“Hace calor, hace calor…”

Centrales termoeléctricas de carbón Neurath I y Neurath II, Alemania. Foto AgeFotostock, tomado de la revista National Geographic.

Por Obed Betancourt / PRENSA INTENCIONAL

Hace calor, hace calor/ yo estaba esperando que cantes mi canción/ y que abrás esa botella/ y brindemos por ella/ y hagamos el amor en el balcón. (canción de Los Rodríguez)

All I see turns to brown, as the sun burns the ground. And my eyes fill with sand, as I scan this waste land. Trying to find, trying to find where Ive been. (Kashmir, de Led Zeppelin)

I

No parece correcto hablar en este momento de las consecuencias del calentamiento global mientras se sufren las de la pandemia Covid-19, incluso sería una desviación de la atención a la tragedia humana del momento y añadir de paso varios peldaños de preocupación a la empinada escalera de la sobrevivencia.

Aunque, pienso, también es posible que las personas tengan ahora más tiempo disponible y estén más sensibles, dispuestas a escuchar los científicos, así como han prestado y le prestan gran atención a los médicos por causa del coronavirus, y no a los políticos, particularmente aquellos que reniegan de la ciencia, ya sea por ignorancia o conveniencia.

Contra esta apreciación, la de atender ahora igualmente el problema en el que nos hemos metido al destruir la naturaleza, se pronunció hace muy poco el filósofo Jacques Rancière: “Yo lo vivo como un momento en el que es mejor suspender los grandes análisis sobre las relaciones entre el hombre y la naturaleza. La naturaleza, en este momento, son las flores que cuelgan de mis ventanas y el mirlo que canta en el patio. ¿Cómo analizar seriamente el estado del mundo cuando se está en una situación en la que no se puede ver nada por sí mismo?” (Libération, 22 de mayo 2020)

Era entrevistado el intelectual sobre una publicación suya reciente sobre la revolución estética de los jardines (francés e inglés) como metáforas de la coexistencia entre los individuos. Los jardines tomaron categoría de bellas artes con Kant, al independizarlos de la arquitectura, cuyo mejor ejemplo es el jardín de Versalles como una extensión del palacio. “Entrando al arte, la naturaleza podía ser, ella misma, artista,” analiza.

La naturaleza, por supuesto, “no es obra de una voluntad”, aclara a tiempo, pero sí existe en el arte de los jardines, como imitación de esa libertad de la naturaleza. Y mientras ahora cuidamos de nuestros jardines individuales (yo mismo soy un entusiasta de la jardinería de macetas, por vivir en apartamento) nuestras ciudades muestran una pobre gestión en la “vegetalización urbana”, como muestra de la pobre visión que tenemos de la naturaleza. Pero hasta esa jardinería tuvo su época. Para estos tiempos tan anticlimáticos se ha propuesto el desarrollo de la jardinería “punk”, más libre, menos recortada, pero más tierna para la biodiversidad, según propone Eric Lenoir, quien desechó su podadora y en vez pide que se adopte una oveja. (Pequeño tratado del jardín punk)

La restricción domiciliaria que ahora se le ha impuesto a la Humanidad a causa de Covid-19 podría ser apenas una condena menos grave comparada con la sentencia de muerte global que iniciará en algunas decenas de años si no se toman con urgencia las medidas necesarias, más drásticas cada minuto si no se ejercen amplias y con severidad, para evitar el calentamiento global. Y con el agravante de que no habrá fondos trillonarios que logren paliar la escasez temporera de empleos en la población y el rescate de la industria privada, como ahora en la pandemia, porque cuando suceda no será temporero el problema, sino permanente para la escala humana, aunque no se entere el Universo, del que somos apenas un pestañeo.

Ha comenzado la sexta extinción masiva de especies sobre el planeta Tierra. La diferencia con las anteriores cinco es que esta es la primera (y posiblemente la última) causada por la mano del hombre. “Estamos ante la amenaza de una extinción y la gente ni siquiera lo sabe”, se queja el sociólogo estadounidense Jeremy Rifkin, quien lleva varias décadas reclamando cambios sostenibles en la sociedad industrial, precisamente para la sobrevivencia humana. El filósofo Massimo Cacciari asevera que “ninguna especie aceleró su extinción como los humanos. [Aunque algunos señalan que en la era de los dinosaurios había comenzado un problema ambiental por gas metano debido a las consecuencias de ser bastante comelones.] Mientras que, según algunas señales, parecería que nuestra especie padece una suerte de cupido mortis, el amor por la muerte, y deberíamos tratar de controlarlo”.

La advertencia nos llega de todos lados de la ciencia y seguimos empeñados, la mayor parte de las personas, en no prestar atención al problema. Sir David Attenborough, un conocido divulgador científico recientemente publicó su nuevo libro A Life on Our Planet (Una vida en nuestro planeta), en el que hace severas advertencias. De 94 años de edad, se preocupa más el naturalista por nuestro futuro, que él ya no verá, que los propios jóvenes y adultos jóvenes.

“El mundo natural se desvanece. La evidencia está por todas partes. Ha sucedido durante mi vida. Lo he visto con mis propios ojos. Si no actuamos ahora, nos llevará a la destrucción. La catástrofe será inconmensurablemente más destructiva que Chernobyl”, asegura. Y agrega que “dentro de la vida útil de alguien nacido hoy, actualmente se predice que nuestra especie provocará nada menos que el colapso del mundo viviente, precisamente en lo que se basa nuestra civilización”.

Junto al calentamiento global nos llegan otros “umbrales”, Entre estos, el uso de fertilizantes, conversión de tierras, pérdida de biodiversidad, contaminación del aire, agotamiento de la capa de ozono, acidificación de los océanos, contaminación química y extracciones de agua dulce. El Amazonas, el bosque tropical más grande del Sistema Solar y de muchos otros sistemas galácticos en los que no se ha encontrado vida alguna (para ser exagerado) podría reducirse en un 75%. Eso equivaldría a tener Covid-19 y que el ventilador que mantendrá nuestro sistema respiratorio activo funcione solamente en un 25%. Eso es una muerte segura.

Y advierte más: “La reducción de las precipitaciones provocaría escasez de agua en las ciudades y sequías en las tierras agrícolas creadas por la deforestación. La producción de alimentos se vería radicalmente afectada… La pérdida de biodiversidad sería catastrófica”.

