
Por Obed Betancourt / PRENSA INTENCIONAL
Si algo he aprendido a lo largo de los años es que a veces la verdad resulta un poco inesperada, o incluso algo ilógica, ya que los seres humanos no somos del todo racionales. Mientras que, por regla general, la mentira es -en especial si los mentirosos son torpes- demasiado homogénea y muy vaga, y cae con frecuencia en el cliché.
Mikael Blomkvist en El hombre que perseguía su sombra, de David Lagercrantz
I
Cuando comencé a atender el juicio del asesinato del joven empresario canadiense, millonario, Adam Joel Anhang Uster, en el 2007, ya se habían establecido varias verdades noticiosas que, como todas, parecían inmutables. Diría que al verlas producían la misma sensación que se siente al contemplar un lago amplio: estabilidad, quietud, seguridad y certeza. Incluso, hasta belleza, por lo ordenadito y bien planchadito que estaba todo. El joven Jonathan Román Rivera, un muchacho de la “tremenda” barriada La Perla, en el Viejo San Juan, con recorte del tipo rapado, ropa holgada, rapero, con mirada muy fija, posiblemente insensible y apagada, era el acusado del cruento crimen.
La investigación policíaca condujo a gran velocidad hacia ese sospechoso. Por cierto, una sospechosa velocidad que de tan rápida debió advertir ella misma la rareza del esclarecimiento del crimen, en un país donde los por cientos de esclarecimiento no superan los 30´s por cientos y donde los testigos directos prefieren no haber visto, oído ni escuchado nada, antes de que sean sus cuerpos los que pasen a ser objeto de posteriores autopsias y esclarecimientos.
El testigo estrella del crimen colocaba a Jonathan golpeando una y otra y otra vez con un adoquín terriblemente macizo y hermoso, azul plomizo, rectangular y recientemente traído para la reparación de las calles del Viejo San Juan, el rostro ya desfigurado y sangriento del infortunado empresario, como si más que un intento de robo le pegara con unas ganas cuyas intenciones vengativas la víctima debió reconocer, pero que no fue así. Lo cierto es que Alex Pabón Colón ya le había acuchillado el costado más que a un Cristo resignado, hasta descoserle el saco de su alma. Pero en el caos desatado sobre la víctima perdió el asesino el control del arma, blanca según describe la Policía en su expediente, pero que a mí se me antoja oscura. El cuchillo fue a parar debajo del ya inerte cuerpo, y como un Houdini infernal brotó de las manos de este mago diabólico el adoquín plomado, sin que apenas perdiese un segundo en su faena maligna, de tan diestro que fue el siniestro.
A medias yo conocía al principal fiscal del caso Manuel Núñez Corrada y muy bien al principal abogado defensor, Carmelo Dávila Torres, entonces un más joven litigante, muy verbal, de Carolina, con varios casos mediáticos en sus costillas, entre ellos uno que sólo pudo ganar completamente un decenio dspués, cuando el Tribunal Supremo de Puerto Rico vio con claridad que eran sus argumentos y su evidencia las que debieron prevalecer desde el juicio en el tribunal de instancia. Pero ese es un caso para otra historia. Dávila Torres pertenece a ese muy breve grupo de profesionales que no se dejan atrapar por el ejercicio técnico de su profesión y mantiene una mirada larga de la vida y sus hechos a través del estudio de la historia. Fuese posiblemente por su comprensión de las cosas, como por su extracto humilde y su raza negra, que en Puerto Rico se lleva a la defensiva, batallada, que el abogado le dedicó el tiempo justo al caso para apenas no caer en la bancarrota, de tanto que le dedicó. El derecho de los acusados a tener abogado y que se le represente de manera adecuada ante un tribunal roza el mito en la Isla. Es casi imposible para un acusado sufragar los altos costos de un litigio, sobre todo frente a un sistema donde los recursos de la otra parte llamada Ministerio Fiscal parecen, de tan apabullantes, más un misterio que le cae encima a uno, frente a los escasos recursos que tiene el que se defiende, cuando apenas los tiene, por supuesto. La madre de Jonathan, Doña Mirta Rivera, se vio obligada a vender bizcochos y hasta aguacates que les regalaban por montones para poder sufragar los costos del juicio. La Perla fue solidaria y mostró lo que es ser comunidad.
La defensa de Jonathan no solo fue más que adecuada. Aunque decirlo así, tan llanamente, sería incluso cometer una injusticia. Fue excepcional. Acudí al juicio y reseñé cada día cómo la defensa lograba que las acusaciones se desmoronaran. La parte acusada no solo contrainterrogó con destreza hasta lograr impugnar la supuesta certeza de la evidencia que sentó el Misterio Público, de tres fiscales (súmenle a Milagros Goutín y Jimara Maysonet), sino que trajo prueba creíble que impugnaba el propio testimonio del único testigo directo, quien en la noche no llevaba puesto sus espejuelos y venía algo tomado. Ya a este momento, lo que había contemplado inicialmente como un lago sin vibraciones en la superficie plana, se había convertido en un río caudaloso con un sonido de piedras que me obligó a redirigir y concentrar la mirada. ¡Qué carajo está pasando aquí! En la vista en que se identificó a Jonathan positivamente, como la persona asesina, recuerdo que la forma en que asesinó a Adam Joel, asestándole con un cuchillo y golpeándolo con un adoquín, fue mientras estaba en cuclillas sobre el cuerpo de la víctima. ¡Ni un Iván Rodríguez tendría tantas destrezas estando de cuclillas! Es una posición muy difícil para sostener. Cuando el supuesto testigo dice que se acercó a esa masacre que se cometí sobre uno solo, entonces el asesino salió corriendo como alma que lleva el diablo para La Perla, empinando una cuesta con gran destreza atlética. Quien haya visto a Jonathan no lo puede imaginar en esa posición, y menos corriendo como Shazam hacia La Perla.
Por eso, cuando el veredicto de culpabilidad surgió, quedé enormemente sorprendido, así como la defensa y otros abogados que vieron el juicio, que marcó, irónicamente, el retiro triunfal por edad del fiscal Núñez Corrada, hoy día todo un fiscal especial independiente. Ya a ese momento de la etapa del juicio conocía todas las interioridades del caso, la evidencia, su sospechosa procedencia, y quién debía ser el asesino. La investigación policíaca se centró en Jonathan y cerró su investigación a otros posibles sospechosos, a pesar de que un nombre surgía una y otra vez: Alex Pabón Colón, a/k/a El Loco, aunque no lo fuese. La Policía lo sabía, pero como no lo consiguió para interrogarlo, decidió irse con el sospechoso que ya tenía. Esa es una admisión policíaca. Un razonamiento bizarro, escandaloso y que con toda seguridad es contrario a todas las enseñanzas que se le imparten a los aspirantes a policía en los cursos de justicia criminal. Pero en este país están divorciados la educación y la calle. El reinante alto grado de anti-intelectualidad (de la formación pensante, para decirlo de una manera comprensible) refleja un populismo que día a día nos pavimenta una ruta encerada hacia el abismo.
II
Este juicio fue impactado por esa expectativa populista, del que la prensa sepulturera se suele hacer eco demasiado rápido, de necesitar un culpable de manera inmediata y vengadora, catártica. No sin razón los filósofos advierten sobre ello. Henry James previno sobre la “oscura razón”, que define la sinrazón colectiva, populista, inescrupulosa, que declinó hace ya mucho tiempo ser el agente de cambio esperado, el mesías histórico. Arrastradas esas conciencias individuales, se debate hoy día si la sujección a las redes sociales es solo una nueva y larga cadena “de poderes que succionan la capacidad de autodeterminación”, en palabras que acabo de leer de Fernando Mires en el blog TalCual (talcualdigital.com) al comentar sobre la pérdida de la individualidad en la masa.
No le tomó mucho tiempo al jurado encontrar culpable a Jonathan. Y más tarde supe por qué. Entrevisté a un jurado que votó contra la determinación de encontrar culpable a Jonathan y me dijo que la mayor preocupación de algunos en el jurado durante la deliberación era el “qué dirán” en Canadá sobre los puertorriqueños si no encontraban culpable a Jonathan. Se preocupaba el jurado de la imagen que podía producir Puerto Rico en el exterior, fíjese usted. Mostrábamos al mundo nuestra alta civilidad encontrando culpable a un inocente. El país necesitaba una condena y la logró, aunque fuese errónea. Ya este perro ha mordido a muchos en la historia de la humanidad. Sobre algunos hasta se fundaron religiones. Afortunadamente, nadie de la defensa legal se bajó del barco encallado para dejar a Jonathan convertirse en un nuevo mártir. Consistente con su ideario y su carácter, el abogado fue más allá de lo que se espera de un típico defensor legal y logró, al final, cumplir con su misión justiciera.
El trabajo periodístico, por otro lado, muy al fondo, trata sobre todo de la esperanza de que los asuntos puedan transformarse, con la denuncia, para bien, por eso escribimos e investigamos. No es una profesión para cínicos, advirtió el periodista y escritor polaco Rizsard Kapuscinski, es más bien, edificante, una palabrita que, debo admitir, no forma parte de mi diccionario de uso diario, por evocarme demasiado a Coehlo y otros libros de autoayuda.
El proceso de excarcelación de Jonathan fue fatigoso, estresante, y complejo en el nivel legal. Me consta porque estuve cerca de ese proceso. Como periodista, tal vez, ya había hecho mi trabajo. Reseñé la prueba en el juicio con esmerada objetividad. Pero luego, convencido de la injusticia cometida, con igual esmero me comprometí a ayudar a repararla. Hubo injusticias mayores y otras menores en todo este asunto, que ahora cierra su capítulo y del cual no quiero continuar viviendo, como quien vive de éxitos pasados. Escribir no es, para mi, un proceso terapéutico. Es mi profesión, sea ejerciendo el periodismo o la literatura. En el campo del periodismo investigativo ya me he ganado una buena cuota de enemigos. A mediados de la década de 1990 un Representante con aspiraciones, logradas, a alcalde, dijo muy claramente que me quería ver la cabeza donde tengo los pies. Tiroteado, amenazado de muerte por criminales, por policías igualmente criminales y por la izquierda político-militar, escondido con mi familia, insultado, denostado por analistas políticos, casi golpeado en dos ocasiones en una sala de tribunal, una, por un policía que no soportó que revelara que su caso contra dos jóvenes era una fabricación, y en otro por unos sindicalistas que no vieron con ojos de agrado que sacara a la luz pública los actos corruptos de su dirigente millonario gracias a las cuotas que le pagaba la matrícula de la unión, y etcétera y etcetera. No son experiencias constructivas para compartir en familia a la hora de la cena. Pero el Caso Jonathan/la Viuda Negra supuso demasiada sangre derramada de muchas víctimas, para las que hay grados. También ha desangrado el ánimo de todos. Por eso se necesitaba, y no me excluyo, una sentencia (o una absolución, de haber sido el caso) que pusiera fin a este capítulo, para la familia Anhang, para los propios perpetradores del crimen, para Jonathan, su familia y amigos, para los que de alguna manera intervinimos en ambos procesos, únicos y diferenciados. Ya es hora de pasar la página, como se suele decir tan ingenuamente. La vista debe permanecer mirando hacia adelante si uno cree que puede seguir aportando en otros asuntos. El caso de la Viuda Negra ya era insostenible y era poco lo que se podía añadir. Y obstruía los planes que cada cual tenía para su vida. The show must go on, indica con certeza trágica el adagio. Por eso esta crónica, posiblemente más un disclaimerque una nueva aportación de hechos. Me disculpan.
