sentencia. A base de sus propias normas investigaron, imputaron y juzgaron. Toda una Divina Trinidad. Tres en uno, como limpiador de hogar. Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Ahora solo faltaba ejecutar, literalmente, al sentenciado, y complacerse en su propia justicia. En resumidas cuentas, como aquel famoso chiste de un juez en la corte: “para aligerar los trámites vamos a prescindir de las pruebas y pasemos directamente a la sentencia”.
Un memorando confidencial de 30 de abril de 1986 de un agente encubierto a la División de Explosivos de la Policía confirma que la OVRP estaba consciente de que González Malavé “daba una vuelta por los alrededores de la casa para saber si lo estaban siguiendo”.
Al siguiente día, la misma persona que le hizo la admisión al agente encubierto le comentó: “esta misma semana estuvieron a punto de matarlo par de ocasiones, pero por estar la mamá de González Malavé presente lo perdonaron”. Sin embargo, los deseos de venganza deshojan la paciencia y presionan el alma y el gatillo. El Fraile fue marcado el 25 de julio de 1978 y en abril de 1986 aún seguía vivo. Además, estaban en incumplimiento de una promesa, el promissum tan caro a los católicos, ante el líder. El tiempo apremiaba y debían saber que sus circunstancias como grupo se deterioraban luego de los arrestos del 30 de agosto de 1985.
“Añadió que cuando vio [la persona con quien hablaba el encubierto] a los individuos que iban a matar a [González] Malavé le dijeron que lo matarían aunque se metiera la mamá de él, porque ya había cogido mucho tiempo el asunto”.
Esta conversación del agente encubierto con Enrique Rivera Pagán consta en un memorando de 1 de mayo de 1986 dirigido a la División de Explosivos de la Policía. Un memorando de domingo 27 de abril, dos días antes del asesinato, señala que Rivera Pagán recibió la visita de una persona llamada Héctor y otro individuo que no dio su nombre, quienes saludaron al agente encubierto, a quien no conocían, y a Rivera Pagán.
Sin ser temeraria, la OVRP era bastante osada. De documentos del expediente de la OVRP en la Policía surge que Los Macheteros llamaban a los integrantes de la OVRP “los veteranos”. Ese es el testimonio del agente encubierto con contactos con el presunto miembro de la OVRP en Adjuntas.
Esa noche del 29 de abril de 1986 en la pizzería, después de darse unos tragos y comer pizza con sus amigos, el Fraile siguió de fiesta. Escuchó las preocupaciones de sus amigos, estaba consciente de las amenazas que enfrentaba y aún así otras fuerzas más persuasivas y desconocidas lo movían. “En vez de irse para la casa, se fue solo a otra pizzería a beber,” se lamentó uno de sus amigos.
Desde el momento en que enfrentó la crisis de Maravilla y mucho después de su momento de expulsión, Fraile tuvo a su lado a este agente de la Policía que lo mantenía “encaminado”, es decir, que ayudaba a mantenerlo tranquilo, apoyado, para que no profundizara su crisis causada por las fuertes presiones que generaban las investigaciones policíacas sobre él y su papel en los acontecimientos en el Cerro Maravilla. No debe ser fácil vivir despreciado, asediado, amenazado, aun cuando tuvo a su alrededor personas que lo amaban.
Ese balance lo había logrado a duras penas, hasta que un policía divulgó que González Malavé tenía vídeos sobre esos eventos y los mantenía en secreto, posiblemente para extorsionar a la Policía para que no lo expulsara del Cuerpo.
La presión de muchos sectores sobre González Malavé, por supuesto, se recrudeció para que revelara los supuestos vídeos. De momento, a nadie se le ocurrió pensar cómo era posible que el Fraile llevara consigo una cámara a un operativo, sin que nadie la viese, sobre todo sus compañeros de célula. En esa época, dichos artefactos eran robustos. La Policía no contaba con el tipo de microcámara de espionaje que se le adjudica a la CIA, a la KGB, a la Stassi o al MI-6. Sin embargo, en un país que vive su realidad a través de las pantallas de televisor o de cine, me imagino que muchos habrán creído que esto era posible y que los vídeos existían.
“Iba lo más bien hasta que vino este señor [el policía] a decir que González Malavé había grabado lo que ocurrió en Maravilla y lo tenía guardado en la casa”, me indicó el exagente de Inteligencia, a quien conozco personalmente y puedo acreditar su solvencia informativa en estos asuntos.
A las alegaciones de que González Malavé condujo viciosamente a esos jóvenes al Cerro Maravilla para que fuesen asesinados, que todo Puerto Rico conoció por virtud de las investigaciones senatoriales, se le añadió ahora que las mismas fueron grabadas. La OVRP creyó ambas y decidió sellar el destino de González Malavé. A ese momento, el Fraile comenzaba a derrumbarse. La disociación sucede cuando una persona se desconecta con la realidad que vive en su presente, muchas veces por situaciones extremas y la conducta comienza a ser, por decir lo menos, torpe.
-Sé que me vienen siguiendo,- dijo González Malavé a sus amigos.
-¿¡Qué!? ¿Y lo vienes a decir ahora?-
-Son los mismos de siempre,- respondió mientras mordía un pedazo de pizza de pepperoni, confiado en que nada pasaría si los reconocía,- y dio los nombres de los que le seguían.
El asediado exagente sonreía con cinismo, al menos así le parecía a sus compañeros, cuando le aconsejaban. Pero no era más que el temor atrapado en una boca que no lograba extenderse más allá sin que lo desocultara, y nuevamente miraba hacia el cielo, como si mostrara desagrado por la insistencia o le doliera el cuello.
Siempre resulta curioso, impensable a veces, cómo pueden existir varias versiones de un mismo hecho, que si bien difieren en el proceso, coinciden en el resultado. Ya lo vimos en los asesinatos en el Cerro Maravilla. Ahora lo vemos en el asesinato del Fraile.
Luego que González Malavé decidiera continuar bebiendo, sus amigos le pierden la pista. Todo lo que sucedió posteriormente, su asesinato y los hechos que condujeron a su muerte, se reconstruyó por investigación policíaca. Y de esa investigación hay al menos dos versiones. La primera, con información oficial aunque no revelada a la prensa y publicada en la serie Los Macheteros, en la que se aseguró que luego de dejar a sus amigos se fue directamente a su casa. Fue seguido de cerca y asesinado frente al hogar mientras él le gritaba a su madre que entrara. En ese momento fue detectado en las cercanías un vehículo blanco con dos personas en el interior, y posiblemente otro carro en apoyo.
Según esa primera investigación de los hechos, elaborada con muchas presunciones, al dirigirse el Fraile a su casa iba confiado.Sin embargo, los lapsos de tiempo parecen aquí un poco oblongados. No parecen responder al espacio viajado, si nos detuviésemos a tomar el tiempo con un reló en la mano. No salió tan tarde de esa pizzería, como parecería dada la hora establecida del ataque. ¿Se desvió de su camino para hacer una visita inesperada? ¿Hubo algo en esa posible visita que le desconcertó de tal manera que descuidó su propia seguridad o iba en estado de ensoñación? Pudo haber pensado que nadie muere en la víspera. Con toda seguridad iría cansado, el proceso de digestión debió restarle energías. A saber si comenzaba a cabecear, ojos entrecerrados que algún susto al conducir abrió.
Un sólo momento de confianza puede ser el ultimo momento de una vida bajo acecho. El escritor inglés Salman Rushdie fue apuñalado salvajemente en New York en agosto de 2022, unos 34 años después de que el ayatola Ruhollah Khomeini emitiera un pronunciamiento (fatwā) de muerte por haber escrito la novela Los versos satánicos, por el que se sintió ofendido el líder musulmán, aunque nunca la leyó. A la cabeza de Rushdie le pusieron un precio de 3,5 millones de dólares. Por pura suerte, pues iba sin escolta dentro del salón en el que se dirigía al público, sobrevivió, aunque bastante maltrecho. Por una orden de la Camorra, los clanes criminales napolitanos, el periodista italiano Roberto Saviano vive en la clandestinidad hace más de 16 años, luego que expusiera en su libro Gomorra los entrecijos empresariales y criminales de aquellos. Le queda el resto de su vida para seguir escondiéndose, sin darle motivos a la confianza.
En América Latina, donde no median tanto el pensamiento, la diplomacia y el tacto, las amenazas no suelen tener carta de naturaleza. Sin anticipar, los carteles van y asesinan a periodistas, policías, fiscales y jueces, vecinos y todo el mundo sabe porqué. Pablo Escobar echó abajo el Palacio de Justicia colombiano. De la misma forma sucede cuando el asesinato es político, el del sanguinario Somoza, por ejemplo, o los socialdemócratas Galán y Colosio, el padre Arnulfo Romero y tantas decenas de otros. Así como la extrema derecha, la extrema izquierda también cumple sus promesas clandestinas, sin amenazas públicas innecesarias, muchas veces. Cuando las hace públicas, entonces lo mejor es poner pies en polvorosa.
González Malavé debió estar prevenido los siguientes 10 o 20 años de su vida, pero lo alcanzaron a los ocho años de haber ocurrido los hechos por los que se le mató, y 14 meses después de la promesa de muerte o “justicia revolucionaria”, que le hiciera la OVPR ante un Corretjer que desfallecía, promesa que pudo haberse ratificado frente a su tumba. El Fraile siempre supo que estaban tras él, pero en el juego del gato y el ratón, el gato siempre ha demostrado más paciencia y estrategia.
De haber sido su muerte como indica la primera versión, sería tan rutinaria y vulgar como cualquier asesinato. Asesinar a un hombre a tiros ni siquiera hace titular en una página interior de nuestra prensa. La diferencia, por supuesto, la habría hecho el muerto, inclusive antes de que la OVRP se lo adjudicara. Desde el 25 de julio de 1978, todo lo que hiciera González Malavé era noticia. De ser una persona en las sombras, pasó a estar bajo las luces mediáticas con gran incomodidad, porque siempre pensó que la prensa publicaba demasiadas distorsiones de lo que sucedió y tampoco sentía que era la persona malvada que pintaba.
Sin mirar demasiado por los retrovisores, con la idea fija de llegar a su casa, se habría dirigido directamente a su muerte. Un mejor cuidado esa noche le hubiese permitido ver que lo seguían. También es posible que esa noche la OVRP hubiese puesto más precaución al seguirlo, pues muchas veces él los detectó y se les escapó.
A veces daba varias vueltas al bloque, algunas veces no paraba y regresaba 15 o 20 minutos más tarde. De haber seguido su rutinaria vuelta a la manzana, según esta primera versión de su muerte, se le hubiese despertado la suspicacia. Tal vez ese vehículo Ford Torino o modelo similar, con una sospechosa pintura verde aceituna, color del uniforme de los ejércitos, estacionado en la calle Bernardino, casi en la esquina con la calle Toronto, donde vivía con su mamá, no levantó sus sospechas, aunque no era usual que estacionara ahí. El Torino es un poderoso vehículo, mítico, de los años 70, capaz de sacarle varias millas de avance a cualquier perseguidor por su poderoso motor. Fue el carro protagonista de series de televisión, como Starsky & Hutch, y años después, de la película Gran Torino, de Clint Eastwood. Era todo un muscle car, que serviría de apoyo al operativo de la OVRP.
Tampoco se habría dirigido González Malavé por la calle Cambodia, por donde suele entrar, sino por la Bernardino. De haber entrado por la Cambodia habría visto que en la esquina con la Toronto -donde se ubica una iglesia evangélica- estaba estacionado un vehículo blanco, pequeño, que ya conocía de anteriores seguimientos, identificado luego como Nissan Sentra, en cuyo interior se veían dos siluetas que aguardaban, una de ellas fumando un cigarillo tras otro. Algunos vecinos miraban con sospecha ese vehículo. En algún momento se habrían adelantado los asesinos, apostando que al salir el Fraile de la pizzeria iría a su casa.