Calcula que para el 2100, no le habremos dejado a nuestros descendientes un mundo salvaje (diverso), porque habrá perecido “casi por completo”.

Pasarán más de 10 millones de años, “muchos más”,  luego de una extinción para que la vida sobre la Tierra comience a recuperarse, se publica en Nature Ecology & Evolution, abril 2019, que ha tomado de ejemplo la llamada “gran mortandad”, que arrasó con la vida oceánica hace 252 millones de años, y la de los dinosaurios, hace 66 millones.

Veamos los datos. Hace 450 millones de años pereció el 85% de las especies; 380 millones atrás, el 75%; alrededor de 252 millones, el 96%; hará unos 180 millones, el 80%; y los dinosaurios, hará unos 66 millones. Excepto la de estos gigantescos comelones, muertos por el impacto de un devastador asteoride que perturbó las condiciones de posibilidad para la vida, se adjudica la causa de las demás extinciones al aumento de CO2 y gas metano en la atmósfera y el consecuente calentamiento global. En la extinción oceánica se calcula que el planeta elevó su temperatura a 5 grados Celsius, y en estos días llevamos mejor ritmo que antaño, el mismo tiempo que pasa entre el bautizo o un bar mitzvá y el funeral de una persona, según compara David Wallace-Wells.

A ese ritmo, en varios cientos o miles de millones de años podríamos acabar como Venus (“la más linda estrella”, según la canción de Rafael Hernández), que tiene una temperatura en la superficie de 465 grados y el planeta se cubre de nubes densas de gotas de ácido sulfúrico. Es una suposición, por supuesto, pero que deberíamos ir evitando desde ahora.

Los pescadores locales ven el problema del clima todos los días. Lo ven cuando acuden a los bancos de peces y ya no están, se han movido mucho más al norte o al sur de sus regiones, cuando no es que han desaparecido totalmente. Sin pescado para vender no hay dinero, ya poco, para subsistir. Las villas pesqueras están en peligro de extinción, y no solamente por la falta de peces y pescadores, que son resultado y no causa, sino que la costa misma corre el peligro de desaparecer por el aumento en los niveles del mar. La temperatura de los océanos ha ido en aumento, sus regiones septentrionales y meridionales ya acumulan la temperatura de las regiones tropicales. Y así, los polos ya reflejan el calor que no merecen, derritiéndose.

Los vectores que conducen a la crisis por la sobrevivencia son la soberbia del Hombre (y del que no aseguro que sobreviva a su propio poder, su fuerza), los intereses de los grandes empresarios de acumular dinero para el que no tendrán vida para disfrutar (y hasta a costa de la vida de sus propios herederos), los beneficios contributivos a las poderosas corporaciones de explotación fósil (de los que los gobiernos son -en general y en estos tiempos- marionetas), el relajamieno de las leyes ambientales. Dejar la gobernanza o las políticas públicas de las naciones en manos de multinacionales adelanta el interés de sus dueños de acumular capital privado a costa del interés público, y aunque pueda ser legal en algunos países, no deja de ser inmoral. Las consecuencias en la naturaleza, entre otros sectores, son tristemente apreciables. La peor de las distopías es una realidad.

Recuerdo cuando, reportando para el periódico El Mundo,  sobrevolé en helicóptero El Yunque, muy poco tiempo después del huracán Hugo, de categoría 4, en 1989. Los grandes árboles del bosque tropical lluvioso parecían haber sido cortados a la mitad con un gigantesco machete de viento empuñado por la misma mano de dios, en su papel de jardinero. Fue devastador, impresionante. Una serie de montañas tan emblemática como la Sierra de Luquillo lucía un corte de pelo casi al ras, militar. Pero muy gentilmente mi guía de entonces, un taxónomo del servicio forestal que cual Virgilio en la Divina Comedia me condujo por ese infierno desatado, me aclaró que no debía preocuparme tanto, que el ecosistema se regeneraría por si solo y que aquella vida tan diversa que se ocultaba bajo los grandes árboles y no había tenido su oportunidad, crecería ahora con fuerza bajo aquellos cielos azules y despejados.

Pero, todo tiene su límite (lo saben los artistas) y a veces la mano de la naturaleza es mucho más generosa que la dura mano del Hombre. Sin embargo, la naturaleza no puede hacerle frente “a las aberraciones de dominación y explotación, modificación y contaminación del ambiente causados por el ser humano” (Brunilda Morales, Ética y ecología, 2003), a pesar de la gran capacidad regenerativa de los sistemas ecológicos. La naturaleza busca y encuentra su balance, el Hombre no parece haber encontrado aún el suyo, y en esas manos está la naturaleza.

Si la temperatura del planeta continúa aumentando, bosques tropicales como El Yunque serán incapaces de adaptarse a esas temperaturas anormales y perecerán. Son estos bosques los ecosistemas vegetales más afectados. Y son estos bosques precisamente los que tienen, junto a los humedales, la mayor capacidad para absorber el dióxido de carbono, CO2, de la atmósfera. La desaparición o el impacto negativo sobre los bosques más extendidos sobre el planeta nos dejaría a merced de las nefastas consecuencias del calentamiento global.

Naturaleza moribunda, de William Ríos, lápiz, 9″x 12″

“Hace 70,000 años, el Homo Sapiens era todavía un animal insignificante que se ocupaba de sus propias cosas en un rincón de África. En los milenios siguientes se transformó en el amo de todo el planeta y en el terror del ecosistema (énfasis suplido). Hoy en día está a punto de convertirse en un dios, a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción.”

De este anhelo fáustico que señala Yuval Noah Harari (Sapiens, de animales a dioses) solo me preocupa de la Humanidad cierta incapacidad para discernir su poder creativo del destructivo. Esa despreocupación por lo que destruye, que incluye decenas de miles de especies de animales y ecosistemas, “buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción” (Noah Harari) apunta a una neurosis global e irresponsabilidad narcisista.

