(Crónica de mi comparecencia a una vista legislativa)
Yo no sé, atenienses, la impresión que habrá hecho en ustedes el discurso de mis acusadores. Con respecto a mí, confieso que me he desconocido a mí mismo; tan persuasiva ha sido su manera de decir. Sin embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola palabra que sea verdad.
Pero de todas sus calumnias, la que más me ha sorprendido es la prevención que les han hecho de que estén muy en guardia para no ser seducidos por mi elocuencia. Porque el no haber temido el mentís vergonzoso que yo les voy a dar en este momento, haciendo ver que no soy elocuente, es el colmo de la impudencia, a menos que no llamen elocuente al que dice la verdad. Si es esto lo que pretenden, confieso que soy un gran orador; pero no lo soy a su manera; porque, repito, no han dicho ni una sola palabra verdadera, y ustedes van a saber de mi boca la pura verdad, no ¡por Júpiter! en una arenga vestida de sentencias brillantes y palabras escogidas, como son los discursos de mis acusadores, sino en un lenguaje sencillo y espontáneo; porque descanso en la confianza de que digo la verdad, y ninguno de ustedes debe esperar otra cosa de mí. No sería propio de mi edad, venir, atenienses, ante vosotros como un joven que hubiese preparado un discurso.
Platón, en La Apología de Sócrates
La verdad, lo verdadero, ha sido tema de discusión filosófica desde tiempos remotos. Hay quienes han buscado una verdad única, como Platón o las religiones monoteístas, Hegel, Marx, etc. Otros, como San Agustín en el siglo XIII (y Derrida et al más cercanamente), ya perfilaban múltiples verdades posibles, según se deja ver en varios pasajes del Libro XII de las Confesiones de San Agustín: Así, cuando otro diga: “Esto fue lo que quiso decir, lo que yo” y otro “no, sino lo que yo pienso”, pienso que es más respetuoso decir: “¿por qué no mejor ambas cosas, si ambas cosas son verdad?”. Incluso si hay una tercera posibilidad; incluso si hay una cuarta; incluso si alguien ve otra verdad diferente en estas palabras, ¿por qué no creer que vio todas esas cosas aquel que por medio de quien el Dios Uno armonizó las Sagradas Escrituras con las interpretaciones de los muchos que habían de ver en ellas cosas verdaderas y diversas?
El profesor Ángel R. Villarini Jusino, en un adelanto de lo que indica que será una reflexión más extensa, nos adelante a través de Facebook, que, siguiendo a Hans Georg Gadamer, y excusen la extensión de la cita, “Somos seres de la interpretación, somos según interpretamos. Dime cómo interpretas y te diré quién eres. Pero el interpretar no es un acto de un individuo aislado, sino del que pertenece a una tradición interpretativa lingüística en la que se forman sus categorías mentales más generales y que definen su horizonte de experiencia. Por eso, entender a otro requiere dialogar para tratar de poner en comunicación horizontes de experiencia. Eso se hace posible, primero porque de una manera u otra tenemos algo en común, que tenemos que encontrar. porque esa es la base del diálogo. Segundo, sobre esa base también somos capaces de entender lo que nos distingue y separa como reto a superar. Tercero, al reconocer la diferencia emprendemos un esfuerzo por ir más allá de nuestro horizonte de experiencia y comprender ese otro que se nos abre, por un lado. como teniendo algo en común y al mismo tiempo siendo diferente. Esa diferencia la podemos comprender cuándo superando nuestro horizonte nos ubicamos en el del otro al vincular esa diferencia con la vida obra y época del otro”.
El corazón, así planteado, de lo que con los autores citados pretendo hacerme entender de manera objetiva, o mediante terceros, es que cada quien ve desde el punto de vista que mire, ese punto de vista es histórico, biográfico por supuesto, y acrisolado por su nivel de educación, también sicológico. Es decir, inciden muchos determinantes para una sola conclusión o sospecha, determinantes que serán distintos en cada cual, no obstante los entendidos que se puedan lograr.
Pero esa búsqueda de la verdad, como siempre lo es, presupone la buena fe, evitar la predisposición a encontrar lo que se busca, y, sobre todo, buscarla de manera ética.