González Malavé habría cambiado esa noche su rutina de estacionar en la calle frente a la casa. En vez, estacionó su vehículo frente a la casa opuesta, al otro lado de la calle. Estas maniobras le restaron segundos valiosos de seguridad y protección. Ahora tendría que cruzar la calle y abrir el portón de la acera. Ese debió ser el momento en el que las personas en el Torino debían estar comunicándose desesperados con sus compañeros del auto blanco, indicándoles cada paso que daba González Malavé y preguntando porqué carajos no aparecían de una vez para matarlo.
Habrá mirado González Malavé ambos lados de la calle, sin mucho esfuerzo y con desgano, una mirada amplia, rutinaria, que no detectó nada sospechoso ni a nadie siguiéndolo, sólo su sombra al cruzar.
Eran las 10:25 de la noche cuando abría el portón de la acera y caminaba hacia el balcón. Su mamá, que tenía instrucciones de no salir ni prender la bombilla del balcón cuando él llegara, de todos modos le abrió la puerta de entrada de la casa para recibirlo. En ese instante, González Malavé vio acercarse un vehículo sospechoso, a marcha reducida, de color blanco y le gritó a su mamá que entrara inmediatamente. Sabía que venían a asesinarlo. Ese era el carro que usualmente le perseguía y que esa noche no vio, hasta ahora.
Tratando de protegerla, la empujó hacia adentro, pero con el desespero del momento la mamá terminó detrás de la puerta abierta. En ese instante, del auto blanco en lento movimiento salió por la ventana abierta un fogonazo de escopeta de nueve perdigones que, si no lo mató, es porque se fue muy alto el tiro y dieron en la parte de arriba de la puerta abierta.
El vehículo se detuvo y del lado de pasajero se abrió la puerta y con agilidad y rapidez asombrosas se asomó una persona, escopeta en mano, soltando el segundo disparo, corregido, que cubrió el área media del balcón. Un fragmento rozó el dedo de su madre Carmen, resguardada tras la puerta, posiblemente el mismo dedo que casi pierde su hijo en los sucesos en el Cerro Maravilla, pero el disparo tampoco mató a Fraile. No hay que imaginar el abanico de emociones y sentimientos que crucificaban el cuerpo de Carmen en ese momento, desde sentir el terror de que le disparasen hasta la preocupación de que le matasen a su hijo allí mismo y frente a ella, y con toda seguridad con más miedo de lo segundo que de lo primero. De haber podido hubiera cubierto el cuerpo de su hijo con el suyo para coger los tiros. Es una madre. Un padre hubiera hecho lo mismo. Como su grito de dolor, más por su hijo que por su dedo.
Es una memoria que la atormentará toda su vida y de la que nadie supo porque su dolor nunca fue noticia para la prensa. Una búsqueda en internet sobre ese asesinato arrojará apenas uno que otro artículo, similares todos, y ninguno para la madre.
Aquellos perdigones no harían distinción entre madre e hijo. El desespero de la OVRP por asesinar a González Malavé le había hecho claudicar de aquél principio de no poner la vida de inocentes en riesgo y saltar por los aires que cada muerte debía tener un propósito político, estratégico, militar. En la oscuridad de esa noche, los guerrilleros sólo cumplirían una “obligación pendiente”, costase las vidas que fueran. Hay obligaciones que al realizarlas sólo se atiende a su eficacia, justo como las balas al ser liberadas.
Un tercer escopetazo, casi simultáneo con los dos anteriores, alcanzó la cabeza y el lumbar de González Malavé. Había logrado dar un paso escaso que le puso en dirección a la entrada de la casa abierta, pero no fue suficiente para salvar la vida, un paso pequeño para este hombre cuando lo que necesitaba era un gran salto para salvar su humanidad.
El vecino que lo esperaba cada noche para saludarlo de lejos -que esa noche no tuvo la ocasión de hacerlo- se había ido a dormir y al escuchar las detonaciones vio por la ventana un auto pequeño, blanco, que doblaba la esquina. Se había consumado el “asesinato político”, según la expresión revelada al agente encubierto de Adjuntas.
11. Un nuevo cielo político
La realidad es que no hubo entusiasmo en la Policía ni en el Departamento de Justicia para esclarecer ese asesinato. La prensa lo reportó y dio un seguimiento menos que adecuado, como si ya todo hubiese sido dicho y juzgado, y a saber si pensaron que hasta merecido. Una mención en The New York Times tampoco rescató el interés ni sembró una importancia más duradera en la prensa de Puerto Rico. Con una portada inmediata en varios diarios locales, breve y sensacionalista, se cumplió ese deber. Muchos años después la Asociación de Policías denunció la inercia investigativa y reclamó acción, sin llegar a mover a nadie. Hasta muerto González Malavé era una figura controversial del que todos, excepto unos pocos amigos, querían alejarse.
La guerrilla urbana y su impacto político supuso un problema nuevo para el gobierno, distinto a la lucha frontal de los nacionalistas. La Policía por si misma era incapaz de enfrentarla y el terreno político en el que también operaba estaba más allá de sus competencias, a pesar de los intentos de la División de Inteligencia, politizada. No eran “enemigos” con los que se pudiera estabecer un diálogo, un cese al fuego y conversaciones de paz. Aunque desde los inicios de la guerrilla en los ’60 la Policía logró arrestos y desarticular algunas células, la fuente que la creaba era el trauma político que vivía la Isla. En esas décadas del 1960 al 1980 fue evidente el fracaso del gobierno para enfrentar la violencia política. Además, hubo una vena externa, global, que la alimentaba.
De la Ilíada todos pudieron haber aprendido que con la fuerza -única- del “destructor de ciudades”, Aquiles o su “ira”, como la descifra Sloterdijk, no se gana una guerra. Fue Ulises y su estrategia, su astucia, al colocar el caballo al interior de Troya, lo que le dio la victoria a los griegos.
Los terribles acontecimientos en el Cerro Maravilla, como una herida abierta y extensa, dividió la Isla en dos, como ya lo hace la Cordillera Central, y dejó profundas consecuencias políticas. Algunos sostuvieron que hubo una conspiración para asesinar los jóvenes, y otros defendieron al gobierno en su lucha, ineficaz, enteramente policíaca, contra el terrorismo. La guerrilla, por otro lado, sabía que enfrentaba el peor de los escenarios pues, al fin de cuentas, era contra el Tío Sam que luchaba y vencerlo en el terreno militar era realmente imposible. Durante este impasse algunos cuadros políticos de izquierda se sumaron a la guerrilla.
Lo usual es que haya tres fuerzas ideológicas con representación político-partidista cada una: la integración política y la colonial (autoproclamada autonomista), las mayoritarias, y; la minoritaria independencia. Al estremecerse el cielo político a causa del fenómeno en el Cerro Maravilla, también se modificaron las estrategias políticas y las lealtades de partido, una de ellas bastante inusual y, por sus implicaciones y largas consecuencias, con dureza criticada.
El efecto político en la izquierda electoralista, sin embargo, no fue el esperado. En las elecciones de 1980 el PSP y el PPD formaron una impensable alianza secreta, en la que el primero apoyaría (no institucionalmente) al segundo en sus aspiraciones eleccionarias a cambio del esclarecimiento de las acciones en el Cerro Maravilla y adjudicar responsabilidades, detener al gobernador integracionista (Romero Barceló) que alegadamente propició y encubrió esos asesinatos, y fulminar a la estadidad (integración política). Ese fue el inicio público del llamado “voto melón”, en el que el verde exterior de la fruta se asocia con la ideología independentista, por ser el color oficial del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), pero adentro -en las urnas- votan el rojo del partido colonial. Esta práctica del voto independentista “para detener la estadidad”, sin embargo, no era nueva.
Corretjer, de larga trayectoria política, siempre supo de ellas y las proscribió. “Sobre la cuestión de la unidad de las fuerzas independentistas con los autonomistas, el imperialismo está usando el miedo a la estadidad que los independentistas tienen para volver y repetir la maniobra de unir a los independentistas con los autonomistas en el gobierno y seguir el coloniaje. Eso pasó en el pasado y no debe pasar en el presente. La unidad independentista debe darse en una unidad anti-imperialista,” dijo el 2 de junio de 1978 en New York, en un discurso muy ilustrativo que más adelante volveré a citar. No lo escucharon, por más que dijera que esa estrategia resultaría en “prolongar el coloniaje”.
Y peor aún, tampoco hubo honestidad en los principios que permitieron esa alianza, al menos, de parte de uno de los aliados, se descubrió años más tarde. El exgobernador y líder del PPD en 1978, Rafael Hernández Colón, recibió del coronel de la Policía Enrique Meliá un informe extraoficial que le había pedido sobre los sucesos de Maravilla.
El alto oficial policíaco le informó pocas semanas después de los hechos que unos policías se habían vuelto locos y mataron a los jóvenes. Esa información privilegiada de un oficial policíaco todavía respetado, con el más alto rango y con fuentes indiscutibles y leales en ese cuerpo, de haberse hecho pública pudo haber acelerado por varios años el esclarecimiento de los asesinatos y desenmascar rápidamente la conspiración policíaca para encubrirlos y evitar el agudo dolor social que provocó, pero se la reservó el dirigente político del partido de la colonia para utilizarla en su campaña reeleccionaria de 1980. Ese ocultamiento de la información para uso electoral fue la primera perversidad política de estos hechos.
Es decir, se le prometió al PSP esclarecer unos sucesos que, en parte, ya lo estaban. Si Mari Bras tenía esa información al momento de los acuerdos o no, no ha sido revelado públicamente. Pero, muy seguramente, el sector independentista no lo sabía pues el documento que lo revela surgió a mediados de la década de 1990, durante la tercera investigación senatorial sobre Maravilla.
Que el PPD ganara ese año de 1980 la Asamblea Legislativa, aunque no la gobernación, fue suficiente para que el Senado iniciara la primera y más famosas vistas investigativas televisadas en las que se destaparon los hechos más escabrosos sobre esos dos asesinatos. Mientras, la participación del PSP en las elecciones de 1980, como era de esperarse, fue desastrosa, al obtener la mitad de los votos que obtuvo en 1976 y el “voto melón” arrastró consigo al electoralista PIP, que no logró sus rutinarios escaños, uno en cada cuerpo (Senado y Cámara de Representantes).
Su performance en las vistas senatoriales sobre el caso Maravilla le reportó al PPD el apoyo total de la izquierda y el triunfo en las elecciones generales de 1984, con Hernández Colón nuevamente a la cabeza. El apoyo de la izquierda independentista al partido colonial, sin embargo, les restó su momentum setentista, hasta hacer desaparecer al PSP años después, y nuevamente el PIP se quedó sin su representante en ambos cuerpos legislativos.
En cambio, desde 1976 los núcleos radicales y armados se fueron fortaleciendo, problema que no dejó imperturbable al nuevo gobierno.
Con el Departamento de Justicia en manos de aquél investigador senatorial a partir del nuevo gobierno PPD en 1985, investigar e imputarle delitos a organismos como Los Macheteros y la OVRP no sería de buen gusto. La narrativa del PPD era que esas fuerzas sólo se generaban bajo gobiernos del PNP. Sin embargo, el 30 de agosto de ese año el FBI llevó a cabo una redada y arrestó alrededor de 15 macheteros, para lo cual habría necesitado la colaboración de la División de Inteligencia de la Policía local, aunque esa participación nunca ha sido detallada ni se explicó cuánto se comprometió el gobierno del PPD en el operativo federal. La misma incógnita surge durante la muerte a Ojeda Ríos en 2005, cuando el gobierno también estaba bajo el PPD.
Por supuesto, la investigación policíaca inicial del asesinato del Fraile en 1986 quedó como se esperaba, en nada, no empece los esfuerzos de algunos agentes, quienes no recibieron el apoyo de los coroneles. No es hasta una década después que agentes de la División de Explosivos de la Policía retoman la investigación y lograron establecer una segunda versión del asesinato que resultó más certera y explosiva. Y esa, por primera vez revelada, es la siguiente.
