De la prensa y el huracán María / Comentario*

 

Las tragedias engendran sumisión, “tanto la esperanza como la desesperación” (Vasili Grossman). Los eventos catastróficos, además de sus múltiples consecuencias evidentes en una sociedad, plantean adicionalmente un problema en la misión del periodismo que se ejerce. Este (idealmente y no siempre) fiscaliza los sistemas de gobierno y su administración, levanta los problemas de los socio-económicamente vulnerados, advierte de las violaciones a los derechos civiles, y, entre otras más, informa.

El papel de la prensa internacional (en otro país, es decir, los corresponsales) básicamente se reduce a informar, aunque no excluye las otras misiones.

Ahora bien, el papel de la prensa local, su objetivo crítico, se ve ante un dilema en situaciones como las causadas por el huracán María en Puerto Rico. Incluso su misión pudiera ser ligeramente diferente, cambia su acento, pudiera tornarse más comprensiva, tolerante ante algunos errores de gobierno que, este asegura, serán corregidos de inmediato y la prensa le ha creído.

No puede el periodismo ejercerse abusivamente, creando desesperanza, desasosiego, debilitando la fortaleza que se necesita para recuperarse del golpe, que ha sido duro. Creando un caos inoficioso, turuleco, como gallina sin cabeza. Su papel crítico lo ejerce con sordina, desacentuado, con un tamiz posiblemente azulado, con filtro de esperanza. Atento a los detalles, a las noticias de recuperación. A levantarse, si acaso, para usar esa maldita frase que de ser el objetivo inmediato en el que creíamos terminó siendo un hueso sin médula, vacía como una letanía.

La perspectiva es inevitablemente distinta al periodismo que ejerce un corresponsal de un medio exterior en el país. Ambas notas, locales e internacionales, mostrarán un enfoque distinto precisamente por su objetivo, sin que eso signifique que los locales no harán el trabajo o que converjan las perspectivas más adelante.

Puerto Rico resulta en este momento un “case study” de primera para ver esas diferencias. Igualmente es un buen ejemplo de las distorsiones y depredación que puede y suele cometer el peor periodismo, por cierto, el más abundante, el facineroso, el inmediato, el que no muestra reflexión, el que escapa de ella, el que la oculta, la evade, y con el dato escueto, como un número arrojado en un papel, pretende por si mismo, en si mismo, ser información sin contexto que lo explique. Otra tragedia.

La frase de Grossman, enmarcada en la tragedia del holocausto, evoca en mí también los campos de concentración. Durante al menos una semana la sociedad puertorriqueña estuvo condenada a un campo de concentración, incomunicada, sin servicios básicos, sin salir, sin entrar, dependiente, sin esperanzas, desesperados, cada cual a su suerte, como en el gueto polaco, que hasta tuvo un autogobierno que hizo lo poco que pudo. “Todo, todo engendraba sumisión, tanto la esperanza como la desesperación”. Hubo en Puerto Rico, como en Treblinskii, quien llegó a ver su propia muerte con alegría.

Pero, “todo tiene su final”, cantaba Héctor Lavoe con sorna, aunque el problema es descubrir ese momento preciso, como en la Kairotanasia. Pasados los días llega uno en que alguien dice basta. Y la mirada vuelve a enfocarse.

Voy a tener que defender la prensa del país, sin querer hacerlo, sufriendo por ello pues soy un crítico interno implacable, y lo he sido por casi 40 años. Las críticas deben ser justas para que prosperen, para que corrijan, para que prosperen. Lo otro sería ser tan abusador como cualquier hp, a la espera siempre de una coyuntura que le permita adelantar su posición totalitaria, oportunista, populista, comentarista sin evidencia, distorsionera o distorsionativa (no las busquen en el diccionario).

La prensa local hizo el trabajo que pudo sin tener los recursos disponibles ni en sus redacciones –cerradas, sin luz ni agua, ni Internet- ni en sus casas, sin luz sin agua sin Internet, ni comida suficiente, sin gasolina, con varios círculos familiares por los que preocuparse y atender, desesperados como todos. Y queriendo, como todos en el país, que la recuperación avanzara lo antes posible. En un frente de guerra, lo saben los corresponsales, puede llegarte o no la información, y puedes transmitirla o no con la rapidez que amerita. Es un poco at random.

Algunas estaciones de radio fueron informativas, al principio. Unas mejores que otras, según los recursos que tuvieran disponibles, la señal, sus periodistas. Los diarios silenciados, escasos, sin tener quién distribuyera los pocos que pudieron imprimir. La televisión en el aire, como ida.

