Por Obed Betancourt / PRENSA INTENCIONAL
“Encerrado en la jaula de su destino / en vano me aferro a los barrotes de la evasión posible /
una flor cierra el camino / y se levanta como la estatua de las llamas / la evasión imposible /
Más débil marcho con mis ansias / que un ejército sin luz en medio de emboscadas”.
Vicente Huidobro, en Altazor
“El tiempo, en sombra, es insondable”. Francisco Brines
I El contemplado
El recurso legal habeas corpus es como una misa de cuerpo presente, pero con un cuerpo vivo o lo que quede del reo. Y, al igual que los asistentes a esa misa, al final el preso espera con esperanza la frase que despide la ocasión, dictada no por un sacerdote, pero un juez, aunque sólo los diferencie un poco la vestimenta: Ite missa est. Id, podéis marcharos.
Antonino Geovanni Sánchez Burgos lleva 23 años encarcelado por crímenes que hasta ahora no han tenido el perdón del Estado y no sabemos si el de Dios, o de esa extraña fusión entre ambos en que vivimos. Le falta cumplir en prisión el resto de su singular eternidad, distinta de la nuestra, que nos parece muy corta. La de los reos es particularmente larga, lo saben muy bien, son expertos midiendo el tiempo, su relatividad, que les pesa más que una lápida, pues viven una gravedad profunda, como de entierro. Ven desde la ventana de su tren enjaulado, que como el de juguete solo da vueltas en círculos, cómo afuera la naturaleza y la ciudad pasan rápido, mientras ellos sienten que apenas se mueven y ni siquiera pueden tocarla. Ven la vida de lejos. Tampoco tienen completo control de ella. Vivir o morir depende más de otros que de ellos mismos.
Lasciate ogni, speranza, o voi che entrate (“abandonen toda esperanza, ustedes que entran”) las palabras que Dante vio inscritas en el pórtico del Infierno, y con razón una de las frases de La Divina Comedia más citadas en estos tiempos -cuando más personas están encarceladas en toda la historia de la Humanidad- bien pueden dar el tono sombrío que encamine el destino de los presos, la desesperanza. Un reo que llegue joven a la cárcel, como Antonino llegó hace 23 años, no puede echar mano de la nostalgia para vivir el futuro. Tendría un pasado muy corto para extrañar. Tampoco puede vivir de alguna utopía, por lejana y difícil de visualizar. Se vive más bien una ucronía que, aclara Rafael Narbona al hablar de Cavafis, “solo podrá realizarse en el dominio de la poesía”, que es “un poder emancipador”, “capaz de abolir el tiempo”. (blog El Cultural, 8 de diciembre, 2020). Devenir, llegar a ser otra cosa, entonces, se hará siempre en un vacío sin tiempo que, bien pensado, parece imposible, si bien, es lo que se le pide a todos los presos, que salga algo de la nada (creativo ex nihilo), a pesar del axioma verdadero “nada surge de la nada” (ex nihilo nihil fit). La rehabilitación de los presos se convierte en un axioma que necesitará demostración pues ¿cómo puede ser inducido a ese nuevo ser si se le niega un futuro para demostrarlo?
Tiene Antonino dos asesinatos en las costillas con armas de fuego. Curiosa frase popular, por cierto, que evoca la costilla más famosa de nuestro imaginario, la de Adán, y solo porque de ella se creó a Eva; aunque igual de notorio es el costado de Jesús, al ser herido en la cruz con la lanza llamada Sagrada o del Destino, del centurión romano Longinus, y del que brotarían sangre y agua limpia que bendijera el destino cumplido. Hoy, esas bendiciones están a cargo del estado.
Antonino clama hoy por esa misa de cuerpo presente y vivo ante el Tribunal federal del Distrito de Puerto Rico. Se ha cometido, asegura, un error en sus casos judiciales estatales y, desde el primer día hace 23 años, sólo pide una oportunidad para demostrarlo. Una única y simple oportunidad que reiteradamente se le ha negado. Hay perros realengos con mejor suerte que Antonino, también llamado El Poeta. Pero lejos de tener la suerte del escritor y dramaturgo francés Jean Genet u otros escritores presos o presos-escritores, al reclamo de excarcelación o de una oportunidad judicial de nuevo juicio para el Poeta, no lo apoya todavía algún organismo literario de la Isla, de los dos o tres que hay, o hubo, pero siempre escasos de miembros, macilentos (como sus osadías literarias) y que solamente han servido para, o sólo para eso sirven, lanzar, como catapulta, la carrera literaria de sus miembros, no para derribar los muros de la mentira, la que a diario nos revienta en la cara y hace imposible la existencia. Desconfiar de los que tienen las manos secas y suaves es prudente.
En estos años algunos reos que han salido de la cárcel devienen estrellas o influencers en los medios de comunicación, las redes sociales, en la academia amurallada y naive, y hasta para las iglesias, que al fin logran un testimonio de salvación. Pero nadie quiere saber de los convictos inocentes que aún cumplen por los errores del sistema judicial porque no es una verdad blanca o negra, sino difusa, perteneciente al área gris, donde las minas enterradas pueden estallarnos bajo los pies. Aunque Antonino sea un escritor con cierto arraigo, enfrenta una lucha cuesta arriba, sisífica, y diría hasta existencialista, porque las preguntas por las causas primeras incluyen las de las desgracias, si acaso, y sobre todo, las desgracias propias, y de los principios que la gobiernan, y el sentido de la vida, para los que aún no saben que son ellos los que deben decidirlo, conquistarlo y vivirlo.
No me es fácil ni grato reportar temas carcelarios. Me fastidia el tema y me he negado a ello consistentemente. Fueron unos cuantos los presos que me escribieron durante mi estadía en la División de Investigaciones Editoriales de El Vocero alegando una inocencia que siempre pareció sospechosa. Suele haber mucha mentira en esas alegaciones, el dato ácido, cruento, suele ser envuelto en papel de caramelo para encubrirlo y desviar la verdad hacia caminos que en realidad son intransitables, inextricables, pantanosos. Y buscan que la confusión sea la llave que abra su celda. Hay mucha pena, se entiende, y mucha insistencia, lo que no hay es inocencia. Quieren que los medios de comunicación hagan el trabajo de relaciones públicas que agriete las puertas que ellos mismos sellaron. “Hay que ser imbécil para buscar la verdad en un lugar como este”, le dice un chota encarcelado a un abogado que le pide que diga la verdad sobre la persona contra la que testificó. (Grisham, Los Guardianes). Es verdad, pero también depende al que le preguntes, y bajo qué nuevas circunstancias puede hallarse la fuente de información.
Ahora bien, los que pude identificar en aquella época, junto a los investigadores de la División, como posibles casos de convicción errónea, se trabajaron arduamente, con pasión. Ese es mi oficio, tratamos con seres y verdades y mentiras que debemos transparentar, limpiar, y para esa tarea debemos ensuciarnos las manos, mojarlas al menos, sin lamentaciones. Siempre hay riesgos. Los corremos. Ya el esfuerzo hará que brille la verdad.
Al igual, me he encontrado a partes iguales con fiscales muy éticos capaces de descartar unas acusaciones por falta de pruebas, y con otros que solo quieren abultar, como sea, su lista de convictos hasta alcanzar las posiciones burocráticas que desean, como fiscal de distrito o fiscal general, y he estado en relación directa con abogados que han sido capaces de empeñar sus vidas para que se haga justicia (como los abogados. de Jonathan), mientras otros apenas mueven algunos dedos, por no decir el culo (que está mal visto en esta época neo-victoriana) en favor de sus clientes.
Sánchez Burgos, podemos estipular, no es tan notorio como Genet, quien fue convicto de múltiples delitos criminales, aunque ninguno de ellos de asesinato. Pero, muy seguramente comparten esa terrible conciencia, lúcida, de la muerte inútil, de la vida equivocada, del camino tan bien pavimentado que conduce a los infiernos terrenales. También, el de los muros invisibles, una nada que impide ver, sentir, proyectar el futuro, incluso como posibilidad. En la cárcel se camina en perpetuo estado presente. Y es en esa rueda enjaulada, infinita, donde deben tratar de conquistar el sentido de sus vidas.
La mayor parte de los escritores encarcelados ha ido a prisión por sus ideas o su militancia política o por publicar libros contra la corriente oficial, entre otros, Tomás Moro, Fray Luis de León, Solzhenitsyn, Miguel Hernández, Voltaire, Dostoievski, Cervantes (esclavizado por los turcos y posteriormente encarcelado en España por delitos fiscales), el africano Ngaahika Ndeenda. El puertorriqueño Francisco Matos Paoli, un poeta extraordinario, nuestro candidato al premio Nobel por mucho tiempo, por sus ideas y prácticas nacionalistas.
Verlaine, quien le pegó un tiro a su amado Rimbaud, cumplió dos años de cárcel en Inglaterra, mientras el Marqués de Sade, Oscar Wilde fueron acusados y encarcelados por delitos contra la moral (de la época, se entiende). El asesinato es un delito de lesa humanidad porque agravia, injuria, ofende la condición humana, aunque no tenga ese carácter masivo, nazi, comunista, totalitarista, con el que usualmente lo asociamos.
La mayor característica, y diferencia, de Antonino con otros escritores es que ha escrito todos sus libros estando encarcelado. De hecho, se hizo poeta, y más recientemente novelista, cumpliendo su condena, que es perpetua. Escribir en la cárcel lo han hecho otros, usualmente literatos, pero luego han salido de la cárcel, como Gramsci con sus Cuadernos de la cárcel, Cervantes señala que Don Quijote de la Mancha comenzó a escribirse en la cárcel, De profundis, de Wilde, también. Y así Miguel Hernández y su Cancionero y romancero de ausencias, inacabado, aunque con la fortuna de contener Nanas de la cebolla. Surgió durante su encierro carcelario político, que también fue su tumba. Justine, de Sade; Fanny Hill, de John Cleland; Santa María de las Flores, de Genet; La muerte de Arturo, de Thomas Malory; Lanzadera en una cripta, de Soyinka; el Libro de las maravillas del mundo, de Marco Polo; Un día en la vida de Iván Denisovich, Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn, y así otros, no demasiados, entre ellos la novela El diablo en la cruz, del keniano Ndeenda, objetor de la colonia de su país, y Canto de la locura, de Matos Paoli, también objetor de la colonia de Puerto Rico, quien escribía hasta en las paredes de La Princesa durante sus cinco años de encierro que el gobernador Luis Muños Marín terminó al otorgarle un indulto. Por supuesto, luego de encarcelarlo.
Si bien, me llama mucho la atención la Balada de los ahorcados, del poeta francés del Siglo XV François Villon, quien nació el año en que los franceses quemaron a su liberadora Juana de Arco. Villon, quien desapareció en 1463, es lejano precursor de los poetas malditos. Escribió el poema mientras esperaba ser ejecutado en la horca por varios crímenes de robo y violencia, sentencia que finalmente le fue conmutada a cambio del destierro. Años antes también había salvado su vida al obtener otra clemencia por asesinato. Una clemencia que, en estos momentos, también pide Antonino, muy activamente
“Hermanos, los humanos que aún seguís con vida, no tengáis con nosotros el corazón muy duro”, pide Villon en su Balada. “Ya estamos todos muertos, que nadie nos maldiga”, y continúa mientras la horca posiblemente era movida por un viento frío y húmedo de otoño proveniente del Sena: “más bien rogad a Dios que nos absuelva a todos”. “No queráis veros como nos vemos: más bien rogad a Dios que nos absuelva a todos”. La clemencia y luego la conmutación de la sentencia de Villon habrá decepcionado a la multitud parisina, que esperaba ver cómo ese cuerpo se acalambraba y estremecía con violentas sacudidas absurdas e irracionales, espasmódicas, hasta morir, porque para algunos, hoy día también, ver morir a los demás es entretenimiento.
Más tarde, siglos, el cirujano Joseph Ignace Guillotin, un político revolucionario francés, inventaría la guillotina para hacer más efectiva y masiva la ejecución de los presos, confirmando que cada revolución, si profunda, creará nuevos y mejores métodos de cercenar la cabeza de los que no se ajusten a los nuevos tiempos, así la muerte por hambre (Stalin en Ucrania), o la reclusión en mazmorras (Stalin en Siberia) o el envío a centros siquiátricos, la gasificación (judíos en la Alemania de Hitler), el paredón cubano de fusilamiento y las mazmorras, morir -pueblos enteros- por machete (en algunos países africanos), los escuadrones de la muerte (América Latina) y un largo etcétera tan largo como la civilización sobre la tierra.
