A dos días de una mudanza, con todas las cosas en caja y mientras cenaba en el único platillo y tenedor que dejé afuera un pedazo del bizcocho de bodas de mi hija celebrada una semana atrás, me preguntaba si yo estaba alargando con exageración ese momento de tanta felicidad para ella, su ahora esposo, sus padres, la mamá de mi hija, las amigas y amigos.
Yo aún celebraba, a mi modo, por supuesto, un poco obsesivo a pesar de mi rostro lacónico, neutro. Fue cuando me pregunté si un momento feliz puede serlo tanto. O, de manera más en mi carácter, ¿cuándo un ‘momento’ feliz deja de serlo? A fin de cuentas, es histórico y tiene contexto, fecha y espacio, y por tanto, caducidad. No es que sea la felicidad eterna, pues seguimos vivos.
La felicidad, se ha dicho, no es un continuum, como es el espacio-tiempo, un tejido misterioso que se despliega y sobre el que se escenifica la historia de nuestras vidas. Es más bien cuántica. Una serie de diminutas partículas (ondas de materia) que por momentos se enlazan y luego se separan y posiblemente luego continúan su interacción con las distintas fuerzas del universo. No se sabe bien, responde a sus propias leyes que aún se están fijando. Sólo hay la certeza de que las partículas se mueven con independencia y sin depender unas de otras. Nadie puede asegurar el estado permanente de la felicidad ni determinar su duración, es igualmente libre.
Esa intermitancia, me llama mucho la atención, se opone a la cronicidad de una enfermedad o al envejecimiento cuya larga duración, sin embargo, muestra en algún momento su propio declinar.
Así que en algún momento, pensé, podría refractarse y al descomponerse ese sentimiento de felicidad al contacto con las lágrimas o el recuerdo, al igual que la luz, cobrará cada cual su color, ¡un arcoiris o un espejismo! pero nunca será más aquél chorro único e indivisible que provocó la iluminación inicial tan hermosa y transparente.
La duración no podría ser hasta que se olvide, pues las sensaciones perduran más que el recuerdo de los datos, como la fecha, el lugar, quiénes asistieron. El sentimiento que provoca una felicidad celebrada, como es una boda, supera el olvido, así como también, con rigor, sobrevive al olvido el sentimiento que produce alguna tragedia.
Sé muy bien que la profundidad con la que se tiene un sentimiento determina la duración del mismo. Pero creo que la pregunta va más allá de esa explicación sicologista. Y mientras no tenga contestación -discúlpame hija- continuaré celebrando aquél momento feliz así, sin pudor y con exceso.