
Por Obed Betancourt / PRENSA INTENCIONAL
I
En Puerto Rico solemos creer que la transparencia que tanto le reclamamos al gobierno nos permite conocer ese otro país que, aseguramos, nos quiere ocultar. Demandamos los periodistas y distintos organismos sociales al gobierno para que nos muestre aquellos documentos que de seguro evidenciarán transacciones de dinero sospechosas, nepotismo, amiguismo o partidismo político en la otorgación de contratos o cualquier otro beneficio para realizar una tarea innecesaria que solo hará más millonaria a una empresa que, como parte del esquema, devolverá con creces algún beneficio a los políticos o administradores que toman las decisiones. Solo que puede, o no, ser cierto, por eso la indagatoria.
Pero hay otro país, o muchos países en realidad, que se ocultan a la simple vista de la sociedad indolente, incluso para el gobierno. Y hay veces que, al ser develado ese otro país oculto, trágico, la sociedad ha preferido pasarlo por alto, no darse por enterada, darlo por no visto, y por tanto, lo deja sin resolver, sobreviviente en su caída y larvado. En todo caso, expresa un ademán de desprecio ante un tema que considera sin importancia.
Mi temor es que padezcamos la enfermedad del miedo, cuya causal puede ser cualquier cosa que no comprendamos, y cuyo alivio inmediato consiste en mirar para otro lado. Aunque ese es el menor de mis temores.
Desde hace unos cuantos años, no demasiados, la trata humana, o tráfico humano, ciertamente la esclavitud, es considerada un verdadero problema mundial. No hay país, que se sepa, ajeno a este acto criminal, sea el problema de menor o mayor grado. Es la mayor actividad criminal lucrativa, luego del narcotráfico, en el mundo.
Pero la situación ha sido tratada más como un asunto policíaco, de mera interdicción, de los estados que de las permisivas sociedades que lo padecen, tanto la que provee el recurso humano como la que recibe el beneficio de esa mano de obra, barata y cautiva. Es momento, reitera la Organización de Naciones Unidas cada año, de detener la trata humana.
El 23 de agosto de 2017, apenas un mes antes del paso siniestro del huracán María, coloqué en este blog (Obed Betancourt-Prensa Intencional) mi investigación sobre un aspecto específico, desconocido hasta entonces en Puerto Rico, de la trata humana en nuestros contornos caribeños: el secuestro de inmigrantes indocumentados que llegan a nuestras costas, por una mafia de puertorriqueños. A estas alturas no hay que especificar que se trata de indocumentados dominicanos. Eso lo sabemos todos en la Isla. Así que la obligada llamada al consulado dominicano para que comentara sobre la situación recibió, muy extrañamente, la misma reacción que tuvo en todo el país la posterior publicación de la investigación: ninguna. La extrañeza fue por lo del consulado, no porque en Puerto Rico nadie se hiciera eco del reportaje, ni siquiera en los medios de comunicación masiva, ya que un avance había sido divulgado a través de la agencia de noticias local Inter News Service, pero no hubo medio que publicara la historia. A veces los medios de comunicación exhiben la misma cualidad de los sepultureros.
A fin de cuentas, sé que la discriminación contra los dominicanos en Puerto Rico, con status migratorio legal o no, es bastante fuerte. Aún así, siempre que se revelan tragedias como la que a continuación expondré nuevamente, las expectativas de los periodistas es que logren un cierto nivel de empatía o sorpresa, de tal suerte que ayude a transformar para bien la situación.
La información me había llegado de una persona involucrada con esa población y que, de manera fortuita, se había enterado durante sus distintas interacciones con ella. Otra casualidad fue encontrar un día a esa persona de manera improbable y que surgiera durante la conversación ese hecho. Así que, la fortuna giró para que color y número se encontrasen y decidiéramos hacer algo al respecto, pues mi sorpresa había sido del mismo tamaño del de la persona. Con esta de enlace, pude lograr varias entrevistas, no sin fuerte reticencia de parte de las personas perjudicadas pues, muy cotidianamente, la vida se juega en asuntos tan delicados, sobre todo frente a aquellos involucrados en el delito que pueden enfrentar largas condenas de cárcel.