Son esos, entre otros escritores encarcelados, a los que se une Antonino Geovanni, salvando los juicios valorativos que cada cual pueda tener sobre su obra, y de que tampoco ha aparecido un Sartre que abogue por él, como lo hizo el existencialista marxista por Genet. En su larga estadía en la cárcel, el poeta ha escrito cuatro libros, tres de poesía y una novela: Genéstica (2011), Fauces (2014), Serpentis (2018), y la novela autobiográfica Los hijos del punto (2020). Su poesía ha sido antologizada en las colecciones Fantasía circense (2011), Desde Adentro, entre la universidad y la cárcel (2011), Poemas de Amor, de Casa de Los Poetas (2012), Grito de Mujer (2013), Poetas intensos (2018), Grito de Mujer (2018), Pedazos del Corazón (2018). Es decir, Antonino se ha ganado un espacio por si mismo en el apretado nicho cultural puertorriqueño.
¿Por qué empezaste a escribir poesía?, le pregunto. Y su contestación me pareció honesta, por lo común, inescapable entre los que se inician en este arte: “por amor”. Posiblemente, la mejor razón para comenzar a escribir poesía. Sin saber Antonino entonces, al comenzar a escribir, que el arte no solamente “salva”, como aseguraba con razón el poeta y profesor Jorge Luis Morales, sino que es un oficio como cualquier otro, la carpintería, por ejemplo, la plomería, la abogacía, y que no hay tema vedado, sacro, para los escritores. Pero eso también lo llegará a descubrir, que le salva a él y a nadie más. “El poder emancipador”, al que ya aludimos.
“Comencé con la poesía en un intento de mantener viva la llama del amor entre mi compañera y yo, ya que nos separaban las murallas [de la cárcel]. Descubrí que la poesía no era sólo un mejor idioma para expresar mis sentimientos, sino también un puente para desvanecer distancias, espantar soledades y acercarnos a nuestro estado más humano. Sin embargo, luego aprendí que la poesía era también un arma para combatir las oscuridades del alma, y fue entonces, luego de ese accidente cósmico con la literatura, que comenzó mi proceso de cambio, una transición de las tinieblas hacia la luz. Desde entonces, he visto en la poesía, no un refugio en donde ocultarme, sino un hogar en donde puedo luchar y descansar, un hogar en el que puedo sentirme seguro y donde puedo respirar aire puro.” Luego Antonino, enamorado de sus propias palabras, hará público ese texto, incluso antes de que yo lo pudiera incluir en esta historia.
A Antonino lo conozco, aunque no personalmente, hará unos seis años, aproximadamente en 2014, de una manera que tampoco recuerdo con exactitud. Mi vago recuerdo es que se cruzaron algunas de esas fronteras inimaginadas que tienen las cosas torcidas, durante mi investigación sobre la muerte de un joven asesinado en Bayamón en el que los indicios apuntaron a la Policía, mientras era perseguido por patrullas de ese cuerpo cuyo lema es “servir y proteger”, pero que la Policía y los fiscales lograron justificar como “suicidio”. Se pegó un tiro, dijeron.
Escribí al menos cinco artículos, de fondo o con referencias al reclamo de Antonio, y por supuesto, la tortuga de la justicia escondió su cabeza dentro del caparazón al sentir el palo que le tocaba. Otros medios, aunque pocos, se unieron al reclamo, y aún así, la tortuga vendada continuó su paso, torpe, ciego y lento hacia ningún lugar, como si con ella no se tratara el asunto. Ese es el mismo animal que no pudo ver que nadie se pega un tiro con su mano secundaria, y que, en todo caso, hay que hacerle la prueba de parafina para confirmar el suceso, y descartar que alguna bala proveniente del autopatrulla que le perseguía se apostó a su lado y lo ejecutó, como afirma un testigo. Ese suceso, que posteriormente tuvo un eco telenoticiado, hubo de correr la misma suerte triste que otros similares, como el de Antonino, por ejemplo. Recientemente, en este mes, otro noticiario retomó el asunto, con gran corrección y extensión. Pero, con lamentación lo digo, hay situaciones de gran importancia, como la vida misma, que se diluyen en el mar de la estupidez cotidiana, como una gota adicional en ese ancho mar.
En Puerto Rico, las únicas noticias con repercusión son las relacionadas con los políticos o el desempeño, sólo si fallido, del gobierno, como si el país fuese solamente eso, un circo con una pista única. Los demás acontecimientos de la sociedad son exactamente eso, los demás, sin importancia, disminuidos. Pero algunos saben que de tanta licuación social se nos chorrea la Isla hacia el mar, sin detenernos a contemplarlo, como sí hizo el poeta español Pedro Salinas, instalado en Puerto Rico, quien, asombrado ante la majestuosidad del mar Atlántico que no se altera ante quien lo mira, escribió: “De mirarte tanto y tanto, / de horizonte a la arena, / despacio, / del caracol al celaje, / brillo a brillo, pasmo a pasmo, / te he dado nombre; los ojos / te lo encontraron, mirándote”. Ese nombre es “el Contemplado”. Es el mar, entonces, una estatua que no se inmuta, que se deja ver desnuda, sin reparos. Y así mismo recibe ese mar contemplado las aguas del país que se nos licúa como un río recrecido.
II La decepción
Los casos judiciales de Antonino son complejos. Bastante complejos, tanto que desbordan la paciencia que debe tener un buen reportero, y que en mí siempre ha escaseado. Hay testigos cuyas alegaciones contradicen fatalmente la prueba pericial desfilada en corte, que de tantas no debieron haberlo condenado. Hay testigos que lo exculpan, pero que no fueron entrevistados, ni por la Policía ni por los propios abogados iniciales de Antonino. Hay prueba exculpatoria no revelada a la defensa, en clara violación al Brady Rule federal, que obliga al ministerio público hacerla disponible. Hubo presiones de policías que terminaron coaccionando testigos. Y todo en medio de celos, asuntos amorosos, envidias, maldad. Hubo muchos inuendos, más que pruebas, aceptados en evidencia por el juez Manuel Acevedo Hernández, del Tribunal Superior de Aguadilla. Hay testigos de cargo que, ahora retractados, aseguran en declaraciones juradas que mintieron a la corte, y que Antonino nada tuvo que ver con esas muertes. Y después de más de dos décadas de encierro, Antonino aún busca una testigo adicional que confirmaría otro extremo de su defensa que apuntalaría su inocencia.
Permítanme reiterarme, porque en este caso la verdad le parece irrelevante al sistema de justicia. De hecho, escuché a un exfiscal general aludir en TV a una previa convicción de Antonino por narcotráfico, un evento que, sabe muy bien el abogado, no es permitido levantar en una acusación por casos distintos. Sólo estaba contaminando el reportaje, justificando la convicción errónea por asuntos anteriores y distintos. Se juzga a las personas por eventos específicos. Pero eso lo sabe. Me recuerda a Camus en su novela L’Étranger (1942), sobre un acusado de asesinato (Meursault), más juzgado por su distanciamiento personal, apático, con los sentimientos que valoramos, que por la muerte de un árabe cometida.
Un informe objetivo del caso de Antonino debe evidenciar que no existe un vínculo demostrable con los asesinatos que se le imputan.
Un informe objetivo del caso de Antonino debe demostrar que no existe un vínculo demostrable con los asesinatos que se le imputan, que el testimonio que lo vinculan en los tiroteos está comprometida, que fue fabricada por un testigo amañado, dedicado, de hecho, a ser un chota por encargo, que la evidencia trabajada por el Instituto de Ciencias Forenses no es consistente con la propia versión de ese alegado testigo presencial que, para más, admitió posteriormente que ni siquiera estuvo en la escena del crimen y que es falso todo lo que dijo. Debe estar en ese reporte, que se haría con el único objetivo de revelar la verdad, el “montón de imposibles” (Grisham) que se juntaron para enviar al incómodo Antonino a morir en la cárcel. Incómodo porque no era un santo y la Policía no había podido encerrarlo. Pero fabricar prueba es un juego sucio vedado al estado, entre otras cosas, porque se presta para encarcelar a inocentes. Por otro lado, la santidad es una excepción social y moral.
La nueva evidencia recopilada, gota a gota durante dos decenios, persuade y convence. La evidencia por la cual Antonino paró en prisión es ilegal. El chota, que hace apenas unos días, a mitad de diciembre de 2020, lamentablemente murió por complicaciones de Covid-19 (otra piedra en el camino), dejó hace seis años una declaración jurada que revelaba lo realmente sucedido, y sus causas. Y eximía a Antonino de cualquier participación. Esa nueva declaración jurada está respaldada por su propio testimonio en una corte federal ante casos en que testificó, un testimonio coetáneo con el juicio estatal (que, por cierto, se le ocultó a la defensa).
Se sabe, el estado sólo fabrica testigos cuando no tiene pruebas. Y ahora, el propio estado, con su lentitud de tortuga, está dejando indefenso, nuevamente, a Antonino. ¿Ese es el propósito? No debiera serlo. Cuando finalmente se sabe la verdad, es necesario impartir justicia de inmediato. De una manera u otra, las leyes proveen para que se haga de forma rápida y con certeza. Aquí, el tiempo (otra vez) es importante. Ya saben ustedes, los presos llaman “hacer tiempo” a su encerramiento carcelario. De eso se trata, de espacio-tiempo. Es lo que compramos cuando ingresamos a la vida. Su sentencia puede ser revocada en un nuevo juicio, puede concedérsele clemencia ejecutiva, puede ser liberado mediante habeas corpus y conmutar la sentencia con efecto inmediato, por ser víctima de un veredicto erróneo. Son pocas las veces, y todavía fraseo la novela de Grisham, que un juez tiene la oportunidad dorada de sacar a un no culpable de la cárcel e impartir justicia, como pocas son las veces que tiene un pueblo de sacar a un gobernante que no desea. Existen culpables a los que se les otorga clemencia, ¿por qué no otorgarla a un preso que posee la evidencia que cuestiona seriamente su convicción?
La nueva evidencia, sin lugar a dudas, aunque el Ministerio Público no lo reconozca, alteraría el resultado del veredicto, y la evidencia forense desolada en el juicio, juzgada con imparcialidad, muestra contradicciones muy graves con el testimonio del único testigo que le imputa el asesinato.
Este enredo lo desenvolveremos más adelante. Un informe objetivo tendría un “razonamiento claro y sólido” y concluiría que el sistema judicial condenó a un hombre equivocado, una injusticia que, es posible, puede quedar sin corregir. Si lleva encerrado 23 años levantando su voz de inocencia en este caso, sin poder hacer el ruido necesario para llamar la atención, sin que se organicen a su alrededor algunas instituciones de altos vuelos para elevar esa voz de tal manera que sea escuchada en más espigados niveles, la prognosis no es buena. Así es la voz de la impotencia, una pesadilla que parece no tener fin. En el sistema de justicia de Puerto Rico, todavía, la nueva prueba exculpatoria no está muy bien vista, aunque, afortunadamente, esa visión retrógrada ha comenzado a cambiar entre nuestros jueces. Al menos, esa es la esperanza.
… exacto, si es que la mención del exjuez Manuel Hernández Acevedo les tocó la campana del recuerdo. Este es el mismo juez que muy pocos años después de los casos contra Antonino fue arrestado, enjuiciado, convicto y sentenciado a 10 años en la corte federal por soborno y conspiración, al vender por regalías y favores y dinero un caso judicial que tenía ante su consideración, el de Lutgardo Acevedo, aquél contador público autorizado que enfrentaba juicio ante ese juez por homicidio involuntario en un accidente de automóvil en el que iba borracho. El entonces jefe del FBI de la jurisdicción de Puerto Rico, Carlos Cases, en el contexto del juicio al exjuez, tildó hace pocos años a Lutgardo, a quien también acusaron, de “mequetrefe de poca monta y mala calaña”. Sobre Lutgardo recayó una sentencia de nueve años impuesta por el foro federal por sobornar al juez y otra en una corte estatal de 15 años, concurrente con la federal, por el homicidio involuntario del que trató de evadirse a fuerza de dólares, que entonces le desbordaban los bolsillos y desnutría su moral.