Varias personas que en algún momento de todo este proceso no mostraron con exactitud cuáles eran sus intenciones al involucrarse, se revelaron, luego, como admirables. Hubo una persona, cuyo nombre no diré, que salió mal parada de este asunto, no obstante, tuvo una aportación esencial en la posterior investigación de los abogados. Entre otras cosas de máxima importancia, logró ubicar al desaparecido Alex en un cuchitril en la calle Guayama de Hato Rey. Le costó cierto trabajo y desvelos, deshorarios y temores. El asesinato de Adam Joel había provocado una cadena de injusticias que no terminaba. En este momento, sin embargo, lo principal para todos nosotros era lograr la excarcelación de Jonathan, condenado a 105 años en presidio por un crimen que no cometió. Una muerte en vida. “¿Todos nosotros”, dije? Sí. Todos nosotros. Ya éramos un equipo fuertemente motivado: hacer justicia. Los periodistas no debemos ejercer el oficio desde la lejanía de una Redacción, sin empatía, dejando que la mentira, siempre de apariencia tan nítida, transparente, coherente, como indica la cita que encabeza esta crónica, triunfe. Convencido, como lo estaba su abogado Carmelo, la posterior abogada apelativa Rosa Ward, mi amiga y cuñada en ese momento, lamentablemente fallecida hace solo algunos meses, y otros amigos, así como el esencial hermano de Jonathan, Angel, quien todavía sigue honrando su nombre, formamos entre otros una célula activa que durante varios meses nos dedicamos en cuerpo y alma a lograr la evidencia que excarcelara a Jonathan y le permitiera un nuevo juicio en el que surgiera toda la verdad, y se corrigiera el desvarío de la justicia. Para ello se requería nueva prueba exculpatoria que no hubiese estado al alcance de los abogados durante el juicio, un requisito indispensable para que se permitiera un nuevo proceso, de novo.
Voy a reconocer que no me resultan claras las restricciones éticas que se le imponen a un periodista en el ejercicio de sus funciones, aparte de las que el medio que lo contrata le establece. Suelen ser elusivas y cambiantes, históricas. Muy bien. Y para mí, es esa historicidad el problema. Para alguien que haya vivido directa, tangencial o inmersamente la revolución cultural hippie de los ’60 y ’70 no le debe ser muy grato el conservadurismo de esta reciente época. El triunfo del Ayatollah en Irán en el ’80 y los talibanes en Afganistán en el ’90, sin olvidar a Reagan con sus “cruzadas” contra ideologías adversas a su propia ideología, radicalizaron los conservadurismos opuestos, y aniquiló el liberalismo que nutría las democracias capitalistas. Los viejos hemos sido arrastrados a ideologías que apelan a “transparencias” que solo ocultan el despotismo, el control, dominación, fascismo, nacionalismos, exclusión por causa de ello, prejuicios, xenofobia, muros fronterizos. Es decir, retroceso, primitivismo, antiintelectualidad, populismo, regreso a la tribu, le llamó Vargas Llosa en un libro dedicado enteramente a ese fenómeno. O sea, como en cualquier rito ancestral sobre una piedra, la libertad del individuo ha sido la sacrificada. La fina sublimación que había logrado la Humanidad a través del arte, la política, las ciencias, está siendo destelada, capa a capa, para dejar al descubierto el hueso de una esencia inexistente. Microconsecuencia de esto es la imposición de estándares éticos restrictivos y superados desde la Edad Media, pero que hoy regresan como si las sociedades dependiesen de ellos para su sobrevivencia.
En Puerto Rico, afortunadamente, los periodistas no estamos colegiados, así que no debí conformar mi conducta a unas reglas exógenas que hubieran podido limitar esta investigación, como no lo habían hecho en mis anteriores investigaciones. Lo único que se me imponía como un deber inescapable, ético, era ayudar a reparar la injusticia. Si a ese momento existía un principio ético mayor a ese, pues no lo vi. Impuse mis propias reglas al juego en que participaba. Me junté y participé con los defensores de Jonathan para asumir mi tarea completamente. Igual que ellos, me tiré al fielda encontrar la prueba que demostraba inequívocamente la inocencia de Jonathan. Entrevisté muchos testigos, repasé los procedimientos judiciales, y sobre todo, aseguré a todos ellos una y otra vez que comenzaría a publicar mis hallazgos tan pronto lograra armar el rompecabezas que se me presentaba. ¿Un poco de confesión en estos momentos, verdad? Sí, algo. ¿Necesario? me preguntó un amigo escritor a quien le comenté en lo que trabajaba. Sí, aunque no tengo mejor argumento que el cansancio de intentar una transparencia rancia, ¿sepulturera ya he dicho? Hay que tener cuidado con hacer poco cuando se puede hacer más, por el temor de no caber en esa cajita estrecha que muchas veces solo justifica la vagancia o la negligencia o la incapacidad.
Hablé y traté de negociar aspectos de la investigación con gente a las que ningún periodista se acercaría. Creo que transgredí casi todas las reglas de prohibición que en la actualidad, no antes, establece la profesión, solo por cumplir una sola: la justicia. No es que me enorgullezca, es que era irremediable. Tragedias similares ha enfrentado cualquiera. Yo solo decidí qué hacer. Qué hacer, lo digo con obvia, para algunos, referencia. Posiblemente me equivoqué o si acaso erré la profesión, pero vaya usted a saber si me pasa lo mismo en otra. Hay una periodista que daba verdaderas lecciones éticas con el solo ejercicio de su profesión en la década de 1980, cuando trabajábamos en El Reportero. Si mal no me acuerdo había estudiado trabajo social. El hecho es que la periodista, Rita Iris Pérez, invertía devoción y buscaba reparación de agravios con cada nota que publicaba, en cada conversación que con ella se sostenía, en cada idea que se le ocurría. Mantenía un ejercicio militante del periodismo para la transformación social, como debe ser, y fue faro para muchos de nosotros. Con Jonathan yo sentía que no debía fallar, que ninguno del equipo podía fallar, que le debíamos algo al joven, una vida, por ejemplo.
Antes, sin embargo, debí convencer al editor de mi periódico El Vocero, el Lcdo. Peter Miller, de que Jonathan era inocente. El no estaba convencido. Abogado al fin, pensó que los procesos judiciales, las garantías que dan el debido proceso de ley, la prueba desfilada y aquilatada, el testigo estrella, todo un compañero abogado, abonaba a la culpabilidad de Jonathan. No sería fácil moverlo de su posición. Fui poco a poco, le hablé sobre el criterio equivocado del jurado, la mala interpretación de la evidencia, el escaso peso que, equivocadamente, le dio el jurado al testimonio de los testigos de la defensa, que lograban impugnar o debilitar considerablemente la prueba del Ministerio Público. ¡Carajo!, yo estuve allí, soy testigo de cómo pasaban por la piedra a un inocente. En otra reunión le adelanté, finalmente, el nombre del asesino. Me miró sorprendido. Ahora sí que es verdad que no vas a publicar nada. Se te fue la mano. Así lo interpreté. Acusar a una persona de asesinato, desde un periódico, no es tan sencillo. Se requiere de un testimonio inexpugnable que permita salir bien en un seguro caso por difamación. Si acaso la foto o el vídeo mismos del asesinato. Podríamos no solo manchar el buen nombre del diario, nos arriesgábamos también a perder cientos de miles de dólares si perdíamos un posible caso en los tribunales. Le dije que tenía el testimonio de otras personas. Claro, me dijo, de personas que no fueron a testificar al juicio. Por miedo, Peter, le dije, el tipo es un asesino. Pero ahora se comprometen a hablar y testificar si podemos asegurarles que lo encarcelarán por la muerte de Adam Joel, algo que, sabíamos Peter y yo, no era posible, aunque de todos modos lo dije. Peter movía la cabeza de lado a lado. Pero no vas a poner sus nombres en tus artículos, ¿verdad que no? No. No puedo. No podía permitirlo, arriesgaban sus vidas. El carácter de naturaleza nerviosa y altamente verbal de Peter se exacerbó un poco. Arriesgamos demasiado, dijo. Pero reconocía que si Jonathan era inocente se había cometido una injusticia descomunal que no debía quedar sin corregir, además de que, si era realmente inocente, publicarlo sería un palo noticioso de primera. Y me alegré cuando lo dijo porque ya él estaba pensando como director de periódico y no como abogado. Sé que lo tenía en dos aguas. Me faltaba un empujón y yo me había quedado sin argumentos pero con demasiada furia. Salimos de su oficina legal, donde mantuvimos las reuniones, fuera del periódico. Y allí en el lobbyde su oficina, finalmente y muy molesto, pues yo había perdido la paciencia e incluso la coherencia, le insistí en la inocencia de Jonathan, que era Alex el asesino, y me pareció claro que ya mi rostro, este rostro que no esconde el más mínimo de mis sentimientos, indescifrable por momentos porque los muestra todos a la vez, reflejaba una decepción grande y ruidosa, como una mueca despectiva. Necesitaba que me sacara de cubrir los tribunales y me diera el tiempo para salir a la calle e investigar a tiempo completo. Hasta entonces, me mantenía haciendo las dos cosas, y era demasiado trabajo. De 9 a 5 en los tribunales y en la noche y los fines de semana husmeando por San Juan, identificando ciertos nombres que debía entrevistar o consultando con los abogados por dónde iba el proceso, mi vida familiar ya hacía aguas, con un adolescente en la casa y una niña pequeña que no veía, la presión que sentía era demasiado fuerte.