De todos modos, como he dicho, el reportaje no tuvo impacto alguno en los medios de comunicación, y menos en el cotidiano vivir de los puertorriqueños, tan dedicados como estamos a sobrevivir una crisis que nos parece única.
Puedo admitir sin reparos que la decepción de un periodista cuando sus historias no alcanzan el mínimo de divulgación e impacto (y soy muy liberal al establecer ese parámetro), puede y es un disuasivo enorme para gestar nuevas investigaciones. Entonces, volver a acometer nuevas indagatorias debe asumirse como una naturaleza de la que es imposible escapar, una misión tal vez, un no saber ni querer hacer otras cosas. Que a una sociedad no le interese en lo más mínimo lo que le acontece a los inmigrantes delinea un perfil humano sin el rostro que nos define, los ojos, los oídos, las orejas y la boca, apenas un contorno que muy bien podemos asociar con un primate que solo mira, sorprendido de tener uno, a su ombligo. Discriminar contra los dominicanos que llegan a Puerto Rico en condiciones escalofriantes es una de las peores formas que tenemos de ejercer “bullying”, y una de las maneras que adopta ese “bullying” es invisibilizar, como hasta ahora se había hecho, la situación que les voy narrando.
Pudiera comenzar a cambiar la situación, se esperaría sin embargo, luego del testimonio en una reciente vista pública de una comisión del Senado de una de las militantes más activas que tiene el pueblo dominicano en Puerto Rico.
El pasado 26 de febrero, ante la Comisión de Revitalización Social y Económica, que preside la senadora Zoé Laboy Alvarado, la directora del Centro de la Mujer Dominicana (CMD), Romelinda Grullón, denunció inicialmente los problemas que atraviesan las mujeres dominicanas víctimas del tráfico humano, entre ellos, no tener un albergue especializado para esas mujeres afectadas, que suelen ser agraviadas por la violencia machista, así como por las circunstancias de su entrada irregular a Puerto Rico, quedando despojadas de los derechos a la salud, la educación y a la protección de las leyes obreras.
Lleva años Grullón, que no fue entrevistada para este reportaje, denunciando el discrimen del que es víctima esa población en esta Isla. “No hay un albergue en el que se sientan seguras porque no hay uno que trabaje directamente con mujeres víctimas de trata humana. No lo hay. No se sienten que están protegidas”, reclamó la militante por los derechos humanos.
Añadió ante la comisión senatorial que “en Puerto Rico hay tráfico (trata humana). Hay bastante y sabemos que no es tan sólo con la comunidad inmigrante sino prácticamente en muchos niveles. Hay personas conectadas en República Dominicana con otras en Puerto Rico y a veces son redes que son altas. Por ejemplo, no se considera que salgan embarcaciones que no sean detectadas por el gobierno o que salgan sabiendo que hay una vigilancia. ¿Cómo salen?, ¿cómo llegan?, ¿qué hay en ese medio?, ¿qué está pasando?”, denunció, según es citada por la prensa (Inter News Service).
Luego de reiterar el abuso de muchos patrones contra las mujeres dominicanas que tienen un status migratorio irregular, más las escasas oportunidades que tienen estas mujeres para lograr un desarrollo social, económico y educativo saludables, Grullón ofreció una serie de recomendaciones que pueden ayudar a paliar esos problemas, e igualmente tocó, al menos de lejos, según la forma en que se reporta, precisamente un problema seminal, por revictimización, y que fue el tema central del reportaje investigativo publicado en Prensa Intencional.
Los dominicanos que llegan a las costas de Puerto Rico, dijo, “presentan obstáculos para poder pagar el `rescate´, que consiste en dar cierta cantidad de dinero al raptor y sus ayudantes. En caso de no poder pagar el mismo, se ven obligadas a cometer actos sexuales en contra de su voluntad y trabajo forzoso”.