Lutgardo, absuelto ilegalmente por el sobornado juez del caso por homicidio involuntario, años después, en o cerca de 2012, le daría a la mano en el área del municipio de Cabo Rojo miles de dólares en efectivo, en compañía del empresario corrupto Anaudi Hernández, al representante del PPD y candidato ese año a la reelección Jaime Perelló Borrás. Este fue reelecto y asumió la presidencia de la Cámara de Representantes, y antes de vencer su término de cuatro años renunció ante los escándalos de Anaudi, su amigo y miembro del comité de finanzas del comité de reelección, escándalos que salpicaron a la Cámara, donde hubo varios convictos, todos funcionarios de confianza del presidente.
Antonino no es un santo. De hecho, era bastante diablillo antes de ser encarcelado. Llevaba una mala vida, pendenciera, perdida entre malas amistades, de esas que te piden que te pierdas si no eres tan perdido como ellos. Sus amigos eran los del punto de drogas, bebía como cosaco en invierno y no era ciertamente un modelo de vida para nadie.
Pero, me asegura, de ahí a ser un asesino hay un gran trecho, tan grande como del dicho al hecho. El problema es que tuvo las oportunidades judiciales para demostrarlo, al menos para impugnar con cierto grado de éxito la evidencia que desfilaba en su contra. El problema es también que sus abogados no pudieron o no supieron establecer la “duda razonable”. Aunque sabemos ahora, a saber si demasiado tarde, que realmente esas oportunidades estaban viciadas, pues lo fueron de forma pero no reales, porque según se forjaron las cosas, estaba condenado desde el día uno, según el constructo que del caso hizo la Policía. Le hicieron lo que en la propia jerga policíaca llaman “una rosca”, “un rancho”, para que todo apuntara a él y no a los verdaderos asesinos, alguno de estos ya convertido en chota de la Policía.
El habeas corpus, ese documento que con su título en latín, presentado y sellado ante una secretaría judicial, debe transformarse en una especie de manuscrito antiguo, mágico, con poderes ocultos, órfico, lleno de conjuros liberadores, y que, al igual que el orfismo, requiere de ritos más ancestrales que las propias togas judiciales, revela los datos suficientes y suscintos que han merecido mi atención durante años y que, al publicar, he tratado, vanamente, confieso, que gente con poder de decisión, también se la presten. Debe ser una llave el habeas corpus, una Magna Carta Libertatum que intentará introducir, a ver si abre, en la cerradura de su celda, o en la cabeza de algún juez para que recuerde que los derechos, desde el siglo XIII, cuando se suscribió la Carta Magna, establecen la necesidad de procesos justos, como se inscribe en el artículo 39 de esa Carta: “a nadie se le venderá, a nadie se le negará o retrasará el acceso a la justicia”. En el siglo XIII, ¡y todavía continuamos fabricando casos! violando la igual protección de las leyes, el debido proceso de ley, la justicia.
Mientras, ya ha pedido, formalmente, clemencia ejecutiva, aunque a veces es más fácil obtener el perdón de Dios, y hasta que se manifieste ardiendo en una zarza, concediéndolo, que lograr la absolución del estado, que tiene varias modalidades en nuestra jurisdicción, limitada, parcial o total. Cualquiera es buena, diría Antonino, solo sáquenme de aquí, me he portado bien durante estos 23 años de claustro, soy un hombre nuevo que puede aportar a la sociedad y, además, esos crímenes no son míos, pero si no me creen, al menos dénme una oportunidad para demostrar que ahora soy un hombre de bien. ¿Habrá suficientes dudas sobre la justicia cometida en sus casos como para merecer esa oportunidad? Un exgobernador tuvo este caso ante su consideración. Todo parecía que le otorgaría la clemencia. Había esperanzas, alegrías que compartió con su familia. Pero todo se vino abajo. Un error, como aquél cometido por el presentador Steve Harvey durante la final de Miss Universe, en 2015, cuando le puso la corona a la beldad equivocada, teniendo que quitársela, ¡en vivo ante millones de televidentes!, para ponerla nuevamente sobre la cabecita de la verdadera ganadora. El mundo entero rió y vaciló el error, porque ese no es el mundo real, es una mera fantasía comercial, sin consecuencias si desaparece. Grave es cuando ocurre en nuestro mundo.
“La anécdota más dolorosa de mi estadía en la cárcel fue cuando la tarde del 2 de agosto de 2019 me anunciaron que [el entonces gobernador] Ricardo Roselló [que renunció al cargo ese mismo día] me había otorgado la clemencia ejecutiva. Me puse feliz, lloré y agradecí por la fuerza que me había dado el universo para llegar hasta allí. Sin embargo, la situación dolorosa fue cuando el día 6 de agosto me enteré de que solo había sido un error, que tendría que permanecer en este lugar [la cárcel]. Pero a pesar de todo, como siempre he hecho, me levanté, me sacudí el polvo y regresé a la lucha porque estoy hecho de campos de batalla, de sangre, de sufrimiento, de valor y de metralla. Nunca me he rendido aunque el trayecto ha sido muy dificil porque mi padre me enseñó a enfrentar las cosas a pesar del dolor. Él me decía, pelea hoy, te quejas mañana. Y aquí estoy, luchando para convertir la verticalidad de mis barrotes en horizontes de libertad, y no dejaré de luchar hasta que mis pies puedan hundirse en la arena de [la playa] Crash Boat en Aguadilla.”
Si lloró de alegría cuando le anunciaron que sería liberado, solo imagínense qué habrá ocurrido en esa alma cuando, frustrado, supo la verdad. No es difícil imaginar la tormenta de tristezas que se habrá desatado en su corazón y cómo todos esos lagos que almacenaba detrás de sus ojos habrán inundado la casita de libertad que construyó en el valle de sus ilusiones.
III Una mirada cercana
Dios ciega al que quiere perder, leo el dicho árabe de una columna de Arturo Pérez Reverte en la que, como un maestro de esgrima o el mismísimo capitán Alatriste, se involucra todavía, o como siempre, en batallas épicas por asuntos que ha decidido que le conciernen, como han sido, por ejemplo, sus años como corresponsal de guerra, sus salidas para enfrentar el mar en su navío de tres velas, el “Lepanto”, con su polémica bandera de la vieja España (“la de la coronita azul, reglamentaria para barcos de recreo, nunca me gustó. Es más bien fea y desangelada”, ha dicho en un tuit) o sus batallas más épicas aún y triunfantes para llegar al parnaso de la novelística hispanoamericana actual, que no es poca cosa.
Por eso Antonino abre tanto los ojos, porque no quiere perder el sueño de ser libre. Tanto los abre que el habeas corpus sometido, como la mirada de la medusa, dejó convertida en piedra las injusticias que resultaron en su encierro. Grabadas, como las tablas mosaicas, para que perduren. No dejó muñeco con pies ni cabeza. El ataque, es decir, la defensa de su libertad, es troyana, virulenta, como Héctor defendiendo su vida ante Aquileo.
Vacate the verdicts! Su reclamo para anular los veredictos de culpabilidad en su contra los fundamenta en que fueron logrados de manera ilegal, en violación a las enmiendas constitucionales Quinta, Sexta y Décimocuarta de la Constitución de EEUU.
La Quinta Enmienda establece que a nadie se le privará de su vida, libertad o propiedad “sin el debido proceso de ley”. Este es un derecho que evoluciona del artículo 39 de la Carta Magna. El derecho a defenderse de acusaciones criminales es un derecho fundamental que requiere que el tribunal provea ciertas garantías para que sea efectiva esa defensa, como la igualdad para las partes en el proceso y evitar la indefensión del acusado. La Sexta Enmienda codifica los derechos relacionados con las acusaciones criminales, como juicio público y expedito, jurado imparcial, informar la naturaleza y causa de la acusación, carearse con los testigos en su contra, que se obligue la comparecencia de testigos a su favor, y, sobretodo en este caso, el derecho a la asesoría legal que, se entiende, debe ser efectiva, no chapucera. Por su parte, en la Décimocuarta Enmienda, con varias cláusulas, sólo concierne aquí la sección 1: privar de su libertad sin el debido proceso de ley y la igual protección de las leyes o derechos, una cláusula dirigida expresamente a los estados, que, entonces, algunos se negaban a implantar.
En una de sus varias convicciones, Antonino se declaró culpable en 1998 de asesinato en segundo grado al ser privado, se asegura en el habeas corpus, “de una asistencia legal efectiva”, en violación a la Sexta Enmienda. Esta le costó 18 años de su vida. En el segundo caso de asesinato, en 1999, reseña la moción de habeas corpus, acudió a la vista preliminar acompañado del mismo abogado, quien tampoco proveyó asistencia legal efectiva. Antonino se vio obligado a contratar un nuevo abogado durante ese juicio, y quien resultó tan ineficaz como el primero, se asegura en el documento público que también he llamado una solicitud de misa de cuerpo presente. En este caso, a pesar de las instrucciones del juez de no tomarla en consideración, el jurado discutió “abiertamente” la previa convicción de Antonino. La determinación del jurado fue 10-2.
Recientemente, el Tribunal Supremo federal determinó que todas las convicciones criminales por jurado en los estados deben ser tomadas por unanimidad. Aún se dilucida si aplica la regla a casos ya cerrados, lapidarios, como los de Antonio. Si se aplicara retroactivamente, a los casos juzgados, con sentencias finales y firmes, Antonino podría ser beneficiado, un aspecto que también se levanta en el habeas corpus.
Como se indicó, los casos del Poeta son bastante complejos. Contienen una serie de sutilezas, de actos distintos y variados en el tiempo y una gran cantidad de personas que inciden, que hace fácil perderse, equivocarse, y hasta desmoralizarse en este intento de desentrañar la realidad, la verdadera, no la verdad judicial actual. Reseñar su versión de los hechos no es agradable, por lo compleja. Requiere ver tablas comparativas, inconsistencias en los testimonios que lo condenaron a vivir encerrado hasta que muera, prueba no revelada a su defensa, testigos que no fueron citados, otros sospechosos no investigados, evidencia contradictoria pasada por alto, testimonios que se retractan (nunca bien vistos por los tribunales), posibles testigos a su favor que no aparecen, o testigos a su favor que no pueden testificar sin implicarse, coacción a testigos, rumores de conspiración para perjudicarle, fiscales y policías que posiblemente no realizaron su trabajo bajo las más estrictas reglas éticas, la intervención de un juez que años más tarde fue acusado y convicto de soborno, y por supuesto arroja dudas sobre los casos que ha resuelto.
Ante esto, se me presentan dos alternativas: o escribir largo y con paciencia, con todos los detalles de este confuso e intrincado caso legal. Lo he hecho antes, bastante, y con muy poco éxito editorial, pues la resistencia a leer en esta Isla es casi un principio de vida, o; mantener ciertas líneas sencillas de exposición, más para sugerir y plantear los asuntos que para explicar los múltiples detalles del problema. Es decir, o sacrificar el verdadero entramado, ¡su laberinto! perdernos en esa aventura que sería lanzarse sobre tantos datos que nos abrumarían, y ciertamente no todos explicarían el drama de su convicción errónea, aunque sí el trauma de su vida, en aras de una exposición completa, para récord, de los asuntos, o mantener la nota un poco descarnada y encontrar una lectoría más amplia y necesaria, en el que intentaré no perder el alma de Antonino en el camino.
En esta ocasión, me digo, abrazaré la simplicidad y dejaré que Antonino, en su momento, pueda escribir, si lo desea, la novela de su vida, que ya comenzó con Los hijos del punto. No podemos olvidar que una historia periodística, una crónica, cualquier reseña escrita, debe informar con claridad y forzosamente deberá obviar algunas aristas de la realidad que, juzgadas, no aportarán al objetivo primordial de informar con elocuencia. Para Antonino, cuya desgracia lo lastima cada minuto, todo debe parecerle importante, y lo es, pero no necesariamente para el periodista, que no debe confundirse con un relacionista público. El periodista, que carga con la responsabilidad de aportar al esclarecimiento de los sucesos, no debe olvidar que debe atrapar una audiencia, aunque sin desmerecimiento de los hechos, para enterarla con suficiencia. Por más que se intente, una historia no sustituye una realidad, sólo debe apuntar claramente hacia ella. Sin olvidar, por otro lado, que la forma del escrito debe trabajarse con el mejor esfuerzo. Pero al final del día, sé que traicionaré este plan y me desbocaré por el camino intransitable. Moro viejo, mal cristiano.