Los corresponsales de los medios estadounidenses tenían mejor suerte. Alojados en hoteles con los servicios básicos, sin familia que atender, sin que tuvieran que luchar por sobrevivir ellos mismos por el alimento o el agua, su misión, su objetivo periodístico fue objetivamente distinto, materialmente distinto. Ni siquiera la noche les caía igual que a los reporteros locales que ni siquiera, como el resto del país, podía sacar dinero de las ATH, pela’os como rodillas de niños.

¿Le interesa al periodista extranjero apoyar el rápido restablecimiento del país? ¿Le es vital, esencial, necesario? Pudiera el corresponsal encontrarse en un dilema ante su mesa de redacción, que solo pide información. Lo que sí es seguro es que para los locales esto es una pesadilla que, sabe my bien, impactará gravemente a su propio medio. Si no recuperamos rápidamente se queda sin trabajo, así como el resto de los trabajadores del país. ¿Le interesa al periodismo extranjero apoyar el rápido levantamiento del país? Le debe interesar reportar el impacto del fenómeno, cualquier otra cosa es gratuita.

Al periodismo local también le interesa reportar el impacto. Y lo hizo, y lo hizo sin recursos, y lo hizo bastante bien pese a las circunstancias. Particularmente en esas primeras dos semanas del acontecimiento. Que pocos se enteraran en el poblado ya es otra cosa. ¿A quién vamos a responsabilizar?

Déjenme contarles una corta anécdota –que ilustra un punto que quiero traer- que le ocurrió a mi padre mientras fue periodista del periódico El Mundo (finales 1960-comienzos 1980). En uno de esos años el entonces director Mr. Harris (texano que no hablaba español, pero fumaba buen tabaco y sus sombreros de cowboy eran de primera) le recriminó a Roberto por qué The San Juan Star tenía en la portada una historia impactante de una de las fuentes asignadas a mi padre. Roberto la ve, lee un poco, se sonríe y le aclara a Mr. Harris que esa historia la rompió mi padre en la portada de El Mundo hace varios días. Que el diario en inglés solo estaba “recogiendo el polvo”, como solía decir, para su mercado anglosajón.

La prensa local recibió críticas porque The Washington Post (siempre excelente) rompió la historia del contrato de Whitefish en portada mientras aquí en la ínsula dormíamos amancebados con el gobierno. La verdad es que esa, y gran parte de las historias que publicaban en Estados Unidos y España, o se habían publicado en la isla primero, como el caso Whitefish, o simultáneamente, o los medios extranjeros las publicaban después, siguiendo la ruta trazada por los medios locales. Esa ha sido la verdad en la mayor parte de los issues durante la cobertura del huracán.

Si no se quiere aceptar ese hecho es sencillamente porque el opinante tiene hachas que amolar con la prensa boricua y la llena de los mismos inuendos que la ha llenado toda la vida bajo todas las situaciones posibles. Y derecho tiene, por supuesto, a su opinión, que no debe confundirse con análisis crítico ni nada parecido. Los periodistas sabemos que cada persona, sector, movimiento, comunidad, partido, ideología, gobierno quiere que se publique, se empuje, salga únicamente su idea, opinión, comentario, análisis, intereses personales, políticos, comerciales, encubridores. Cualquier otra cosa que publique la prensa, para ellos, está motivado por bajos intereses, mediocridad, bla ,bla, bla.

Cuando la prensa internacional descubrió (The New York Times, en octubre) el alto grado de solidaridad comunitaria en la Isla, ya a solo varios días del huracán en septiembre la agencia de prensa local Inter News Service había estado en La Perla y Cupey reseñando el trabajo comunitario, y repensando las estructuras sociales de sostenimiento y los esquemas de recuperación. Esa perspectiva fue continuada por todos los medios locales.

Claro, que lo publique El Vocero, Metro, Primera Hora o El Nuevo Día es distinto a que lo publique el NYT o TWP. Muy bien, no se me escapan las diferencias en el mollero. Lo injusto es decir que aquí no se hizo el trabajo. Y reitero, lo digo a pesar de que le tengo graves reparos a la prensa local, y por supuesto no deja de ser igualmente una autocrítica.

El “disclousure” es importante por las críticas de aquellos que tienen una agenda que va más allá de la recuperación. Si bien, en mi opinión, tienen razón cuando indican que la recuperación no puede ser regresar a lo mismo. La ruta, sin embargo, para lograr esa diferencia puede ser distinta.