El gobierno, como concepto y en su desarrollo histórico, siempre debe tener cuidado al ejercer su poder, que es mucho, y demasiado en manos inexpertas, inescrupulosas o corruptas. Por eso, mayormente, los pueblos han establecido sus constituciones, para limitarles dicho poder frente a los derechos que se reservan los ciudadanos para sí. Creer que por ser elegido a un cargo público se puede ejercitar el pesado poder del estado de manera atropellante, abusiva, inmisericorde y de manera caprichosa no solo es de una ignorancia mayor sobre los procesos que regulan las relaciones gobierno-ciudadano en una sociedad abierta, sino que refleja el verdadero carácter de quien lo ejerce de esa manera nazista. El pueblo ha electo a esas personas para que les represente de la manera en que ese mismo pueblo ya estableció que debe ejercerse el poder, con las limitaciones que le impuso para que, una vez electos, no se viertan hacia la tiranía. Por eso se equivoca Sr. Representante. Apelar a que representa a sobre 125,000 personas solo indica que el pueblo ha confiado en Usted para que ejerza esa autoridad bajo los preceptos que, ese mismo pueblo ha determinado, no para erigirse en un déspota. No reconocer las limitaciones de su poder es el primer paso al absolutismo, a la única verdad, a la intolerancia, al abuso, del que puedo hablar por experiencia propia.
No solo porque se tenga una poderosa autoridad se tiene que usar. El objetivo, antes que nada, tiene que ameritarlo de manera transparente, evidente, de su faz. Lo otro es, nuevamente, un atropello del estado.
En el Artículo II de la Constitución de Puerto Rico están consagrados los derechos a la dignidad y a la libertad de palabra y prensa. Más aun, prohíbe taxativamente que se apruebe alguna ley que restrinja la libertad de palabra o prensa. Como sabemos, la libertad de prensa presupone la libertad de palabra o expresión de cualquier persona que quiera informar acontecimientos. Investigar, con base o sin ella, a una persona porque se le adjudica ser una fuente informativa es una violación a ese derecho, cualquier abogado, aunque se haya colgado varias veces en la reválida o solo tenga varios dedos de frente, lo puede entender. Amenazar con desatar una investigación legislativa a una persona porque se sospecha o se tiene la creencia de que es informante de un medio noticioso no es una acción legítima parlamentaria, según los estatutos de la Constitución de Puerto Rico. Es más bien un acto bárbaro, de atropello, abusivo, e ilegal.
Al convocar a esa alegada fuente a una vista legislativa e indagar durante horas si es la fuente de artículos noticiosos ya se configura la ilegalidad, o al menos la inmoralidad. Si en el proceso algunos legisladores hacen contra esa persona expresiones difamatorias a su honra, el orgullo y la reputación profesional, así como se advierte al país que dicha persona es mentirosa y de no fiar, entonces tenemos ante nosotros un parlamento fascista, aniquilador de ciudadanos, que viene deshonrado, y de paso ilegitimizan la convocada investigación. Y el título de “Honorable” que antecede sus nombres solo representa una aspiración que ya nunca lograrán.
Soy Obed Betancourt y soy la víctima de semejante atropello.
La desfachatez de un legislador de ningunearme, de intentar disminuirme luego de insultarme y advertirme que debo cambiar mis actitudes antes de que se afecte mi futuro profesional, lo cual también contiene una amenaza velada, es de una ironía exquisita. Un oscuro legislador que ni siquiera es capaz de tener una biografía profesional mínima, como la que tienen casi todos los legisladores en el portal de la Cámara de Representantes, solo esconde la sospecha. No se sabe de dónde viene, sí sabemos, por sus actos, a donde va. Solo es cuestión de tiempo antes de que se cumplan todos los oscuros presagios que sus actos demuestran. Lo hemos visto antes. Se ha ensañado el legislador novato, y otro también novato y envanecido por ocupar una banca legislativa le hace coro, le sirve de alter ego, necesitados el uno del otro para completarse como un solo ser humano.
Fui desagradable en esa vista, “nasty”, contestatario, tanto que con toda certeza puedo advertir que podrán presentar contra mí un cargo por obstrucción de una investigación legislativa. Pero nada fue obstruido, solo el evitar haber sido destruido. No lo lograron e irán contra mi, con toda probabilidad, ante un tribunal. Me ha dicho siempre un viejo amigo que soy el pasto que no mastica el chivo, y cuando por error lo come lo escupe de inmediato.