De todos modos, no nos quedaremos en una reseña inmediatista, sino que mediaremos con un “periodismo lento, sosegado” (Alberto Puliafito, fundador en 2014 de Slow News, entrevista publicada en la revista digital Ethic, 28 de octubre de 2020), no efectista, como sí suele serlo el periodismo en redes sociales Se buscará acallar “el ruido que produce la desinformación”.
La lentitud, o “el tiempo para producirse”, como lo caracteriza Leila Guerriero al hablar de la crónica, no obstante atenta usualmente contra el interés un poco inmediato del objeto de investigación. Ya me ha pasado antes, en el Caso Jonathan, por ejemplo, que he reseñado largamente en este blog y en diarios de Puerto Rico. Reconozco que todo tiene su urgencia, su reló interior, su tic tac, y el periodista debe entonces zanjar por un medio. Esto es periodismo de denuncia también, y permitir que gane la injusticia no aportaría para que se enmiende o se corrija. Como un francotirador, hay que apuntar bajo presión y con certeza para cumplir la misión, y muchas veces con las condiciones adversas y apretar en el momento oportuno, justo, un kairós. Hay la posibilidad de que no acierte. Pero es una apuesta que no se evita.
En el caso Jonathan, que fue convicto erróneamente de asesinato por un jurado y que utilizo como ejemplo para mediar entre reportaje de investigación y de inmediatez, se debe entender que, “si bien se publicaron los datos con gran objetividad respecto a los hechos que se descubrían”, la serie investigativa estaba “fuertemente motivada por la injusticia que se cometía” contra el inocente encarcelado. Pero con gran conciencia, por otro lado, de que sobre un periodista no recae la responsabilidad de hacer justicia, pues es tarea que cumplen las instituciones legítimas del estado. Sin embargo, continúo citando del prólogo del libro Las sangres que lloran: reportaje investigativo (Tinta Roja, 2015) “un reportaje puede ayudar a provocar al menos un repudio moral a los hechos que denuncia”. No son historias que contamos, solamente. No podemos ser tan ingenuos, pues reduciríamos el periodismo a puro entretenimiento. El reportaje investigativo, el de denuncia, la crónica, llevan en su propia definición una intención. Cuando, además, lo hacen con los mejores recursos del idioma (y pongo de por medio a Mailer, Talese, Wolfe, Kapuściński, Ignatieff, Alexiévich, Caparrós, Walsh, Guerriero, Arce, Gattis y tantos otros) entonces se cumple un propósito adicional, ser una obra literaria, arte.
IV De cómo se llega a donde no se quiere, sin culpar al destino
Dije que algunos perros realengos tienen más suerte que Antonino, y que podría convertirse en “un-ser-para-la-desgracia”, su destino. Pero la verdad es que no tiene que ser así, necesariamente. Antonino no lo aceptaría. Lleva luchando desde el día uno, luchando contra su brutal realidad. Lleva sobre 8,400 días repitiéndolo. Soy inocente. Si le dan un “break” judicial, tratará de demostrarlo, si le otorgan clemencia ejecutiva… bueno, al menos pisará el terreno fértil de la libertad, no se va a quejar. Tirará a pérdida esos años y de ellos rescatará lo que le ha servido, la literatura, por ejemplo, y mirará con regocijo el futuro, su familia, un hogar. Mientras, lucha. “La lucha nunca cesa. / La vida es lucha toda / por obtener la libertad ansiada. / Lo demás es la nada / es superficie, es moda”, escribió el poeta Juan Antonio Corretjer, de sus años en prisión, cuando ver a su esposa Consuelo era como ver el cielo.
La gran comedia de esta tragedia que protagoniza Antonino, como un rey depuesto que espera a su Cordelia para ser repuesto, es que cinco personas cumplen condena (dos en la estatal, tres en la federal) por un asesinato que la evidencia demostró (en el foro federal y el estatal) que cometieron cuatro, y entre estos no está Antonino. Ese es uno de sus casos de asesinato. La mera confusión y el absurdo que plantea, y la sospecha de que haya al menos un inocente entre los condenados, sería razón suficiente para revisar su condena. Pero la “razón de Estado” es distinta a la humana, porque solo es de conveniencia política, de seguridad, de salud pública (Maquiavelo, Richeliu), que se utiliza para la sobrevivencia del Estado, en muchos lugares a costa de los derechos humanos. La razón de Estado mal ejecutada, contra sus ciudadanos, solo es terrorismo de Estado. Es cuando, entonces, comienza a perder el Estado su legitimidad. No hay violación de derechos humanos pequeña, y menos legítima. Para Dostoievski, una revolución no valía la vida de un niño. Tampoco una acusación, si se involucra a inocentes.
Es justo enmendar los errores del sistema, eso también es justicia.
Como tampoco vale dejar de denunciar la convicción errónea de una persona, solamente para proteger los procesos institucionales de justicia y de sus gestores. Sé muy bien cuánto le cuesta al Estado enmendar sus errores, teme que queden al descubierto sus erratas y lleguen las demandas. He investigado algunos de esos casos. Entre otros, el Caso Barbarita y el citado Caso Jonathan son emblemáticos. En ambos el Estado se reiteró en su error. Tomó mucho “valor y sacrificio” (uso la frase con todo propósito, para que suenen los clarines y rompan el cristal de los prejuicios) para los abogados de estos jóvenes lograr aunque fuese una justicia tardía. De tanto maldecir a los abogados que liberan “criminales”, el pueblo se ha condenado a sí mismo. Los abogados no liberan criminales, deben entender, particularmente algunos periodistas, sino que defienden los derechos de los acusados consagrados en la Constitución. Por definición, mientras no han sido hallados culpables, no son criminales ni convictos, y se les debe garantizar la aplicación protectora de las leyes. Ya convictos, entran en juego otras fuerzas, como revisar la transparencia del proceso judicial. No lo fue en los casos que he citado. No lo ha sido en el caso de Antonino, no lo fue en el caso de los de Aguadilla ni en muchos otros casos ya públicos. Es justo enmendar los errores del sistema, eso también es justicia. Y hay que tener la babilla suficiente para superar la reacción populista que exige que cada acusado sea inmediatamente arrestado, convicto y encarcelado sin mediar procedimientos de insaculación de la verdad. Hay tiranía en esa reacción, y lamentablemente, en varios colegas periodistas, que han depuesto la verdad en favor de ese populismo, ciego como siempre es.
A. Cinco condenados por un asesinato ejecutado por cuatro
José Antonio Hernández Jiménez, a/k/a Chelo, fue asesinado la madrugada del 6 de julio de 1997. La brea del estacionamiento del Burger King de Aguadilla estaba fresca, como para dormir una siesta, habrá pensado algún deambulante. Venía del night club La Cabaña con sus amigos Luis Ángel López Lorenzo y Toto, y Chelo, que conducía, se detuvo en el negocio de hamburgers, a saber si con el estómago ardiente después de tantos Finlandia con cranberry. En el lugar, abierto y concurrido a esa hora de la madrugada -alrededor de las 3:00 am- Chelo pidió las ofertas, que consumieron allí mismo. Comía tranquilo, sin saber que afuera lo esperaba la muerte. Como nadie la espera nunca, porque la muerte lleva inscrita un carácter agazapado, como si se avergonzara de sus actos.
Al salir del local, unos 35 a 40 minutos después, y mientras Chelo se metía las manos en el bolsillo para sacar las llaves de su auto, de un Hyundai que por el carril del servi-carro se movía en reversa, como listo para irse, se bajó una persona “con una camisa embollá en la cara y se le tira encima a Chelo para dispararle. Se le pegó. Yo le vi en la mano una [pistola de calibre] 9 milímetros, aniquelá”, y “le disparó, por la cara. Yo me quedé como asombrado y había otra persona en el vehículo y se bajó a dispararme. Salí corriendo y cuando me da la vuelta por el baúl, que yo arranqué a correr, ahí yo me caí, y él siguió disparando y yo cogí para Los Chinos. Y al encontrarme con la pared, seguí por to’ la acera corriendo, hasta salir al banco que está en el Shopping Center. Entonces, yo me traté de esconder por una pared, por donde queda Island Video y entonces cogí para donde estaba Chelo. No oí más disparos, y yo fui con la creencia de que iba a estar vivo, para llevarlo al hospital y lo vi muerto, hasta que llegó la Policía… tirado en el parking, boca arriba, con unos boquetes en la cara botando sangre”. Y ya con las llaves del auto en la mano, como un inútil instrumento de salvamento que llegó tarde. Luis Ángel contó tres personas, aunque fueron realmente cuatro. No mencionó a Antonino, a quien conocía y había visto esa noche en La Cabaña con varias muchachas.
El 4 de febrero del año siguiente, 1998, Antonino fue arrestado al relacionársele con esa muerte. De ese asesinato Antonino cumplió 18 años, al hacer una alegación de culpabilidad en segundo grado, tentativa de asesinato, dos cargos de Ley de Armas, y violación a una probatoria que hasta entonces cumplía bastante bien. Por la alegada violación a la probatoria regresó a la cárcel a cumplir los cuatro años impuestos previamente. David Corillo, también acusado, cumplió veinte años. Salió a la libre comunidad en 2008 y tuvo algo importante que decir, lo verán más adelante.
El habeas corpus dejó sin pies ni cabeza al abogado de Antonino, tildando esa defensa de ineficiente al no investigar lo suficiente la prueba de coartada disponible, fallar en citar a los testigos de esa coartada ni indagar por más información, evidencia, sobre otros potenciales testigos que acompañaban a Antonino durante el espacio de tiempo de la muerte. Se plantea además, en el habeas corpus, que el testigo principal de coartada, llamémosle T-1, fue coaccionado por funcionarios del gobierno para que no testificara a favor de Antonino. T-1 había estado todo el tiempo con Antonino durante esa noche y madrugada en La Cabaña junto a las muchachas y podía testificar que no fue el asesino, así como ellas también. Pero hubo un problema con T-1 que no permitió su testimonio. De las muchachas no se supo más.
Repitamos lo esencial: en el foro estatal Antonino cumplió 18 años de cárcel por un asesinato que en el foro federal cumplen otras tres personas, y ninguna es él, y la prueba indica sin duda que fueron estas tres personas, y un cuarto que lo confesó, los asesinos, pero nunca Antonino, como él mismo sostiene. Eduardo Rivera Moreno, a/k/a David Corillo, es el cuarto de los asesinos.
Puchi, el hermano de Chelo con quien hablé, cree en la inocencia de Antonino. “No mató a mi hermano”, me dice de Antonino entre variados extremos de una conversación rápida, de palabras multiplicadas, inteligentes, ligeramente a la defensiva, como quien duda de las intenciones de quien pregunta.
No indicaré los nombres de testigos aquí, no quiero que se sean atemorizados por la presión pública, y menos que sean objeto de carpeteo policíaco y/o coacción, nuevamente. Lo que sí se debe decir, denunciar más bien, es que el principal testigo de defensa, de coartada (T-1), aseguró en una declaración jurada dada posterior a todos estos hechos, que fue advertido por funcionarios del gobierno que, si testificaba a favor de Antonino, su probatoria sería revocada. La amenaza de revocar la probatoria e ingresarlo en presidio se hizo, asegura el testigo, frente a su trabajadora social, el fiscal del caso contra Antonino, y frente a su abogado. No sorprende. Es, de hecho, un patrón en aquellos policías y fiscales que se amarran a una versión única, condenatoria, y se les hace imposible dejar escapar el conejo que tienen entre manos. Lucen como aquella Reina Roja (en Alicia en el país de las maravillas) que gritaba a pulmón, irracional e irrasciblemente: “¡que le corten la cabeza, que le corten la cabeza!”
Ese fue exactamente lo que sucedió en el Caso Barbarita, a mediados de la década de 1990, en el que el único testigo -un adolescente llamado Mala Muerte- contra dos jóvenes acusados de violar y asesinar a la niña de 6 años, fue coaccionado por el agente investigador, según su declaración jurada (hecha durante el proceso judicial y a espaldas del Departamento de Justicia que lo custodiaba y manipulaba) para que no cambiara su fantasiosa versión por la verdad, que finalmente surgió en la publicación de la investigación periodística. El FBI descubrió, finalmente, que Barbarita no fue asesinada sino que murió por un accidente trágico. Igualmente, hubo otros incidentes con la niña casi tan desgraciados como su muerte, pero no involucran a los acusados, y ni siquiera a Mala Muerte.