Ese gran maestro que es la experiencia parece haber tenido un discípulo muy desventajado en el Hombre. Como Edipo, “que pretende saber por su propia reflexión y sin un sacrificio” (Jean-Joseph Goux, Edipo filósofo) y cuyo  resultado fue el parricidio y el incesto, el Hombre actúa con una soberbia genocida y un carácter autológico, sin que entienda que debe responder, como responde toda especie sobre el planeta, a la naturaleza, superior a nosotros porque es nuestra condición de posibilidad. Esa ceguera, y le sucedió también a Edipo, es el resultado extremo de los crímenes de la Humanidad: la ofensa, el sacrilegio al romper la “armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira” (Heráclito).

Un pensador decía que filosofaba “con el martillo”, algunos políticos muy revolucionarios buscaron reducir a escombros la sociedad para que emergiera “un nuevo hombre”, y de la que surgió un ser amorfo y servil, aunque tampoco nos va muy bien con lo que tenemos. La historia, sin embargo, nos va dejando pistas de posibles y mejores rutas o interpretaciones de la realidad. Por ejemplo, ya nadie cree que es el aire, el pneuma, inteligente, el origen del cosmos (Anaxímenes) y del alma universal, o el fuego “siempre vivo” (Heráclito), o que la armonía sea la reina oculta de todas las cosas y debemos develar. A pesar de sus diferencias, sí estaban de acuerdo los presocráticos en la unión indisoluble, identitaria, entre la naturaleza-cosmos y el Hombre.

“Todas las cosas son una” (Heráclito). ¿Se equivocó Tales de Mileto cuando aseguró que el agua es el principio de la vida, o Anaximandro cuando apuntó a esas partículas de materia indeterminada, infinitas, el apeirón, que componen el universo? Ya estos sabían que la Tierra era redonda y que el sol era el centro de nuestro sistema solar. Y sabían más, que las cosas podían reducirse a sus más elementales compuestos y que éramos uno con la naturaleza.

Hoy vivimos la ciencia de la separación, de la diferenciación, quántica, la desemejanza reina en nuestro espíritu como adolescentes en manada, cada cual afirmando su particular identidad, un reguerete. Conciente de que no es posible la realización del hombre separado de la naturaleza, hace aproximadamente 2,500 años Alcmeón de Crotona previno: “los hombres perecen porque son incapaces de unir el principio con el fin”, es decir, amarrados al fragmento, dejamos de ver la totalidad.

“Puntillista”, le llamó Bauman a ese modelo del tiempo característico de nuestra “modernidad líquida”, distinto a las visiones cíclicas o lineales: “se pulveriza en una serie desordenada de ‘momentos’, cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor que puede desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene poca relación con el pasado y con el futuro.” Quien solamente mira su eterno presente le es imposible ver las consecuencias a largo plazo de sus actos. ¡Carpe diem! para gloria de las empresas de muerte.

Jenofonte definió al ser integral con las siguientes virtudes: resistencia, coraje, inteligencia. A ese empeño por la diferenciación lo llamó Hannah Arendt “amundanidad”, que ocurre cuando el Hombre deja de comunicarse con el cosmos y entre sí, y muy esencialmente consigo mismo, pensaría yo. “La propagación del desierto”, agrega al describir su concepto político, muy importante porque no sólo es una imagen plástica ese desierto donde vive el hombre. Su crítica es que no se trata de adaptarnos a ese entorno inhóspito, y su temor de que “nos convirtamos en verdaderos habitantes del desierto y nos sintamos cómodos en él”. Se trata más bien “de transformarlo en un mundo humano”, es decir, accionarlo, gestionarlo.

Sin que se entienda que la posición de Arendt es una vuelta a la naturaleza (ingenua, a lo Thoreau), sí implica, al menos, no destruirla. Aunque de Thoreau es destacable, entre varias cosas, su máxima de que el estado debe enseñar más el respeto a la justicia que el mero conocimiento de la ley, además de mostrarnos ese apego a la naturaleza tan desapegado en estos días, y su idea de la revolución pacífica. Y como dijera antes, la ecología es igualmente una ética política. Como sabemos, una revolución solo es un cambio de paradigma en las formas de ver (y hacer) al mundo. A Thoreu le llama Esther Peñas (revista Ethic) “el ecologista indómito”. Henry David Thoreau quiso vivir “la vida misma”, lejos de la vivencia kitsch, “lo que no era vida” y se fue al bosque unos años. Hoy las renuncias son más complejas, difíciles, es decir, diferentes.

Por herencia filosófica, por “acción y pasión” como pide Arendt, son los ecologistas hoy día los que mantienen viva la idea de la identidad naturaleza-hombre y las virtudes del ser integral, de sus valores de convivencia, políticos, es decir, éticos. La naturaleza también es prójimo. Preservar saludable ese entorno natural es un acto político, ético, no solamente existencial. Los ecologistas y científicos del ambiente pueden ver mejor que nadie en estos tiempos tumultuosos la integración necesaria de tecnología y sociedad.

“Buscamos por todas partes lo incondicionado y solo encontramos cosas”, se quejaba Novalis en sus poemas tardíos. Ya había revelado, sin embargo, lo que se había perdido a causa de diferenciarnos de todo, particularmente de la naturaleza. En su “idealismo mágico”, como le llamó a su filosofía, establece la relación del hombre y el cosmos. Cuando el yo actúa sobre lo externo espiritualiza el cosmos. La introspeción se da al interior de uno y del mundo. La ruta hacia uno es la ruta hacia la naturaleza, hacia sus fuerzas creativas. Escribe: “la sede del alma está ahí donde el mundo interior y el mundo exterior se rozan. Donde uno y otro se entrecruzan está el alma, en cada punto de contacto”.

Desde esa perspectiva se desprende una ética insoslayable. Para lo que nos ocupa, no se puede afectar a la naturaleza sin quedar uno igualmente afectado. Un ataque a la naturaleza es un ataque a nuestro yo interior (como ya lo es a la convivencia, a la política). Debemos reencontrar “lo absoluto”, fue la respuesta de Novalis, no muy lejano de lo que alguna vez supieron los presocráticos y Hannah Arendt, quien, y no debe ser casualidad, apelaba al igual que Jenofonte al “coraje”, a la “resistencia”, que convierten “a un hombre en ser actuante”.