Tiene razón mi viejo amigo. Los corruptos nunca me han tolerado, y excusen si el ego que asoma y no razona, asume por breve tiempo el control de los cuatro dedos que teclean esta crónica.
Fui jefe de redacción en el periódico El Reportero, y en El Mundo, donde también inicié mi trabajo investigativo, y fui subdirector de El Vocero luego de 15 años en su división de investigaciones. Ya escribía en diarios desde el 1978, y poesía y cuento desde el 1975, en antologías y revistas. Ahora tengo 61 años. De suerte que no es mi futuro, señor legislador, lo que estoy defendiendo, sino mi pasado profesional de más de 40 años. He escrito cuatro libros (tres de literatura y una investigación periodística), y un quinto ya se acerca a la imprenta con un sugestivo título que, muchos, no soportarán y otros, más afines, encontrarán delicioso. “Muérete, cabrón” es una colección de cuentos basados en hechos reales de asesinatos y secuestros en Puerto Rico. También he sido, entre uno y otro periódico, asesor de comunicaciones, del presidente de la UPR y el Consejo de Educación Superior, de la presidencia del Senado, en conocidas empresas de relaciones públicas y educativas. Sé cómo se mueven los entresijos del poder y también sé cuál es su vulnerabilidad, porque la tiene. No hay marrón que no se quiebre, tarde o temprano. Tengo edad para conocerlo de primera mano, y más educación para saberlo a más largo alcance.
Como decía, no me perdonan los políticos y funcionarios corruptos, organizaciones de narcotraficantes, los policías que se apartan de su juramento de proteger y servir, las guerrillas político-militares, entre otros que he investigado y de unos cuantos he recibido amenazas de muerte, tiroteado en varias ocasiones, casi agredido en pleno tribunal, escoltado por gente armada y apostados frente a mi casa. Gobiernos enteros se dedicaron a hacerme la vida menos placentera. Algo que tomo como un cumplido. Soy “nasty”, no tengo problemas con lo agrio. La lista de investigados es larga y así la de despedidos y renunciantes. Por no ser hora de mencionar nombres solo indico sus cargos: representante que luego fue comisionado residente y gobernador, gobernadora, gobernador, presidente cameral renunciante, altos funcionarios de agencia, narcos encarcelados y otros a los que los federales le confiscaron millonarias propiedades luego de leer mis artículos, ex coroneles de la Policía, policías expulsados, secretario de administración de agencia, y aquí lo dejo, porque es suficiente a donde apunta.
También he ayudado a sacar a varios inocentes de la cárcel, como en el caso Barbarita, en el que dos inocentes fueron acusados falsamente, o como el caso de Jonathan, acusado y convicto erróneamente. Soy para siempre en la isla el último periodista acusado y enjuiciado de libelo criminal, una sección que convertía en cárcel el ejercicio de la libertad de prensa, antes de que acudiéramos en El Vocero a la corte federal y lográsemos que se declarase inconstitucional. Hay más, pero mi ego se cansa, se abruma y sobre todo, es tímido cuando le vence la razón.
Pretender ningunearme solo evidenció que yo no tenía interlocutor en esa vista. Estaba solo, siendo censurado en una silla por el puro poder, por el abuso.
Porque no permitirme explicar durante la vista, porque imputarme públicamente ser el autor de incidentes que solo fueron tergiversaciones maliciosas, y sin escuchar siquiera mi versión de los hechos, solo desenmascaró la vista CONTRA el Negociado de Ciencias Forenses, y contra mí. Me llevaron para darme una lección de abuso, gratuita, solo porque asumen, porque creen que soy la fuente de un medio noticioso que puso en evidencia el lastimoso maullido del gato encerrado en esta investigación. No hablemos de evidencia, no es necesario. La búsqueda de ella es ilegal.
Mientras, al unirse la minoría legislativa a ese atropello, a esa conspiración, porque lo es, para hacer daño, al no proteger al deponente del atropello ni buscar la verdad, solo evidenció que en este país no hay oposición política, y si la hay solo es para bailar con el poder, y lo hace de maravilla. En mi pueblo dirían que no tienen babilla.