El agente investigador entrevistó además a dos testigos contra Antonino, que designaré T-2 y T-3. Pero antes de iniciar el juicio contra Antonino y David Corillo, ocurrieron unos hechos importantes que nos darán el background necesario para ver con exactitud a qué casillas se iban moviendo las piezas de este ajedrez mortal en el que Antonino no pudo defenderse, perdiendo por abandono ante un jaque mate inminente.
T-3 fue entrevistado por agentes federales de Aduanas (US Custom Service) para que sirviera de testigo contra Sammy Segueta, quien dirigía una organización en el caserío Las Muñecas, en Aguadilla, pueblo donde suceden todos los acontecimientos que se narran en esta historia. T-3 era gatillero de Sammy, reconoció ante los federales. En esa entrevista estuvo presente el principal agente de la Policía que investigaba a Antonino, Pedro Colón Ríos. Un Reporte de Investigación -CASE NUMBER MA13CS98MA0020- cuya copia vio Prensa Intencional, lo confirma. La investigación federal se centraba en la organización de narcotraficantes y en los asesinatos relacionados con narcotráfico, o como llaman los federales, los overacts de narcotraficar. T-3 implicó en el debriefing federal directamente en la muerte de Chelo a T-2, y a otros dos, entre ellos su propio hermano, y a sí mismo como co-conspirador. Ese asesinato había sido ordenado por el bichote investigado por los federales, Sammy Segueta, en venganza por el asesinato de un asociado suyo a manos de Chelo en 1996, relacionado con una venta de drogas en la que quedó pendiente una deuda.
El cuadro esencial entonces, para resumir, es el siguiente: el agente estatal que investiga pide a T-2 y a T-3 que testifiquen contra Antonino por el asesinato de Chelo. Mientras, T-3 le declara a los federales que los asesinos de Chelo son T-2, una persona adicional y el propio hermano de T-3, por órdenes del bichote que investigan los federales. T-3 nunca involucró, en su testimonio ante los federales, a Antonino. El agente estatal que investigaba en ese momento a Antonino por el asesinato estuvo presente en esa entrevista de T-3 con los federales, que fue plasmada en el reporte indicado. El resultado de la entrevista es que T-3 se convirtió en testigo cooperador (CW) de los federales en el caso contra la narco-organización de Aguadilla, a cambio de no ser acusado por las actividades ilegales en que participó con ellos, siempre y cuando dijera la verdad, la cual nunca fue refutada en el juicio federal, que logró sus convicciones.
Para no crear más expectativas, coronemos de inmediato la verdad, que para el gobierno estatal siempre estuvo disponible, aunque no la puso a disposición de Antonino. El indictment federal de 22 de septiembre de 1999 contra la organización criminal de narcotraficantes de Sammy Segueta, acusa específicamente a T-2, al hermano de T-3 y al otro sujeto cuyo nombre de momento tampoco revelaremos, como los causantes de uno de varios overacts de narcotraficar, y uno de estos overacts es el asesinato de Chelo. Todos los acusados en esta acusación federal, siete miembros de la organización criminal de Aguadilla, fueron convictos, entre ellos los tres que asesinaron a Chelo. Evidentemente, T-3 no mintió ante los federales.
En el indictment o acusación, esto es lo que se indica: On or about July 6, 1997, at the Burger King, Aguadilla Shopping Center, Puerto Rico, co-conspirators [menciona al hermano de T-3, T-2 y al otro sujeto], for the purpose of maintaining absolute control of the drug operation described aboved, did undertake the murder of Jose Hernandez Jimenez Aka “Chelo”. En expediente Criminal No. 99-306 (PE).
Ahora bien, cualquiera se equivoca. No hay problema. El agente investigador debió pensar que su investigación estaba terminada luego del testimonio de T-3 ante los federales y un Gran Jurado federal y el caso en corte. Su propio testigo apuntaba a otras dos personas, y no a Antonino ni a David Corillo, y ese testigo era un cooperador federal, protegido. Así que, con sólo someter el propio fiscal una moción de nuevo juicio contra Antonino por la muerte de Chelo, y al concederlo el juez, solicitar la desestimación de los cargos y excarcelarlo, se servía a la justicia.
Pero eso no fue lo que pasó. El gobierno estatal no solicitó desestimar el caso contra Antonino ni David Corillo, ni contra T-2 (involucrado en el tribunal federal) y siguió adelante el proceso. Antonino fue juzgado, el agente estatal ni el ministerio fiscal nunca le indicaron a la defensa que el testigo principal que usó contra Antonino (el llamado T-3) apuntó ante los federales a otros asesinos y excluyó a Antonino. Tampoco el agente investigador reveló sobre el reporte federal de investigación ni la declaración ante un Gran Jurado federal de T-3, que no colocaba a Antonino cometiendo el crimen. No sabemos, todavía, si el juez y los fiscales estatales conocían las acciones del agente estatal. Pero, con que lo supiera el agente era suficiente. Aquí aplica el Brady Rule, de proveer al acusado prueba exculpatoria o beneficiosa obtenida por el gobierno, en cualquier etapa de la investigación, procesamiento judicial o posteriormente. Un amigo mío, fenecido, exinspector del Negociado de Investigaciones Especiales, habría dicho que “eso fue una puercá”.
En el juicio federal, T-3 admitió que era gatillero de Sammy Segueta, y que Chelo era gatillero de una narco-organización que controlaba otros caseríos y rival de Sammy por el control de los puntos. El resultado del juicio federal es que los tres a los que apuntó T-3, como buen gatillero que era, resultaron culpables de narcotráfico, entre otros delitos de los que sirvió de testigo.
Unos 15 años después, un nuevo defensor de Antonino descubrió los documentos federales, el Reporte de Investigación de Aduanas, y la transcripción de la declaración de T-3 ante el Gran Jurado que nombró a los tres asesinos de Chelo. Y solicitó un nuevo juicio basado en el descubrimiento de nueva evidencia exculpatoria. Pero la Policía, el Departamento estatal de Justicia y los tribunales se han negado a revisar la convicción de Antonino, a darle la más mínima oportunidad de demostrar su no culpabilidad en ese asesinato. El propio Tribunal Supremo local ha establecido que esconder evidencia que podría mostrar la no culpabilidad de un acusado, podría resultar en la revocación de la convicción y ordenar un nuevo juicio. También implicaría fuertes sanciones a los magos del derecho que aparecen y desaparecen, con igual desteza, evidencia.
Ya cumplió Antonino esa convicción errónea, pero aún insiste en que se vea que fue un desvarío de la justicia. Y más aún, afirma que ese mismo patrón de mentiras, violaciones a las leyes que regulan la conducta de los abogados, incluyendo a los fiscales, se utilizó para adjudicarle después otro asesinato, uno ocurrido dos años antes, en 1995, pero del que fue acusado en 1999, luego de su convicción en 1998 por el asesinato de 1997. Nunca la Policía ni la fiscalía fueron tan eficientes. En otras palabras, como decimos los boricuas, la Policía, la fiscalía y los jueces, y algunos narcos también, tenían a Antonino de mangó bajito. Con adjudicarle a Antonino cualquier muerte en la región ya lo esclarecían. Probarlo no sería un problema, en eso estaban curtidos. Aunque no fuesen ciertas las acusaciones, la evidencia llegaría como sea, podrían encontrarla hasta debajo de una mata de plátanos, como han encontrado a muchos bebés a la isla, según el refranero popular.
Mientras, aparte de un grupo de familiares en Facebook (Clemencia para el Poeta) que públicamente solicita el perdón ejecutivo y, con muy mala fortuna hasta ahora, firmas para que se le otorgue el privilegio, no hay otra organización que respalde su clamor.
Pero nada de todo esto sería tan complicado si no fuese porque aquél (T-3) que fue testigo en la corte federal contra los tres asesinos (y recuerden que recibió inmunidad a cambio) de Chelo, declarara contra Antonino en el juicio estatal por el asesinato de Chelo. Y T-2, culpable en el juicio federal por hechos relacionados con esa muerte, también se convirtió en testigo de cargo en la corte estatal contra Antonino y Corillo. ¡WTF! Los pájaros apuntándole a las escopetas.
En el juicio estatal por la muerte de Chelo, T-2 (que lo habían arrestado con posesión de armas) se declaró culpable y sirvió de testigo e involucró a Antonino y Corillo. El problema es que, ya a ese momento, luego de su convicción federal, es una declaración falsa, perjura. T-3 también los involucró en la corte estatal, luego de excluirlos en su testimonio en el tribunal federal y es igualmente perjuro, de ser ciertos todos estos acontecimientos como los he narrado.
Ante los testigos que hubo contra él, si bien perjuros, pero sin poder refutarlos, Antonino solo podía declararse culpable y negociar un delito menor, como así hizo. Vayan las verdes por las maduras. Corillo también alzó las manos. Con el testimonio de T-3 en la federal, hubiese podido impugnarse con éxito el propio testimonio de T-3 y el de T-2 contra Antonino. Pero no se conocían, excepto por el agente estatal, que fue testigo del debriefing. Pero este, nada dijo. Antonino, la tarde del 7 de diciembre de 1998, luego de ser convicto y sentenciado, quedó hecho polvo, y más le pesaba no haberse dado la oportunidad de demostrar su no culpabilidad que la ceniza en que podría convertirse en la cárcel.
Al siguiente día, el 8 de diciembre, cuando enfrentaría otro de los casos relacionados, le solicitó a su abogado retirar su alegación de culpabilidad. Pero ya era tarde, le dijo su abogado. Si apareciese alguna prueba exculpatoria, tal vez podría retirarse su alegación y solicitar nuevo juicio. Antonino estaba que echaba chispas con su abogado, y para ese segundo día de juicio lo despidió. El juez, no obstante, no lo permitió. Luego Antonino presentaría una querella ética contra su abogado por su desempeño, con el que se sentía “infeliz”, “insatisfecho”.
El nuevo abogado de Antonino años después, José Silva Riollano (que no debe confundirse con los primeros dos abogados de Antonino) aseguró en su Petición de Certiorari de marzo de 2014 ante el Tribunal Supremo local que “el agente investigador (…) se confabuló para prestar falso testimonio y perjuro”. Así parece. Sólo falta demostrarlo ante un tribunal, si acaso le daban la oportunidad a Antonino de exponer su prueba.
Que 20 años no es nada, correctamente dijo Gardel cantándolo muy bonito, y podemos confirmarlo los de cierta edad cuyo futuro es cortísimo comparado con el pasado. Pero una nueva movida de la Policía y la fiscalía ejecutaría, como hacen todos los verdugos, las esperanzas de un futuro aunque fuese lejano, para Antonino, quien desde entonces vive preso en un perpetuo presente.
B. Condenado hasta que se muera con evidencia que nadie creería
Un asesinato sangriento saludó la madrugada, que aún no enfriaba del todo, del 22 de agosto de 1995, sumiendo al pueblo de Aguadilla en el temor de más asesinatos en represalia ese día o los siguientes. La muerte no ocurrió en los caseríos en guerra ni en alguna vía solitaria o alguna avenida transitada, con disparos de auto a auto y posibles víctimas inocentes de por medio.
Osvaldo Jiménez Vélez, Oby para sus amigos, recibió varios impactos de bala que le causaron la muerte al instante. De varios calibres de bala, según el testimonio único en corte. Bajaba Oby las par de escaleras hacia el apartamento de su novia, localizado en el sótano del negocio Chano’s Super Cash, cuando lo sorprendieron, aseguró el testigo y co-conspirador del asesinato. El veredicto contra Antonino, a quien se le imputó esa muerte, fue 10-2, en 1999. Diez personas del jurado creyeron toda la evidencia que desfiló el ministerio público, suficientes en nuestro ordenamiento de entonces para una determinación del jurado. Hasta con uno menos, 9-3, se enviaba a la gente a morir a las cárceles en Puerto Rico. Dos jurados no se creyeron el cuento, al menos dudaron lo suficiente de la evidencia como para no condenar a una persona el resto de su vida a no ver más la luz del sol. Duda razonable es lo único que pide el estado a un jurado o juez para que no condene a un acusado. Pero hay en este país gente que no duda un segundo por nada, y tampoco dudan de que la criminalidad se acaba encarcelando criminales, por eso no dudan en encerrar a cuanto acusado encuentran, aunque sea inocente. Y así, sin dudar, han vivido toda su vida, y sin duda alguna se han equivocado, porque siguen encarcelando a cuanto cristiano se equivoca de templo y sigue la criminalidad tan rampante.