Muy probablemente alzando la voz, le insistí a Peter que estaba totalmente seguro de lo que le decía, que la prueba estaba ahí, solo necesitaba tiempo para articularla, enlazarla. Y mientras le insistía, de la oficina de reproducción salió un joven contratado de su oficina para, como quien no quiere la cosa, decir que era cierto lo que yo decía. Que todos en La Perla sabían que Alex era el verdadero asesino de Adam Joel, no Jonathan. Peter se le quedó mirando, y le dijo: Tú eres de La Perla, ¿verdad? Sí, vivo ahí. El señor tiene razón. Jonathan es inocente. Todos los sabemos. Entonces le recordó a Peter que había otro lado de la moneda que no había permitido que todo se esclareciera rápidamente. Los chotas no son bien vistos. Está prohibido chotear. Eso no se hace y no importa el delito. Confirmaba el joven lo que ya le había dicho a Peter. Uno de los que ayudaba a la excarcelación de Jonathan había bajado a La Perla y logró al menos el compromiso de algunos jefes del punto de drogas para que no mataran a Alex. El problema con el asesinato de Adam Joel, según ellos, es que había traído una atención no solo mediática a La Perla, sino de las autoridades de ley y orden, y se habían calentado los puntos de drogas. Apenas podían hacer negocios porque tuvieron encima día y noche a la policía indagando. Por haber cometido ese error, la mafia de La Perla decidió hacer pagar a Alex, de donde lo votaron como bolsa. El compromiso logrado es que no lo matarían. Pero nadie allí chotearía su paradero si lo encontraban. A fin de cuentas, ese es un principio inmutable en el bajo mundo. Ellos no trabajan para las autoridades de ley y orden. Punto. Pero ese compromiso de no matarlo era suficiente, porque Alex era la llave de Jonathan a la libre comunidad. Había que encontrarlo. Peter me miró. ¿Entonces es realmente inocente y hay posibilidad de demostrarlo? Sí, Peter, es lo que te he estado diciendo. Tal vez, como me suele pasar, no tengo la coherencia necesaria, no soy muy verbal. Soy más bien del tipo espacial, y es en la escritura donde consigo articular mi coherencia, cuando veo las palabras. Si lo escribo puedo demostrártelo, pero necesito tu autorización para salir de los tribunales unos meses y dedicarme enteramente a esta investigación. Hazlo, dijo convencido. Peter tenía en gran estima y respeto al joven. Decente, trabajador, y esperaba convertirse en abogado algún día. La rueda de la fortuna había girado una vez más. Me hubiera ido de la oficina con una decepción que nadie, ni yo, me perdonaría. Contaban conmigo los abogados de Jonathan para ejercer la presión mediática necesaria para que este caso tan nastyse reabriera. Para atraer la atención al caso. Sabían en aquel momento los abogados, como sabemos todavía, más de 10 años después, que conceder una solicitud de nuevo juicio es casi imposible en Puerto Rico. Más recientemente se han logrado algunos, pero no son todos los que han debido concederse, y sé de varios casos, los he publicado, que han debido tener mejor suerte. Créanme, no es fácil vivir con eso. Hay días que te golpean duro en la cabeza, y hacen sentir a uno culpable, sin importar el esfuerzo que haya hecho, aunque inútil. El periodismo es un ejercicio práctico, de gratificaciones inmediatas, necesitamos ver resultados rápidamente.
Aun, sin embargo, me perseguían esos falsos principios éticos, muy restrictivos, de mi profesión, una lista de ajustamientos en blanco y negro que, muchas veces, solo eran copiados de ideas que tenía algunos profesores de comunicación pública que, estoy seguro, en su vida han pisado una conferencia de prensa y menos todavía han hecho una investigación periodística. No se ajustan a la realidad del mundo, a la amplitud de sus tonos grises, las concesiones que hay que hacer, por ejemplo, a un delincuente menor en aras de atraer a un delincuente mayor, entre otras cosas. Esta no es una profesión para santos, lo he tenido muy claro toda mi vida, y tal vez algún día pueda explicar ampliamente por qué. De momento solo repito que si el mecánico quiere reparar el auto, deberá mancharse las manos y la ropa de grasa, no hay otra forma. Yo lo sabía, al 2008, cuando inicié la investigación, ya había trabajado 13 años para la División de Investigaciones Editoriales de El Vocero: narcotráfico, crimen organizado, corrupción policíaca, una muerte y violación en que se inculpó a dos inocentes, como fue el Caso Barbarita, que investigué, así como investigué al grupo político-militar PRTP-EPB/Macheteros, corrupción gubernamental, corrupción política y un asesinato en Caguas que hoy día se mantiene sin esclarecer y que, y tiene razón Alejo Maldonado cuando lo dice, no lo cometió él. Sabía que nadie sale inmaculado de estas investigaciones y que, también, generan una respuesta poderosa y malsana de los que intentan detenerlas, a veces respuestas verdaderamente aplastantes. Llegué a darle inmunidad periodística a un corrupto que me servía de fuente. No he encontrado todavía una forma santificada de relacionarse con criminales.
En este caso yo estaba demasiado cerca de los abogados defensores, si bien no lo tomé a mal. Algún periodista objetivista me hubiese recriminado esas cercanías. A mi me importaba un divino si me acusaban de estar trabajando para una de las partes o si estaba siendo bias. La verdad es que estaba trabajando para excarcelar a un inocente condenado a morir en prisión. A veces eso requiere de traspasar algunas líneas imaginarias de la ética, o caminar por un filo. Y las traspasé en infinidad de ocasiones, esa no sería la primera vez. Demás estaría decir por qué, solo piensen en lo que estaba en juego. La vida, aunque sea de uno solo, no es poca cosa. Paradójicamente, en otras ocasiones trabajé-investigué para que encerraran a otras personas, pero ya estos eran culpables, según la evidencia recopilada, no víctimas.
La oficina del abogado Dávila Torres se había convertido en un centro de inteligencia, se recibía información confidencial para lograr la salida del inocente, se articulaban teorías de derecho y se manejaron todos los asuntos -legales, por supuesto- que fueran necesarios para sacar de la prisión a Jonathan. Tampoco es que la compartieran toda conmigo, son abogados que seguían los principios éticos de la profesión. La cuestión es que ese grupo de trabajo por poco pierde hasta la camisa por dedicarse enteramente a lograr la justicia que un sistema completo de justicia no había logrado. Era pretensiosa nuestra intención, reconozcámoslo.
Yo lograba avanzar en mi propia investigación, y a este momento debo advertir que las estrategias de publicación de un medio de comunicación no siempre coinciden con las estrategias legales. Y eso era fuente constante de preocupación, y choques, para ambas partes. Yo, cabeciduro, haría finalmente lo que debía hacer para mi medio. Pero también me mantuve muy consciente de que no debía dañar la investigación y las estrategias legales que se debían estar planificando, y menos aun, la investigación criminal que llevaba a cabo el FBI. Sí, el FBI. Si mi intención era lograr justicia para Jonathan, no debía ser yo entonces quien echara a perder la posibilidad de excarcelarlo. Debía buscar un balance que acepto que se me escapaba, pero que era objeto diario de búsqueda.
En algún momento entre el veredicto contra Jonathan en diciembre de 2007 y enero de 2008 se me confirmó que el FBI había iniciado la pesquisa de ese asesinato y con toda honradez, pensé que lo único que debían hacer era encontrar a Alex y, con el terror que se le suele tener al FBI, hacerle confesar. Nunca creí posible, por otro lado, que lograran encontrar prueba que incriminara a un abogado que participó inicialmente de ciertos procesos judiciales, en la comisión de delito alguno, como finalmente no la lograron, y que en mi lista de víctimas de todo este proceso figura prominentemente. Y, al contrario de lo que muchos pensaron, fue pieza clave para localizar el paradero de Alex y confirmar que las cartas en reclamo de dinero que este le escribió a Áurea y Marcia Vázquez Rijos provenían de la misma mano asesina.
Ya puesto a investigar full time, pronto descubrí que tenía un rabo indeseado. En varias ocasiones en que entrevisté uno de los variados testigos, no todos tenían que ser presenciales, me llamaron poco después de la entrevista para advertirme: tienes un rabo, tan pronto te fuiste llegó un agente del FBI para decirme que no puedo hablar con la prensa, que soy posible testigo y que estoy advertido.
En Puerto Rico, como en otras partes de este globo imperfecto que es el planeta Tierra, no obstante, querer hacer justicia se rige por sus propias normas, que no siempre coinciden con las del gobierno. Estas personas continuaron dándome información o tipsy poco les importó la advertencia policíaca. Sabía yo que eso sería de esa manera. El caso Jonathan era una cruzada no solo de sus abogados, su familia, amigos y mía. Era un movimiento del entorno del inocente encarcelado que nadie detendría. Todos tenían una misión, un objetivo. Apenas me daba el tiempo para seguir pistas, confirmar hechos y asegurarme de que era verdad todo lo que se me decía y evitar que alguno que otro informante quisiera colar alguna imprecisión o mentira no deseada por el solo hecho de ayudar al caso. Eso sería el desastre. Incluso hubo información que tuve que descartar por el momento por ser difícil su corroboración y que, al final del día, surgió como una verdad absoluta en el juicio federal contra Áurea Vázquez Rijos, la esposa de la víctima que ordenó su asesinato.
III
A medida que escribo esta crónica, me doy cuenta de lo difícil que es recordar los hechos en su perfecto orden cronológico y justa interpretación, aunque yo mismo haya participado o haya sido testigo de algunos de ellos. Temo reescribir la historia de aquella noticia aunque, veo, que la cosa siempre opera de esa manera. Cada punto de vista, según la colocación de uno, te hace ver un aspecto distinto. Por ejemplo, estoy seguro que no he recreado con suficiencia el fervor, el trabajo y el caos que se vivía en la oficial legal del Lcdo. Dávila Torres. Era un tren expreso indetenible que salía cada día de la estación hacia un objetivo específico. Era posible que yo fuera a esa oficina un lunes a las 7:00 de la noche, o viernes, y siempre me toparía con dos, con tres, cuatro personas trabajando en el caso.
Entre la información corroborada que tenía de las diversas fuentes, logré armar algunas historias coherentes y con suficiente fuerza como para comenzar a publicar. Recrear las varias formas en que conseguí la información no es pertinente, a veces fue de forma curiosa, en otras peligrosa y en otras jocosa, como el caso de aquella persona que debía visitar y nunca encontraba. Debí mostrar una estrategia para contactarla y no me quedó más remedio que acudir a un apartamento cercano donde una persona vendían limbers. Allí compré uno o dos cada día y hablaba mucho hasta lograr ganarme la confianza para que me diera información sobre los horarios de su vecina, y si podía, finalmente le dije, decirle que me llamara pues investigaba como periodista el caso de Jonathan. Sospecho que el azúcar se me elevó bastante aquellos días. Y sí, tenía razón la señora, no siempre hay que confiar en los periodistas pues no siempre se sabe para quién trabajan, como me dijo. Tampoco debemos ser tan ingenuos.