Más puntual ha sido el filósofo alemán Hans Jonas, al señalar que “con la continuidad de la mente con el organismo, del organismo con la naturaleza, la ética se vuelve parte de la filosofía de la naturaleza (…) Solamente una ética fundada en la amplitud del ser puede tener significado”. (Phenomenon of Life, Toward a Philosophical Biology). Así, el imperativo ético de Kant (“actúa de tal modo que el principio de tu acción se transforme en una ley universal”) queda modificado por Jonas: “actúa de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica”. Jonas ha re-integrado nuevamente el ser y la naturaleza en una ética única.

Horkheimer tiene un ensayo de múltiples aristas y niveles que ayudaría a ver otra dimensión del problema, La rebelión de la naturaleza, pero plantearla más allá de la reducción conveniente que hago a continuación me conduciría necesariamente por un camino que debo evitar, por pantanoso. La irracionalidad de la existencia está mediada por la racionalidad de los medios de producción, en la que, abnegado, el ser humano no ve otra aspiración (“meta”) más allá que la de producir, ser funcional. Este sojuzgamiento de la naturaleza en la sociedad industrial se lleva a cabo sin un motivo que tenga sentido, la consecuencia no es un verdadero trascender la naturaleza o una reconciliación con ella, sino la mera opresión”. La naturaleza ha sido despojada “de todo sentido o valor interno”. Es meramente un recurso para la autoconservación del ser humano, ya despojado igualmente de un valor interior que no sea el pragmático. Una sociedad eminentemente pragmática será, entonces, indiferente a esos valores. En todo caso, sólo lo espiritual (sobrenatural) en el ser humano era considerado un valor por encima de la naturaleza, y por razón de ese primitivo enfrentamiento, ha sido sujeta a su explotación.

Muy al contrario, los pueblos andinos siempre han mantenido una integración holística con la naturaleza, la tierra a la que llaman Pachamama, madre tierra, madre naturaleza o diosa de la fertilidad. Casualmente, en los primeros días de agosto celebran su Pachamana Raymi, o “Fiesta de la madre tierra”, en la que le rinden homenaje, en agradecimiento a las bendiciones que les ha dado a sus cosechas. Para los pueblos andinos, Pachamama alimenta y preserva a sus pueblos. A cambio, estos le permiten a la tierra un descanso e introducen ciertos alimentos cocidos al interior de la tierra. Esta ancestral visión de la tierra, a la que le atribuyen un grado de conciencia por ser una deidad, no se aleja mucho sin embargo de una gran realidad, en la que también creen: que la naturaleza es la fuente de vida.

Aunque no soy científico, o investigador científico y ni siquiera militante ambientalista, he tenido a mi alcance, por mi profesión de periodista y por haber sido consultor externo de prensa en el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales de Puerto Rico, una gran cantidad de información relacionada con el “cambio climático”, al que creo justo y más certero llamar calentamiento global. El concepto “cambio climático” es genérico y casuístico, ambiguo, pura voluntad de la naturaleza (que ha sucedido, no se niega), pero no apunta (más bien esquiva) al problema actual generado por la mano humana al aumentar con la producción irracional de sus diversas industrias (sobre todo la energética) la temperatura del planeta, que por supuesto muy bien lo soportará (se transformará), pero no así la Humanidad, que sucumbirá.

Otros, como el científico especializado en el clima Peter Kalmus, del Jet Propulsion Laboratory de la NASA, en California, prefieren llamarle “colapso climático”. Su refraseo del conocido lema de peligro inminente en los asuntos de seguridad: “We feel that global warming poses a clear, present, and dire danger for humanity” (Sentimos  que el calentamiento global plantea un claro, presente y nefasto peligro para la humanidad) se ha hecho conocido desde su blog No Fly Climate SCI. El calentamiento global “es el gran problema al que se enfrenta hoy la humanidad”, asegura en su reporte Cambio climático: la humanidad en la encrucijada. Y cita a la Dra. Debra Roberts, copresidenta del Grupo de trabajo II del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático): “es probable que los próximos años sean los más importantes de la historia [humana]”.

“Lo que experimentamos ahora no es en absoluto la ‘nueva normalidad’: las transformaciones serán cada vez peores, mucho peores a medida que avance el calentamiento. En realidad, puede que la expresión ‘cambio climático’ ya no exprese adecuadamente la urgencia de esta realidad, que quizá sería mejor calificar de ‘colapso climático’, y muchos climatólogos, incluido yo mismo, ya estamos adoptando la etiqueta de ‘alarmista’. Porque hay que activar la alarma”, advierte en su escrito. Señala que “si la temperatura global continúa subiendo a este ritmo, en torno a 2035 se alcanzará una subida media del 1,5 °C por encima del dato de referencia y de 2 °C en torno a 2060”.

Temperatura media mundial en superficie durante 2017 en relación con la media durante el periodo 1850-1900. Datos de Berkeley Earth. La década 2008-2017 aparece en rojo. (Gráfica de Kalmus, medición en Celsius)

No debemos, planteaba Arendt, “reconciliarnos” con el desierto, ser “habitantes del desierto”, de los totalitarismos, que es de lo que habla en “De los desiertos y los oasis”, que leo en el site Bloghemia. “El tiempo está fuera de quicio. ¡Maldita suerte la mía, haber nacido para ponerlo en orden!”, cita Arendt a Hamlet, y añade su preocupación: “donde el que no-haya-nada y el que no-haya-nadie amenazan con destruir este mundo”.

El excandidato presidencial demócrata de EEUU Bernie Sanders ha dicho que “rehusa dejar a nuestros nietos un planeta que no es saludable ni habitable. Necesitamos un Nuevo Pacto Verde” (Green New Deal), una propuesta que también ha hecho la congresista Alexandria Ocasio-Cortez. Estos dos son políticos que resisten “reconciliarse con el desierto”, esté Usted de acuerdo o no con algunas de sus otras ideas políticas. Sobre el calentamiento global tienen, sin duda, toda la razón.

Según Kalmus, desde 1965 la Casa Blanca tiene un reporte que advierte que “la utilización continuada de combustibles fósiles generaría un ‘cambio climático irreversible’ y ‘apocalíptico’, que incluiría una subida del nivel del mar de tres metros”.

La obligación que entonces me imponen mis limitaciones valida aquella frase célebre de Faulkner: “los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben.” Sólo me resta, entonces, condensar larga documentación de circulación pública en todo el mundo y exponerla de tal modo que pueda impresionar, por su compresión, a los que no han tenido acceso a ella. Regreso, por un momento, a mis años de editor. Cada día genera decenas de informes que amplían la devastación que ya provoca y agravará el calentamiento global.