Antonino tuvo que ser excarcelado para que le sometieran las nuevas acusaciones y enfrentar un juicio cuya sentencia de cadena perpetua se añadiría a los 22 años que ya cumplía. Pero este asesinato que se le adjudicó ya era el colmo del abuso. Otro compinche fue acusado y convicto por esta muerte, José R. Quiñones López, a/k/a Balato.
El caso era presidido por un juez que años más tarde ocultaría como un eclipse de sol la notoriedad de cualquier criminal en Puerto Rico: Manuel Hernández Acevedo, de quien se dijo aquí algunas palabras, insuficientes posiblemente, pero lo suficientemente claras como para saber que era un tráfala, una escoria que guindaba del sistema judicial como un apéndice, bueno para nada, del que no se sabe con certeza desde cuándo vendía sus casos ni a quién. La corrupción gubernamental, que tiene grados y hay que tener cuidado cuando se imputa (porque no es que nos convirtamos ahora en talibanes y yijadistas), consiguió en este juez su más emblemático ejemplo.
El caso judicial contra Antonino tuvo la particularidad de ser un escenario bien montado, desde las investigaciones iniciales, el procesamiento o juicio, hasta las deliberaciones del jurado. En el habeas corpus se ataca la eficacia y el compromiso de su abogado para hacer prevalecer la verdad, el derecho de Antonino a confrontar a los testigos, a rebatir la prueba. Y hasta su derecho constitucional a que un jurado libre de prejuicios y objetivo evalúe la evidencia fue igualmente violado.
Nuevamente tenemos a T-3, mediante declaración de mayo de 1998, implicando a Antonino en un asesinato, el de Oby, ocurrido casi tres años antes del testimonio. Para muestra adicional de que era un montaje escénico, T-3 resultó ser el único testigo de este caso. T-3 testificó que alguien llamado Neftalí Colón Colón, que hasta ahora no se ha encontrado ni por los centros espiritistas para que lo confirme, lo invitó a asesinar a Oby. Y fueron a buscar a Oby. Y salieron a buscarlo el alegado ser viviente de nombre Neftalí Colón Colón, Balato, Antonino y el propio T-3. Cuatro sicarios para matar un pobre diablo, aunque la lógica criminal suele ser más racional. A menos testigos, menos posibilidades de que alguien se convierta en chota. Pero T-3 tampoco era reconocido por sus grandes luces. Sólo decía lo que le decían que hiciera, como veremos.
Según T-3, fueron en dos vehículos a matar al tipo. El primero de ellos, un Hyundai, era conducido por Neftalí y lo acompañaban Balato, Antonino y alguien de apellido Pumarejo (un apellido de grata recordación en Puerto Rico asociado con el mundo del entretenimiento). En el segundo vehículo, un Chevy Z24, era conducido muy convenientemente por T-3, solito, sin nadie que le acompañase, es decir, sin testigos, listo para despacharse con la cuchara grande de su testimonio falaz.
Una vez ven a Oby llegando en un vehículo a las afueras del apartamento de su novia, testificó T-3, aparcaron al frente, se bajaron Antonino, Balato y Pumarejo y con sus bocas bien cerradas abrieron fuego contra Oby, quien en ese momento bajaba las escaleras y que debió ser, se deduce del testimonio de T-3, descocido a balazos con las tres diferentes armas de diferentes calibres. Un charco de sangre debió formarse inmediatamente hasta llegar a las puertas del apartamento de su novia.
El caso era clarito como una sopita de pollo. Un co-participante del asesinato se había virado y testificó contra sus compañeros de oficio, recuerden que T-3 admitió ante los federales que era un sicario de Sammy Segueta. Pero por alguna razón T-3 no puso una sola balita en aquel cuerpo infortunado. Era esa noche sólo el director del quinteto, no uno de los músicos ejecutantes que daban la serenata.
Pero aquí es cuando a la puerca se le comienza a entorchar el rabo, o al testimonio de T-3. A veces hay que sospechar de las transparencias, de las cosas demasiado claras. Si se destapan solo un poco, suelen oler a trampa bien construida o a madera podrida, apestan a mentira demasiado organizada, la realidad nunca lo es tanto, ni tan transparente ni tan organizada, más bien un reguerete que nos cuesta desentrañar y solemos olvidar. En el informe de la escena de la Policía se afirma que solo se encontró un calibre de pistola. No hay forma alguna que hayan desaparecido de la escena los casquillos ni las balas de los otros dos calibres de las pistolas usadas para descocer a balazos a Oby. La escena no cuadra con la declaración de T-3 sobre los hechos.
Y peor aún para la veracidad de la declaración de T-3, el técnico balístico de Ciencias Forenses sostuvo que la evidencia recopilada, seis casquillos y tres balas en el cuerpo del infortunado, indican el uso de una sola arma, en clara contradicción de un hecho esencial en el testimonio de T-3, de que se usaron tres armas de distintos calibres. Además, tampoco acribillaron a balazos a Oby, como se supone que ocurra cuando tres diferentes sicarios bien machos y malotes con sus respectivas armas tienen ante sí al objeto de su discordia. La evidencia apunta a un solo sicario con una sola arma. Precisamente, para rematar a T-3, la novia de Oby le indicó a la Policía que solo vio un vehículo escapar de la escena del crimen, no dos, como testificó T-3. Luego con el tiempo la exnovia de Oby tendría amores con el hermano de T-3, precisamente al momento en que T-3 le ponía los 20 a Antonino.
Por otro lado, para continuar esclareciendo el testimonio en corte de T-3, un testigo le aseguró a la Policía que el vehículo de Oby ya estaba frente a la casa de su novia, sin él adentro, al menos 15 minutos antes de que fuese asesinado. Por tanto, tampoco puesde ser cierto que Oby llegaba en ese momento al apartamento y fue asesinado, como juró T-3 ante un juez, aunque este se llamase Manuel Hernández Acevedo. El juramento seguía válido, el juez no tanto.
Lamentablemente, el abogado de Antonino para ese caso no logró que declarara el testigo que podía impugnar con éxito ese extremo de la declaración de T-3, y así descubrir, si halaba poco a poco ese hilo suelto, su mendacidad. Por esa y otras razones, en el habeas corpus se denuncia que Antonino no tuvo una eficaz defensa de sus derechos, como tampoco la había tenido en el anterior caso de asesinato, en el que se declaró culpable para evitar una condena perpetua, sin saber, porque se la ocultó, que había documentos que lo exculpaban.
Otra prueba que le ocultó el estado a Antonino en este caso fue un reporte policíaco sobre un auto que, por confidencias recibidas, la Policía confiscó en relación con el asesinato de Oby tan pronto como tres días después del suceso. Antonino ni su abogado jamás se enteraron de que hubo otros posibles sospechosos de ese asesinato, aunque el reporte de la Policía existe. Hay que recordar que Antonino y Balato fueron acusados casi cuatro años después de la muerte de Oby ocurrida en 1995.
Y eso no es todo en este caso que mantiene a Antonino encerrado hasta que se muera. La Dra. María Conte, patóloga reconocida por su elevado nivel profesional y actual directora ejecutiva del Negociado de Ciencias Forenses, testificó que la trayectoria de las balas trazaban una ruta de una persona que subía las escaleras e impactada de frente, contrario a lo que aseguraba T-3, que Oby fue ultimado mientras bajaba las escaleras hacia el sótano donde se ubica el apartamento de su novia.
Para cerrar este resumen de piezas de evidencia fabricadas, se debe destacar también un grave fallo en el jurado. Entre este cuerpo solemne y juzgador que levantó muy en alto su mano derecha para asegurar con gran suntuosidad que no tiene intereses personales ni conflictos de intereses con nadie en este juicio, incluyendo al difunto, y que juzgaría a los acusados imparcialmente y sólo a base de la prueba admitida por el tribunal, se les coló un interesado con conflictos de intereses. Y ese fallo se define como una violación del derecho al debido proceso de ley y al derecho de tener un juicio justo, una de las mayores garantías para lograr un veredicto justo e imparcial. Y tampoco eso, que es suficiente, lo es todo. Veamos.
La declaración de uno de los jurados indica que como parte de las deliberaciones para encontrar culpable o no a Antonino, se manejó entre ellos el hecho de que el acusado ya tenía convicciones previas, aunque no estaban relacionadas con este caso. Usualmente, cuando un juez da las instrucciones al jurado al irse a deliberar, instruye para que no se tome en cuenta cuaquier convicción previa del acusado no relacionada con el caso a ser juzgado. Nada tiene que ver un caso con otro. Se puede ser culpable en unos hechos y no culpable en otros. Ese distanciamiento necesario para juzgar imparcialmente los hechos que tienen ante si, no fue observado al momento de juzgar a Antonino por estos nuevos hechos, declaró un jurado. El jurado sí consideró las previas convicciones de Antonino al momento de deliberar sobre esta otra acusación. Ya le pasaba factura a Antonino la fabricación del caso anterior, pero esta vez, para cerrarle con llave los barrotes y botar la llave.
Agregó el jurado declarante, además, que uno de los jurados es el padre de un buen amigo de Oby, comprometiendo de esa manera el juicio imparcial, posible, al momento de juzgar la evidencia. Cuando Antonino supo esto, en momentos en que el jurado deliberaba, se lo indicó a su abogado quien, seguro de la absolución de Antonino, se negó a traer el asunto ante el juez por carecer de importancia, y tampoco levantó el asunto durante la apelación de veredicto.
Los serios problemas en el testimonio del único testigo de la muerte de Oby no lo hacen creíble. Con las mendacidades de ese testigo y la fabricación de prueba de parte del gobierno, así como las distintas violaciones a los derechos constitucionales del acusado, como no entregarle prueba exculpatoria en manos del estado, mantienen a Antonino tras los barrotes hasta que agote su último aliento. Una cadena perpetua es, sin más, la aplicación de la pena de muerte, no se le de más vueltas, es venganza. Con esa prueba deficiente y manipulada, evidente incluso para el más lego, encierran a una persona el resto de su vida. Algunos pueden vivir y hasta dormir plácidamente aunque sepan cosas como esta. Otros no pueden.
Y con todo lo dicho, no se ha dicho todo. Falta la cherry sobre el mantecado, el dulce que nos lleva a sentir que todo lo anterior fue apenas una dulce embocadura para que el paladar se sintiera en este momento más vivo que nunca y alcanzara un registro más alto de dulzura. Me recuerda este momento a cuando el cantante Dimash Kudaibergen alcanza esa nota imposible, casi fuera de registro, en la canción SOS d’un terrien en détresse, después de haber recorrido posiblemente unas cinco o seis octavas con su voz hasta coronar el prodigio con una nota que si alcanza las nubes ocurrirá la lluvia, desde el tono barítono hasta el de una soprano alto, dejando mudo a su audiencia, e inclusive a cantantes de ópera y maestros del bel canto que, asombrados, algunos solo alcanzan a decir, con los ojos desorbitados por el asombro, ¡what the heck! o, sencillamente lloran, como suele pasar cuando canta Sinful Passion.
V La mentira que se juró como verdad y condenó a uno a la muerte
T-3 reconoció en una declaración jurada de 2014 que mintió en los dos casos en que testificó contra Antonino. Pero, por supuesto, de un sicario que buscar salvar su trasero se podía esperar cualquier cosa, incluso traicionar a su jefe y hasta a su hermano. Esto no es la Mafia italiana y su férreo sentido del código de silencio y la ética de Famiglia (más laxa cada día, hay que reconocer). Esto es el narcotráfico boricuencis, el de sálvese quien pueda y la salvación es individual. Lo importante aquí, sin embargo, son las razones para mentir y nadie mejor que T-3 para decirlo con su propia boca. Esta es la cereza que corona este drama. Todo fue un invento, una mentira, y Antonino, que lo sabe mejor que nadie, ha clamado desde el día uno, pero en el desierto.