No empece, el caso Whitefish no deja de ser un verdadero escándalo. Si tuvo que ser TWP, el NYT, CBS o cualquier otro medio el que le diera el destaque necesario que no se logró localmente para romper los hilos que manejan ese siniestro, pues, que así sea, así funcionó esta vez.

Se debe reconocer la debilidad material en que se encuentra, particularmente en estos momentos, la prensa, además de otras debilidades, más crónicas que la sinusitis, del periodismo insular, como la triste formación de los periodistas, las agendas particulares de los medios, sus políticas editoriales, etc. Ya había indicado que le tengo graves reparos y críticas. Sobre todo ahora, en que los estándares de calidad para ejercer el oficio –piensen en la periodista Svetlana Alexievich, premio Nobel de Literatura- han aumentado dramáticamente.

Aun así, no puede decirse que la población -que mal que bien coexiste en el territorio- no estuvo enterada de todos los acontecimientos post María.

Además, la prensa exterior, y hay que tener cuidado con ello, tiene sus propias agendas y debilidades. Y aquí quiero exponer, una vez más, una de ellas, fundamental. Una debilidad que ni es novedosa, ni es oculta, y ha desangrado libros por más de 50 años. Uno esencial para los hispanos, reciente, de Vargas Llosa, la sociedad del espectáculo. No solo es que la sociedad sea vista como un escenario, con ese carácter voyeurista típico del periodismo, en el que la dinámica social, la vida en sociedad, sea vista e interpretada con parámetros de espectacularidad y tiene que requerir los criterios de show, de espectáculo, como una catástrofe, sino que así mismo se retransmite, se divulga, se plantea.

Se ha sostenido, por otro lado, en múltiples ocasiones que la divulgación constante de las crisis sociales, genocidios, eventos atmosféricos, las guerras, migraciones forzadas, hambrunas, etc., de la manera típica de 30 segundos en que lo hacen los medios estadounidenses en sus noticiarios nocturnos, sin forzar el problema más allá de su recreación, es decir, sin ver-estudiar-analizar las condiciones que posibilitan esa crisis, producen al final del día una desensibilización en el recipiente de esa información.

La crisis en Puerto Rico ha sido insertada por los medios norteamericanos en la guerra que sostienen con el presidente Trump. Puerto Rico es un nuevo instrumento de los medios para meterle el dedo en el ojo a Trump, quien turuleco como es, no sabe ni qué tierra pisa, aunque bien que las caga todas igual. María le cayó como anillo al dedo a la hachas que se amuelan en EE.UU. Después vendrán otros anillos, y la misma hacha, hasta el 2020. ¿Conocían estos medios el drama que, previo a María, ocurría en Puerto Rico?, ¿la quiebra y sus razones, la lucha por lograr plenos derechos políticos? No creo que históricamente les haya interesado mucho Puerto Rico, o al menos lo suficiente, como para virar la palangana.

Cuando esa prensa (y la nuestra) reseña que una comunidad X, digamos en Aguas Buenas, no ha recibido los servicios que posiblemente otras ya están recibiendo, es informativo, y no lo es también pues no aporta a la información ya generalizada de que todo el país apenas tiene electricidad, agua suficiente, alimentos, agua, etc.

Cuando la prensa reseña, en ese mismo u otro barrio en Aguas Buenas, el vía crucis de una familia en particular, solo añade a otros mismos vía crucis de otras familias, ya reseñados en la prensa. Es, dirían los abogados, prueba acumulativa. El problema se conoce, que lo padezca tal o cual familia no añade a lo que se sabe. Insistir en el lastimero perfil de una familia es explotar la sensibilidad, es decir, desensibilizar, y la información no avanza, se queda estancada, como el agua con leptospirosis, envenenando a quien la tome.

Podrá parecer cutre que un periodista descubra a “otra” familia con necesidades, en un barrio de la montaña, y que lo perdió “todo”, y no les ha llegado el agua, la luz, el Internet, la televisión. Y la televisión, o el fotógrafo, le hará un zoom a la doña soltando una lágrima y al marido sin saber ni qué decir ni hacer, tan macho siempre él. Y los niños correteando inocentes, flacos.