Mediante el reportaje en Prensa Intencional el país tuvo la oportunidad de conocer el problema de secuestro al que se enfrentan los dominicanos, varones y hembras, al llegar de manera irregular a las costas de la Isla. Por supuesto, no hay estadísticas policíacas ni querellas sobre esos actos criminales. Hoy día, se le ha indicado oficialmente a una comisión legislativa que dicho problema existe, que es grave y tiene nefastas consecuencias. Si hubo o no una posterior discusión sobre el problema en la comisión, al menos el reportaje no lo refleja. No obstante, ya está dicho, y no dimensionarlo de la manera adecuada, intervenir con el problema, sería nuevamente ocultarlo.
II
Creyeron que habían logrado lo suficiente cuando pisaron las arenas del oeste y noroeste de la Isla o corrieron descalzos sobre las rocas, luego de enfrentar aterrorizados centenas de millas náuticas de un mar embravecido, durante diez o 24 horas, o varios días, en frágiles yolas de madera.
Embarcaciones en las que si es posible dormir, solo lo es en el hombro de alguna persona desconocida y apretujada a su lado. Saben que el mar puede ser la mortaja que cubra sus cuerpos.
Otros, más afortunados, subieron a modernas embarcaciones pero igualmente insuficientes para proveer seguridad en mar abierto.
El acuerdo de los inmigrantes con sus compatriotas dominicanos en la República es sencillo: los traen a Puerto Rico por $2,000 o $3,000. El precio depende de varias circunstancias, particularmente del que los trae, el tamaño de la embarcación, si son varias de ellas, la cantidad de salidas semanales, la experiencia de sus capitanes y las garantías mínimas que puedan proveer.
A fin de cuentas, los traficantes de seres humanos tienen una reputación que defender para poder continuar con éxito su nefasto negocio. Aunque nunca garantizarán que no serán atrapados en alta mar o arrestados en su destino, de seguro querrán que lleguen y así aumentar su prestigio y su negocio ilegal.
Que los atrape la Guardia Costera a medio camino es otra posibilidad, y no es la peor, como sí sería quedar a la deriva, perdidos sin agua suficiente para beber, sin alimentos, ser víctimas de los tiburones o que por extrañas razones se les arroje por la borda, como ha ocurrido, o que, en su desespero, el inmigrante se arroje al mar, como también ha sucedido, cuando por horizonte solo ven un apocalipsis que, creen, no podrán superar.
“Sé de una persona que se tiró. En esa embarcación venía un hermano mío. Esa embarcación duró siete días (en llegar a Puerto Rico) porque perdieron el rumbo”, indicó una de varias fuentes que hablaron con este reportero. Por supuesto, requirieron que no se les identificara públicamente.
Se indagaba, sin embargo, no por la dura travesía, que es conocida, sino por un aspecto hasta ahora desconocido por la mayoría del pueblo puertorriqueño, por casi todos los que se embarcan en ese viaje y por las autoridades de ley y orden en Puerto Rico.
Llegar, he descubierto, es solo una parte del problema. Lo que no constaba en el acuerdo, verbal porque las ilegalidades tienen esa vieja costumbre de ser clandestinas, lo que nadie les advirtió, es que al llegar a Puerto Rico serían tomados de rehén por puertorriqueños que, en la zona, se aprovechan de manera oportunista de la necesidad y desgracia de los inmigrantes indocumentados.
Liberar al rehén podría costar otros miles de dólares, pero se factura a la persona, usualmente otro compatriota, que aquí en la Isla esté esperando al que llega, que con toda posibilidad trae muy poco dinero, si algo.
Si el que lo espera, mayormente instalado en San Juan, no tiene el dinero suficiente para pagar lo que entre ellos llaman de manera eufemística “rescate”, el inmigrante que llega podría enfrentar más de un problema, grave siempre.