“Fungí como testigo del Ministerio Público en dos casos de asesinato contra Antonio G. Sánchez Burgos, c/p Gio, por la muerte de José Hernández Jiménez, c/p Chelo, ocurrida en 1997 y la muerte de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, ocurrida en 1995. Fui arrestado por el agente Pedro Colón Ríos aproximadamente en enero de 1998 por cargos de la Ley de Armas y la Ley de Sustancias Controladas. Al no prestar la fianza y estando en la cárcel de Guerrero de Aguadilla por estos delitos recibí la visita de Colón Ríos quien me solicitó información que relacionara a Antonio G. Sánchez Burgos, c/p Gio, con la muerte de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby. Durante la visita el agente Pedro Colón Ríos me dijo que si hablaba en contra de Antonino G. Sánchez Burgos, c/p Gio, no le ocurriría nada a mi familia, que de Yo no decir nada en contra de c/p Gio nos radicarían cargos a mi y a mi hermano [nombre, que ocultamos] por la muerte de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, entre otros delitos. El agente Pedro Colón Ríos ofreció no radicarme casos criminales de los cuales alegó Yo ser el sospechoso y también me ofreció dinero a cambio de declarar en contra de Antonino G. Sánchez Burgos, c/p Gio, por la muerte de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby. Para la fecha de la visita de Pedro Colón Ríos, mi hermano […] era la pareja consensual de Shirley Ramia, expareja de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby. Con el propósito de practicar la versión de lo alegadamente ocurrido en el asesinato de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, el agente Pedro Colón Ríos me trasladó en múltiples ocasiones de la cárcel Guerrero de Aguadilla a la División de Homicidios de Aguadilla y a la Fiscalía de Aguadilla. El fiscal Andrés Soto me dijo que tenía que declarar que Antonino G. Sánchez Burgos, c/p Gio, junto a c/p Gely, c/p Pumarejo y c/p Balato me solicitaron que fuera en mi carro detrás de ellos ya que ellos se proponían matar a Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, por si pasaba algo. Tanto al agente Pedro Colón Ríos y al fiscal Andrés Soto les expresé que desconocía la información que me estaban dando ya que no había estado ni participado en el asesinato de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, pero que el agente Colón y el fiscal Soto me insistían en que declarara lo expresado por ellos. Relacionado a la muerte de José Hernández Jiménez, c/p Chelo, presté declaración jurada ante el fiscal Andrés Soto y que tal declaración es falsa y me retracto de lo expresado allí. En la declaración jurada expresé haber visto a Antonino G. Sánchez Burgos, c/p Gio, discutir con Sammy Segueta, c/p Cito, c/p Alex Teso y c/p David Corillo sobre quién iba a reventar a José Hernández Jiménez, c/p Chelo. Esa declaración fue fabricada por el agente Pedro Colón Ríos y el fiscal Andrés Soto a quienes le manifesté que lo expresado en la declaración jurada era falso y a pesar de ello el agente Pedro Colón Ríos y el fiscal. Andrés Soto insistieron en no corregir la declaración jurada y obligarme a declarar falsamente. Presto esta declaración para todos los fines legales pertinentes y lo hago de forma libre y voluntaria, sin mediar coacción, intimidación, amenaza, promesa y ofrecimiento alguno, y lo hago con el propósito de dejar establecido que lo declarado por mi contra Antonino Giovanni (sic) Sánchez Burgos, c/p Gio, en el asesinato de Osvaldo Jiménez Vélez, c/p Oby, y José Hernández Jiménez, c/p Chelo, no es cierto y fue producto de una fabricación por parte del agente Pedro Colón Ríos y el fiscal Andrés Soto. Que el notario que toma este juramento no asesoró a el declarante en ningún aspecto de este testimonio”.
Esta declaración jurada la firma T-3 el 25 de septiembre de 2014, con conocimiento de lo que frmó, pues es inescapable que contradice sus propias versiones anteriores vertidas en declaraciones juradas y varias veces ante la corte, lo que le puede ganar un perjurio, con cinco años de presidio, si es que no ha prescrito el delito. No sé. Aun así, la dio. Total, dice, fue coaccionado para mentir, y qué criminal se atreve llevarle la contraria a un policía y a un fiscal que le tienen agarrado por los huevos.
Para más, si no es suficiente, T-3 dijo públicamente, en una entrevista en radio en 2015, que mintió e inculpó a Antonino porque “o era meterlo preso a él o era que metieran preso a mi y a mi hermano, y la historia [para decir ante la corte] me la hizo el fiscal y me la hizo el agente Pedro Colón.” Afirmó, nuevamente, que no estaba en la escena de los hechos, como hizo creer al tribunal, que lo colocaba como testigo presencial.
“Yo no lo hice [el asesinato]. Yo ni estaba por to’ eso,” asegura. Sólo dijo ante la corte “lo que el agente Pedro Colón y Andrés Soto [el fiscal del caso] pusieron en el papel. Lo que yo dije [en la corte] fue lo que leí, que fue lo que me dieron ellos.” Reconoció que con su único testimonio mendaz ante la corte se condenó a Antonino a una cadena perpetua. “Eso es así”, dijo a preguntas del entrevistador. Ahora, lejos de 1998, dice la verdad. Los tribunales toman con suspicacia las declaraciones de testigos que se retractan. Pudieran estar contaminadas por intereses que surgen en el tiempo. T-3 tiene sus razones para retractarse casi 20 años después. “Últimamente uno crece y se da de cuenta de las mentiras que uno ha dicho y así uno no puede vivir. Porque he vivido estresado toda mi vida por esa mentira, metiendo [preso] a un propio amigo mío, que se crió conmigo [Antonino], que nos pasábamos juntos pa’ arriba y pa’ abajo. Imagínate, tuve que volteármele porque si no me iban a meter preso por una vil mentira que me hizo pasar el agente Pedro Colón.” Entonces decide decir la verdad. “Fue una cosa bien, bien, bien, cómo te digo… no sé ni cómo explicarle porque… mira, yo hasta me separé de mi mujer, yo estaba por ahí loco, corriendo, ciego. Entonces, el abogado de Gío [Antonino] se comunicó con mi esposa, no sé cómo, y él se comunicó conmigo y yo dije, mira vamos pa’ lante. Ni mi propia esposa sabía lo que estaba pasando hasta que le dije la verdad. Hoy en día ya yo respiro aunque sea un poquito en paz,” aseguró en la entrevista en radio. Dijo que les advirtió a los funcionarios de ley y orden de las falsedad de ese testimonio, “pero prefirieron seguir con la mentira que creer la verdad. Porque lo que está en juego ahora mismo es la Justicia, porque es fácil coger a cualquiera … uno, como es chamaquito, es joven, pues coge miedo [le amenazaron con presentar cargos en su contra]”. Señaló que ha venido a Puerto Rico varias veces a hablar sobre el asunto y está dispuesto a regresar cuantas veces se requiera, poniéndose de esa manera disponible para el sistema de justicia y testificar en un nuevo juicio. Pero T-3, cuyo nombre es Angel Manuel Díaz Ortiz, murió a mediados de diciembre, meses después de este reportaje y por lo cual ya no protejo su identidad, y ya no podrá testificar a favor de Antonino. Su declaración jurada permanecerá como un testimonio del engaño del sistema, pero no se contrainterroga a una declaración jurada, argumentarán los fiscales para descartarla en un posible nuevo juicio. La lucha, en todo caso, será encarnizada.
VI Habla otro que sabe
Antonino, T-2 y David Corillo fueron acusados en el foro estatal y convictos por el asesinato de Chelo en 1998. Sin embargo, fueron T-2 y Corillo los asesinos junto con el hermano de T-1 y otro sujeto. Este otro sujeto, el hermano de T-1 y T-2 salieron convictos en la jurisdicción federal por narcotráfico y delitos relacionados con una empresa criminal de Aguadilla, entre ellos el asesinato de Chelo. Corillo hizo alegación de culpabilidad en el foro estatal y logró un acuerdo para que le rebajaran el delito. David Corillo cumplió 20 años, y varios años después de salir en 2008, en 2014, amplió su declaración y la juramentó. Y lo siguiente fue lo que dijo.
“Para la noche del 5 y madrugada del 6 de julio del año 1997 participé en la planificación y conspiración para asesinar a José Hernández Jiménez, c/p Chelo. Por estos hechos fui acusado en 1998 en el Tribunal Superior de Aguadilla junto a Antonino Giovanni (sic) Sánchez Burgos, c/p Gio, por cargos de asesinar a José Hernández Jiménez, c/p Chelo, tentativa de asesinato contra Luis Ángel López Lorenzo, c/p Luis Millo, y Cándido Valentín Nieves, c/p Toto, y de infracción a los artículos 6 y 8 de la Ley de Armas. Que por estos hechos acepté haber participado en el asesinato de José Hernández Jiménez, c/p Chelo, y tentativa de asesinato contra Luis Ángel López Lorenzo, c/p Luis Millo, y Cándido Valentín Nieves, c/p Toto, e hice alegación de culpabilidad a cambio de que el Ministerio Público reclasificara los delitos imputados en mi contra y recomendara una sentencia de cárcel de 20 años en prisión, en lugar de los 119 años de cárcel que me exponía de celebrarse el juicio y resultar culpable. Fui sentenciado por el Tribunal a cumplir 20 años de cárcel según acordado con el Ministerio Público, la cual cumplí y salí a la libre comunidad en el año 2008. Actualmente cumplo una probatoria federal por cargos de sustancias controladas, la cual culminaré en marzo de 2015. Me consta de propio y personal conocimiento que el señor Antonino Giovanni (sic) Sánchez Burgos, c/p Gio, nunca tuvo participación alguna en nada relacionado a la planificación y/o conspiración en el asesinato de José Hernández Jiménez, c/p Chelo, y la tentativa de asesinato contra Luis Ángel López Lorenzo, c/p Luis Millo, y Cándido Valentín Nieves, c/p Toto.”
Más adelante, David Corillo afirma que ofrece su declaración “con el propósito de dejar establecido y perpetuado que en ninguna de las acciones en que participé y por mi fueron admitidas estuvo envuelto o formó parte la persona que responde al nombre de Antonino Giovanni (sic) Sánchez Burgos, c/p Gio.”
VII Gobierno amenaza con revocarle probatoria si testifica a favor de Antonino
En el 1995, T-1 fue acusado y convicto en el Tribunal Superior de Aguadilla por cargos relacionados con la Ley de Sustancias Controladas y sentenciado a 8 años en probatoria. Entre las condiciones que se le impuso para cumplir su sentencia estaba no frecuentar lugares donde venden bebidas alcohólicas, no llegar a su hogar más tarde de las 9:00 pm y no relacionarse con personas de dudosa reputación. En el 1997, T-1 era amigo de Antonino, que posiblemente en los archivos de Inteligencia de la Policía aparecía, por lo menos, como una persona de dudosa reputación. De hecho, cumplía una probatoria federal de cuatro años.
La noche del 5 y madrugada del 6 de julio, T-1 y Antonino se divertían en el night club La Cabaña, en Aguadilla, junto a unas muchachas. En el 1998, cuando presentan cargos contra Antonino por la muerte de Chelo ocurrida en la madrugada del 6 de julio de 1997, el abogado de Antonino se comunicó con T-1 para que sirviera de testigo de la coartada que pretendía levantar como defensa.
Sin embargo, las cosas se torcieron de una manera tal que T-1 no testificó. Nadie que no sea el estado puede torcer tanto las cosas como para impedir que sucedan. Ese es su poder.
“Previo a testificar sobre la defensa de coartada en el caso de Sánchez Burgos, la señora Nitza Cruz, social de la Oficina de la Comunidad asignada a mi caso, en presencia del fiscal a cargo del caso de Sánchez Burgos, fiscal Andrés Soto, y del que fuera mi abogado, Lcdo Miguel Clar, me advirtió que si declaraba en el caso de Sánchez Burgos me revocaría la probatoria por incumplir las condiciones antes mencionadas y ordenaría mi ingreso en prisión. Por razón de no estar dispuesto a que me revocaran la probatoria de 8 años a la que fui sentenciado en 1995 decidí no declarar a favor de Sánchez Burgos sobre su defensa de coartada.”
Un momento. ¿Se dieron cuenta? Realmente lo ingresarían a la cárcel por testificar a favor del acusado, no porque hubiese incumplido los términos de su probatoria, pues ese incumplimiento quedó establecido en esa reunión y no la revocaron. La revocarían sólo si testificaba. Eso luce a conspiración para causar daño, me aventuro a especular.
VIII Un caso más grande que la suma de sus partes
¿Quedará algo por decir? Queda todo, realmente. Queda Antonino y su desesperación, y su encierro, que le queda grande, queda algo más grande que la suma de las partes, queda hacer justicia.