El problema que se me planteaba es que no podía indicarle a nadie el mejor momento para comenzar a publicar los hallazgos de mi investigación. Y qué debía publicarse. No podía ceder mi autonomía sobre mi trabajo y convertir a los abogados en mis editores. Nunca llegaría a eso. Pero también me preocupaba dañar la investigación. Sobre todo porque al escenario, como ya dije, había hecho entrada un nuevo personaje que me alteró el calendario investigativo: el FBI. Al confirmar que investigaban, la publicación de mis historias podía perturbarla e incluso dañarla. Si Alex descubría que ya sabíamos que era el asesino, y se publicaba, podía salir volando y tal vez todavía estaríamos buscándolo. Y el esfuerzo del FBI para lograr la evidencia que excarcelara a Jonathan se habría perdido. Y puesto que nuestro objetivo estaba claro, había que esperar, pero tampoco estaba dispuesto a esperar demasiado. Más les valía ajorar su pesquisa. Yo temía también que otro medio estuviese investigando y me dejara con el bate al hombro. De seguro no tendrían tanta información, pues habría alguna de ella importante a la que solo yo, por mis fuentes, tenía acceso. Pero sí podían tener la suficiente información como para hacerme quedar como un segundón en este caso, y la vanidad periodística no me lo permitía. Porque los periodistas también vamos por la gloria, por si no se habían dado cuenta. Ahora bien, si me veía obligado a esperar, quise negociar el tiempo y ver qué otras conveniencias sacaba de eso para el medio en que trabajaba. Eso es algo que se hace, pero nadie lo revela.
Luego de ciertas reuniones, de las cuales no puedo comentar, al menos no todavía, decidí publicar e incluso obtuve garantías de que a ese momento ya no dañaría la investigación del FBI. Además, me enteré de que la fiscalía federal se resistía a iniciar el proceso de excarcelación hasta tanto no extraditara a la Viuda desde Italia, lo que podría tomar años. Eso fue suficiente motivo, o más bien El Motivo, para decider a comenzar la publicación de la investigación, pero ahora con el objetivo adicional de tratar de mover a la fiscalía federal a que iniciara el proceso de excarcelación, aun sin iniciarse el proceso de extradición de Áurea.
Coincidieron entonces, por decirlo así, las fechas de publicación en el verano de 2008 con el arresto de Alex mientras iba camino, por la calle Guayama, a su pequeño apartamento. Detectado por confidencias que recibió el FBI, y vigilado durante días, no se dio cuenta el avezado asesino que mientras se dirigía a su apartamento, la entrada de esa calle por la avenida Ponce de León era silenciosamente cerrada al tránsito por el FBI y la Policía, mientras la salida de esa calle por la avenida Barbosa era fuertemente custodiada. Un vehículo del FBI bajó por la calle y se fue acercando lentamente a Alex, se detuvo y de él salieron con armas largas varios agentes federales y se le tomó por asalto, cuando no llegaba aun a su guarida. “¡Alex Pabón Colón, you are under arrest!” No hubo forcejeo, solo resignación, se supo cuando bajó la cabeza el asesino y se quedó de una pieza. Conocía el idioma el bandido, y supo quién le caía arriba. El arresto lo informé días después, luego que hubiese admitido los hechos que se le adjudicaban. No obstante, los abogados de Jonathan sí se enteraron muy tempranamente y comenzaron el procedimiento legal para excarcelarlo con la nueva prueba, que no estaba disponible para ellos al momento del juicio. Un juicio en el que, vale reiterar, se le escondió prueba a la defensa, entre otra, aquellas notas de la investigación que colocaban a Alex como sospechoso del asesinato. Si esas esas notas de investigación hubiesen estado en manos de la defensa se hubiese podido impugnar con razonabilidad y mayor grado de éxito, y a tiempo, la deficiente pesquisa policiaca. Se hubiersa evitado victimizar a un inocente, con toda probabilidad igualmente hubiese cantado como ruiseñor y habría apuntado a donde siempre apuntó.
Otra coincidencia feliz que debo destacar en este largo proceso es que el mismo día que anuncié a la prensa la salida del libro Las sangres que lloran, reportaje investigativo, la Fiscalía Federal anunció que llegaba finalmente a Puerto Rico, extraditada de España, la Viuda Negra, en 2015.
Bien, regresando al momento en que publicaba mi investigación en el diario, ya sabemos que la fiscalía federal del distrito de Puerto Rico solo estaba dispuesta a iniciar el proceso de excarcelación cuando se acusara e iniciara el proceso de extraditar a Aurea desde Italia, a donde fue a parar la viuda para “rehacer” su vida, según ella, pero que a decir verdad solo huía.
Así que Alex, sin acusar aun, tampoco estaría disponible para relevar a Jonathan de su larga cadena. Ese asunto fue objeto de larga discusión y enconamiento en la defensa. Y en mí también, por supuesto. Por eso los artículos que posteriormente esclarecían el caso mantuvieron un tono agrio y acusatorio contra la fiscalía federal. El proceso de extradición de Aurea, reconocían los federales, podía tardar años. Jonathan no tenía ese tiempo. Era volver a poner una nueva lápida sobre él. No pasó mucho tiempo, sin embargo, para que la fiscalía federal reconsiderase y pusiera a Alex a disposición de la justicia local como nueva prueba en el caso del nuevo juicio solicitado por la defensa de Jonathan al acusarlo a él y a Aurea, así como a su hermana Marcia y al novio de esta, José Ferrer Sosa. El camino a la libertad de Jonathan fue finalmente despejado. El juez presidente del Tribunal Supremo de Puerto Rico, Federico Hernández Denton, que seguía de cerca todo el proceso, ordenó al juez Abelardo Bermúdez que abriera sala un domingo, posiblemente la primera vez que se haya hecho en la Isla, para que recibiera de inmediato a las partes, los abogados de defensa y al reticente ministerio fiscal, y a los periodistas. El Ministerio Público, con la apabullante prueba de un confesor del delito que no era Jonathan, se allanó a la solicitud de nuevo juicio y posteriormente pidió el sobreseimiento de los cargos. Esa tarde-noche Jonathan salía de la cárcel de Bayamón, libre hasta el sol de hoy. Estuvo encarcelado erróneamente seis meses, pero el martirio de enfrentar un proceso judicial y el escarnio público, comenzó apenas tres semanas después (12 de octubre de 2005) del asesinato de Adam Joel ocurrida la madrugada del 23 de septiembre de 2005, pocos minutos después de la medianoche. Fue excarcelado Jonathan el 8 junio de 2008, luego de su encierro a finales de 2007. Mientras, había vivido tres años que le destrozaban el alma a cualquiera. La fiscal Rosa Emilia Rodríguez-Vélez dijo entonces, al hacer el anuncio de la nueva prueba, que Jonathan era “un hombre inocente injustamente condenado y encarcelado”. Tenía razón. La defensaa lo había estado diciendo desde octubre de 2005, cuando fue arrestado y acusado. Por su parte, Luis Fraticelli, entonces jefe del FBI en la Isla, a quien el caso le tocó muy hondo y aportó todos los recursos posibles para su esclarecimiento, sólo acertaba a decir que todo esto parecía “una novela”. Lo vio clarito el Special Agent in Charge (SAC).
IV
Desde entonces, la captura de la fugitiva Aurea Vázquez Rijos fue una prioridad para el FBI. Italia tiene fuertes restricciones para extraditar fugitivos asentados en su tierra, por ejemplo, no los extraditan si al país a extraditar contempla en su código penal la sentencia de muerte. Estados Unidos lo tiene en su esfera federal, que es donde se vería el caso. Así que las conversaciones diplomáticas en esa dirección se cayeron, a pesar de las garantías que se ofrecieron para no pedir en el juicio la pena de muerte para Áurea. Áurea rehizo su vida allá, tuvo gemelos mientras el padre de Adam Joel, el abogado Abraham Anhang, contrató un detective privado para que no le perdiera “ni pié ni pisá” a Aurea. He mantenido conversaciones escritas con este detective a lo largo de estos años. Le he puesto al día de los sucesos judiciales y él me ha ofrecido información valiosa y aspectos de su propia teoría de los asuntos, de la cual difiero en parte, y de la que les hablaré más adelante en esta crónica ya demasiado larga que, advierto, a este momento no tiene visos de terminar. Con la información que recibía Abraham, se mantenía el FBI al día. Me preguntaba, frente a un agente del FBI, si de algo servía la experiencia del caso Camarena, un agente del Drug Enforcement Agency (DEA) asesinado en suelo mexicano por los carteles de la droga, al salir a flote que era un agente encubierto. Un equipo de agentes federales se adentró ilegalmente en territorio mexicano, secuestró a los responsables, entre ellos al que dio la orden de ejecución, los condujeron a territorio estadounidense y ahí les sometieron cargos. Una sonrisa no es una contestación, tampoco niega que es algo que alguien pudiera haber estado ensayado en los planos operativos. Pero el incidente Camarena había provocado un incidente diplomático, y de seguro repetirlo no era una opción real. Así que el ardid, y aun no se sabe quién lo originó, fue engañarla, hacerle creer que un grupo de judíos norteamericanos necesitaban sus servicios de tour guidey que debía recogerlos en el aeropuerto Barajas, España, país que ya había accedido a detenerla y, bajo ciertas condiciones, extraditarla a Estados Unidos.
Mi reportaje investigativo Las sangres que lloran, publicado en forma de libro (2015), atiende precisamente todo ese período de Áurea, además del desarrollo y terminación de su relación sentimental con Adam Joel, se caracteriza a estas personas, el origen de cada cual, y se muestra diversa evidencia, alguna no surgida durante el juicio federal recientemente. En ese reportaje se provee, por primera vez públicamente, las versiones convenientes que dio Áurea sobre el asesinato, y cómo ella percibía su relación marital con Adam Joel, así como la versión de él. Por otra parte, el entorno nuevo y de alta sociedad al que ella accedió por virtud de su matrimonio es también explorado. Por haberse tocado de manera suficiente y recientemente no se expondrá en esta crónica. Pero sí habré de exponer con suficiencia la Coda de este amargo capítulo, es decir, algo del juicio, que fue amplia y bien reseñado en los medios noticiosos, pero particularmente por el periodista Alex Figueroa Cancel, de El Nuevo Día.
V
Mis expectativas, al asistir al juicio contra Áurea, Marcia y José, se cumplieron a cabalidad. La sentencia de condena perpetua no me sorprendió, pero tampoco la esperaba. Pensé que 40 años era una cifra que se manejaba, pero desconocía que las guías de sentencia son fijas para este delito. Los procesos judiciales en las cortes federales en Puerto Rico difieren enormemente de los juicios estatales. Si bien las reglas de procedimiento criminal son o igual o semejantes en algunos aspectos, donde se ve la gran diferencia es, primeramente, en el control de sala que mantiene el juez federal. El juez de la corte federal del distrito de Puerto Rico, Daniel Dominguez, es ciertamente particular con ese control. Campechano ocasionalmente, no tiene empacho alguno en mandar a callar agresivamente a los abogados que tratan de adelantar la causa de sus defendidos de manera incorrecta, no permite la repetición argumentativa, así sea de abogados distintos, y pocos se atreven a intentar engañarlo apelando a reglas inexistentes. Mientras, es el caos lo que prevalece en los juicios criminales de las cortes estatales. Y mientras, por ejemplo, la prueba que entra en evidencia por el Ministerio Fiscal federal apenas suele ser impugnada, por lo contundente, y es compartida según el Brady Rule, y el interrogatorio y el contrainterrogatorio se conducen de manera civilizada, organizada, en las cortes estatales es posible escuchar a dos, tres o a todo el mundo intentando ser escuchado por el juez al mismo tiempo, se es demasiado agresivo con los testigos y con los propios compañeros abogados, las interrupciones u objeciones constantes apenas hacen avanzar el juicio y para someter algo en evidencia corre primero el Nilo de las argumentaciones. Son muestras nada más. Así que reseñar un juicio federal es un quita’o, y como periodista me alegro por ello, comparado con juicios estatales.