12. Ese maldito carro blanco
Al salir de la pizzería, con medio pedazo de pizza reseca y algún trago demasiado caliente en el estómago, pero harto de las mismas recomendaciones, González Malavé decidió seguir tomando alcohol. La prisa del agente por llegar a la pizzería de un amigo antes de que cayese el aguacero que vislumbraba, por poco deja perdidos a sus seguidores. Por primera vez en ese año de seguimientos, conducía a velocidades que rayaban o superaban el límite máximo de velocidad.
Los asesinos entraron en pánico. Esa no era la ruta habitual hacia su casa y no sabían a dónde se dirigía. A esa hora nocturna del martes 29 de abril de 1986 no había tantos carros en la carretera y aumentar demasiado la velocidad para acercarse y luego reducirla y mantener el seguimiento sería demasiado sospechoso. Sabían que el agente se había convertido en un experto en tácticas de evasión y cabría la posibilidad de que, alertado, se les perdiese una vez más. Además, tenían que evitar que los detuviesen y descubrieran que iban fuertemente armados. Habrán respirado de alivio cuando a lo lejos lo vieron estacionarse en otra pizzería del sector Reparto Metropolitano, en Río Piedras.
Su estadía en esa pizzería, no muy lejana de la primera, no fue todo lo calmada que esperaba González Malavé. Ocurrió un incidente que lo involucró y que, sin tener mayores consecuencias, dejó muchos malentendidos. Supuestamente, el Fraile le había tirado un piropo a una mujer que, sin él saberlo, estaba relacionada con un policía. Este le reclamó la desvergüenza y hubo un altercado. Alguien intervino y la sangre no llegó al río. Sin embargo, el incidente propició que se generaran varias teorías sobre su muerte esa noche, una de ellas, precisamente, relacionada con este evento ante la casualidad de que un carro de color blanco, como el que guiaba el del honor injuriado, se vinculó con su asesinato. El policía fue interrogado y su vehículo ocupado sin que se lograse relacionar de ninguna manera con el fatídico destino del Fraile. A veces las casualidades ocurren, para desconsuelo de los conspiracionistas.
Otras personas promovieron la idea, basados en amenazas del propio González Malavé a la Policía si no lo restituían a su empleo, de que fue silenciado por colegas de sangre azul “porque sabía mucho”. Esto es, porque podría revelar secretos indecorosos de la Fuerza y del caso Maravilla.
La verdad, sin embargo, es que la OVRP se adjudicó el asesinato y por tajante no permitió nuevas especulaciones, como aquella de un exfiscal especial independiente que, ante la segunda comisión senatorial que investigaba el posible encubrimiento de las más altas figuras ejecutivas del gobierno en los sucesos en el Cerro Maravilla (segundas vistas del Cerro Maravilla), y por su empeño obsesivo de atacar a la Policía y al gobierno PNP de aquella época, negó la propia existencia de Los Macheteros. Propuso que esas actividades terroristas eran llevadas a cabo realmente por agentes de la Policía en su afán de desacreditar el movimiento de independencia, teoría absurda que hasta deshonraba los sacrificios personales que hicieron aquellos guerrilleros urbanos.
Esa noche, una mujer que entró al local presuntamente sólo para usar el baño miró fijamente a González Malavé, como para identificar a su Adversario, al Acusador y Calumniador, para asegurarse de que era el que era. “¡Muéstrate, Satanás!”, pudo haber pensado la mujer, dado el odio sarraceno que le tenían los creyentes independentistas al Fraile. Más tarde esa noche habrían clamado “¡vade retro!”, apártate demonio, retrocede para siempre.
Desde sus años de agente encubierto había ganado algunas libras, sin embargo, seguía inconfundible y fácil de reconocer, aunque no hacía muchas apariciones públicas. Según un parroquiano entrevistado por la Policía luego del asesinato, al salir la mujer del local se subió a un vehículo pequeño blanco, que con el tiempo fue identificado como Nissan Sentra. Esta mujer coincidió con un boceto preparado por la Policía de una de las personas sospechosas de estar involucradas directamente en el asesinato. También se buscaron datos de un segundo vehículo, el Ford Torino tal vez, que pudo haber servido de apoyo, pero sin suerte.
Nitza, que así se llamaba, era dueña de un auto con un historial que en los años ‘80 y ‘90 llamaban “cuenta loca”. Una persona en el sur de la Isla lo compró para un empleado suyo que por sus bajos ingresos no calificaba para el préstamo del auto. Este, de todos modos, no pudo continuar pagando la mensualidad y se desprendió del mismo mediante venta a alguien en el sur. De alguna manera, no se sabe si por negligencia en cuanto al papeleo del traspaso u otros asuntos, el auto terminó en una feria de venta de autos en Manatí, donde lo habría adquirido Nitza, que según la Policía estaba sentimentalmente relacionada con una persona de nombre Lisandro, quien luego figuraría como otro sospechoso.
Tiempo después del asesinato de Fraile, unos agentes intervinieron con esta mujer, posiblemente de forma engañosa e ilegal, mientras conducía el auto. El único propósito fue identificarla, pues en ese momento les era desconocida. Desde entonces, se le mantuvo en estrecha vigilancia policíaca y se buscaba la manera de detenerla. El auto y la tablilla habían sido identificados por varios testigos, vecinos de González Malavé, cerca de su residencia y de una iglesia evangélica la noche de su muerte.
El vecino de González Malavé que solía esperar su llegada para saludarlo y luego se retiraba a dormir, pero que esa noche no se dio el encuentro y se retiró al dormitorio, escuchó los disparos. Al asomarse por la ventana vio que un vehículo blanco doblaba la esquina. Días después otro vecino recibió una llamada de una persona que le dictaba el número de tablilla de ese auto. Era la tablilla perteneciente al auto blanco Nissan Sentra, fiel a la descripción de los testigos.
Para detenerla unos minutos, con una excusa que no quedó en la memoria de nadie pues cualquiera sería útil, uno de los agentes que visten de civil se puso el uniforme azul para parecer patrullero. Mientras indagaba la identidad, otro agente apostado al otro lado de la carretera la fotografiaba. Era todo lo que necesitaban por el momento. Ahora verían si se asemejaba al boceto de ella y si era la persona que entró aquella noche a la segunda pizzería.
Una noche poco después de esa detención, el FBI colocó en ese vehículo un rastreador, pero este fue detectado por ella y otra persona a la mañana siguiente mediante un “scanner”. Cuando revisaba el vehículo en el estacionamiento del condominio en que vivía, fue nuevamente intervenida por policías uniformados a solicitud de los agentes de Inteligencia que les indicaron -engañosamente- que investigaban el desmantelamiento de ese auto.
Al acercarse los uniformados, Nitza se habría percatado y arrojó una cartera grande de tela floreada hacia un vehículo Toyota Four Runner de la persona a la que se le vinculaba afectivamente. El agente encubierto, en su memorando de 27 de abril de 1986, había revelado que las dos personas que visitaron esa tarde a Rivera Pagán llegaron “en una guagua Toyota Negra”.
Los agentes le explicaron a la mujer que una llamada anónima les alertó que desmantelaban ese vehículo y procedieron a registrar el carro. En este encontraron un comunicado de prensa, en original, de la OVRP adjudicándose la muerte de Fraile. La mujer le admitió a la Policía que el vehículo era suyo pero tenía una “cuenta loca” y nunca le llegó la libreta de pagos. Y que si se lo quitaban perdería el dinero invertido en su compra.
Al entregarle el inventario de lo contenido en el carro confiscado, negó que el comunicado de prensa de la OVRP encontrado en el baúl fuese suyo. “Eso nunca lo había visto en mi vida, pero si me dan copia me lo llevo”, habría respondido mientras firmaba el inventario. Del original enviado al Laboratorio del FBI, alegadamente se encontraron las huellas dactilares de ella y Lisandro Rivera.
Otro sospechoso identificado por la Policía era miembro de la LSP, de nombre Héctor. A éste y Lisandro se les vinculó con Rivera Pagán, quien era entonces sospechoso de participar con Los Macheteros en el robo de un camión armado de la Wells Fargo en 1982 en el Supermercado Conchita, en Villa Fontana, Carolina, el 16 de noviembre de 1982, y en el que murió un ciudadano que intentó detenerlo. El monto robado ascendió a $336,500.
La OVRP y Los Macheteros ya habían hecho operativos conjuntos, como el robo del explosivo iremita en 1978, una serie de ataques dinamiteros con ese explosivo en 1979, el ataque al autobús de la Marina en 1979, ataque con cohetes anti-tanque M-72 al edificio federal en Hato Rey en 1983 y en 1985 a la antigua Corte federal de Distrito -aún en uso- en el Viejo San Juan, entre otros.
Rivera Pagán también fue sospechoso de haber participado en la muerte de González Malavé, según algunos memorandos del FBI. No obstante, al no prosperar la investigación, la agencia federal recomendó el cierre de la investigación en 1987.
En esas fechas, el Secretario de Justicia Héctor Rivera Cruz, primer investigador del Senado de los eventos en el Cerro Maravilla y quien adelantó y sostuvo la teoría de que el Fraile, junto a los otros componentes policíacos, emboscó para asesinar a los jóvenes del MRA y le adjudicó ser el verdadero líder del grupo, no propició la investigación, aunque en Puerto Rico el delito de asesinato no prescribe.
13. Todos caerán, uno a uno (a)
Luego de asesinar al Fraile, mediante llamada telefónica a varios medios de prensa la OVRP prometió que “todos caerán, uno a uno”, todos los policías que participaron en el asesinato de los jóvenes del MRA. El comandante Corretjer, postrado y a punto de fallecer en enero de 1985, hizo jurar a la dirigencia militarizada de la LSP que matarían a González Malavé.
“La Organización de Voluntarios por la Revolución Puertorriqueña (O.V.R.P.) reclama responsabilidad por el ajusticiamiento del notorio asesino del Cerro Maravilla, Alejandro González Malavé. Nuestra organización, que mantiene una continua lucha contra la presencia del imperialismo yanqui en la isla, en especial su estructura guerrerista, ha hecho un alto para cumplir con esta obligación pendiente del independentismo boricua.
Desde un principio sabíamos que la mal llamada ‘justicia’ del sistema colonial nada haría por castigar los culpables de Maravilla debido a lo comprometido que se encuentra su amo, el gobierno federal, en el planeamiento y asesinato de los jóvenes compañeros independentistas.
Hacemos claro que cualquier represalia, venga de donde venga, será responsabilidad del gobierno federal, pues ninguno de sus grupos para-militares organizados en Puerto Rico se atreven a actuar sin su consentimiento”.
Estas declaraciones se emitieron pocas horas después del asesinato.
En un análisis político de 1984 sobre los asesinatos en el Cerro Maravilla, el profesor Ramón Nenadich, a quien se le vinculó con la LSP, había advertido sobre los problemas “de no asumirse una posición firmemente moral frente a este magno crimen”, lo cual abrió una causa de acción distinta, esto es, moral, frente al razonamiento político-militar del grupo.
Durante una conferencia el 23 de septiembre de 1978 en la ciudad de New York, Julio Rosado Ayala, coordinador en la costa este del Movimiento de Liberación Nacional, y luego (1982) integrante de las FALN, señaló con evidente claridad educativa: “Es fundamental reconocer que las acciones militares son el resultado de una preparación en el ámbito de la política organizada. Es el resultado de una estrategia formulada de antemano, y es una expresión táctica, es decir, un medio para alcanzar un objetivo político. Y debido a que esta es la realidad de las cosas, cualquiera que intente lanzar un pequeño grupo, una élite armada, contra el imperio, seguramente se estrellará contra el muro de piedra del fracaso”.
Aunque fueron principios que en algún momento sostuvieron grupos como el PRTP-EPB y la OVRP, no lo eran en el caso del MRA, que pareció emprender acciones voluntaristas, guevaristas, foquistas. Tampoco resulta patente que al asesinar al Fraile la OVRP encausara una estrategia política determinada o recibiera más apoyo político o adelantara la causa independentista, sino que de su faz pareció un acto de venganza. La banda había “hecho un alto” de su “continua lucha contra la presencia del imperialismo yanqui en la isla”, es decir, reconocían que nada tuvo que ver ese asesinato con su estrategia político-militar, sino que llevaron a cabo una “obligación pendiente” que ellos mismos llamaron “ajusticiamiento” y otros “justicia revolucionaria”.