Antonino nació en Ponce, el 14 de junio de 1973, hasta alcanzar hoy día casi 200 libras en 5 pies y 9 pulgadas de estatura. Es el hermano del medio, su hermano mayor murió de SIDA, su hermana menor vive en EEUU. Es cierto aquello que dice que quien tiene una vida difícil debe ayudarse, no empeorarla. Demasiadas veces no nos damos cuenta y empeoramos las dificultades. Tampoco es así de facilito organizar la existencia, la vida no lo está tanto. Antonino se dropeó de la Universidad Interamericana en su primer año. El caldo de cultivo de sus malestares siguieron enriqueciéndose con los años, no hay porqué entrar en detalles, son los mismos que aquejan a toda nuestra sociedad. No debemos apoyar aquellas ilusiones de autoayuda engañosas, como el perogrullo y pernicioso “tú puedes, dale pa’lante, voy a ti” mientras el escenario en que se mueva siga siendo el mismo. Se requiere un motivo interior y ayuda externa, y dar un paso en otra dirección. Juzgar, usualmente para condenar, tampoco es necesario, es inútil.
“Ingresé a prisión el 4 de febrero de 1998. En la cárcel de Sabana Hoyos, Arecibo, sólo estuve dos días porque fui trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Ponce, mejor conocida como el ‘Mostro Verde’. Allí conocí la soledad y lo terrible de estar encerrado en una celda. Estando allí me sometieron el asesinato de Oby, lo cual fue terrible, pues sabía que, con dos acusaciones de asesinato, no saldría de este lugar. Estando en aquel solitario y lúgubre lugar, enfrenté mi proceso judicial hasta que un jurado me encontró culpable mediante un veredicto no unánime (10 a 2). Semanas después, en el mes de octubre, fui trasladado a la [cárcel] federal por cargos de conspiración de narcotráfico. Estando allí murió mi papá. Ni siquiera me llevaron a verlo. Allí estuve hasta el 11 de septiembre de 2001. Fui devuelto a la jurisdicción estatal y trasladado a la 308 de Bayamón, donde sólo estuve dos días. Luego fui trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Bayamón, la 292. Allí estuve hasta el 2005 porque fui trasladado al CDO de Mayagüez, la cual es una cárcel de seguridad mediana. En el 2007 fui trasladado a la cárcel conocida como Ponce 1000 debido a que alguien me había mencionado como miembro del liderato del grupo que dominaba el CDO. Allí me enteré que mi mamá había sido víctima de dos derrames cerebrales, que la inutilizaron. Allí estuve hasta el 2009 porque debido a la condición de mi mamá me trasladaron nuevamente hacia el CDO para que estuviera cerca cuando me llevaran a visitarla. Allí no duré mucho, pues debido a un altercado que se formó en visita con los guardias terminé con una querella y me enviaron al Mostro Verde. O sea, me subieron la custodia a seguridad máxima. Allí comencé las gestiones para publicar mi primer libro (Genéstica) pues aunque me había enamorado de las letras desde 1998 no había averiguado como podía publicar. Mi amor por las letras, específicamente la poesía, surgió por el interés de mantener a la mamá de mis nenas enamorada, pero no hay poema que supere la presencia o cercanía de un cuerpo, y ella se fue con otro que no tenía tantos problemas como yo y que tenía exceso de libertad. Ella me acompañó durante mi viacrucis por dos años y medio. En 2011 fui trasladado nuevamente a la CDO. Allí ví nacer a Genéstica y a Fauces y comenzó a gestarse un verdadero cambio en mi interior. Y en el 2014 murió mami después de que me llevaron a visitarla y le tuve que mentir diciendo que ya era libre de irse pues ya había sido liberado, pues ella me había prometido no morirse hasta verme fuera de la cárcel. Estuve en el mismo módulo hasta el 2017, cuando cansado de la vida de grupos y pensamientos mediocres, abandoné el grupo para integrarme a lo que se conoce como la universidad, la cual está ubicada en lo que era la 308 de Bayamón. Llegué a ese lugar para estudiar refrigeración y terminé siendo aceptado por el Programa de Teatro Correccional que dirige la Sra. [y conocida actriz] Elia Enid Cadilla. Aquí ví el nacimiento de Serpentis, mi tercer libro de poesía. Me convertí en artesano y descubrí mi vocación de ayudar a los estudiantes que tal vez están en las mismas situaciones que yo estuve. Nosotros vamos a universidades, escuelas, el Senado, tribunales, caseríos y a todo lugar donde sea bienvenido un consejo. En este lugar también ví nacer [la novela] Los Hijos del Punto. Algo que te puedo contar como la anécdota más dolorosa de mi estadía en la cárcel fue cuando la tarde del 2 de agosto de 2019 me anunciaron que [el gobernador] Ricardo Roselló me había otorgado la clemencia ejecutiva. Me puse feliz, lloré y agradecí por la fuerza que me había dado el universo para llegar hasta allí. Sin embargo, la situación dolorosa fue cuando el día 6 de agosto me enteré de que solo había sido un error, que tendría que permanecer en este lugar. Pero a pesar de todo, como siempre he hecho, me levanté, me sacudí el polvo y regresé a la lucha porque estoy hecho de campos de batalla, de sangre, de sufrimiento, de valor y de metralla. Nunca me he rendido aunque el trayecto ha sido muy dificil porque mi padre me enseñó a enfrentar las cosas a pesar del dolor. Él me decía, pelea hoy, te quejas mañana. Y aquí estoy, luchando para convertir la verticalidad de mis barrotes en horizontes de libertad, y no dejaré de luchar hasta que mis pies puedan hundirse en la arena del Crash Boat en Aguadilla.”
Nadie debe ser condenado eternamente por sus errores. Es un principio que sostengo. Hay que enmendar y continuar. Antonino me ha dicho que, aunque es inocente de los cargos de asesinato, y parece que la evidencia así lo sostiene, acaso le ha servido su encierro para expiar, purgar, los errores que sí cometió como un pequeño delincuente y de los que se sintió, y todavía se siente, culpable. Pero ya es suficiente expiación. Tampoco se debe pagar por delitos ajenos, y menos el resto de una vida.
No deja de ser curioso, si bien es un arcano, que las religiones, así como las revoluciones, incluyendo la contracultural hippie, de amor y paz, siempre busquen hacer una nueva criatura. Y ya vemos que otras circunstancias, algunas bastante trágicas, también pueden lograrlo. Cada cual abona a la semilla que quiere hacer crecer.
Antonino se ha ido reconstruyendo a si mismo. Es inteligente, verbal, coherente. Lee todo lo que le cae en las manos. Ahora entiende muchas cosas y va a por ellas. Articula con cuidado sus oraciones, no se precipita. Y evade con sutileza, o sencillamente no entra en controversias, sobre otras personas. Ha renacido, por decirlo así, mientras purga delitos que no ha cometido. Por los suyos cumplió hace mucho tiempo.
Es posible que Antonino nunca consiga su libertad. Las últimas décadas, aquí y en todo el mundo, han sido de un moralismo insoportable, pesado, inclusive, escondido tras muchas ideas progresistas, un moralismo tan ajeno a la condición humana que cualquier pequeño desvío de esas reglas imposibles le merecen la cárcel a cualquier hijo de vecino o el escarnio público.
Ha escrito recientemente cartas a la gobernación, a representantes, senadores, los medios noticiosos para llamar la atención a su reclamo, el mismo de hace 23 años. No seremos tan ingenuos, liberar a un convicto de dos asesinatos o solidarizarse con él tampoco debe serle fácil a un político que depende del voto para mantenerse en el poder. Precisamente cuando el asesinato y el narcotrafico son una lacra social. Eso lo sabe Antonino, por supuesto. Por eso, inicialmente, solicitó un nuevo juicio en el que pudiera traer a la mesa la evidencia que con el tiempo ha recopilado sobre su inocencia. No pide que le den la libertad gratis, porque se cansó y quiere salir de prisión. Es que aquí hubo un error en la convicción, y es su derecho reclamar justicia. No se entiende bien por qué los tribunales no han dado paso a ese reclamo. La justicia no debe ser tan obtusa.
Otra posibilidad, buscada, es que le otorguen la clemencia ejecutiva. Podría ser, dice, que vean los serios problemas que hubo en su convicción, y si les mueve la duda, que otorguen el privilegio. Ya, asegura, es un hombe nuevo. ¿No es ese, acaso, el objetivo constitucional de la privación de la libertad? ¿La rehabilitación? ¿No lo confirma el propio Departamento de Corrección y Rehabilitación cuando lo lleva a hablarle y darle consejería a los jóvenes, cuando le permite salir ocasionalmente para leer poesía en actividades culturales, cuando hace teatro?
Esta no es una crónica, si es que lo es, de superación. Lejos está de los términos que la definen. Tampoco se escribe para mover a la compasión, a fin de cuentas, ese sentimiento nos debe ser inherente y debe estar siempre a las puertas de salida, presto para prodigarse. Es más una denuncia que no adorna el reclamo, lo que ha sido se ha dicho sin que oculte lo que ha llegado a ser. Llegar-a-ser es uno de los conceptos filosóficos más antiguos de la humanidad. “Potencia” en Aristóteles. Hoy se habla comúnmente del “potencial” de las personas. Pero sólo se es en el tiempo, y es siempre personal. El delito aquí sería no proveerlo, no permitirlo, coartarlo.
He citado la novela Los Guardianes de Grisham con gran devoción. Luego me entero que está basada en hechos reales, en un abogado de una institución dedicada a estudiar casos de convicciones erróneas que creyó en la inocencia de un preso (el texano Joe Bryan) que así lo clamaba. Sólo pudo llamar la atención del sistema judicial, pese a los grandes esfuerzos de sus abogados, cuando The New York Times y ProPublica, dos diarios de alta y pesada reputación, publicaron su historia. Habían pasado 33 años desde su acusación y convicción de asesinar a su esposa cuando fue liberado, a los 79 años de edad. La libertad bajo palabra le había sido denegada en siete ocasiones. Finalmente, se le otorgó, el analista forense del caso se retractó y pidió excusas por sus conclusiones erróneas, y culpó a las técnicas y metodologías incorrectas. Entre los que escribieron para que se le concediera la libertad bajo palabra se encontró el mismo Grisham: “creo firmemente que Joe es inocente… No permitan que muera en prisión”.
Aparte del Proyecto Inocencia, que limita su intervención a casos que involucran evidencia forense relacionada con ADN (y no es el caso de Antonino), en Puerto Rico no existen grupos parecidos que investiguen y litiguen a favor de personas erróneamente convictas. Afortunadamente, hay abogados que toman casos y, hasta el final o más allá, arriesgan la rentabilidad de su propia oficina para lograr la liberación de sus clientes, o mejor, de estas otras víctimas. Me consta, de propio y personal conocimiento. Son héroes de los derechos ciudadanos.
Contra Joe no hubo una conspiración para encarcelarlo, sencillamente un análisis incorrecto de la evidencia forense lo incriminó. Contra Antonino es otro el cantar: ocultarle prueba exculpatorias, coaccionar e intimidar testigos (según declararon ellos mismos) muestran un sistema de justicia débil, capaz de ser manipulado a los antojos de los investigadores y los procesadores de delitos. ¿No existe todavía en Puerto Rico un procurador de los acusados, como hay auditores, un contralor, inspectores generales?
Es posible que Antonino nunca consiga su libertad. Las últimas décadas, aquí y en todo el mundo, han sido de un moralismo insoportable, pesado, inclusive, escondido tras muchas ideas progresistas, un moralismo tan ajeno a la condición humana que cualquier pequeño desvío de esas reglas imposibles le merecen la cárcel a cualquier hijo de vecino o el escarnio público. Es posible también que esta historia revelada tampoco ayude a su reclamo, por causas que pudieran ser cualquiera.
Hace 23 años Antonino fijó su mirada en el horizonte, y hacia allá se dirigió. Con tanto caminar no ha llegado a su destino. “Estar aquí”, como lo intentamos todos, en el mundo de las posibilidades, le es muy lejano todavía, aunque se empeña porque es un ser sin tiempo.
Dixi
*Este reportaje ha sido editado ligeramente desde su inicial publicación, tanto para corregir pocos aspectos de su redacción como para incorporar información reciente y algunas citas de algunos autores que, me parece, refuerzan la intención.