No es posible seguirle el paso a toda esa información, a menos que sean dedicados “los días con sus noches” a seguirle el tracto. Aunque me ha sido imposible sujetarme a mi propia restricción, por eso notarán que, aunque  se publicó originalmente esta nota en agosto, se hace referencia a información surgida posteriormente. No obstante, debe llegar el momento en que cada cual se convenza de la certidumbre del posible escenario apocalíptico que se avecina, cual Andrómeda en su largo peregrinar hacia su colisión con la Vía Láctea, con cuyo halo ya se toma de las manos, aunque tímidamente.

Es posible evitar el primer acontecimiento, no así el segundo -la colisión- para la que habrá que esperar unos 4,000 millones de años. Pero, para el que podemos rehuir (y para el que se requiere un acto político del Hombre), se debe afianzar la certeza de que sobrevendrá si no se hace mucho más de lo que se intenta. La NASA, esa agencia tan científicamente teórica como práctica, busca implacablemente mundos habitables, una sonda llegará pronto a Saturno para explorar la composición química de los mares de Titán, el segundo satélite más grande del sistema solar. Otros esfuerzos se dirigen a instalar laboratorios en la Luna, de tal suerte que permitan colonizar Marte. No es casualidad ese desafuero.

Mientras, la fecha para que se vean los resultados de lo que pretenden algunos gobiernos, excepto los de Estados Unidos, China y Rusia, es 2050. El presidente Trump abandonó hace par de años el Acuerdo de París (2015), mediante el cual se obligan iniciativas nacionales para evitar el calentamiento global, es decir, mantener por debajo de 2 grados centígrados la temperatura del planeta; idealmente, no más de 1.5 grados. No es casualidad que la canciller de Alemania, Angela Merkel, al hablar ahora en julio de 2020 ante el parlamento europeo, al inicio de la presidencia anual de ese país del Consejo de la Unión Europea, señalara a la “protección climática” entre los cinco asuntos más importantes de la región, “si queremos proteger y preservar Europa.”

El profesor de Innovación en Negocios, Enrique Dans, describe el problema de “escenario insostenible” (Viviendo en el futuro,  claves sobre cómo la tecnología esta cambiando nuestro mundo, 2019). La misma fuerza incontenible del desarrollo tecnológico que nos ha sacado de más de un problema, “nos amenaza con provocar en muy poco tiempo el fin de la civilización humana”.

En esos esfuerzos glocales para evitar el colapso del planeta, Puerto Rico está meridianamente insertado mediante varias leyes que son nuestra hoja de ruta, aún así, necesita darle mayor contundencia, concresión y disciplina. La Ley 33 de 2019 (Ley de mitigación, adapación y resiliencia al cambio climático de Puerto Rico) establece la política pública ante el calentamiento global, métricas, fechas de cumplimiento, planes de mitigación y adaptación, y los objetivos que se deben alcanzar para aportar a prevenir el desastre que se avecina. Dispone para la reducción de desperdicios sólidos, fomentar el uso de vehículos híbridos, de energía alterna, aumento en el uso de energía renovable hasta lograr su uso total a 2050, ofrece créditos contributivos por la adquisición e instalación de equipo de energía renovable y otras medidas.

Con la Orden Ejecutiva 2018-045 ya se había establecido el Grupo de trabajo multisectorial para mitigar el cambio climático, el cual aporta estrategias que lo eviten. Mientras, la política pública energética establecida en la Ley Núm. 17 de abril 2019 es la joya de la corona para evitar el calentamiento global en la Isla. Esta crea “los parámetros que guiarán a un sistema energético resiliente, confiable y robusto, con tarifas justas y razonables para todas las clases de consumidores, viabilizar que el usuario del servicio de energía produzca y participe en la generación de energía, facilitar la interconexión de la generación distribuida y microredes, y desagregar y transformar el sistema eléctrico en uno abierto”, renovable, sostenible y alterna, exige cumplimiento y otras.

Revisar la literatura es lo que haré, entonces, de decenas de informes y notas científicas y de divulgación ya publicadas alrededor del mundo que, quisiera, conciten a una mejor comprensión del problema y, si posible, cierta movilización. Para agilizar la lectura, me referiré siempre que pueda a los datos y no a la publicación de donde surge.

Si creemos, ingenuamente, que no haber disfrutado las agradables bajas temperaturas navideñas entre diciembre y marzo pasados, y que estos calores de mayo, junio y julio, típicos de agosto y septiembre, son atípicos, verán que no lo son. Ya agosto comenzó rompiendo récords de altas temperaturas en la Isla. Y con toda probabilidad, las altas temperaturas que se extenderán más en nuestro calendario gregoriano no podrán ser disipadas con abanicos y los inverters serán un remedio nocturno que sólo disfrutarán algunos. Los demás sufrirán noche y día. Y este calor es solo un comienzo molestoso, lo demás es apocalíptico. También habrá inviernos más cruentos, congelantes.

El novelista John Grisham tiene dos novelas que tocan el tema ambiental. En El secreto de Gray Mountain la historia se desarrolla en las tierras del carbón, en los Apalaches, Virginia, “donde la ley es diferente y defender la verdad significa poner en peligro la vida”. Además de todo el intrincado tinglado jurídico que suele montar el autor en sus novelas, el tema central es la devastación ambiental y humana que causa la extracción del carbón, ya prohibido en algunos lugares del mundo. Mientras, La apelación inicia con la derrota legal de una empresa química por verter tóxicos en el sistema de agua potable, lo que ha causado un aumento en la incidencia de cáncer en la región. La controversia surge cuando el empresario comienza a manipular el sistema de justicia para conseguir un fallo favorable cuando acuda en revisión de la sentencia. Son novelas valientes y bien documentadas que logran descorrer el velo que oculta al siniestro aparato que mueve los hilos de la destrucción. Y de cierta manera, son una manera entretenida de iniciarse en el tema. Me atrevo recomendarlas, aunque habrá otras, porque logran plantear también que no siempre el resultado de nuestras mejores intenciones son todo lo positivo que esperamos, e incluso, puede ser patentemente negativo. La conciencia ecológica -como la conciencia sobre cualquier cosa- no necesariamente genera una acción remediativa. Por eso podemos ver personas con la más alta conciencia abusando del consumo del plástico, del automóvil, de la electricidad generada por fósiles, del agua, etc. La situación exigiría un alto sacrificio, estoico, relacionarnos de manera diferente, renunciar a ciertos artículos y formas económicas de vivir, ser más circulares, menos verticales, más colectivista y menos individualista, algo muy difícil de lograr en tiempos en que el consumo mueve la economía. Así que son muchas las implicaciones -complicaciones- para comenzar a frenar el desastre.