Pura venganza, tan cara a los sectores nacionalistas de épocas pasadas, como fue el “ajusticiamiento” en febrero de 1936 del jefe insular de la Policía, coronel del Ejército de EE.UU. Elisha Francis Riggs, a minutos de salir de la misa dominical de la Catedral de San Juan. La acción fue en respuesta a la muerte de cuatro nacionalistas (Masacre de Río Piedras) a manos de la Policía ocurrida durante una manifestación en octubre de 1935. La presunción es que Riggs ordenó el ataque o, por su posición, fue el responsable vicario. Los dos nacionalistas que asesinaron al coronel fueron arrestados inmediatamente, torturados y fusilados ese mismo día, también en venganza, un comportamiento que nos recuerda las épocas tribales y, en la actualidad, a las gangas de narcotraficantes matándose unos a otros.
El 21 de marzo de 1937, Domingo de Ramos, la Policía atacó una manifestación nacionalista en Ponce (Masacre de Ponce). Murieron 19 personas, entre ellas, dos policías (por el fuego cruzado de ellos), y sobre 10 heridos, a manos, sobre todo, de expertos fusileros y ametralladoras Thompson colocadas estratégicamente. Los cientos de policías habían llegado a Ponce días antes de la marcha pacífica y desarmada que denunciaría el arresto de líderes nacionalistas como Pedro Albizu Campos y Corretjer.
Distinto a los sucesos en Río Piedras -la masacre y el asesinato de los dos nacionalistas- una comisión federal investigó y determinó que los manifestantes en Ponce fueron entrampados y asesinados. Dos años después, el Presidente Roosevelt destituyó al gobernador, general Blanton Winship, quien había engañado al Presidente al decirle que hubo “un choque armado”.
Y contrario también a lo ocurrido en el Cerro Maravilla, en el que a varias semanas del suceso al menos dos personas ya conocían la verdad pero retuvieron la información, la Comisión Hays, llamada así por su presidente Arthur Garfield Hays, y gracias a testigos de alta posición política y social que denunciaron los actos sin temor a represalias, en apenas dos meses determinó la responsabilidad inequívoca de la Policía en la Masacre de Ponce y logró desmantelar a tiempo el encubrimiento iniciado por Winship.
Los hallazgos de la Comisión, sin embargo, no provocaron acusaciones criminales y, en vez, algunos policías participantes fueron ascendidos de rango. Lejos de ser penalizado en la Isla, para mayor oprobio, la Legislatura declaró a Winship “hijo adoptivo de Puerto Rico,” un título que aún nuestra Asamblea Legislatura mantiene de manera humillante, pues nunca ha sido revocado.
La venganza, o la misma respuesta contra los que ejercen la violencia contra los independentistas, formó parte del ideario instrumental de lucha de Corretjer. En aquél discurso pronunciado el de 2 de junio de 1978 en New York, como secretario general de la LSP, manifestó, recordando los ataques nacionalistas al Congreso y la Casa Blair (sede provisional del presidente de EE.UU.), cómo los “puños de pólvora” golpearon esas instituciones en respuesta a lo que llamó “la perspectiva de nuestra liquidación como nación y como pueblo” y amenazó con que “pueden ser muchos los puños que toquen en las puertas de Washington con pólvora y plomo”.
“[C]uando la constabularia colonial mató a [la estudiante universitaria] Antonia Martínez, dos marinos yanquis pagaron con su vida; Y cuando la CIA bombardearon un mitin del P.S.P. en Mayagüez, asesinando a dos compañeros independentistas y patriotas por encima de cualquier sectarismo, ya saben lo que pasó en Fraunces Tabern,” dijo en la ocasión, casi dos mes antes de los sucesos en el Cerro Maravilla. Luego, en 1985, ya postrado de muerte, ordenaría vengar el asesinato de los dos jóvenes del MRA.
No perdemos de vista que uno de los asesinados en el Cerro Maravilla- Carlos Soto Arriví- era hijo del reconocido escritor puertorriqueño y nacionalista, el profesor universitario Pedro Juan Soto. Esta circunstancia sin duda creó una terrible furia en el sector independentista, particularmente cuando el joven ya estaba rendido y esposado y el historial del grupo no reflejaba acciones contra personas y apenas a propiedades. En ese caso, la vendetta pudo haber sido un desagravio al dolor del padre y a su impotencia para alcanzar justicia para su hijo asesinado. La Ley del Talión -ojo po ojo y diente por diente- nunca le fue ajena a los grupos radicalizados. Si bien, Arnaldo también era descendiente de luchadores por la independencia, pues era nieto del compañero de celda de Albizu Campos y militante nacionalista, Pablo Rosado Ortiz.
Con su acto de venganza la OVRP impidió que pasara el pasado, detuvo el tiempo y el contexto en que operaba. Puerto Rico continuaba siendo una imagen en una postal, sin evolución posible, conveniente para el resentimiento que nutre la venganza, como en todo proceso político-sicológico. Es dudoso que el objetivo fuese sanear esa herida, sino mantener el “recuerdo purificante, liberatorio o meramente creador de identidad” (Sloterdijk). “Prohido olvidar” es una consigna que busca “re-escenificar” la injusticia, la desgracia, la tragedia pues “no hay consuelo en el olvido”.
El asesinato de González Malavé debió recordarnos, nuevamente, que existe ese lugar de culto llamado “Cerro de los Mártires”, y más aún, que ante la incapacidad del Estado, de su sistema de justicia, para atender las injusticias acumuladas fueron ellos los llamados a desagraviar la humillación -derrota- que sufrió el sector independentista, según sus propios términos.
El Fraile fue la última actividad terrorista de izquierda de peso y ejecutada por un grupo de relevancia política y militar. Luego, en 1998, el Ejército Popular Boricua saboteó, mínimamente, la construcción del superacueducto y se escucharon expresiones radiales de Ojeda Ríos. Pero a ese momento el EPB ya no cambiaba los rumbos de la política puertorriqueña. El legendario guerrillero iba camino de transformarse de leyenda en mito, en cantar de gesta, en un poema épico que no se ha gestado todavía.
Para esos años de los ‘90, el EPB publicaba el panfleto El machete, a veces con extrañas alusiones de carácter religioso, indigenistas, nacionalistas y conspiracionistas, es decir, nativistas, muy lejos de sus teorías materialistas, marxistas-leninistas, dialécticas. En al menos dos ocasiones aludieron en el panfleto a mi serie “Los Macheteros”, negándome su autoría y adjudicando su redacción al FBI, además de tildarme de ser una especie de Tom Clancy, el escritor de novelas detectivescas y espionaje, y prestar mi nombre “para los artículos escritos por el FBI”, confirmando así el desfase que produce el clandestinaje con la realidad. Y si esa fue la impresión que causaron mis historias es porque, se debe admitir, algunas de las actividades realizadas por Los Macheteros fueron “de película”.
A raíz del incendio en el Hotel Dupont Plaza el 31 de diciembre de 1986 (ocho meses después del asesinato de González Malavé) provocado por miembros de la Unión de Tronquistas en medio de tensas y difíciles negociaciones laborales, el PRTP, ya separado del EPB, y algunos cuadros del EPB en esa Unión, emitió un largo comunicado de prensa en su propia revista (Pensamiento Crítico, núm 52, enero-febrero 1987) en el que, al revelar su posición ante esa tragedia, insistió en la necesidad del análisis político y contextual como parte de las acciones armadas indispensables.
“El PRTP-Macheteros es una organización política que se plantea como objetivo principal el lograr separar a Puerto Rico del dominio político y económico del imperialismo y la construcción de una República Democrática Socialista (…) Es evidente que cualquiera que se plantee seriamente acabar con el dominio yanqui tiene necesariamente que plantearse la revolución armada como método para lograrlo. La experiencia ha demostrado una y otra vez que este monstruo egoísta y poderoso sólo puede ser derrotado con la fuerza, pues es con la fuerza que mantiene su hegemonía”.
El 11 de diciembre de 1969, mientras siete bombas colocadas por el MIRA explotaban en hoteles del área turística de Condado, Ojeda Ríos y Roberto Todd ocuparon la radioemisora WUNO para reiterar, mediante cinta pregrabada, que la lucha armada “constituye el único medio efectivo en manos del pueblo puertorriqueño en lucha por su independencia y liberación nacional”. Y mientras afirmaban que “una revolución contra el imperialismo yanqui comienza esta noche”, incitaban al pueblo a tomar las calles y pelear.
En aquél discurso en New York, Corretjer afirmó el mismo principio. “La clave de la victoria” es “la conjugación de la lucha de masas con la lucha armada”, mientras, denunció a las organizaciones políticas no clandestinas y la izquierda puertorriqueña “que durante muchos años ha parecido una guerrilla desarmada”. “Hoy, igual que nunca, la realidad nos prueba que ninguna organización independentista abierta (énfasis nuestro) logrará llegar a un grado de eficacia que ponga ni remotamente en peligro la dominación imperialista sobre Puerto Rico”.
Creer, sin embargo, en la esencialidad de la lucha armada y la violencia para tomar el poder no fue exclusivo de los radicales de izquierda.
”Sólo hay una ruta a seguir y la seguiremos: la violencia, la internalización de la lucha por la libertad…”. Estas breves palabras del cubano radical de derecha José Miró Cardona son de bienvenida y apoyo a la lucha terrorista del Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU) creado en 1976 para coordinar sus actividades armadas. ”Sólo hay una ruta a seguir y la seguiremos: la violencia, la internalización de la lucha por la libertad de Cuba”, violencia que también regó con sangre el suelo borincano.
La violencia y el asesinato se imponen entonces como la única cláusula no negociable para lograr sus particulares objetivos que, al momento, en ambos casos, ha fracasado. Nadie se preguntaba entonces, ni públicamente se planteaba, si la resistencia violenta tenía fecha de caducidad o bajo qué condiciones se haría innecesaria, y si la estrategia producía los efectos deseados o los contrarios. Para Corretjer, de todos modos, sería “una lucha y guerra prolongada.”
Sobre el incendio en el hotel, que dejó 96 muertos -entre ellos Pepito Rivera Janer, presidente del periódico El Reportero, para el que entonces yo trabajaba- y cientos de heridos, el PRTP señaló que la “verdadera causa” (énfasis nuestro) fue “la grave crisis que padece nuestra sociedad” y el capitalismo, no los miembros de la Unión que desataron el fuego.
14. Todos caerán, uno a uno (b)
“Todos caerán, uno a uno”, en algún momento, todos los policías que participaron en la tragedia del Cerro Maravilla, declaró la OVRP. Era una masacre el plan contemplado, no el sacrificio de uno a nombre de todos. Su objetivo principal, sin embargo, siempre fue González Malavé. Al final, sería el único.
Años antes, el 14 de julio de 1980, en lo que pareció un acto para honrar las intenciones del MRA en el Cerro Maravilla, la OVRP se adjudicó la destrucción mediante explosivos de varias torres de comunicaciones de la Federal Aviation Administration en Vega Baja, Mayagüez y Ponce. Con ello también se pretendió validar la estrategia del MRA.
Ahora, cumpliendo órdenes y la “obligación pendiente”, cerrarían el círculo de su promesa solitaria, su venganza. Aunque, más estrictamente, no era venganza ni revancha, sino un castigo personal a aquél que supuestamente condujo los jóvenes a su muerte, un acto sin ganancias, sin aumento de poder, sólo porque “merecía” morir, sin expectativas de avanzar su lucha al no ser dirigida esa violencia a las estructuras que sostenían la colonia. Este uso de la violencia sin más fin que la destrucción de González Malavé se agotó tan pronto se ejecutó la acción. Fue un mero acto de odio que no impugnó los sistemas de dominación contra el que luchaban, un ejercicio sin fronteras de su capacidad para destruir.