Un mes y medio de historias similares, aquí y en la prensa extranjera, pujando a ver qué vida más miserada (tampoco la busquen en el diccionario) logran reseñar, como si hubiese un premio de por medio. Hay 3.4 millones de personas en este país que tienen una historia lastimera que contar, solo se trata de saber identificarla y saber contarla, condensarla bien para que impacte, editarla, utilizar los adjetivos adecuados de tal manera que provoque un estadio de culpa, de mala conciencia en el lector. Si cada víctima quiere contar su historia, nos quedan 3.4 millones de días, a una por día, para conocerlas. Mientras tanto, los problemas de fondo nos evaden.

La prensa norteamericana tiene una extraordinario experiencia en ello. En Puerto Rico los imitamos, pensando que hacemos historias de interés humano, cuando lo que hacemos es abonar a la insensibilización. Si no hay análisis, reflexión, contexto, deshumanizamos. Un periodista suele decir al principio de sus reportajes: “como ya es común…”, y suelta su reseña sobre el mismo problema en otro lugar, el mismo de todos los días por más de un mes.

No todo es, debe ser, sentimiento. Hay que pensar de vez en cuando. La compasión es el más efímero de los sentimientos. Solo sobrevive mientras no haya otra cosa que compadecer. Como una estrella fugaz, nos sobrecoge por un instante. Luego seguimos mirando el siguiente programa de televisión. Pero eso es harto conocido, harto estudiado, nada novedoso, tanto que hasta lo hemos olvidado, tan viejo es ese análisis que ni le hacemos caso, ni creemos que sea cierto. Solo lo nuevo, lo anecdótico, acumulativo, es lo correcto, lo verdadero. Lamentablemente, la desgracia vende periódicos, noticiarios, programas de radio, clics en Facebook.

“En un mundo donde el horror se vende como arte, donde el arte nace ya con la pretensión de ser fotografiado, donde convivir con las imágenes del sufrimiento no tiene relación con la conciencia ni la compasión, las fotos de guerra no sirven para nada”, se afirma en “El pintor de batallas”, de Arturo Pérez Reverte. Algo sabe este ex corresponsal de guerra español.

La desgracia está ahí para fotografiarse, para reseñarse en un periódico, para tomarle un clip de 30 segundos, para ser narrada en directo a través de las ondas radiales. Hoy y mañana, la misma desgracia, sea en Utuado, ícono de la catástrofe causada por María, en Yabucoa, la barriada Figueroa en Santurce. Una y otra vez, la desgracia de 3.4 millones de personas fotografiada, filmada, escrita, narrada en vivo. Una y otra vez. Días tras día. Si una comunidad logra recuperar un poco, se trasladan los periodistas a otra con la desgracia intacta, virgen. Desgracia hay demás no para dos semanas, ni 30 días, sino para el resto de nuestros días.

“La escena del sufrimiento, del abandono, se repite. La escena del fotógrafo, también. La mirada estetizante del fotógrafo que cosifica a ese otro. Que ante la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento o la marginación antepone su óptica sin más dato ni más interés que el ejercicio de la captura”, critica Beatriz Fiotto en su ensayo La fotografía y la elección estética (en el blog El vuelo de la lechuza).

Lo importante es reflejar, otra vez, con absoluto realismo, ese sufrimiento inacabado para el arte y para el periodismo, rayando en la inmoralidad, en el voyeurismo. Se busca en el consumidor el mismo impacto, si acaso, peor, se busca un mayor impacto al del día anterior, un choque emocional que logre conmocionar, sentimentalizar la desgracia, mover a la compasión y no permitir que el consumidor cambie el canal, deje de escuchar el radio o cambie la página por hoy. Ya saben, los auspiciadores (anuncios) requieren atención.

Ya mañana se irá preparando algo más grave, con más impacto aun, que para eso hay todo un pueblo en desgracia que, como una cantera, provea esos minutos de rating tan necesarios para el negocio. No hay análisis, reflexión, pensamiento cuando se revuelcan las emociones. El trauma, además, aplasta el recuerdo. Y así mañana, nuevamente, quedaremos asombrados por el horror de los nuevos visuales o reseñas. Hasta que, finalmente ya insensibles, no habrá indignación posible ante lo que se nos presente, como vivir en la colonia, por cierto.

Entonces pasarán los medios a un nuevo tema, si acaso a una nueva desgracia en algún otro punto del planeta, sin haber entendido nunca con suficiencia racional aquella desgracia que no volverán a ver.