La información que surge de varias entrevistas a personas relacionadas con los inmigrantes y de inmigrantes que sufrieron la experiencia de ser retenidos o secuestrados es que hay inmigrantes que salieron de la República Dominicana y todavía no han llegado a su destino, y posiblemente nunca llegarán.
Eso ya se sabe en las distintas comunidades donde se han aposentado los dominicanos -Barrio Obrero, Capetillo, Santurce- aunque otros insistirán en que es una leyenda urbana que solo busca disuadir la salida de inmigrantes ilegales.
El “rescate” puede ser, a fin de cuentas, muchas cosas, algunas veces parece la ayuda de un buen samaritano; pero es sobre todo un engaño, un negocio redondo, siempre es tráfico humano, y para otros, la traición, el secuestro y hasta el asesinato. Es la continuación de la lotería que comenzaron a jugar desde que salieron de su país.
Ellos no lo ven como un secuestro, pero le llaman “rescate”, indica una de las fuentes que recibió información de primera mano y que llamaremos Z. Este reportero igualmente entrevistó personas con conocimiento directo, víctimas.
“Lo ven como una ayuda de la gente que los recoge en la playa y los lleva a su casa”, añade Z, una persona estrechamente relacionada con esa comunidad que colaboró para contactar algunas víctimas. Pero un buen samaritano, piensa uno, no le pediría a ese inmigrante que le dé el número telefónico del contacto que tiene en Puerto Rico, luego llamaría a ese contacto y le pediría miles de dólares, a veces menos, para coordinar dónde y cuándo recogerlo o recogerla, y en otros casos, entregar al inmigrante en San Juan, o en algún pueblo de esa ruta. En uno de esos casos, una persona inmigrante fue entregada en el estacionamiento de Plaza Las Américas debido a que el contacto dominicano en la Isla nunca se había aventurado más allá del área metropolitana.
Si tienen suerte, ese puertorriqueño que los secuestra puede proveerles comida, techo, ropa, atenciones, y a cambio, en lo que llega el rescate, pedirá que haga, sin darle opciones, ciertas tareas en el hogar. Hasta le puede decir al inmigrante que será extrañado al partir. Pero el inmigrante no puede dejar de pagar. A fin de cuentas, si no hay opciones reales de irse, está en cautiverio.
Al llegar por las costas del noroeste o el oeste de Puerto Rico, a veces lo que parece un pescador casual en la costa no es sino un oportunista a la pesca de inmigrantes.
O están en la costa al acecho. Lo que no pude corroborar a este momento es si consiste de una amplia organización criminal, rígida o flexible, que los agrupa a todos, o son bandas que trabajan aisladas. Sí se confirmó, según las entrevistas, que “hay mucha gente que se dedica a eso”, a mantenerlos cautivos, aunque puedan creer los inmigrantes que es una especie de casa de seguridad, tan perdidos que llegan a un país desconocido.
Tampoco, a este momento, es posible saber si hay colusión entre los tratantes humanos dominicanos con los puertorriqueños.
Una de las fuentes, a la que le hemos asignado la letra X, aseguró que “hay personas que se dedican a eso, a pedirle dinero para rescatarlos. Puertorriqueños. Te dicen que si tienes un teléfono te llamo un familiar. Yo te quito tanto para yo llevarte a un familiar. Entonces ellos llaman a la persona. Mira, tenemos a fulano aquí, estamos pidiendo tanto. Para traerlos acá a San Juan piden dinero. No es un secuestro. Piden $1,000, $2,000”.
Es extraño escuchar a una víctima hablar como si la tragedia la sufriese otra persona. No es un secuestro, insisten, pero tienen que pagar porque ninguno de ellos se aventura a andareguear a ver si encuentra un pon para San Juan, aunque, créanlo, ha pasado.