En el primer comunicado emitido bajo el nombre Los Macheteros, en el que justificaron el asesinato del policía Julio Rodríguez en el municipio de Naguabo la madrugada del 24 de agosto de 1978, aludieron a los sucesos del Cerro Maravilla, ocurrido justamente un mes antes. “Intentaremos siempre efectuar nuestras acciones sin pérdida innecesaria de vidas. Contrario a la forma de actuar de la Policía…”, y enumeran una serie de incidentes entre independentistas y la Policía, entre ellos el del Cerro Maravilla.
Del policía Rodríguez sólo indicaron que intentó sacar su arma y hubo que matarlo. Esta muerte tampoco fue esclarecida por la Policía, aún con la admisión que hizo el grupo. Curiosamente, Ojeda Ríos era natural de Naguabo. Cerca de este pueblo, en el municipio de Ceiba, se instalaba la base naval Roosevelt Roads, una de las más grandes de EE.UU. fuera de su territorio continental.
Pero ese asesinato con el que salieron por primera vez a la luz bajo el nombre Los Macheteros -aunque el grupo ya había realizado durante varios años una serie de actividades de recuperación económica y asesinado al abogado Randall, bajo el provisional “Comandos Obreros”- no fue del agrado de sectores independentistas y, por su gravedad, hasta les fue impugnada su autoría y adjudicada a los enemigos del independentismo y a la Policía.
Carlos Gallisá, líder en el PSP y con el tiempo su secretario general, declaró a la prensa en ocasión de ese asesinato: “No concebimos que haya independentistas involucrados en el asesinato del policía muerto en Naguabo”; “esta es una acción tan absurda y disparatada que no descartamos la posibilidad de que haya sido planeada por los mismos enemigos del movimiento patriótico”; “ningún revolucionario serio” sería capaz de perpetrar ese asesinato pues sólo estaría sirviendo a “los propósitos del régimen colonial, brindándole excusas para arreciar su persecución y atropellos contra el independentismo y el movimiento obrero”; “acciones de esa naturaleza sólo sirven propósitos ajenos a los intereses de nuestra lucha”.
Finalmente, Gallisá relacionó ambos sucesos, los del Cerro Maravilla y Naguabo, y problematizó el análisis político que el PRTP-EPB haya podido realizar sobre los hechos, si alguno, al decir: “En los momentos en que el pueblo puertorriqueño condena enérgicamente el fusilamiento del Cerro Maravilla, el crimen de Naguabo [énfasis nuestro] sólo sirve para distraer la opinión pública”.
Negar durante muchos años que fueran asesinos -y ciertamente no se puede decir que fuese una banda de sicarios- y afirmar que su lucha nunca fue contra el pueblo sino contra las instituciones “imperialistas yankees” y sus representantes, resalta sin embargo la ironía de que el primer acto en que se dieran a conocer públicamente fuese el asesinato del policía Rodríguez. Es difícil aceptar que quien comete un asesinato no comete un crimen, como parecen justificar Los Macheteros. Luego hubo otros muertos, como antes los hubo, el mencionado Randall, por ejemplo.
El entonces presidente del Colegio de Abogados, Graciany Miranda Marchand, independentista, condenó el asesinato de Randall al señalar: “no creo que la clase obrera de este país desee alcanzar sus justas aspiraciones por medios sangrientos”. El asesinato de Randall se cometió el 22 de septiembre de 1977, un día antes de que se llevara a cabo el ritual independentista de asistir al pueblo de Lares, cuna del primer intento de alzamiento de algunos boricuas contra el debilitado gobierno déspota español en la Isla.
Durante las actividades del día 23, el presidente del PIP, Rubén Berríos, denunció ese asesinato al considerarlo contraproducente para la lucha. Mientras, el mayor líder sindical de su época y miembro del PSP, Pedro Grant, condenó todo “asesinato político”. “La muerte del licenciado Randall ha sido provocada por elementos fanáticos que nada tienen que ver con el movimiento obrero de Puerto Rico”, denunció Grant sin saber, se debe presumir de ese momento climático suyo de defensa moral del movimiento obrero, que Los Macheteros tenían vínculos tan estrechos con la Unión de Tronquistas, sus organizadores laborales y los asesores legales, tan hermanados, que podría decirse que formaban las dos caras de una misma moneda.
Mari Bras, secretario general del PSP, en un vuelco de 180 grados de sus posiciones anteriores como máximo líder de los CAL, afirmó que “ese tipo de actividad es ajena a toda táctica revolucionaria”. Mari Bras, sin embargo, debió saber algo más que el resto de los políticos independentistas, pues describió el asesinato de Randall como “una guerra entre pistoleros, marginada de las masas”, impresión que fue confirmada al pasar el tiempo, cuando algunos integrantes de Los Macheteros alquilarían sus armas y destrezas de sicario al mejor postor mientras eran miembros activos del grupo armado y la Unión de Tronquistas. Mari Bras siempre fue, ante todo, un político que, si bien no podía descartar la lucha armada, esta debía responder irremisiblemente a los objetivos políticos.
Distinto pensaba, sin embargo, Corretjer, quien afirmó en el discurso citado que “el miedo a la represión es el fracaso de la lucha de cualquier sector,” particularmente del independentista y acusa el fracaso de las actividades sindicales a ese temor que influyó hasta hacerla fracasar. “No sé de donde ha salido la idea de que se puede hacer una revolución proletaria y socialista en Puerto Rico sin que la clase obrera sufra”, se preguntó e insistió en “acabar con cierto sentimentalismo, muy deprimente a la causa revolucionaria.” Idealistas, les condenó, pues es inescapable al obrero, aludiendo al espíritu de sacrificio, “poner su cuota de dolor junto a la población de Puerto Rico” para lograr la independencia.
Aunque el asesinato de Randall nunca fue esclarecido, la Policía sospechó desde el inicio de la investigación que fue una tarea de la Unión de Tronquistas. De la descripción ofrecida por los testigos, la Policía buscó para interrogar al líder tronquista Juan Rafael Caballero (también machetero) y un mes después lo encontraron torturado y asesinado en el bosque El Yunque.
Sin embargo, este fue un asesinato por contrato cometido por el alto oficial de la Policía Alejo Maldonado y otros policías al creer que el organizador sindical había atentado contra un empresario (Braulio Mercader) de camiones utilizados como rompehuelgas que afectaban la lucha de ese sindicato. No obstante, años después un machetero “arrepentido” reveló los nombres de los supuestos asesinos de Randall -vinculados con aquél sindicato y el naciente EPB- y la Policía tampoco investigó esa confidencia, quedando en el imaginario independentista como un “asesinato político”, a pesar de la descripción de Mari Bras de que se trataba de “una guerra entre pistoleros”.
Colocar sobre una persona -demonizada, o su encarnación pura- todo el peso de las deficiencias del sistema político-económico que se combate y matarla, como si con ello liquidaran o mitigaran las estructuras que les incordian o, a todos los enemigos, no solamente parece un problema de comprensión de la realidad, sino un acto terrorista. Para grupos guerrilleros con dirección política como Los Macheteros y la OVRP, se hubiese esperado un análisis político, racional, sobre el acto de asesinar personas y no una acción “marginal” pues, como ellos, estos son también el producto, por decirlo así, de las mismas circunstancias o factores contextuales. Dicho de manera elegante, “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él” (Sartre). El asesinato de González Malavé lució precisamente como un acto individual y marginal, delirante, que puso en entredicho la lucha de estos grupos de reivindicar una moral superior, humanista.
Concomitante con ello, asesinar a dos jóvenes guerrilleros como si personificaran todo el terrorismo que se pretendía detener es un terrible abuso de poder y/o terrorismo de Estado, no sólo condenable, sino absolutamente impermisible en el que se evidencia además la carencia de respuestas políticas a la crisis que enfrenta. Se entiende también la peligrosidad de que al margen de los largos y engorrosos procesos de derecho en el Estado, se establezca una vía corta e ilegal para “impartir justicia”, es decir, una guerra sucia.
La prensa no condenó con exigencias reiteradas la muerte de González Malavé -tampoco investigada con proeficiencia por el Estado- y, no en balde su excepcionalidad, le dedicó el mismo espacio que usualmente le concede a cualquier muerte por asesinato, uno más entre los cientos de homicidios que se acumulan cada año, contrario a los del Cerro Maravilla, investigados a la saciedad por el Estado y reseñados constantemente por la prensa durante más de dos décadas.
Una encuesta de El Nuevo Día de 16 de enero de 1986, dos meses y medio antes del asesinato del Fraile, citada por Fernando Reinares (Orígenes y efectos de la violencia independentista en el proceso político puertorriqueño) reveló que apenas el 3% de las personas entrevistadas consideraba “patriotas” a Los Macheteros. La simpatía con el grupo aumentó sólo a 18% cuando los entrevistados se consideraban independentistas, aunque un 41% del total de entrevistados y un 60% de los independentistas entrevistados no los consideraba “terroristas”. Sobre este dato conflictivo, Reinares sostuvo que refleja “cierta ambigüedad [del puertorriqueño] ante la violencia”. Esa permisividad ante la violencia, hoy con asiento permanente en la sociedad, es más que evidente en estos días en las redes sociales y en las protestas callejeras.
El asesinato de individuos da la impresión perniciosa de que con ello es posible adelantar ciertas posiciones, revolucionarias o del Estado. Y peor, pone sobre cada persona indistinta la difícil tarea de demostrar que no es un peligro para algún sector opositor que puede estar mirándole con fuerte sospecha, sin medir grados de culpabilidad o inocencia. Son manchas oscuras que se destacan en un sucio escenario de guerra que extraña el deseo huidizo de lo justo.
15. Todos caerán, uno a uno (c)
El Fraile le temía a la muerte tanto como cualquiera. Sólo que su temor no determinaba sus acciones. Si cada día de su vida eludió la muerte lo hizo más para evitarle un dolor temprano a su madre y a sus pocos amigos. Esa cierta altanería que parecía exhibir al caminar le venía desde sus años adolescentes, cuando se convirtió en un informante exitoso de la Policía, una vocación que ejercía con poco temor a sus riesgos. También es cierto que el miedo a veces produce extraños comportamientos del cuerpo, como una espalda y cuello rígidos que cualquiera confundiría con el orgullo.
El Libro egipcio de los muertos fue entre los años de 1960 y 1980 una lectura típica para jóvenes curiosos. No sabemos si el Fraile lo leyó pues no era asiduo a la lectura, aunque en comparación sí leía mucho más que la mayoría de los policías, pero es usual que las enseñanzas queden en boca de algunos y se transmitan oralmente. De aquél libro se aprende que la vida enseña el camino hacia la muerte, su tránsito, y se debe estar preparado. La vida es árida como un desierto y un gran río, como el Nilo, provee una ribera confortable en la que descansar. Pero los que ahí fijen casa podrían ser víctimas en algún momento del propio río cuando se desborde. Hay que seguir caminando, sabiendo que si muriese volvería a la vida, a saber si como faraón, dios o fantasma. Era ideas toscas las que se divulgaban, basadas en aquella lectura que no siempre se entendía pero que, arraigadas, podían darle sendero a una vida.
Otra idea en el libro, aterradora, es aquella de morir por segunda vez. Modernamente, podríamos compararla con la de aquellos que son invisibilizados luego de muertos, sus causas y el razonamiento.
¿Habrá pensado González Malavé en esas ideas mientras se desangraba rápida y fatalmente por los disparos recibidos esa noche? ¿que estuvo demasiado tiempo acomodado en la ribera mientras el río finalmente se salía de su cauce, arrastrándolo?
La segunda versión de los hechos, más escabrosa, la que una década después se tomó como verdadera con la intención tan ingenua de llevar los asesinos a la corte, me la confió recientemente un amigo, exagente de Inteligencia. En esta versión de los hechos queda corregido el tiempo oblongado que no cuadraba en la primera investigación, cuando unas horas parecían haber perdido su camino en la oscuridad de la noche y se intentaba saber, sin éxito, si el Fraile se había desviado de su ruta a la casa. Para esta nueva versión que subsana esas horas perdidas y establece nuevos hechos se obtuvo la confidencia aportada por un exmiembro de la OVRP, me aseguró la fuente.