Pero entonces, luego de un desfile de 23 testigos de cargo, ocurrió lo que no se esperaba y que evidenció el desespero de la defensa, Áurea se sentó en la silla de los testigos y el drama trágico que narró la marcó como una hechicera. Es difícil no verlo de otra manera. Miré insistentemente al jurado mientras escuchaba a Áurea, en búsqueda de reacciones, y vi, sin que por ello llegase a conclusiones, que no era de su agrado y que lo menos que debieron pensar fue que era una hipócrita, sobre todo cuando se desgalillaba diciendo lo mucho que amaba a Adam Joel. Yo lo amaba, yo lo amaba, repetía, como si de una novela venezolana se tratase. Tal vez era yo quien atribuía a las reacciones de los jurados los elementos de desagrado, puede ser, a fin de cuentas, que he estado convencido de su culpabilidad todos estos años, basado en la evidencia que he recopilado, pero si lo vemos por el resultado, el veredicto de culpabilidad, no debía estar yo demasiado alejado de la realidad.
Ese mismo error de dirigirse a la corte lo cometió antes de ser sentenciada, un privilegio que, por cierto, declinaron Marcia y José. Y cuando algunos creyeron que ahora haría gala de lo que los presos llaman “humildad”, que es someterse sin chistar a la autoridad, bajar la cabeza y hacer buche, sucede que despotricó como una verdulera contra el mundo entero, que si nos dejamos llevar por sus implicaciones o lo que “intima”, como dicen los abogados, habríamos deducido que el planeta conspiró contra ella para hacerle daño. Por supuesto, estuve allí ese día y fui testigo de ello. “Desentonar” sería una palabra certera pero dominguera, si es que quisiera explicar el tono en que habló. “Despotricar”, sin embargo, sugiere una más cercana idea de la situación que se suscitó, porque despotricar es hablar sin consideración y profiriendo insultos o barbaridades contra alguien, tronar, según se lee en los diccionarios. Pero, a mi, esa palabra me sabe a algo más, me luce también a yegua encabritá, a potra o potranca sin control, salvaje, enloquecida. Ella estaba, según lo vi, despotricá.
Pero realmente debió esperarse algo así, ¿verdad?, pues Áurea ya había dejado ver por dónde venía. Minutos antes de que tuviera el beneficio de dirigirse a la corte para moverla a que no le dictara la muerte en vida, cuando la familia del asesinado se dirigía a la corte, comedidos en su dolor, compungidos, llorosos, luego de “casi 5,000 noches” sin tener a Adam Joel con ellos, como dijera Becky, luego que Barbara, la madre, dijera: “cuando nuestro hijo tenía 32 años y fue asesinado, nuestro mundo fue destruido literalmente”, y que “los acusados no han presentado remordimiento, es porque no tienen alma, se han ganado la máxima sentencia de vida en prisión”; y luego que Becky se dirigiera a la corte, luego de exponer ante todos la condición emocional terrible en que se encontraba por la muerte de su hermano cuando era apenas una joven adolescente, luego de recordarle a todos la forma en que se relacionaban, desde que era una niña, y él un joven brillante y afectuoso, “por estos acusados, la pesadilla de mi familia nunca terminará. Cuando estos acusados mataron a mi hermano mayor Adam, ellos destruyeron mi mundo entero. Se merecen nada menos que pasar el resto de sus vidas en prisión por hacerlo”, y mientras Abe, al último, abandonaba el podio, sin haberse dirigido a la corte, porque durante años ha dicho y hecho todo, Áurea se giró hacia él y le dijo: “espero que estés feliz ahora”.
Una flecha incendiada no pudo haber penetrado mejor el corazón de un padre que ha perdido un hijo a manos de un asesino. Feliz de qué, habría podido responder, si asesinaste a mi hijo. No hay felicidad posible después de eso, nunca más. ¡Cómo es posible que no te des cuenta! Pero Abe iba herido, y no fue eso lo que le respondió.
“Oh, ¡shut up!”, reaccionó con desprecio, indignado, con una pequeña dilación para mirarla, sorprendido, con el control perdido el anciano padre. “Ay, cállate”, le respondió, como quien dice, no sigas con esa mierda, me tienes harto. La respuesta es acertada porque la reduce a escoria, no le otorga standingy le muestra que sabe por donde viene, y que está cansado de ella y sus mierdas, de todo esto, que está demasiado sufrido, pero en ventaja, porque no le cabe la menor duda de que será condenada a cadena perpetua. Y cualquier otra palabra estaría demás. Si Abe no se dirigió a la corte, es porque cualquier cosa que dijera en este momento sería inoportuna. Abraham percibía una sonrisa en el rostro de Áurea mientras ellos se dirigían a la corte, dijo días después a un entrevistador.
“Abogada -reaccionó de inmediato el juez Domínguez- ¿su cliente acaba de decirle algo al padre de la víctima?” Fíjense que el juez no identificó a Abraham Anhang por su nombre. Quien recibió el exabrupto de Áurea fue “el padre de la víctima”. Quien recibió el insulto fue “la situación terrible” de los que la padecen, no fue Abe. Quien recibió el golpe de ese mismo adoquín ensangrentado que ya había matado a Adam Joel fue esa herida abierta llamada Abraham, que tambaleante se abría camino a ocupar su silla en la corte. Y esas palabras hirientes de Áurea se lanzaron con la misma fuerza que los cuchillazos recibidos por Adam Joel hasta abrirle el costado. Fueron proferidas únicamente para seguir causándole dolor. Sin embargo, el “espero que estés feliz ahora”, como verán más adelante, fueron palabras que, si bien asesinas, solo fueron la introducción a una mayor escalada del rencor de Áurea. Ahora ella iría por el abuso vicioso, inmisericorde, contra una familia que solo amaba a un hijo más que a nada en la vida, como si eso fuese un pecado que debían redimir con el escarnio.
“Sí su Señoría, y él le respondió”, le contestó la abogada Lydia Lizarríbar al juez, como para que se compartiera la culpa.
Nunca tuvo Áurea el más mínimo sentimiento afectivo por su marido, se desprende claramente de las historias que he logrado recopilar. Adam Joel, para ella, era sencillamente un negocio, o formó parte de su negocio de escort. Y cuando quiso Adam Joel terminar el contrato malo que había hecho, Áurea lo detuvo con su muerte, porque le era más conveniente económicamente. Era, la muerte de Adam Joel para ella, otro asunto de negocios.
VI
Con estos prolegómenos, podía esperarse lo que a continuación llegó. No debió llegar, dicta la prudencia, como cuestión de humanidad, o gentileza, pero el desespero de los condenados suele producir distorsiones en las normas, lo sabe la luz que infructuosamente intenta escapar de la poderosa fuerza gravitacional de un hoyo negro y en ese mismo instante se quiebran las leyes de la física, y todo lo distorsiona.
Áurea quiso establecer que si aquí hay alguna víctima, esa es ella. Puede usted olvidarse de la muerte por asesinato de Adam Joel, olvídese igualmente del dolor para toda la vida de sus padres y su hermana, y otros familiares, no importan los amigos, pocos pero muy cercanos, en Puerto Rico. Si hay una víctima en todo esto, dice ella, fue la propia victimaria, ¡ay!, y su familia también, sus hijas, su madre, sus hermanos, explicó demasiado claramente para ella, tan fácil.
Áurea tuvo la oportunidad de dirigirse a la corte y manifestar sus sentimientos, sus realidades, pudo haber hecho un acto de constricción, si así lo deseaba, o pudo reiterar su inocencia, que sí hizo pero solo mientras apuñalaba, una vez más, a todo lo que se movía, como si estuviese en una noche oscura de la que, temerosa, se defendía tirando zarpazos a diestra y siniestra. Para más, de entrada confundió venganza con justicia, y reconozco que no siempre me es fácil diferenciarlas, pero cuando ya se está en una corte de justicia, cuando se ha pasado prueba de los actos cometidos por el criminal, y cuando se tiene a doce juzgadores independientes que no tienen la más mínima relación con el acusador ni el acusado, cuando se está bajo la jurisdicción de un sistema racional, entonces debemos reconocer que en ese momento lo que se lleva a cabo es un acto de justicia, no de venganza. Es el gobierno en su acto supremo de ejecutar el poder real de decidir la vida y destino de los gobernados que se desvían de las normas que rigen la sociedad, para recordarle a todos que el monopolio de la violencia y la muerte o la privación de la libertad solo la posee el estado porque ha sido (o debe haber sido) delegado por sus constituyentes. Es la organización de la justicia el mecanismo social-político que evita la destrucción de un país, la barbarie. De ahí que sea la “obediencia racional” a las leyes, desde Aristóteles, el supuesto necesario. La convicta, ante una vista de sentencia, se saltó todos los convencionalismos racionales y necesarios, y creyó, una vez más, que sus artes mágicas, primitivas, tendrían el efecto de doblegar, hechizar, el racionamiento legal.
Áurea se lanzó, más hiriente, al ataque desmedido, para continuar haciendo daño, como una loba acorralada, con pasión y sin juicio, hurgando la herida, recordándoles la ausencia que todavía, catorce años después, es difícil de aceptar para la familia Anhang. Fue, por donde quiera que se mire, su último acto de brutalidad, fuese consciente, lo que la hace mala, o inconsciente, lo que la hace bruta. Y escojo la primera.