Con atino, al hablar de su medio de expresión, pero es válido igualmente para cualquier otro, el fotógrafo Alfredo Srur en su texto Razones por las cuales dejé el fotoperiodismo, dice: “Estoy cansado del virtuosismo fotográfico y los falsos discursos. Fotógrafos que hábilmente trabajan con el desastre para luego ser premiados en el mundo y hablar de cuánto sufrieron haciéndolo. O para adaptar un discurso políticamente correcto a su manera de trabajo. La estética es ideología y el contexto y el modo en que fue hecho y difundido también. Nunca conocí un fotógrafo que haya compartido su premio con sus retratados”.

Fotoperiodista o periodista, me es igual. Ambos enfrentan lo mismo. Pérez Reverte se cansó de ver la misma desgracia en las distintas guerras que cubrió. Vio igualmente el daño que causaba a sus televidentes, los estaba deshumanizando.

Esa es mi posición en torno a lo que ha estado haciendo la prensa extranjera. Eso es lo que ha hecho hace mucho tiempo, no todo el tiempo, por supuesto. También alguna vez fue de primera. Ya no. Si bien, quedan medios de soberbia calidad, reflexivos, que saben mucho de periodismo y muy poco de espectáculos.

En la ínsula los imitamos. Afortunadamente las graves limitaciones materiales no nos permiten que la copia llegue a ese paroxismo y así se quedan en la parodia. Mejor la parodia que esa pretensión de seriedad que solo oculta su espectacularización.

Esta no es una presentación de todos los mundos posibles que permite la desgracia boricua. Es solo una muestra de un detalle que, muy seguro estoy, no abrirá ninguna discusión, ningún debate. Solo quiero que quede en récord mi reparo a lo que estoy viendo. Solo eso.

Para los que se creen periodistas sin serlo, para los que lo son solo parcialmente pues no viven de ello ni tienen un medio para ejercer la profesión o solo tienen la mitad de un medio, o para los que ejercen un periodismo con un fin político, para los que espepitan por las redes sociales criticando lo que hacen los periodistas sin siquiera leer lo que publican los medios (como decir -equivocadamente- que si no fuese por TWP jamás nos habríamos enterado del escándalo de Whitefish), para los que padecen la ansiedad de comentar y criticar y rebajarlo todo a su propia pequeñez, o los que solo miran desde su gran altura la pequeñez de los medios, les pido que lo sigan haciendo.

Coartarle los dos o tres derechos que todavía tiene esta colonia es la mejor forma de llegar a conformarse con, e ir adaptándose a, las visiones totalitarias, y no es lo que queremos, de hecho, es lo que repudiamos. Además, si se dedican “a crear esos mundos rivales del real, de la realidad verdadera, que son las ficciones, es porque el mundo real de alguna manera no nos basta, no acaba de aplacar nuestros apetitos, nuestros sueños”, dice Vargas Llosa (discurso en la Universidad de Salamanca, 2015) en referencia a los que escriben literatura. Yo, no obstante, amplío ese marco para incluir a los que comentan en los medios porque ellos muestran el mismo indicio de necesidad.

Por supuesto que deberían informarse mejor sobre lo que denuncian, por supuesto que debieran entrar de periodistas bona fide para que se enteren mejor del duro entramado que resulta descubrir, ver, narrar las informaciones. Por supuesto que debieran tener más cuidado al momento de dañar reputaciones de manera tan genérica. Aun así, es preferible ese ventilador de mierda a que solo unos pocos iniciados en posesión de la única verdad posible determinen lo que uno debe conocer y cómo. Ese sería un peor ventilador. De todos modos, hay razones suficientes en Puerto Rico para que no nos baste la realidad boricua. Locos seríamos si lográsemos acomodo en ella.

Susan Sontag se cuestiona en “Ante el dolor de los demás”, y podríamos ensayar extrapolarlo a lo filmado en vídeo o lo reseñado en palabras: “¿Qué se hace con el saber que las fotografías aportan del sufrimiento lejano? Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca… Aunque se les incite a ser voyeurs –y posiblemente resulte satisfactorio saber que esto no me está ocurriendo a mí, no estoy enfermo, no me estoy muriendo, no estoy atrapado en una guerra– es al parecer normal que las personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil identificarse”.

Hasta cuánto es suficiente, no es una pregunta que tenga fácil contestación, de tenerla. Pero debemos darnos cuenta que es demasiado cuando miramos las imágenes y ya no nos conmovemos, sean de aquí o de cualquier lugar allá.

* No suelo ventilar mis opiniones en este blog Prensa Intencional que, aunque muy pocas historias han sido publicadas hasta ahora, se dedica al periodismo investigativo. Sin embargo, si acaso desmerece la página, espero que no sea de mane

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