González Malavé había cometido una de las negligencias más crasas de una persona amenazada de muerte y perseguida: irse a beber alcohol sin acompañante, sin hacerle caso a los augurios y creyendo que las amenazas se disipan ante su sola presencia. No fue capaz de entender aquel viejo verso de Shakespeare en Julio César: “Si no eres inmortal, ve con cautela.” La verdad es que el exagente encubierto no tenía nada de cobarde, y si sabía que los miedosos mueren mil veces ante de morir, muy seguramente preferiría morir una sola vez, sólo que, dijo el mismo poeta inglés, “la hora precisa, los días que faltan, es lo que cuenta”.
La OVRP, por su parte, demostró una eficiencia operativa y oportuna que asustó a más de uno en la lista que había preparado, al aprovechar la situación sin contemplaciones.
González Malavé, luego de algunos tragos adicionales de hard licquor, salió de la segunda pizzería, precisamente con otro trago en la mano, que depositó en el portavasos de su vehículo. Andaba escaso de gasolina y en esa área abundan las gasolineras. Se bajó, pagó la gasolina en la estación, regresó y se la echó. De momento no tengo información de la autopsia que refleje su nivel de alcohol en la sangre, de todos modos, luego de varios tragos no podía tener sus reflejos en el mejor estado. A saber a dónde dirigía la mirada mientras echaba la gasolina al vehículo, si al cielo nuevamente, preocupado todavía de que le cayera un aguacero o el mismo cielo encima.
Al entrar a su auto para irse, ocurrió lo inimaginado, lo imposible, aquello que nos enfría el alma o hace hace que salga huyendo despavorida. Fue encañonado en la cabeza. Un visitante indetectado y no deseado lo había cercado. Un secuestro. La OVRP había decidido no extender su propia rutina de seguimiento en espera de que cometiese un error, y finalmente lo interceptó. Ahora tenían pleno control. Ya no tendrían que romper noches y días dándole seguimiento, que llegó a desesperar y poner nervioso a más de uno en la OVRP.
No es difícil imaginar el estado emocional de González Malavé, algo así como sentirse caer de un mundo al que le han sustraído el globo de repente. Ya ha estado al otro lado de esta ecuación, el que encañona, en los sucesos del Cerro Maravilla. Era el karma. Por supuesto, en esta ocasión, como en aquella, tembló de miedo.
“Vamos a buscar los vídeos que hiciste sobre Maravilla”, le dijo con voz gruesa, como cantante de jazz, el secuestrador. Ya no había prisa. Finalmente, la OVRP lo tenía y si temblaba la mano del secuestrador al empuñar el arma, debió ser por la emoción.
El trago en el portavasos llegó intacto a su destino, sin que se le derramara una sola gota. Ese pequeño dato ayudó a los investigadores de la segunda investigación a identificar la posible ruta que se tomó para llegar a la casa de González Malavé y la velocidad aproximada del auto.
Cerca de la casa del Fraile había un carro esperando con otras personas, el mismo vehículo pequeño, blanco, maldito, que tanto conocía y le cansaba por su insistencia.
Siempre que Fraile llegaba a su casa, detenía el carro frente al portón que hay al nivel de la acera, lo abría y entonces subía el carro a la rampa, frente a la marquesina. Su mamá solía abrirle la puerta de entrada a la casa, por más que él le decía que no lo hiciese porque podría ser peligroso. Le habría dicho también que no prendiera la luz exterior, para no ser un objetivo visible.
Pero esta vez, el carro lo estacionó en la calle, frente a la casa. Con la mirada atenta del asesino y su arma, González Malavé bajó del auto, abrió el portón de la acera y, al comenzar a entrar la mamá, que lo sintió llegar, salió para abrirle el portón de la marquesina. Él le grita que se meta adentro. Esta vez hubo desespero en ese grito.
El carro blanco, que esperaba, se había puesto en marcha tan pronto se apeó el Fraile y de ahí surgió la figura del hombre con la escopeta. Lanza tres disparos seguidos, alcanza a la madre y a González Malavé en el segundo, y nuevamente a este con el tercero. El secuestrador abandonó la escena en el carro blanco. La hora del atentado quedó fija en la misma que la primera versión: 10:25 de la noche.
Alrededor de las 10:50 de la noche, una persona vinculada con la LSP que se sospecha estuvo involucrada en el asesinato era dejado en su casa en Guaynabo, en un vehículo blanco. Entró apresuradamente, según vecinos. Era la misma persona que González Malavé le había dicho a sus excompañeros de la Policía que lo seguía.
Ambas versiones sobre el asesinato de González Malavé no son totalmente compatibles. Sin importar de momento cuál de las dos versiones es la correcta, en cualquiera la OVRP demostró una eficaz ejecución de su misión. Experiencia tenían. El secuestro, sin embargo, fue una novedad en las operaciones terroristas en Puerto Rico. Ya algunos macheteros habían utilizado ese recurso, pero en aquellos asuntos en que alquilaban su experiencia para asesinar, como cualquier sicario competente, no como parte de sus actividades guerrilleras.
Un secuestro tiene unas complicaciones extraordinarias para quien lo lleve a cabo. Son demasiados los eventos azarosos que pueden suceder y dar al traste con el operativo. El más conocido secuestro político llevado a cabo por una guerrilla urbana lo realizó las Brigadas Rojas, en Italia. Este grupo comunista secuestró en marzo de 1978 al exprimer ministro Aldo Moro y entonces líder parlamentario, luego de asesinar a sus cinco escoltas. Con cuatro meses de cautiverio y ante el estrechamiento del cerco, lo asesinaron.
Esta segunda versión, que según la fuente allegada a González Malavé y a la investigación, es la verdadera, nunca se manejó públicamente. Puede ser cuestionado que la OVRP realmente estuviese buscando los alegados vídeos. Es posible que así se le dijo, más bien para que relajara sus ansiedades y no cometiera en el trayecto alguna locura que pudiera reportarle una muerte más temprana e insegura para el secuestrador. La verdad sencilla y única, sin embargo, es que la OVRP no lo dejaría vivo. Ante el Comandante habían hecho un juramento y ese fue el día para cumplirlo.
De la primera investigación el Gobierno decidió que no tenía rédito político y era contraproducente a la alianza secreta formada con la izquierda. De tal modo, quedó fija en la memoria aquella esquemática primera versión. Una década después, con el Partido Nuevo Progresista en el poder, fue reactivada con agentes de la División de Explosivos y al manejar los archivos de investigación se dieron cuenta que en su momento hubo ciertos avances, con nombres de sospechosos pertenecientes a la OVRP y otra información proveniente del agente encubierto en Adjuntas. No obstante, fue paralizada por la inercia.
Los investigadores de la segunda investigación tuvieron que reconocer más adelante que la nueva cúpula policíaca y del Departamento de Justicia tampoco moverían un dedo para avanzarla. González Malavé moría por segunda vez, por invisibilización. Demasiados políticos prefirieron que fuese desterrado de la realidad el asunto, nuevamente. Algunos hechos descubiertos en la primera investigación quedaron inalterados, particularmente, la participación del pequeño auto blanco en el seguimiento y la espera.
Otro hecho inalterado fue su excesiva confianza en que nada malo podía ocurrirle ese día, aunque sabía que la OVRP había arreciado el acecho.
No dejo de pensar en ciertas similitudes fortuitas en los asesinatos de González Malavé y Muñiz Varela, al menos en sus últimos minutos de vida. Cada sector reaccionará y salvará las diferencias, y hasta se molestará al ver colocados ambos nombres en una misma oración. ¡Blasfemia! No obstante, queda confirmada la sospecha de que los soldados enemigos que caen en una guerra quedan hermanados por las lágrimas que sobre ellos se derraman, por el sufrimiento de quienes los aman.
Eran jóvenes con edades cercanas y ninguno llegó a esa edad en que tantos artistas mueren o se suicidan, como son los 37 años. Ni siquiera llegaron a los míticos 33 años, una edad tan simbólica en el mundo occidental que duele no morir en ella. La vida le marcó 28 años a González Malavé, a 21 días de cumplir los 29, y 25 a Muñiz Varela.
Ambos provocaron serias ronchas en sus opositores naturales por ser tan impetuosos en las labores e ideologías sostenidas. Se dirigían a la casa de sus madres al salir de un restaurante que era de sus apetencias y fueron seguidos al ser identificados en estos. Fueron asesinados cerca o frente a esos hogares alrededor de un año después de ser marcados, y los asesinaron mientras iban sin escolta al final del mes de abril, como si este no fuese el más esperado, al que más canciones han dedicado los compositores por su hermosa sonoridad y ser plena primavera, de renacimiento de la naturaleza, y cualquier ausencia se siente exagerada. “Acuérdate de mí, no me abandones / tan solo, que este abril me desespera”, cantaba Amaury Pérez.
Además, nunca se presentaron denuncias contra sus agresores, aunque en ambos casos las sospechas recayeron sobre personas con motivaciones y oportunidades específicas. No habría que decir también que ambos se descuidaron por un solo momento y de manera fatal, y que fueron asesinatos políticos.
16. Todos caerán, uno a uno (d)
De nada valieron las teorías conspirativas en torno a quién verdaderamente mató al Fraile. La OVRP se encargó de difundir amplia, pública y privadamente su acto.
El 30 de abril de 1986 el agente encubierto en Adjuntas señaló en su informe que al reunirse ese día con Rivera Pagán hablaron sobre la muerte del Fraile ocurrida la noche anterior. Indicó que su interlocutor dijo estar “contento” porque González Malavé “llevó a uno de sus mejores amigos a la muerte”. Además, le habló sobre la OVRP.
“Este grupo es difícil que la policía lo pueda detectar porque es un grupo de personas bien inteligentes”, le habría dicho, según el informe.
Añadió que los integrantes de la OVRP “aprovecharon el punto débil para matarlo” y que “los que participaron estaban bien armados y eran buenos tiradores”. También habría admitido, como ya había previsto Gallisá en el caso del policía de Naguabo asesinado por Los Macheteros, que el acto “desatará más aún la persecución por la Policía de los que luchan por la independencia”. Pero no ocurrió, al menos de la manera en que se esperaba.
Al irse retirando esa noche el encubierto de la casa de Enrique, este le dijo, acercándose bastante, como para que su esposa no lo oyera, que tenía que hablarle y que lo vería el fin de semana.
El susurro puso nervioso al agente pues no sabía si lo habían sacado a flote, es decir, que su identidad había sido descubierta, delatada. Por tanto, debía decidir en esos días que restaban antes del fin de semana si acudiría a la cita. Fue una noche difícil, revisando y analizando todos sus pasos, si había cometido errores, si había dicho o hecho algo que relevara que era un agente de la Policía. No era fácil decidir si llegaría a la cita o si buscaba protección policíaca. No creía que hubiera cometido algún error, pero también sabía que la protección de su identidad encubierta no estaba controlada totalmente por él.
Era posible que alguna persona de la izquierda radical estuviese infiltrada en la Policía -como sí lo estuvo- y le hubiese delatado, o que alguien le hubiera estado vigilando y le hubiese visto reunirse con algún oficial policíaco. Sabía que en la reunión con Rivera Pagán podían ponerle una bala en la cabeza, como a González Malavé días antes. Eso lo hizo pensar bastante. Asesinar a dos agentes encubiertos en una misma semana sería una imagen fatal para la Policía.
Por eso se sorprendió muchísimo cuando Rivera Pagán se presentó a su casa a las 6:45 pm del día siguiente. Le dijo que quería hablar sobre González Malavé. Definitivamente, pudo haber confirmado en ese momento que fue delatado y que sabían que no iría ese fin de semana a esa cita, por eso vino a buscarle, para matarle.
“Yo estaba viendo una película de videocassete junto a mi familia cuando llegó, usó la excusa de traerme unas tenazas que se usaron para cortar azulejos, para que yo saliera para poderme hablar”. El agente solía ayudar a Rivera Pagán en algunas faenas y hasta veía TV en su casa.