II

El problema del calentamiento global puede ser reducido a su mayor promovente, la contaminación ambiental producida por el uso desquiciado de la quema de combustibles fósiles (sobre todo de carbón y petróleo) para la generación de energía, los cuales producen los gases de efecto invernadero (como el CO2, el gas metano es otro con ese efecto). Cualquier otro intento de reducir aún más el problema, es vano. Tampoco el asunto es tan sencillo como reclamarle “voluntad” a los gobiernos, esa voluntad trae consecuencias, aunque esto sea lo primero que debamos hacer e insistir en ello.

Un simple dato puede ayudarnos a comprender porqué detener el uso de combustible fósil no es tan sencillo. En este momento de pandemia, los grandes productores de petróleo han recibido en rescate, según la periodista investigativa Zorka Milin (The Years Project), alrededor de 6,700 millones de dólares. Son empresas que gastan cientos de millones de dólares en cabildeo y compran influencias sobre políticos y estructuras de gobierno que le serán beneficiosas a sus intereses, inclusive reescribiendo los requisitos gubernamentales para recibir ayudas para cualificar. Occidental, por ejemplo, afirma Milin, espera tener un crédito contributivo de 195 millones de dólares por un “tax loophole” en la ley Cares Act, que le cubrirá decisiones erradas realizadas antes de la pandemia.

Luego de algunos años interviniendo incidentalmente con este problema del calentamiento (por lo que dije), pienso que pintar el cuadro que nos ha dejado este camino conducente a la destrucción del planeta nos debiera mover lo suficiente como para que decidamos, cada persona, grupo, comunidad e institución, exigir que se tome otro camino o que se pise firme en el bueno, que se establezcan las medidas que los científicos ya han establecido, que los gobiernos asuman su responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, como algunos ya comenzaron a asumirla, que las empresas induzcan los cambios que se necesitan para utilizar energía limpia para sus operaciones, y que los ciudadanos reconozcan su propia responsabilidad como contaminantes del ambiente así como responsabilizamos a las empresas detractoras. Camina la Humanidad dejando una huella de carbón que debe ser borrada.

Ahora, si las expectativas son que logremos ese giro de 180 grados en un lustro o una década, mal veo la solución. No parece real, ni lo es en muchos lugares. Ese es el camino de la religión, del milagro, o de la magia y sus conjuros. Lo que sí es posible es, puesta la fecha límite de 2050 por la Organización de las Naciones Unidas, dirigirnos sin paso vacilante a la meta, de manera ordenada, sin producir un caos socio-económico, sin apelar al terrorismo ambiental, y no alarmar sin evidencia.

La crítica situación planetaria actual parecería entonces responder a lo que Gramsci llamó “interregno” (Cuadernos de la cárcel): “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”. Bauman utiliza el concepto, ampliado, para describir la condición política de estos días, en el que los componentes del “territorio-estado-nación” se van desvinculando (destejiendo, para decirlo de manera gráfica), y así, “los gobernantes ya no pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados”, brecha por la que, me parece, se han colado las corporaciones para asumir un poder tremendo, distinto al político, como una de sus consecuencias. Pero hay otras cosas perniciosas que también se cuelan, como el populismo, con su visceral reacción desordenada. Para lo que aquí atañe, surge la duda sobre si al final del día quedará un poder político que garantice el éxito de las transformaciones profundas necesarias para bajarle el fuego a la hornilla, pues la tortilla se está quemando.

Gráfica de NOAA, calentamiento global.

Puerto Rico no es un productor significativo de CO2 y gas metano en el ambiente global, sin embargo, su consumo de petróleo y carbón para generar energía ayuda a sostener el sistema económico mundial que devasta el planeta. No obstante, ambos combustibles tienen fecha de expiración en nuestras leyes. Lo irónico es que, aunque la Isla no sea un aportador significativo de gases de invernadero a la atmósfera, sí será un receptor privilegiado del caos ambiental que se anticipa por el calentamiento global. El 61 por ciento de nuestra población vive en los 44 (de 78 en total) municipios costeros. El aumento en el nivel del mar será devastador para esta población, erosionará las costas y con toda probabilidad muchas serán ganadas al mar, no solo perderán sus viviendas nuestros conciudadanos, sino también las relaciones comunitarias que han sostenido sus vidas, afectará su economía doméstica y la de la Isla, se echará a perder la billonaria infraestructura crítica desarrollada a lo largo de la costa: carreteras, puentes, puertos, algunos aeropuertos, así como edificios, condominios, comunidades como La Perla y así otros poblados alrededor de la costa, como en Salinas, Loíza, Humacao.

La oferta turística se reducirá considerablemente, afectando el turismo interno y externo. El mar ácido que hemos convertido ya arruina los corales y los extingue, acabando con la primera barrera de la naturaleza para mitigar la fuerza de la energía de las olas, que azotarán entonces con mayor virulencia la costa, sobre todo cuando son accionadas por los huracanes. Puerto Rico declaró recientemente a los arrecifes de coral como estructura crítica natural para la protección de las costas y el hábitat marino. Como resultado del calentamiento global, los hábitats y la biodiversidad se verán sensiblemente impactadas, cuando no reducidas a sus mínimos, a lo largo de la costa. Y eso no es todo, ya se han alterado los patrones de lluvia estacionales, provocando más recurrencia y períodos más extensos y graves de sequía en Puerto Rico (y en todo el mundo).

(Si han pasado 20 minutos desde que empezó esta lectura, debe saber que en ese lapso de tiempo se han lanzado a la atmósfera varias gigatoneladas de CO2. Para cuando termine de leer este reportaje extenso, la Humanidad podría haber acumulado varias centenas adicionales de gt de CO2, elevando a cada momento el nivel de irreversibilidad del calentamiento global.)