La Asociación de Periodistas de Puerto Rico ya condenó mediante moción en su asamblea anual el pasado 4 de agosto la persecución de esas comisiones de fuentes informativas de la prensa, sin adjudicar que yo lo sea. Pero la condenable intención legislativa es lo que cuenta, no si soy la fuente o no lo soy. La libertad de prensa en Puerto Rico ha sido puesta en jaque por una investigación conjunta de las comisiones de Salud y Seguridad Pública de la Cámara de Representantes en su afán ilegítimo de identificar una fuente de información de artículos que no son de su agrado.
No es la verdad lo que buscan estos legisladores. Fue evidente. Más bien, quieren sobrevivir a la crisis de gobierno provocada por la abultada deuda y han buscado desapegarse del gobierno central. Están de lleno en el “populismo mercantilista”, en el mercado de votos, así como la gerencia de algunos medios están en el mercado de ratings (lo que es para sus periodistas un verdadero desafío de mantener la fe en su gestión informativa), y ambos sectores se han aliado para lograr elevar sus respectivas cuotas, de votos o de ratings. Poder y dinero, lo que nos recuerda a Dante (La Divina Comedia), cuando expone en boca de Virgilio la paradoja de la loba, la que carga con todos los deseos: “después de comer tiene más hambre que antes”.
Me recuerda ese viejo amigo que no siempre la avaricia, el dinero, es el objetivo de algunos. A veces solo es el poder. A Julio César no le interesaba el dinero, sí el poder, aunque deviniera rico por añadidura.
Todas estas vistas legislativas son un montaje que no contempla la multiversidad, los planteamientos alternos, las decisiones que al amparo de las necesidades se toman, la cronicidad del problema y los esfuerzos para resolverlos, e incluso solo para mantener un funcionamiento mínimo necesario en lo que llegan los recursos necesarios. Ya planteé al inicio los principios filosóficos.
Imputar, increpar, denunciar incidentes que no ocurren, tergiversar, no permitir la contestación, interrumpir al deponente, indisponerlo, son la estrategia legislativa. Es decir, no es la verdad de los hechos lo que aquí saldrá, sino la venganza personal de varios personajes que mueven los hilos, como en un teatro de marionetas.
Y si para que les quede bien el montaje se requiere que varios funcionarios, como la comisionada interina Mónica Menéndez y yo, uno de sus asesores de prensa, sean sacrificados, así se hará. Eso debe elevarles, creen ellos, una sustancial cantidad de votos en las elecciones de 2020. Así, deben estar pensando, garantizan sus cuatro años más de poder.
El problema es también para la prensa, un problema delicado, profundo, a veces trágico, lo reconozco. La prensa no debe terminar convirtiéndose en lo que el periodista venezolano Boris Muñoz llamó, hablando de su país, “las trincheras de la oposición”. El trabajo reporteril abarca más que eso. Hay que decir las verdades, gustosas o no, y de donde provengan, a veces del tan odiado gobierno. Hay que ser lo que estas comisiones legislativas negaron ser: justos.
Formar parte del abuso y desmanes del gobierno, -y créanme, todo mi trabajo a lo largo de casi 40 años va dirigido a denunciarlo, ahí están mis historias- puede hacerse incluso sin conocimiento cabal de que se hace. Por ejemplo, un periodista hace un flaco servicio y se alía con el abuso (digamos, inadvertidamente) cuando no le concede la oportunidad de corregir una imputación abusiva a una persona y solo queda en blanco y negro la posición del que atropella. No basta con decir que el abusado niega las imputaciones que se le hacen, debe tener la oportunidad de que su versión de los hechos también sea expuesta.
Me pasó en dos ocasiones. Ni invité a pelear a nadie, y hay suficientes testigos del incidente para corroborarlo, ni le falté el respeto a un funcionario del NCF mientras estuvimos juntos, aislados todos en otra sala junto a otros testigos de la vista. Sencillamente, esos hechos no ocurrieron, fue otra cosa lo que sucedió y el legislador que me denunció tergiversó los hechos. Este legislador tampoco me dio ocasión de corregirlo, o al menos de permitirme plantear mi versión. La prensa tampoco. Publicar que negué que eso haya sucedido no es suficiente, mi versión debió constar en blanco y negro, así como constó la imputación.
La prensa siempre debe ser cautelosa, aprehensiva, sobre el ejercicio del poder del gobierno, que es mucho. Inclusive cuando se ejerce sobre otros aparatos gubernamentales, como en el caso que les narro.