“Cuando salimos fue hasta su guagua [y aunque no es propio decir en esos informes los sentimientos del informante, muy de seguro tuvo miedo] y me entregó las tenazas y me dijo, y cito: los rumores que hay sobre que arrestaron a un individuo vinculado con la muerte de González Malavé es mentira. Porque quienes matamos a Malavé fuimos nosotros, el grupo clandestino OVRP”. Se refería claramente al incidente que tuvo González Malavé con el policía, quien a ese momento era interrogado.
Terminó añadiendo: “nos tomó seis años pero lo matamos como se merecía”.
“Me comentó que él habló con los individuos que mataron a Malavé esta semana y le habían dicho que no pasaba de esta semana que lo mataran”.
“Añadió que se les había hecho difícil porque Malavé era bien cuidadoso…”.
“Me dijo que el que la Policía arrestó no tenía nada que ver con la muerte de Alejandro González Malavé, que esto lo hace la Policía para que vean los medios noticiosos que están haciendo algo al respecto.”
“Añadió que cuando vio a los individuos que iban a matar a Malavé le dijeron que lo matarían aunque se metiera la mamá de él, porque ya había cogido mucho tiempo el asunto.”
Rivera Pagán se fue a las 7:20 pm, y el agente tomó un respiro profundo. No fue descubierto, no lo mataron y recibió información valiosa sobre el asesinato de un compañero policía apenas dos días después de los hechos. Y pasó a redactar su informe del día. Sin embargo, esa información quedó tan enterrada en los archivos policiales como enterrado y olvidado estaría el cuerpo de González Malavé. Sólo se manejó una década después, cuando esa misma División de Explosivos reinició una pesquisa que tampoco le interesó lo suficiente a los políticos. Investigar la muerte de González Malavé era azuzar un panal de avispas, pensaron. Quien ha vivido en el campo sabe que un panal de avispas no se toca ni con una vara larga, si no quieres tener que salir corriendo a salvar tu vida.
El martes 6 de mayo, al cumplirse una semana de la muerte del Fraile, Rivera Pagán se acercó a un lugar donde realizaba ciertas tareas el agente encubierto. Le comentó que las prácticas navales en Vieques que se llevaban a cabo en Vieques eran una preparación para atacar a Nicaragua, entonces bajo el poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que por supuesto, no ocurrió. Luego le pidió que pasara más tarde por su casa para discutir una noticia de periódico sobre el asesinato de González Malavé que se publicó el día anterior. Nuevamente, surgieron los temores del agente encubierto. Podría ser esta vez, y la vez pasada sólo me estaba probando.
En la nota periodística el periodista Ismael Fernández, de El Nuevo Día, decía sobre González Malavé que era “un mártir de la democracia”, calificación a la que se opuso Rivera Pagán, pero estaba de acuerdo con otros detalles. E insistió en que fue un asesinato político “y no por faldas”, otra teoría que manejaban los investigadores policíacos, aunque la OVRP se había adjudicado la muerte. Esa tarde también le comentó: “cuando el OVRP ayudó a volar con bombas los aviones de la base Muñiz, el grupo Macheteros los usó porque ellos son un grupo decidido y dispuesto a matar o que los maten”. Ese lenguaje solo podía significar que eran nacionalistas de raigambre albizuista, de “valor y sacrificio”. Su idea de que “la patria es valor y sacrificio” cruzó los tiempos como un ave atemporal, ajena a cualquier circunstancia.
Asimismo, le dijo que esa semana no trabajaría en Ponce porque le prestaría vigilancia a un agricultor “que tiene bastante dinero en Adjuntas, para ver si se le puede robar”. Ya había descartado robarle a un comerciante “porque tiene mucha seguridad en la casa”. “Hay la posibilidad que tenga una alarma directa al cuartel de la Policía y puede caer el grupo en una trampa”, le habría dicho.
Ya afuera de su casa, Rivera Pagán le señaló que un conocido miembro de la comunidad de Adjuntas (cuyo nombre he decidido omitir e identificar como A. por ser la primera letra del alfabeto) había ido hace unos meses a la casa de la viuda de Corretjer para recoger “un archivo donde se guardaban documentos importantes”. “Y con lo nervioso que está A. es posible que no lo guarde bien y se lo roben, ya que A. está un poco descontrolado mentalmente”.
Más adelante señaló el encubierto en su informe: “Me dijo que el grupo al cual él pertenecía, Enrique, el ‘OVRP’, está un poco nervioso con A. porque él los conoce, a casi todos los del grupo por sus verdaderos nombres y temen que A. sea usado por la Policía y confiese todo sobre el grupo”.
Esa fue la tarde en que Rivera Pagán le dijo al agente que Los Macheteros se referían a ellos como “los veteranos”.
17. Del silencio y el abandono
¿Seguiremos pensando que vivimos en un continuo presente?, ¿que nunca llegará el tiempo de crisis? ¿O, que los hechos del pasado no tienen consecuencias en el futuro? Si “[p]ara hacer un nuevo mundo definitivamente se comienza con uno antiguo”, como asegura Úrsula K. Le Guin, ¿no es el continuo presentismo boricua un serio obstáculo a ese desarrollo? Son preguntas de orden filosófico e histórico, pero también periodístico. El periodista, a menos que sea un “especialista en todo lo que anda mal” (para usar la frase afortunada de Shakespeare en Julio César al designar a un zapatero remendón) debe aportar los acontecimientos que considere más relevantes y enmarcarlos en su contexto histórico para que ayuden a explicar algunos problemas y avances actuales. Los hechos que nos preceden, sus signos, también nos hablan del futuro. Es permisible igualmente que los periodistas elaboren una teoría siempre que esté sostenida por la información que se revela.
El asesinato del Fraile no es una controversia inútil, ni siquiera académica o demasiado lejana en el tiempo, pasada, cuando se le pintó una nueva raya al tigre. Las consecuencias de la violencia política, de toda violencia, suelen tener largas estadías y referentes inagotables. Sin querer reducir a moraleja, enseñanza o parábola esos acontecimientos, nunca debe despreciarse un intento de comprensión de unos acontecimientos mediante los cuales, según la nueva evidencia que surge o desde nuevos ángulos o filtros, como antiguamente se decía, intentaban apoderarse de Jerusalén.
Es posible que González Malavé se arrepintiese de algunas de las decisiones que tomó durante el ejercicio de su trabajo. A saber si desempeñarse como policía uniformado o de investigación criminal o drogas, en vez de agente encubierto en grupos radicales, o intentar que el complot que fraguaba el grupo para volar las torres de comunicación en el Cerro Maravilla, y del que fue testigo presencial, fuese interceptado por la División de Inteligencia justo cuando se reunían en la Plaza de la Convalecencia, en Río Piedras. Si hubiese alcanzado algunos años más de vida, cuando la histeria de la guerra entre EE.UU. y la URSS se hubiese enfriado lo suficiente para permitirse hacer un análisis juicioso de lo que vivió, de los temores y los fracasos, durante el poscomunismo, tal vez habría formado parte de ese grupo de gendarmes y guerrilleros “arrepentidos” .
Más que por la transformación de los sistemas que intentaban echar abajo o por arrancarle suficientes cuotas para beneficio del pueblo, las actividades de las guerrillas urbanas fueron reducidas luego del arresto de Los Macheteros y otros elementos revolucionarios en agosto de 1985 y del asesinato de González Malavé ocho meses después, como si con ello quedaran zanjadas las controversias o todo se hubiese reducido al falso dilema “él o nosotros”.
Entre las posibles causas para la desaparición del PRTP-EPB y la OVRP sobresale el fallecimiento del llamado socialismo real, es decir, el horizonte a donde miraban las guerrillas, y así quedaron con la mirada petrificada en su pérdida, añorando un pasado que nunca tuvieron. Hacía tiempo que el Departamento América del Partido Comunista Cubano no era capaz de promover ni subsidiar las guerrillas en el continente y Cuba se preguntaba a si misma cómo salir de su aguda crisis, pregunta que a este momento no ha tenido respuesta. Pero, más que nada, la desaparición de las guerrillas urbanas se debió a la eficiencia de las fuerzas policiales estatales y federales para identificar los guerrilleros y arrestarlos, sin que estos hubiesen podido crear cuadros de relevo y los estratos intermedios no mostraran la experiencia e ingeniosidad para sustituir los líderes.
Al final de la década de 1990, ya el FBI lo había hecho, el gobierno de Puerto Rico se disculpó formalmente del carpeteo contra los independentistas y cualquiera que lo pareciese, y del manejo que tuvo la Policía y su División de Inteligencia de aquella crisis política. Disculparse por esa guerra sucia no debió ser tan difícil, al fin y al cabo las democracias capitalistas habían vencido a los países comunistas en la Guerra Fría. Más problemático resultó no haber iniciado una reconciliación nacional que intentara sanar las heridas. Esa herida dolorosa no permitió el reconocimieno de los errores de ambos bandos y sólo selló la mudez de los actores y sus acciones. Cualquiera se pregunta, entonces, cuánto dolor y pena puede cargar un pueblo, una persona. Aunque, debe decirse, no es que nos haya ido mejor desde entonces.
Aquellas aguas pasadas dejaron estos lodos de multiples polarizaciones concurrentes, políticas y religiosas, étnicas, personales, de una extremosidad identitaria, angustiosa y aterradora, de carácter “cancer(l)osa”, fundamentalista, conspiracionista. Va ganando terreno, además, una nueva complacencia con el autoritarismo interno y externo, como si lo echáramos de menos, amenazando con devolvernos a la niebla que se narra en esta crónica, aunque no necesariamente con los mismos actores ideológicos (aunque sobreviven algunos de ellos ocultos bajo los nuevos fundamentalismos) ni sus mecanismos para avanzar en estas nuevas trincheras que no dejan de ser lo que siempre ha sido: sangrientas. “La violencia no mantiene nada unido”, advierte Byung-Chul Han, en Topología de la violencia.
Muchos guerrilleros en el mundo, sobre todo desde las cárceles, comprendieron que dividir el mundo entre capitalistas y comunistas, ricos y pobres, religiosos y ateos, malos y buenos, blanco y negro, amo y esclavo, patrono y obrero, había sido demasiado simple e insuficiente para entender la diversidad de la condición humana, que recorre el abanico de lo que podemos ser de un extremo a otro.
Con esa simpleza que los sostenía olvidaron las complejidades del milagro o la casuística extraordinaria de la existencia y que quitarle la vida a otro ser humano es el acto más despreciable y espantoso que se pueda cometer y no una acción liberadora, sin importar si desde un razonamiento temporal parece justificado. Con el tiempo tendrían que haberse dado cuenta que no se le debe tachar el rostro a las personas, despersonalizarlas y deshumanizarlas para, con esa defensa, borrarlas de la faz de la tierra y seguir viviendo su presente continuo como si nada, como si no existiese un futuro que les alcance, como si no hubiesen hecho nada por lo que preocuparse.
Algunos de los guerrilleros en el mundo salieron a la vida política pública desde una lucha clandestina bastante notoria, se convirtieron en políticos exitosos, ministros y hasta presidentes, como Petro en Colombia, y antes Mujica, en Uruguay, por mencionar a dos exitosos comebacks con renovadas visiones. Intuyeron lo que Valerio Morucci y Adriana Faranda, líderes de las Brigadas Rojas –posiblemente la guerrilla urbana más destructiva de Europa junto a ETA- habían dicho en entrevista con Dany el Rojo en la cárcel en 1985 (La revolución y nosotros, que la quisimos tanto) cuando ya no consideraban al Estado como su enemigo ni sentían que eran presos políticos, que se podía resolver “los problemas de otra manera”. Ambos formaron parte del comando que secuestró y asesinó a Aldo Moro.
Morucci sostuvo que “se debe actuar desde dentro para transformar ese Estado al que consideramos como una máquina terrible, cuando en realidad es elástico, dinámico, susceptible de modificaciones e intervenciones”. De alguna manera también sabía lo que Ulrich Beck dirá década y media después: “el atentado terrorista fortalece El Estado”, pero se ablanda el “Estado nacional”, invocándose entonces la cooperación de los demás estados para proteger la seguridad interior amenazada y globalizando esa seguridad al desnacionalizarla, como se vio en los sucesos de las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001.