“Pueden destruirme,pero nada va a traer a Adam de vuelta. [Lo saben ellos, Áurea, por eso el dolor, sufren porque es irremediable, precisamente. Y ni siquiera habría que recordárselos, hacerlo es prolongarles el martirio. “…nada más amado, que lo que perdí”, cantaba Serrat en aquella canción, Lucía] Usted [refiriéndose a Abraham] perdió [a Adam Joel], pero yo también. Una parte de mí murió. Usted [dijo volteándose hacia Abe, fijándole la mirada y señalándole con su brazo izquierdo] destruyó mi vida y la vida de mis hijas. El día que Adam fue asesinado me mataron a mi también. Aunque fui a buscar ayuda a una institución sicológica, nunca pude sanar, y para lograr mi angustia, me persiguió [Abe] año tras año. En Italia ofreció dinero a gente para que hablara de mí. Tengo prueba de eso. Mandó fotos a la escuela de mis hijas. Las tuve que cambiar varias veces para que tuvieran una vida normal. Constantemente fueron víctimas de bullyingpor eso. Recuerdo que un mes después de la muerte, todavía estaba en duelo, cuando le llamé a Canadá [a Abraham] y cuando hablamos lo único que me preguntó es si podía firmar un contrato diciendo que yo no quería nada de Adam y que le diera todo. Le dije que sí, pero que tenía que consultar con mis abogados. Eso fue en el 2005, en caso de que no lo recuerde. Es la segunda vez que se acusa a alguien inocente por un crimen que no cometió [el primero fue Jonathan]. Soy inocente, les guste o no. Se está cometiendo el mismo error que se cometió con Jonathan Román. Cuánta gente más tiene que morir para satisfacer su venganza, como [el abogado] Carlos Cotto Cartagena, para que no testificara, porque era el único que estaba allí. Fue asesinado y no permitieron informárselo al jurado ni presentar su testimonio”.
Cotto Cartagena, se ha indicado hasta ahora, se cayó accidentalmente de un piso alto en Miramar, luego de participar en una fiesta donde abundó el alcohol, días antes de que se le requiriera servir de testigo en el caso. Fue Cotto Cartagena quien, erróneamente, identificó a Jonathan como el autor del asesinato. Sin embargo, no se ha manejado evidencia que confirme su deseo de testificar en este caso. Un informante me indicó que prefería no hacerlo.
Áurea pasó de inmediato a atacar la propia reputación de Abraham, y luego Carmen, madre de Áurea, se sumaría a esos denuedos. La condenada tildó de corrupto al padre de la víctima y señaló que fue desaforado. “Todavía está pidiendo que le limpien el nombre. Aún así, lo perdono por todas las vidas que ha destruido, la de mis hijas, la mía. Todo el juicio ha sido un teatro. No fue un juicio justo. Esta corte en ningún momento falló a mi favor [de sus mociones]. Soy inocente y el tiempo lo va a probar. Voy a rescatar a mis hijas y a darles la vida que se merecen”.
La condenada, la verdadera desaforada de la racionalidad, en un momento de su diatriba llegó a aludir de manera empequeñecedora al miembro viril de Adam Joel, que habría descubierto cuando se casó. La realidad es que ella conocía muy bien a Adam Joel antes de casarse, pues salieron juntos por par de años antes de casarse y hasta convivieron. Ese fue, además, un ataque bajo y machista. ¿Y eso debe justificar su asesinato? ¡Ay, por dios! Áurea, más que cualquier cosa, lo que hizo fue un exposé de sí misma. Abrió el dossierque la vida ha hecho de ella y mostró las fotos de sus propias entrañas. En esta Isla sicializada, a ese tipo de persona, antiguamente se le llamaba, precisamente, “malaentraña”. Todas las acusaciones que con tanta energía lanzó Áurea no resultaron creíbles, y no creo que fuese únicamente por estar vestida con el mameluco verde de las confinadas federales. Desde el inicio de todo su proceso judicial, Áurea intentó manipular el sistema judicial como si de Adam Joel se tratara. Y una y otra vez se estrelló contra el muro de los convencionalismos establecidos, contra la razón, contra la justicia.
Los fiscales, por supuesto, pidieron cadena perpetua y le recordaron a la corte que es una pena establecida en las guías de sentencia.
“Este es un caso triste, nadie merece morir de la forma que murió Adam y nadie se merece librarse del crimen. Este no es un caso de una persona maltratada por su esposo. Este es un caso de una persona que quería a otra muerta por dinero. Lo más triste es que la víctima, en su último aliento, gritó corre bebé, corre y ni siquiera temió por él mismo”, dijo el principal fiscal del caso José Ruiz, recordando que mientras Adam Joel era asesinado, sólo se preocupó de que nada le sucediera a su esposa de quien se estaba divorciando. La fiscal federal Jennifer Hernández también tuvo a cargo el procesamiento.
Al dictar su sentencia de cadena perpetua, obligado por las guías, señaló, el juez Domínguez le dijo a la convicta, finalmente: “Solo tengo que decir a la acusada que le creo al jurado, no a ella”.
La convicta, al momento en que el juez federal dejaba caer la pesada sentencia, se mantuvo como se condujo en casi todo el juicio, atenta, serena, impávida, carente de expresiones, sin reflejar emociones que mostraran o un sentimiento de culpa o alguna reacción que reflejara un abuso judicial ante su alegada inocencia. Nada. Muy distinto a su intervención cuando fue llamada por su abogada a sentarse en el banquillo de los testigos. Ahí lloró, reclamó, se exaltó, y clamó a los cuatro vientos su inocencia, en una actuación dramática que prometía resultados si no fuese porque un simple dato lo impedía: el asesino confesó y apuntó a Áurea, Marcia y José, los cuales fueron vistos en reuniones días antes del asesinato, en Pink Skirty El Hamburguer. Y las cartas de cobro que envió y las cuales no le fueron rechazadas. Y hasta el saxofón que olvidó en una de esas reuniones en Pink Skirt, cuya devolución reclamaba en las cartas, fue encontrado en el local comercial. Y ese testimonio de Alex Pabón Colón no fue controvertido satisfactoriamente por la defensa, más allá de decir que Alex era loco y fantasioso, renglones que corresponden al mundo ancho de las interpretaciones, pues la defensa tampoco mostró algún diagnóstico clínico que lo certificara.
VII
Carmen Iris Rijos, al salir del Tribunal federal en el Viejo San Juan, ante la prensa que se agolpaba, apretujaba, sudaba, acomodaba en las escaleras, no fue menos prolífica que su hija al momento de repartir culpas ajenas e injurias.
“Yo me lo esperaba [la sentencia]. Ya yo sabía que el juez estaba contaminado desde lo civil [en la demanda de la familia Anhang contra Áurea]. No le daba el chance a ella ni a la defensa para nada en las mociones. La actitud del juez es clara, el que no tiene ojos, pues que no vea. Ha sido muy decepcionante que la justicia haya actuado de esa manera”. Son palabras de una persona herida, por supuesto. Tampoco le podríamos negar que debe sentir amor por sus hijas y que se conmocionó al escuchar en sala la sentencia, si bien no lo reflejó en lo absoluto, hasta que luego frente a las cámaras lloró su poquito.
“Para mí ha sido bien decepcionante, de que la justicia haya actuado de esa forma. Uno tiene que investigar, ella tuvo un juicio mediático, quien hizo esto fue Abraham Anhang, ese señor fue el que lo hizo porque él fue un delincuente, él era un delincuente y él mandó a escribir en un tal Global [TV] o algo así, un medio, donde él preparó a cada uno de nosotros y preparó un caso, no me cogió a mí de milagro”, dijo un poco inarticulada.
Afirmó que solo existe justicia para los adinerados, como quien dice, solo los poderosos pueden vengarse. “El pobre de la calle que se lo lleve quien lo trajo”, expresó. ¿De verdad era este juicio un microevento en la legendaria lucha de clases? La abogada Lydia Lizarríbar es una profesional de prestigio. Ni siquiera sé, ni me interesa, cuánto cobró. Pero su esfuerzo fue evidente, el único problema es que la evidencia, directa y circunstancial, fue abrumadora.
“Porque es una persecución familiar. El señor Abraham, él lo dijo y escribió unas cartas, amenazándonos. A nosotros nos han amenazado toda la vida y se las hemos entregado al Negociado Federal de Investigaciones [FBI], ¿y ha hecho algo el FBI?, no, nada, porque somos nosotros. Es una persecución económica, es increíble tanta maldad que ha hecho ese señor Angang”. Una y otra vez surge el asunto económico de parte de los Vázquez-Rijos, como si con eso quisieran conjurar la desaparición del motivo para asesinar a Adam Joel, para desplazarlo. Solo que no funciona.
Yo colaboraba ese día con un programa especial sobre la Viuda Negra de Univisión-Miami cuando el camarógrafo se me acerca y me dice que necesita un mejor tiro de ella y me pide que intente hacer que Carmen gire hacia nosotros. No me correspondía preguntar en ese momento, pero se sabe que la televisión (por su poder de convocatoria) se abroga ciertas preferencias que, como periodista de prensa escrita de muchos años, he llegado a entender. Y de hecho, en las conferencias de prensa solemos concederles esas preferencias. Así que le pregunté, y muy a pesar mío, reconozco que más para lograr un efecto mediático que por alguna aclaración importante de hechos u opinión, que, después de 12 años investigando este caso estaba seguro que no me aportaría, pero necesitábamos ese corte y lancé el gancho. “¿Cree entonces que sus hijas son inocentes?” ¡Dáa! Una pregunta que, muy seguramente, respondería hasta hartarse, como realmente hizo.
“Para mí, mis hijas son inocentes”, respondió.
Jummm, exclamo ahora que reviso mi grabación “Para mí”, ha dicho. Extraña contestación, pensé. Es como si la verdad de los hechos sea un asunto que dependa únicamente de a quién se le pregunte. Para Carmen son inocentes… para ella. Lo dice como si fuese algo puramente subjetivo. ¿Será Doña Carmen una de esas personas que le llaman postmodernistas? Pero, si son inocentes para ella, ¿significa que, tal vez, para otros no? Por ejemplo, para un jurado de doce personas cuya tarea sea evaluar con reglas objetivas, adjudicar credibilidad a los testimonios y darle el peso necesario a la prueba desfilada. O que sean inocentes “para mí”, como dijo, ¿significará que lo que judicialmente se demostró no fue un acto a reprender, sino un acto inocente, tal vez necesario? Esa liquidez postmoderna del “para mí” chorrea demasiado y molesta.
Luego, ante la prensa, Doña Carmen continuó hablando como si las palabras soportaran (de soporte) todo el sentido que ella quería imprimirles, aunque no fuse racional. Dijo, por ejemplo, que el presidente Obama dio instrucciones para continuar con este caso.
“Ellos (fiscales y el juez) también estaban presionados, porque esto es una orden del presidente Obama. Sí, está escrito, no es que yo lo esté diciendo. Y salió en los periódicos, en Italia y en otros sitios también. Imagínense, viene un presidente de los Estados Unidos a que atiendan este caso pues ellos… pero el juez está contaminado totalmente. La actitud del juez está clara, el que no tiene ojos que no vea”.
“Bueno, yo creo que no”, contestó cuando un periodista le preguntó si creía que la prueba no era suficiente. “No quiero argumentar sobre eso, pero realmente… para mi ha sido bien decepcionante que la justicia… uno tiene que investigar. Ella ya tuvo un juicio mediático, eso está hecho, pero quien hizo esto fue Abraham Anhang. Ese señor fue el que lo hizo porque él fue un delincuente”. Y continuó despotricando la madre contra el padre de la víctima con palabras que como un transbordador se alejaban rápidamente del centro racional de la tierra, y que hemos citado más arriba.