Los legisladores en la vista sentaron de entrada el tono confrontacional y abusivo desde la primera imputación, que no me permitieron desmentir. Si esa era la melodía que decidieron tocar, ¿por qué se sorprendieron de que yo no bailara al son de ella? No tengo vocación de víctima. También pudieron ser civilizados, pero prefirieron ser bárbaros. De ninguna manera podía dejarme atropellar ni nunca lo permitiré, yo afronto el bullying, aunque me vaya peor que recibirlo, está en mi carácter. Pero ellos pensaron que atropellar era su derecho, y mi tono solo les debió indicar que ese no es un derecho legislativo, que su único derecho, su único deber como legisladores es buscar la verdad, y de manera ética, civilizada, decente. Esa es la imposición constitucional. Tampoco abrigaba esperanzas de que ese fuera su objetivo. La vista, tristemente, lo demostró.
Este lunes 6 de agosto se cumplen 73 años de haberse arrojado la bomba de Hiroshima. Cayó a las 8:15 de la mañana. Un cataclismo que llegó sorpresivo y dejó una estela de muerte y destrucción. La capacidad destructiva de la bomba atómica era sensacional, pero lo fue porque llegó sin avisar, sin advertir, de sorpresa. Llegó de improviso porque solo quiso causar daño. Y lo logró, sobre 100,000 muertos y otros más a lo largo de esas siete decenas de años. Si fue necesario o no, sería especular. El hecho histórico es que sucedió. Su única certeza es el daño y su luz cegadora, al grado de la inconsciencia. Tres días después se cometió la misma vileza, en Nagasaki. Nuevamente, la sorpresa fue el instrumento de demolición, tanto como la bomba. Porque el objetivo de destrucción solo podía causarse al amparo furtivo.
Aun así, ante una inmensa desolación, pocas semanas después la flora y la fauna comenzaba su renacer imbatible, según lo describe en una crónica el periodista estadounidense John Hersey, en su crónica titulada “Hiroshima”. Describió como nadie el periodista el daño causado por la bomba, con fuerza también describió la resilicencia de esas víctimas inocentes y la fuerza de su naturaleza. “Un caso extraordinario de regeneración”, afirmó. De estos ejemplos se llena la historia.
Solo que, debemos reconocer, hay efectos perniciosos que perduran. Nadie sabía con precisión científica los efectos a largo plazo de las personas irradiadas con radiación. Hoy lo sabemos.
Eso significa que es importante mirar más a largo plazo, anticipar las consecuencias y no dejarse llevar por necesidades inmediatas, porque las consecuencias pudieran salirse de control, causar un daño no calculado. Sabemos que destruir es más fácil que edificar, lo cual toma más tiempo y esfuerzo. No reina sobre nada un gobierno que se levanta sobre sus ruinas. En todo caso, solo eso, regir sobre un campo arrasado.
Este lunes 6 de agosto se cumplen 73 años de la bomba de Hiroshima y resulta un buen día para dedicarse a pensar solamente, y concluir que debemos dejar de destruir y comenzar a construir, aunque resulte más fastidioso, más fatigoso, y requiera más de nosotros, más educación, más juicio, más pensamiento. La destrucción es siempre barbarie.
No hay valor en el abuso. Siempre es cobardía y se ejerce en multitudes. Más valor hay en la defensa. Lo describe Homero fielmente cuando narra la defensa de Troya, con un tono heroico que no lo siento cuando habla de las hordas griegas invasoras que, igualmente, cayeron de sorpresa. Había resentimientos fuertes en esa guerra, personales, que no pudieron anticipar ni controlar a tiempo las manifestaciones tan crueles que surgieron, en esta guerra en la que solo hubo vencidos. Homero ya lo advertía casi 800 años antes de la Era Cristiana. Las guerras son trágicas, en el sentido griego, aunque parezca, no hay victoria al final.
Esta crónica inmediatista podría verse como un buche de sangre, y yo lo comprendería. También podría ser un canto de cisne, ante lo que me espera. Cada cual, el peor. Pero lo único que puedo asegurar es que el pasto seguirá agrio, y los chivos forzosamente me escupirán por no poder tragarme.
Y aquí termino, Sine Die.