Mientras, Faranda reconoció que “no sólo el homicidio se afirmaba como práctica constante de la lucha, sino también el discurso sobre la destrucción, único valor de las organizaciones armadas.” Rechazó asimismo el concepto “revolución”, al decir que esa palabra “está vacía de sentido. Yo creo en una posibilidad de evolución social. Ya no creo en absoluto en las mutaciones radicales”. Antes, según una nota en El País digital (19 de mayo de 2012), pensaba que “la violencia era un mal necesario”.
Esa visión de la violencia como necesidad era reiterada por Ojeda Ríos, y se confirma en el citado libro de Agosto. “Puntualizaba el carácter violento y armado que tendría la revolución puertorriqueña”, y aunque podía reconocer “el papel de diversas organizaciones políticas”, así como los sectores legales y electorales que siempre han existido en la Isla, “al final, para los golpes decisivos, será esencial el ejército popular”.
Esa visión espectral del líder del EPB que desatiende las oportunidades en las condiciones políticas, fue problematizada no sólo al interior de Los Macheteros, sino que fue de amplia discusión entre líderes guerrilleros en sus respectivos países. Las Brigadas Rojas, por ejemplo, fueron incapaces de unir “ambos aspectos” (Morucci), prevaleciendo la violencia descarnada sobre su ropaje político, humano, y “la incapacidad de producir algo positivo” (Faranda).
El exguerrillero brasileño Alfredo Sirkis marcó la diferencia enorme entre luchar contra una férrea y opresora dictadura, como la que vivió Brasil en su época de militancia armada, y “los movimientos terroristas europeos” (énfasis nuestro, notar su equivalencia con aquella frase “crimen de Naguabo”, dicha por Gallisá), de esos guerrilleros que vivían en países cuyos gobiernos habían sido elegidos libremente, democráticos, en los que podían participar pública y activamente e intentar transformar la sociedad sin verse obligados a opcionar por la violencia, la muerte y la destrucción, como las bandas mencionadas y otras como la Baader-Meinhoff, en Alemania; Acción Directa, en Francia; Ejército Rojo Japonés, en Japón; Ejército Republicano Irlandés (IRA), en Irlanda del Norte e Inglaterra; ETA, en España. Esa es una de aquellas diferencias a las que aludí hace un buen rato. No puede tener la misma justificación lanzar un ataque destructivo contra una democracia que contra un estado autocrático. La narrativa de la izquierda boricua extremista y sus acciones, sin embargo, no se diferenciaba de la de cuaquier otro grupo guerrillero, incluyendo aquellos que luchaban contra sangrientas dictaduras.
Del grupo guerrillero vasco ETA (Euskadi Ta Askatasuna -País Vasco y Libertad), el jefe del comando Barcelona, Rafael Caride Simón, reconoció en la cárcel, en conversación con una de sus víctimas, que “matar no era el camino para alcanzar objetivos políticos”, particularmente de la forma indiscriminada con que esa banda lo hizo, al colocar explosivos en lugares en los que se aglomeraban personas, como supermercados y estaciones del tren. Desde entonces, muchos de estos guerrilleros se propusieron “reparar el dolor” (Faranda) que habían causado a base de entrevistarse con las víctimas y familiares y advertir en diversos foros sobre el daño que causa la violencia política. Buscaban la reconciliación que sus estados fomentaban.
Los guerrilleros urbanos en Puerto Rico, sin embargo, los que regresaron de las cárceles y aquellos que pasaron bajo el radar de las autoridades de ley y orden, prefirieron retirarse sin mucho aspaviento, como quien no quiere la cosa. Colgaron sus escudos tras la puerta como si fuesen hábitos de un monge envejecido del que nadie habla hace mucho tiempo, sin que nadie se diese cuenta, y se reinsertaron en la sociedad o siguieron con normalidad aparente sus labores cotidianas en la colonia, algunos -muy pocos- para continuar su lucha públicamente, reducida ahora a la militancia en las calles o al modelaje moralista.
¿En qué momento envainaron sus espadas? Salieron a la luz pública desenfundando sus armas y hasta con comunicados de prensa, pero nadie se enteró nunca cuándo las enfundaron, cuándo se desmovilizaron los grupos, cuándo renunciaron a la lucha armada y por qué.
Entonces, urge preguntarse ¿qué pasó con aquella cláusula no negociable, la de la lucha violenta? Ojeda Ríos fue el único notorio quien, desde siempre, reconoció que era un guerrillero marxista-leninista, nacionalista y machetero, que viviría de acuerdo con un principio rector: “valor y sacrificio” y así murió. Los demás negaron, aunque no todos, haber sido macheteros, de la OVRP o de cualquier otro grupo revolucionario, distanciándose del conflicto que les nutría.
El alzamiento popular que una vez proyectaron y por el que vivían destruyendo nunca se materializó. De hecho, algunos políticos de la propia izquierda independentista denunciaron, como hemos visto, esas actividades extremas, por contraproducentes. Si los radicales esperaban, como creyó John Wilkes Booth, que el pueblo los recibiera como héroes, tampoco ocurrió. Como cobarde, villano y asesino fue tratado Booth, hasta por los propios confederados cuya causa creía defender, al matar a Lincoln. “¿Y por qué?”, se preguntó, según su diario. “¡Inútil, inútil!”, fueron sus últimas palabras mientras miraba sus manos y moría en un enfrentamiento con los soldados unionistas.
Ninguno de los agentes encubiertos que al final de la década de 1960 se infiltraron en esos grupos, ni algunos guerrilleros que testificaron en corte contra sus compañeros, sufrió retaliación alguna. Sin embargo, la muerte de González Malavé se la planteó la OVRP como “una obligación pendiente”, un imperativo moral a ejecutar para el cual tuvo que hacer “un alto” en la lucha.
¿Habría decidido la OVRP asesinar a González Malavé si hubiese conocido su verdadero grado de participación en el MRA, que de ninguna manera fue como estableció la narrativa político-partidista-electoral que la fraguó y le adjudicó? es decir, de “líder” del grupo, “agente provocador e instigador” y conducir expresamente a aquellos jóvenes al lugar donde serían asesinados. No hay quien responda, a menos que todavía crean en aquel relato elaborado por el partido colonial con fines electorales, para alcanzar el poder.
Contrario a lo que hicieron muchos guerrilleros a lo largo del mundo, no quieren explicar ampliamente ni contestar preguntas, aunque fuese de manera anónima o informal y sin que estuviese sujeta a la propaganda, de sus actividades durante esas dos décadas de clandestinaje y convulsión política. Como si nada hubiese ocurrido. ¿Eso es vergüenza? ¿temor por su seguridad? ¿Acaso llegaron a un nivel de estatismo en el que solamente se ocupan de alcanzar o mantener el nivel medio de la subsistencia y prefieren olvidar? ¿Habrán reconocido muy adentro que sus actividades -algunas de muerte- fueron un error? ¿Hay conciencia de culpa, habrá algo de lo que arrepentirse? Por muchas razones callarán, se comprende. El silencio siempre ha sido una expresión tan contundente como las palabras, otras veces el “instante” en que se reconoce que no todo el alrededor lo era todo y hasta podían ser excluyentes.
Quedaría por ver si esa “dimensión mítica” que tuvo el terrorismo, según lo caracteriza el alemán Joschka Fischer, ese impulso idealista, emocional, aventurero y en el que se implicaron “de una manera demencial” (Faranda) no se ha agotado entre nuestros exguerrilleros, que continúan tan clandestinos como en sus años de lucha. Bien lo dice Juan Marsé, “la derrota define al hombre mucho más que el éxito”.
Lo cierto es que las actividades de las guerrillas urbanas boricuas no dejaron indiferente a nadie y ameritaban ser explicadas con suficiencia, es decir, con el concurso de los mismos guerrilleros o, lo menos, para que pasaran balance de cuánto afectó y/o modificó, en aquel presente tan lejano y su futuro actual, el proceso político puertorriqueño; si sus acciones obligaron el fortalecimiento de los mecanismos de control del Estado o los debilitaron, y; saber, ya pasado el tiempo, cuál es su nueva colocación política, si alguna, en esta Isla donde pueden expresarse y participar libre y activamente al amparo de ciertas conquistas democráticas y condenar las injusticias evidentes.
Hay otros asuntos, de carácter más íntimo, que pudieran hacer trágicas esas vidas. Desaprender, y en consecuencia, no quedar indiferentes. Si sus vidas consistían de los valores de violencia que habían creado ¿cómo logran, ahora retirados, darle significado? ¿Miran de la misma manera aquel pasado que protagonizaron, ya desplumado su romanticismo y descarnados sus cuerpos de ideas? ¿Desde qué perspectiva analizan y enjuician el mundo actual? ¿A partir de las mismas teorías cuyos fundamentos han sido duramente cuestionados y que, implantadas en el mundo real, fracasaron? ¿Siguen mirando hacia esa lejanía inexistente? ¿Todavía sueñan con las hermosas y entusiastas canciones del Coro del Ejército Rojo: Katyusha, Kalinka, Podmoskovnyye vechera?
¿Hacia dónde caminan ahora? ¿Encontraron durante su camino revolucionario a Damasco una poderosa luz que, como le ocurrió a San Pablo, logró su conversión? ¿Continuarán la tertulia en alguna librería o cualquier cafetín, como una vez en el café La Torre, apelando al materalismo dialéctico, al marxismo-leninista, a la lucha de clases, a la relación determinista entre la estructura y la superestructura, a los asuntos sindicales y la clase proletaria como sujeto histórico? ¿De qué nueva forma se relacionan con un mundo ahora abierto, múltiple, para ellos? ¿Ya dejaron de voltear sus cabezas para ver si los siguen? ¿Qué sienten cuando se les mira? ¿Qué transformaciones vitales, sicológicas, han hecho para soportar la pérdida de aquél reino idealizado? ¿Se deslizarán sus ojos hacia algunas de las nuevas tiranías latinoamericanas y a la Rusia mafiosa y autocrática e igualmente las hermosearán? O, ¿habrán ganado un poco de sentido de humor que, como sugiere Amos Oz, les ayude a soportar la desilución, relaje la tensión, su fanatismo, y les haga dudar?
Son preguntas que posiblemente no serán contestadas. Pero, de ser respondidas, ¿no darían una crónica conmovedora? Entender el significado de nuestras acciones y comunicarlas mediante el lenguaje es precisamente esa parte de la naturaleza humana que evidencia (busca) su trascendencia. Si acaso, un grito de frustración ayude a comprender el momento, alguna interjección que contenga todas sus angustias pues, a estas alturas, sólo se quiere ver la tonalidad de otra raya gris en el abanico de la condición humana.
Los periodistas, por diversas razones, tenemos a la puerta de nuestros ojos la interpretación de Camus sobre el mito de Sísifo porque, al tener ese rey astuto y condenado un breve momento “dichoso” de conciencia (que sólo el premio Nobel vio hasta entonces), nos da suficiente motivo para continuar nuestra absurda y demasiadas veces inútil tarea. Y si necesitamos ese instante de iluminación que interpreto como esperanza, es porque, terriblemente, la verdad puede yacer más en el mito original: que no reconozcamos jamás la inutilidad del esfuerzo y sólo suframos su condena. Pero, no se. Si hasta la luz tiene sus misterios, la sombra en la que muchos nos movemos no las tiene menos.
Las investigaciones iniciadas para esclarecer el asesinato de González Malavé desaparecieron, también como quien no quiere la cosa, al igual que las de los otros asesinatos políticos. Nadie, nunca, fue inculpado, tampoco se exculpó a los sospechosos. Pocas explicaciones de sus actos dieron los combatientes, más allá de justificarlos. Al final, todas esas muertes lloradas quedaron como quedan los asuntos graves en el Puerto Rico inconcluso, insepultos, esperando que el tiempo, como el más terrible de los vientos, los disperse en el aire, pues dejar pasar las cosas y esperar parecen definir el carácter esencial del alma puertorriqueña.
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