El agua que tomamos escasea cada día más, nuestra deteriorada infraestructura ya no logra recoger las cantidades mínimas necesarias, pero si, incluso, tuviésemos un embalse del siglo XXII, no valdría de nada si no cae la lluvia o porque el calor intenso la evapora muy rápidamente, o porque las inundaciones causadas por lluvias torrenciales deterioran la infraestructura, y la tierra seca hace que las escorrentías causen inundaciones y no sean retenidas por la tierra. En el 17% del territorio de la Unión Europea, sobre todo al sur, hay escasez de agua, impactando al 11% de su población. Eso es en el mundo con mejor infraestructura y desarrollado. Es peor en otras regiones, verán más adelante.

El calentamiento global afecta además la agricultura y los procesos de manufactura, es decir, la independencia alimentaria y el empleo, y la salud, y la flora y la fauna. The Economist advierte que el calentamiento global está quebrando la industria de los seguros. Ya se hundió en parte en Puerto Rico luego del devastador huracán María. Sencillamente, no hubo el dinero suficiente para cubrir los costos exhorbitantes. Las demandas en los tribunales no se hicieron esperar.

Los incendios forestales se han incrementado en recurrencia y fuerza en todo el mundo. ¿Son necesarios los ejemplos? En los primeros días de agosto los incendios forestales en California (1,100 incendios en 30 días entre agosto y septiembre de este año 2020) alcanzan una zona poco más grande que todo el estado de Rhode Island, el doble de sucesos anteriores, causados por las peores tormentas de rayos de su historia. Portugal ha visto su peor año, así como España. En 2019 vastos sectores en la Amazonia ardieron como nunca antes, y en julio de este año ya se estaban rompiendo esos récords. De hecho, los incendios son peores en todo el mundo.

“Estos superincendios queman con temperaturas y velocidades de propagación que escapan al control de las fuerzas de extinción, de los cortafuegos y de otras técnicas de protección”, advierte Adrián Regos, de la Universidad de Santiago de Compostela y autor de un estudio publicado en Ecosystem Services en el que recomienda modificar los paisajes de tal suerte que sean menos inflamables, y que podría reducir el sector arrasado por el fuego en un 50%. Sencillamente, no hay capacidad humana para intervenir y extinguirlos. Concluye el autor que más y mejores prácticas agrícolas son parte de la solución, o firesmart, “gestión inteligente del fuego”.

A la fecha de septiembre de 2020, los incendios forestales en el Ártico han lanzado a la atmósfera 244 millones de toneladas de CO2, mucho más de los 182 millones de toneladas emitidas en todo 2019, precipitando a su vez el calentamiento climático, del que son resultado los incendios. (The Economist, 7 de septiembre 2020, citando el Servicio europeo de Monitoreo Atmosférico). En 2004 se lanzaron 110 millones de toneladas. Es evidente el ciclo. El desastre natural acarrea más desastre, por eso la importancia de detenerlo ya. Recordemos que a mayor cantidad de CO2 en la atmósfera, mayor el calentamiento global.

Los azotes de los relámpagos, impulsados por récords de temperaturas, son una consecuencia del cambio climático y se esperaban muchas más tormentas el domingo 23 de agosto, sostuvo el viernes 21 de agosto el gobernador Gavin Newson. “Si están en negación sobre el cambio climático, vengan a California”, había señalado días antes en una actividad política nacional. En estos días se reveló que a principios de agosto, en el Valle de la Muerte en el desierto de Mojave, se registró una de las temperaturas más altas registradas en cualquier lado del planeta en al menos un siglo: 130 grados Fahrenheit (54.4 Celsius).

Para el presidente Trump los incendios sólo son provocados por la hojarasca y que la ciencia no sabe lo que ocurre con el calentamiento global, mencionando la soga en la casa del ahorcado: California (en su capital Sacramento) Me parece que con exponer su insuficiencia es suficiente. Acumulación de hojas y madera, señaló. Es decir, vayan al bosque y limpien las hojas y la madera. Ante la solicitud de ayuda hecha por el jefe de la agencia de Recursos Naturales de California, Wade Crowfoot, el presidente le contestó que “empezará a hacer más frío, ya verás”. Cretino sería una palabra para describirlo.

Irónicamente, Trump visitaba McClellan Park, antigua base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos donde estacionan los aviones que usan los bomberos para combatir los incendios en el estado. Pero, de tan denso el humo, no se les permite elevarse por la poca visibilidad. Washington, Oregon y California combaten incendios históricos. Los incendios no se originan en los bosques, sino mayormente en el chaparral (bosque) costero (con llanos, colinas rocosas, cuestas de montaña), caluroso y seco en verano, y los pastizales,

¿Habrá un rompecabezas más enjundioso que armar? “Cuando calienta el sol” no es solo una canción popularizada por los Hermanos Rigual: Cuando calienta el sol/ aquí en la playa/ siento tu cuerpo vibrar/ cerca de mí. Cuando calienta el sol la atmósfera amortigua sus efectos al absorber una parte de la radiación solar ultravioleta en la capa de ozono. Y es precisamente ese amortiguador el que estamos debilitando y con él los distintos ecosistemas que nos dan la vida.

“Hace calor, hace calor”. Hay queja en esa canción de Los Rodríguez: Hace calor, hace calor/ yo estaba esperando que cantes mi canción/ y que abrás esa botella/ y brindemos por ella/ y hagamos el amor en el balcón. Es solo una manera de decir la consecuencia del problema, cuando hay amor hay calor. Pero si no controlamos ese calor, quemaremos a nuestro amor. Somos nosotros, con nuestras propias acciones, los que hemos puesto en broial planeta. En poco tiempo, ya la playa no será el único lugar donde obtendremos un tan espectacular, también nos podremos achicharrar sentados, o como dice la canción, haciendo el amor en el balcón.

¿Llegará el día en que diremos lo que la canción Kashmir, de Led Zeppelin?: All I see turns to brown, as the sun burns the ground. And my eyes fill with sand, as I scan this waste land. Trying to find, trying to find where Ive been.