El problema grave surge cuando no tienen un contacto en la Isla, cuando son solitarios que se aventuran sin conocer a nadie aquí. “Las personas que no tienen para pagar a veces, se ha oído decir, han desaparecido, que la familia no ha sabido más nunca de ellos. Que fulano salió para Puerto Rico y no se sabe nada, y llama la familia aquí y nada. Ha pasado mucho”, afirma X.
Al llegar a un pueblo del extremo oeste de la Isla (en este su segundo viaje), X caminó al monte hasta llegar a un lugar donde un señor le daba alimento a las gallinas. Venía junto a siete varones inmigrantes. Encontró un fogón y supo que ahí vendría gente y un señor les ayudó. El no se dedicaba a eso y los puso en contacto con alguien al que se le pagó para que los transportara a San Juan. “Ese compatriota en San Juan fue quien pagó, $300 por cada uno, unos 7”. Lo que se le escapa es que no hubieran salido del oeste sin antes pagar.
“El mío (el rescate) fue de $800. Si no lo entregas, te devuelven”, dijo otra fuente, designada con la letra Y. Todas las entrevistas se condujeron de manera separada.
“Eso, te tiran (al llegar a la Isla), nosotros llegamos como a las 4 de la mañana, sonaba el helicóptero (de FURA) cuando la yola… el muchacho se dio cuenta, el capitán dijo, tírense o se van pa’ Santo Domingo de nuevo. Tuvimos que nadar, era bastante lejos. A muchos los agarraron porque no sabían nadar, estaban cansados cuando llegaron a la orilla. Yo llegué porque sabía nadar”.
Cuando se tiró y logró caminar dentro del agua se lastimó severamente con los erizos que abundan en el área. Los primeros dos días que pasó en San Juan esta persona se mantuvo acostada por la hinchazón en los pies, y así mismo había tenido que caminar, sin zapatos, todo el trayecto hacia un lugar seguro al llegar.
Llegó a un lugar rocoso, sin calzado. “La persona que me rescató dijo: entren pa’ llá, pa’ las cuevas, porque el helicóptero anda en el aire… un señor que estaba pescando”, pero no formaba parte del contrato de los inmigrantes, al menos no con ellos.
“Ese señor es el que te aguanta y le vas a dar un número de teléfono, que él llame, a la persona que te va a rescatar”, revela Y. “Ese es el truco de ellos. Esos son los buscones. Hacen la apariencia de que están pescando pero en realidad es porque saben que llega gente. Nos quedamos ahí, por un túnel, no fue una casa, eso era monte, una cueva. El túnel de Guajataca. Eso es como de indios. Uno teme darlo” (el número telefónico de contacto). Mi mochila estaba mojaíta pero se veía el número. Y yo con los pies hinchados”, dijo.
Salió Y. un 28 de diciembre de la hermana República Dominicana y tocó la isla de Puerto Rico el 1 de enero en la madrugada. Estuvieron a pan y agua, y salami. Y los fuegos artificiales aun iluminaban la noche cerrada y fría.
Dar el número de contacto a un desconocido no es tarea fácil. Uno de los que llegó, con intentos anteriores, les previno. Alguien podía pagar el rescate y aun así no ser liberados. En ese caso, si los inmigrantes se resisten a dar el número el “rescatador” puede permitir que, del teléfono que él provee, ellos mismos llamen, a fin de cuentas, no podrán decir donde están.
“¿Ya llamaron?”, pregunta el pescador.
“Sí, yo llamé, ya me vienen a buscar”.
“Ponme a la persona que te viene a buscar”. El supuesto pescador habló con el contacto de cada persona dominicana que llegó esa madrugada.
“Yo te lo entrego en tal sitio, son tanto”. En el caso de Y. pidieron unos $800. “Se puede pedir más”, dijo, y sabe de personas que han pagado hasta $2,000.
De no hacerlo, hay varias posibilidades, según las entrevistas realizadas. Una de ellas es que la persona en Puerto Rico que intenta cerrar el trato lo entregue a la Policía, o que se niegue a cooperar si no le garantizan el pago o no encuentran al contacto y los deje a la suerte de ellos, o que retenga al indocumentado hasta que alguien pague el rescate.