Fue entonces cuando tuve que intervenir, que no quería, pero necesitábamos ese tiro de frente.
-Doña Carmen, ¿usted cree que sus hijas son inocentes?
-Para mi, mis hijos son inocentes. Estoy segura que son inocentes. Que se pongan a investigar o qué pasa aquí. Aquí hay justicia para algunas personas con mucho dinero, pero para otras no. El pobre de la calle, mire, se lo lleva quien lo trajo. Pero a fulano y sutano, olvídese. No no no no. A mi el juez no me convenció. Yo tenia un concepto de él muy alto, antes, pero… no no no, él se portó de una forma prejuiciada y contaminado”.
-Y la evidencia que desfiló, usted la vio, cuestioné.
-Mi hija habló, ¿verdad?, y qué dijo é (el juez)l, que él no le creía. Imagínese, no le creía, increíble. Ella no estudió teatro. Y espero tambié de mi otro hijo (Chalbert) que le hagan lo mismo. Porque es una persecución familiar…
Y mucho más adelante agregó: “yo crié a mis hijos de muy buenas costumbres, para que vengan a parar a esto. ¡Por dios!”, y sollozó, y la prensa apesadumbrada dio por terminada la conferencia de prensa improvisada.
Hay otra posición sobre todo esto, la de los que prevalecieron en el juicio, las víctimas que llevan catorce años de dolor, y los que llevan once años procesando el caso judicialmente. Al salir de la sala donde se dictó la sentencia, al pie de las escaleras de la corte en el Viejo San Juan, los Anhang y la fiscalía también se pronunciaron ante la prensa. Habíanse quedado en los pasillos aguardando a que Doña Carmen terminase.
“Estamos bien aliviados que ella y su hermana no van a volver a tener la oportunidad de hacerle daño a otra familia de la manera que han herido a la nuestra”, expresó Rebeca Anhang.
“Queremos compartir lo bien agradecidos que estamos con que el tribunal entendió que la víctima de este crimen fue Adam Anhang y nuestra familia y sus amistades. Las acusaciones de la defensa de que ella era la víctima no podrían ser más falsas”, agregó. También los padres agradecieron a la fiscalía federal y me consta que durante todos estos años Abraham se matuvo en comunicación con ellos, inclusive con varias visitas personales. Si bien le molestaba la lentitud de los procesos, nunca le cupo duda de que se trabajaba activamente en el caso.
“Hoy sería cerca de la noche número cinco mil que hemos dormido sin Adam en nuestras vidas y nunca nos recuperaremos de eso, pero estamos aliviados de que la justicia ha sido servida”, expresó Becky, al tope de las escaleras del tribunal.
Más adelante, el padre de la víctima, ya muy parco, con toda posibilidad cansado, drenado si acaso, dijo: “no estamos felices con que esta gente tenga que ir a la cárcel, pero tienen que ir. Es una tragedia para su familia, como para la de nosotros”. Pareció extender una rama de olivo al diferendo familiar tan grave como los Capuleto y los Montesco, una ramita como la que se extendieron Begin y Arafat, o Bush y Gorvachov. Porque hay dolor. Pero no es así. La historia entre ambas familias no termina aquí, porque falta de ver el juicio contra Chalbert, acusado de mentir sobre si conocía o no a Alex. “Esperemos que después de todo, termine”, dijo muy esperanzado. Pero tampoco lo creo. Hay cabos sueltos y poco tiempo para atarlos.
Abraham destacó en una sola frase el dolor que sienten, aunque se haya hecho justicia finalmente: “nunca olvidaremos a nuestro hijo”. Mientras no haya olvido, habrá dolor. En una conversación que tuve hace par de años con Abe, no me perdonó que en mi libro Las sangres que lloran, reportaje investigativo caracterizara a su familia como si fuese, casi, judía ortodoxa, tal vez solo me faltó describir sus rabitos. Esa no es la realidad, me dijo. Son una familia normal como cualquier otra, de profesionales que se insertan muy adecuadamente en su entorno social, y que ciertamente son de extracción judía, aclaró, pero tampoco es que sea una determinación fatal. Acusé el golpe, si acaso hice una mala representación. Pero no lo creo. Sería latoso para los lectores debatir aquí el punto. De lo que estoy seguro es que hay unas tradiciones que permanecen, y de las que, incluso, puede estar orgulloso Abraham. Indiqué en el libro entonces que “los judíos tienen una cultura de tres mil años asociada con la muerte y el dolor”: la esclavitud en Babilonia y en Egipto, el éxodo, el viaje a Canaán, la destrucción de sus templos, la ocupación romana, la destrucción de Jerusalén, la salida de su tierra prometida (diáspora) y un nuevo exilio a través del mundo, la persecución cristiana, la obligada conversión al cristianismo o la muerte, el prejuicio y la caricaturización europeas, y el Holocausto extendido de Francia a Rusia, el duro regreso a sus tierras, las guerras de sobrevivencia, los más cercanos bombazos a sus embajadas, y en estos momentos la crítica mundial por su expansionismo o, como dicen ellos, la seguridad de sus fronteras. Cada época ha significado dolor y sufrimiento, no para un pueblo abstracto, sino para cada uno de ellos, cada sujeto, individuo, familia, ha sido rota, destruida y vuelta a componer. Defenderse no es un delito, es más bien una obligación, sea a la familia o a su pueblo. Y Abraham, como un mandato de Yahvé cuando ordenó que sacrificara a su hijo, tomó los actos que pensó necesarios para llevar a la justicia a la sospechosa de asesinar a su hijo. Como sabemos, la venganza está contemplada en la Torah. El segundo libro del Pentateuco, el Exodo, contempla el ius talionis, la Ley del Talión. Consumada la venganza, se perdona y se olvida. Pero Abraham, alejándose de esos preceptos, no olvidará, entonces, continuará con el dolor. Es decir, no perdonará. Para ser sincero, yo tampoco perdonaría.
Es un pueblo, el judío, que marca inexorablemente a cada uno de sus hijos, y destinado recordar sus catástrofes (Shoá). O como dice Elizabeth Roudinesco, se caracteriza “por el culto que rinde a su propia memoria”, un proceso que es tan colectivo como individual. El culto a la memoria de Adam Joel ya comenzó. La civilización occidental judeo-cristiana, aunque los haya perseguido más que nadie, deriva de ella mucho de esa visión de mundo. De ella, como dice la canción de Tito Rodríguez sobre la la lluvia, “nadie se escapa”.
Alguien más quería aportar al cierre de la calamidad. La fiscal federal Rosa Emilia Rodríguez-Vélez.“Nuestros esfuerzos de más de 13 años han sido confirmados en el dia de hoy y como siempre hemos dicho vamos a estar hasta el final y siguiendo este caso hasta que llegue a su final. Me parece que se demostró que se hizo justicia por un jurado de puertorriqueños a una persona que estaba evadiendo la justicia por tantos años y que estaba burlándose de la justicia por tantos años y hoy la vimos como esta persona estaba retando. Las palabras que dijo en corte para mí fueron una falta de respeto al tribunal y a la familia de la víctima, pero es parte de nuestro trabajo tener que escuchar estas personas, cuando estas personas (la familia de la víctima) han estado pasando un infierno por más de 13 años”.
Pero hay más. No podía dejar de caracterizar la fiscal federal a la propia convicta, si bien se retractó inmediatamente.
“Hoy no fue un show, hoy demostró que ella es así, insolente y todas estas cosas que no voy a seguir diciendo porque obviamente no quiero añadir, y quizás no debí haber dicho lo de insolente, lo retiro porque esa no es mi posición de entrar en esos personalismos, pero la realidad es que la vi hoy como ella es. Las palabras que dijo en corte fueron una falta de respeto para la corte y para su familia”.
Aunque no quiso validar mi apreciación de que esta vista fue ciertamente atípica, como otros compañeros también apreciaron, no por los procedimientos judiciales, conducidos como establecen los reglamentos, sino por la intensidad y dolor y el cansancio que espesaban el ambiente, y por las expectativas de las tres sentencias y el cierre de un capítulo de la historia criminal de Puerto Rico.
“Fue bien dramática. No sé si atípica. Los puertorriqueños somos apasionados, obviamente esto no fue menos, fue bien dramática. Ella pues, obviamente quería desahogarse. Áurea Vázquez Rijos se desahogó, pero nos demostró una vez más quién es ella”.
Un hecho gracioso ocurrió cuando un medio confundió un ataque de sinusitis de la fiscal federal con un sentimiento de dolencia. Luego de que la fiscal federal se soplase la nariz, el medio lanzó su pregunta delante de todos. “La veo compungida”, soltó. “No. Es que estoy padeciendo de sinusitis”, le aclaró Rodríguez-Vélez, entre risas de varios medios que se dieron cuenta del mal entendido. Fue ese mismo medio el que prefirió anteponer las palabras de la asesina y convicta a cadena perpetua antes que a la reacción de las víctimas del caso. A mi modo de ver, los protagonistas de esta historia, de esta “novela”, como dijo el exjefe del FBI Fraticelli, son las víctimas, Adam Joel, Jonathan, y los familiares de ambas familias. Darle preferencia a los criminales y a las idioteces que lanzan para confundir y evitar la justicia las personas que están fuera de las normas sociales es enviar el mensaje incorrecto de que son protagonistas con igual estatura y, como creyeron Áurea y Carmen, tan víctimas de las circunstancias como los otros. Sus problemas, sin embargo, fueron autoinfligidos, por tanto no cualifican para ser víctimas. Al menos, no en mi libro.
Por eso me extrañó tanto que un alguacil de la corte se me acercara durante la vista de sentencia y comenzara a preguntarme si yo trabajaba para algún medio de prensa o para el gobierno. No ha sido la primera vez en este ultimo año que ese medio impugna mi presencia en actividades legítimas en que me desempeño. Me indispuso ante los alguaciles en el inicio del juicio, y ahora intentó que me sacaran de esta vista. Solo gente al servicio de alguno de los acusados hubiera podido correrse ese atrevimiento. En ese momento trabajaba parcialmente para la agencia Inter News Service y, como indiqué, ayudaba a cubrir la sentencia para un programa de investigaciones noticiosas de Univisión-Miami. Además, llevaba conmigo la identificación que me acredita para accesar las salas de los tribunales federales. No voy a tirar al medio esa persona, pero algunos compañeros, y la fiscalía federal, la conocen porque me quejé de inmediato. El aguacil, pobre, tuvo que aguantar mi explosividad al intentar sacarme, en plena sala. No iba a permitirlo, y debí enterar con voz levantada a todos. Hay periodistas, en este caso, desagradecidos por el material que he puesto a su disposición públicamente, y no dan el crédito debido, en los últimos años a Inter News Service. No hay problema con eso, distinto a los reconicimientos mutuos y continuos que se hacían en pasados tiempos The New York Times y The Washington Post (caso Watergate, lo Papeles del Pentágono y otros), en Puerto Rico se invisibiliza la fuente original. Parece chisme, y solo lo ese en parte, lo otro responde a la ética profesional, la de los periodistas sepultureros.