También suceden otras cosas, pues nadie conoce a ciencia cierta con qué clase de persona pueda encontrarse el inmigrante. El precio del rescate lo decide el que los retiene.
También se han dado otras situaciones. “Hay varios casos de gente que te cobran $500 y no te lo entregan. Hubo un muchacho que vino conmigo que le cobraban $500 por otra vía. Y como la persona solo tenía $300, le dijeron que le llaman a la Policía. Lo puso en un sitio, la Policía llegó y lo cogió”, dijo. Pero al inmigrante le tomaron de todos modos los $300. Finalmente lo deportaron. “Ellos te atacan, son tantos, si no me los traes, sabes lo que hay”.
Otra posibilidad es que al indocumentado no se le vuelva a ver el rostro. Hay casos en que nadie, jamás, ha vuelto a saber de ellos, ni en Quisqueya ni en Borinquen. La comunidad dominicana teme que algunos de estos hayan sido, sencillamente, asesinados, como aseguran haber escuchado. No pagar, asegura Y., no es una opción.
“El sueño del dominicano es muy diferente, cuando te lo cuentan, cuando llega y lo que pasa… Todo es muy diferente”, afirma.
Familiares de las personas que hablaron conmigo, que llegaron tiempo después, también han tenido que pagar el rescate. Lo aseguran las fuentes porque ellos mismos han puesto el dinero para liberarlos de un secuestro que ellos llaman simplemente “rescate”.
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·ADENDA
Curiosamente, este lunes 4 de marzo, varios días después de la reciente revisión de este reportaje investigativo, la fiscal federal Rosa Emilia Rodríguez-Vélez anunció que el pasado 28 de febrero un Gran Jurado presentó tres acusaciones contra Héctor Sánchez Morales, por secuestro, albergar a una persona con estadía ilegal en la Isla y extorsión. La investigación fue realizada por el Buró Federal de Investigaciones (FBI).
Se alega en la acusación que el 3 de febrero pasado Sánchez Morales ilegalmente mantuvo confinada a una mujer adulta dominicana. La víctima, solo identificada como A. G., llegó indocumentada en una yola el 3 de febrero por el área de Rincón y el puertorriqueño se le acercó y le ofreció ayudarla (el buen samaritano) si se iba con él. Este la transportó a su residencia en Añasco, donde abusó sexualmente de ella luego de bañarse, en par de ocasiones.
Reteniéndola en contra de su voluntad hasta el siguiente día, y al indicarle que debería irse en la tarde o tendría que asesinarla, el acusado la obligó a llamar a su contacto en Puerto Rico para que le pagara su libertad. Esa tarde llegó el contacto de la dominicana y pagó $400. El comunicado de prensa de la Fiscalía federal no señala de qué manera se enteró el FBI de esta situación, no obstante, se indica que luego de varios días de investigación se arrestó a Sánchez Morales el 11 de febrero.
El perpetrador enfrenta una acusación de dar albergue y esconder a una persona que estaba ilegalmente en Puerto Rico para el propósito de obtener ganancias y, mientras lo hacía causó daño corporal. También enfrenta un cargo de extorsión, al requerir y recibir una recompensa por la liberación de la víctima a la que secuestró, que es el tercer cargo. El cargo de secuestro se penaliza hasta con cadena perpetua, 20 años por dar albergue y esconder a una persona indocumentada y hasta 5 años de cárcel por la extorsión.
El director del FBI en Puerto Rico, Douglas Leff, aseguró que esa agencia investiga “activamente” todos los casos de trata humana o secuestro, sin importar el status migratorio de las víctimas. Sin embargo, esta ha sido la primera vez que las autoridades de ley y orden, estatal o federal, anuncian el arresto de un secuestrador de dominicanos en Puerto Rico bajo el esquema de “rescate” denunciado en Prensa Intencional en 2017, cuya investigación ha sido confirmada ahora por las autoridades.