Más afectada que por su divorcio con Adam Joel, Áurea mostró estar más afectada por el divorcio de la razón y su deseo. Sencillamente no logró conciliar su avaricia con la realidad, muy cómoda por cierto, que vivía.
El jefe del FBI en Puert Rico, Douglas Leff, caracterizó el caso como un ejemplo de avaricia. En su peculiar español, correcto pero un poco estridente y pomposo, como si siempre se dirigiese a una multitud lejana, dijo: “es inimaginable el dolor y el sufrimiento que ha sobrellevado la familia Anhang. Representa un caso de avaricia y un mal verdadero en sus formas más puras. Me enorgullece que yo pueda ser parte de este equipo que finalmente entregó justicia a las víctimas, pero realmente bajo estas circunstancias la justicia es casi suficiente”, es decir, insuficiente.
Este próximo 24 de abril de 2019 Áurea cumplirá 39 años de edad. Adam Joel murió asesinado a los 32 años en el 2005. Ella tenía 25 cuando decidió matarlo hace catorce años.
VIII
La propia Áurea le indicó a la terapista que había sido su madre Doña Carmen la que le recomendó a Áurea que fuera con Adam Joel a terapia de familia, pues el matrimonio iba en picada. (A la muerte de Adam Joel, cuando la Policía indagó con los hermanos de Áurea y otros en Pink Skirtsobre si había problemas en la pareja, José Ferrer Sosa y Chalbert lo negaron, al menos dijeron no saber nada.) Y Áurea aceptó, pero se dio cuenta muy rápidamente que la terapia se dirigía a provocar un rompimiento suave, consentido, resignado, no contencioso, y decidió no colaborar. Sin embargo, en su testimonio desde la silla de los testigos, Áurea le indicó a la corte y al jurado que fue ella la que decidió acudir con Adam Joel a la terapia, dejando de mencionar que fue idea de su madre. Desconozco la razón para ello, y no vamos a especular. Es solo un hecho, de esos que incomodan. Lo menos que podemos deducir es que Áurea tiene mala memoria o es una manipuladora impenitente. Lo traigo porque la tendencia manipuladora corre en la familia. Chalbert, Áurea y José han mentido, y en una entrevista conmigo Carmen me habló maravillas sobre el padre de su tercera nieta, que era abogado, que se comunicaba con la niña, y resultó, cuando investigué, que era Ndranghetista. Yo, sencillamente, no me fio de lo que dice. Y Abraham tampoco.
¿Estuvo ajena a todo ese proceso de muerte, a la conspiración para contratar a un asesino? Carmen afirma tajantemente que no estuvo involucrada, que si lo hubiera estado no habría permitido que sus dos hijas, o al menos Áurea, al parecer su preferida entre las hijas, cogiera cárcel. A preguntas mías, específicas, a la fiscal federal, sobre si hay co-conspiradores no acusados que puedan ser procesados eventualmente, o que tal vez nunca sean acusados, me respondió que no, que todos los conspiradores de esta muerte fueron acusados y convictos, es decir, Áurea, Marcia y José. A Chalbert, el otro hermano, se le acusa de obstruir la investigación del FBI al mentirle al Gran Jurado.
Mirando directamente a la cámara de Telenoticias, en una entrevista con Luis Guardiola, el padre del empresario canadiense asesinado en 2005 en el Viejo San Juan, Abraham preguntó: “¿de verdad no sabías nada, Carmen? ¿No tuviste nada que ver?”.
Sobre el acercamiento que le hicieron, según admitió, algunos criminales para segar la vida de su nuera, me imagino que por un módico precio, Abraham podría tener que aclarar a la justicia. Pero tal vez no recuerda quién fue, pues los latinos somos para ellos como los chinos, igualitos todos, o si fue por un teléfono que desconoce, pues se acabó el caso. Muy bien sabe que “en el bajo mundo hay mucha gente que vive de eso”, reconoció.
“A menos que estés dispuesto a perdonar y olvidar, es imposible que no busques justicia”, continuó en la entrevista televisada. Y ese es el punto de todo, ya había escrito en Las sangres que lloran, reportaje investigativo. El carácter judío solo puede perdonar luego de consumada la venganza, en este caso, la justicia. Distinto al cristiano, que, como vemos todos los días en nuestros noticiarios, perdonan sin siquiera saber quién es el victimario. “Yo lo perdono”, suelen decir con pasmosa tranquilidad, mientras el asesino es retratado en cámara diciendo “estoy arrepentido”. Perdonar, arrepentimiento, demasiada religión para un sistema laico de justicia.
Y Abraham no puede, no todavía, olvidar, que es una especie de perdón, porque está convencido de que Doña Carmen participó de alguna manera en la ejecución de su hijo. No puedo saber si dedicará más tiempo a buscar la justicia completa, que incluiría a Carmen y Chalbert, o se conformará con el veredicto obtenido, pero esa pregunta: “¿de verdad no sabías nada, Carmen? ¿No tuviste nada que ver?”, flota demasiado espesa en el ambiente como para no fijarse en ella. Y Carmen dejó saber que teme que él vaya por ella.
“El dice que son víctimas. Pero todos nosotros hemos sido tan víctimas como ellos”, asegura Carmen en una subsecuente entrevista con Guardiola, quien es abogado. “El asesino (Alex Pabón Colón) dio tres versiones, al Gran Jurado, diferente, y al jurado. Y sin embargo, (el jurado) lo creyó, pero qué instrucciones tenia”. Sin saber muy bien lo que decía, por ser un asunto altamente técnico, ataca ahora al jurado y al juez federal. El único problema de una imputación es conseguir la evidencia que la pruebe. Pero hay personas para las que esto no es un obstáculo.
Tampoco favorece que Chalbert logre un arreglo negociado. Si resultara convicto podría enfrentar cinco años, si negocia podría rebajar la sentencia. De lo que está segura la fiscalía federal es que tiene la prueba para una convicción. Pero el arreglo negociado supone que Chalbert haga un disclosurede todos los delitos que haya cometido, si alguno, y diga todo lo que sepa de este caso. ¿Será por eso que ella prefiere que enfrente juicio? Por otro lado, ¿pedirá la fiscalía que revele todo lo que sabe? Al fin y al cabo ya es académico.
“Pero, esta es una situación que la pasan ellos, que no es uno. Ellos son los que se van a enfrentar a una situación carcelaria”, asegura en la entrevista, aludiendo a Chalbert, pero extrañamente, de manera plural, como si su hijo fuera varias personas.
“Si yo hubiera tenido algo que ver en esto, realmente… ya ha habido tantos años… en haberme formulado cargos”. Traducción: luego de tantos años de investigación, si Carmen hubiese tenido alguna participación en la muerte le hubieran formulado cargos.
“Yo me hubiera declarado culpable (si hubiera sido el master mindde todo). ¿Por qué yo voy a sacrificar a mis hijos, sacrificarles su vida, verdad, haciendo a dios partícipe de una acción como esa?”, hace la pregunta quien únicamente tiene la respuesta.
En la entrevista con Guardiola se revela más. Carmen alega que fue el propio Abraham el que “se acercó a alguien para eso”, para que mataran a la nuera, “porque él tiene mucho odio, mucha venganza”.
También, le adjudica a la convicción de Áurea el pasado octubre la precipitación de la muerte de su esposo Julio, con quien estuvo casada 45 años. “Estando él completamente bien, cayó y murió de sufrimiento”.
Pero, ¿de dónde Abraham saca una posible participación de Carmen, si en el juicio no se levantó evidencia incriminatoria? La sospecha puede originarse en Italia. En mis conversaciones con el detective italiano contratado por Abraham para seguirle la pista a Áurea en Italia, y cuyo nombre no me ha autorizado a revelar, aunque algunos periodistas boricuas saben de quién se trata, este me ha adelantado una novedosa teoría, y de ninguna manera conozco la evidencia que la sostiene: la culpable es Carmen, no Áurea.
El amigo asegura tener evidencia que incrimina a Doña Carmen y exculpa a Áurea. Bueno, la evidencia que apuntó hacia la Vedova Neradesfilada en la corte federal del distrito de Puerto Rico no solo fue directa y circunstancial, sino contundente. Si tiene evidencia adicional que involucra a Doña Carmen, pues, sería la cuarta persona que habría participado en la conspiración para contratar la muerte de Adam Joel. Pero no me figuro de qué evidencia habla el amigo, pues se ha negado a dejarme ver, aunque sea un atisbo, de ella. Tampoco veo cómo se podría enrollar y devolver a su caja nuevamente el hecho de que la Viuda Negra se reuniera en par de ocasiones con Alex, y cómo podría difuminarse las circunstancias que conformaron el ambiente espeso para que surgiera la muerte.
En aras de la precision, mi dilettante amigo afirma de una manera un poco escandalosa que “Carmen debe confesar la verdad. Ella es culpable de la misma manera que lo es Marcia”. Y confía en que al surgir la evidencia se pueda hacer un nuevo juicio. Marcia cumple años el 30 de noviembre.
“Hay una sola persona que puede ayudar economicamente a Áurea a enfrentar la apelación. Esta persona es italiana y se mantiene en contacto con Carmen”, me indicó, prometiéndome que “puedes convertirte en un periodista famoso en medio mundo en vez de continuar escribiendo pequeños artículos para pocos lectores puertorriqueños”. Bueno, amigo, qué puedo decir, así es la vida. No creo que necesite argumentar sobre eso.
Sí tengo una gran curiosidad por saber qué evidencia es esa. Tal vez la podremos ver si prospera la apelación. Si así fuese, prepárense entonces para un nuevo juicio. Ni siquiera Fast and Furioustuvo tantas partes.
Para los que hayan podido llegar hasta aquí, a esta crónica-cierre-ajuste de cuentas-confesión-revelaciones chismosas, de un capítulo de la historia criminal de Puerto Rico, fondeado por todos los medios como pocos casos en nuestra historia, les advierto que sobrevendrá alguna sensación de pérdida, de ausencia, y los exhorto a que “sientan otras realidades” que les “hieran” de otra manera (son citas de la filósofa-poeta María Zambrano) que llenen la soledad de sus estómagos. Los actos cometidos por esta familia no solo develan el alma de esas propias vidas, sino que en ellas se da la confluencia de todas las vidas dedicadas al mal. Y sobre eso siempre se ha de andar prevenido. Quedan dudas, sin embargo, en este caso que solo el tiempo habrá de contestar.
dixie
En este reportaje se han utilizado citas publicadas por El Nuevo Día, El Vocero, Noticel y la grabación para Univisión-Miami, así como de mis propias notas.
La le di forward a varios interesados, me toca leerlo a la mayor brevedad. Empeceoa trabajar en la upr
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