La pandemia de Covid-19 mostró que, al estar paralizadas las industrias contaminantes, el ambiente mejoró al descender alrededor de 8% la cantidad de CO2 en la atmósfera, luego de haber alcanzado previamente índices históricos. El reinicio reciente de las operaciones industriales nos devolvió, sin embargo, a los índices de 415 partes por millón (ppm) un número alcanzado solo en tiempos remotos. La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha fluctuado en los últimos 10,000 años (en la era del hombre civilizado, aunque más bien, los últimos 800,000 años, cuando no éramos tan “civilizados”) entre 300 y 385 ppm. El ecosistema planetario muestra una gran sensibilidad a las variaciones, aunque sean pequeñas, de CO2 en la atmósfera.

“El cambio climático moderno que vemos es grande, realmente grande, incluso para los estándares de la historia de la Tierra” [de 4,500 millones de años], según Matteo Willeit, del Instituto Potsdam, para el Climate Impact Research. El umbral que han determinado los científicos para el comienzo irreversible de la devastación es de 450 ppm de CO2 en la atmósfera, que debía alcanzarse para el 2050, según los estimados. Me gusta como en un inestimable libro de Wallace-Wells (y el exvicepresidente Al Gore también lo supo, lo divulgó con fuerza y pocos le hicieron caso hace dos décadas) se plantea la controversia, criticando a los que piensan que es una crisis del mundo “natural” (ajeno y pasajera), no del mundo “humano”, que estaría más allá de aquel reino, una distinción inexistente a tenor con los varios autores que he citado.

“Actualmente, estamos emitiendo CO2 a la atmósfera a una velocidad bastante mayor; según las estimaciones, al menos diez veces más rápido. Ese ritmo es cien veces superior al de cualquier otro momento de la historia humana previo al comienzo de la industrialización. Y en la atmósfera ya hay un tercio más de CO2 que en cualquier otro instante de los últimos 800,000 años, quizá incluso de los últimos 15 millones de años”, cuando el nivel del mar era treinta metros más alto que ahora, dice Wallace-Wells.

En mayo de 2019 el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió que en dos años (a partir de esa fecha) a la Humanidad le restaba apenas dos años para iniciar una reducción agresiva en el uso del combustible fósil que evite la tragedia. Un año ahora a partir de 2020. Las expresiones de Guteres se produjeron durante una cumbre mundial en San Francisco, donde hubo representación oficial del gobierno de Puerto Rico. El desaire del presidente Trump a la actividad fue resarcido con el establecimiento de una alianza entre muchos estados y ciudades a favor del ambiente, del que la isla participa. Estos declararon una emergencia climática. Mientras, unas 405 ciudades de EEUU han firmado la iniciativa Alcaldes por el Clima y miles de empresas apoyan el Acuerdo de cambio climático mediante la coalición.

Más recientemente, 15 estados principales, entre ellos California, New York y Massachussetts acordaron que, para el 2030, el 30% de los camiones, camionetas, guaguas (autobuses) que se vendan en sus estados deben ser eléctricos, libre de emisiones de gas invernadero. Para el 2050 la cifra debe llegar a 100%. Aunque son apenas el 4% de los vehículos en carretera, estos emiten el 2% de todos los gases invernadero del amplio sector de transporte. Mientras, en marzo de 2019 el Parlamento Europeo aprobó fijar un objetivo de reducción de 37.5% de emisiones de dióxido de carbono para vehículos y de 31% para camiones en 2030, según el nivel que registren en 2021.

Aun así, el plan debe acelerarse y ser “mucho más ambicioso”, a juicio de la ONG Greenpeace. La organización asegura que es necesariauna mayor reducción de las emisiones en todos los sectores”, refiriéndose al transporte, la agricultura, la ganadería y el eléctrico. Reducir las emisiones de gases del sector de transporte es vital para mantener la temperatura del planeta en no más de 1.5 grados centígrados, y se debe detener la venta de ciertos vehículos con motor de gasolina, diésel, híbrido o gas al 2028, todos los vehículos de carreteras para el 2035 y el resto (aviones, barcos, trenes) al 2040.

Según The Hill (19 de abril 2019), “un informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático indica que si las emisiones continúan al presente rate, la atmósfera se calentará 2.7 grados hacia el 2040, incrementando las inundaciones costeras y exacerbando la pobreza”.

El actual nivel de CO2 es el más alto en la historia de la Humanidad, y este año 2020 ya es el más caluroso, desde que se toma ese registro. Posiblemente el año próximo lo sea más. Lo que se intenta en este momento es no cruzar el umbral de 450 ppm de C02 en la atmósfera al 2050, el llamado punto de no retorno (point of no return), al cual lamentablemente nos hemos lanzado como un torpedo japonés… más bien como un kamikaze. El problema que confronta la Humanidad es que los especialistas pensaron inicialmente que llegar a ese umbral que marcaría un destino irreversible, nos tomaría alrededor de varias decenas de años, y que el 2050 señalaba una fecha pivote, límite, que nos permitiría revertir y detener el deterioro ambiental.

Las proyecciones resultaron incorrectas. Tomará menos años llegar a los 450 ppm de CO2 en la atmósfera. Y mientras los científicos y especialistas ambientales se halan los pelos ante el desastre que se avecina y denuncian y advierten y suplican, un video colgado en las redes sociales nos muestra a un malandro boricua dejando basura y enterrando sobre seis botellas de cerveza en la arena durante su día de playa y amenaza a quienes lo denuncian con el macharrán: “ten cuidado, tú no sabes quién soy yo”; otros desechan neveras y estufas en los cuerpos de agua, o dejan su basura y plásticos en la arena y el mar, se talan árboles indiscriminadamente, se urbaniza el campo, y en Brasil se destruye la Amazonia.

No cabe duda que muchos gobiernos en el mundo asumen una tímida actitud, bajan la cabeza y permiten que continúe ejerciendo su poder invisible la industria dedicada a la muerte planetaria. Las poblaciones no le exigen a sus gobiernos que rindan cuentas, básicamente porque ellos mismos no se las exigen a si mismos. Por supuesto, luego están todos, gente, gobiernos y empresas, lamentándose, quejándose y sufriendo las devastaciones causadas por fenómenos como los huracanes de categoría 5, cuya mayor virulencia y frecuencia son un resultado directo del calentamiento global.

Huracán Matthew, 2016. Las anomalías atmosféricas son cada vez más frecuentes y potentes. Foto NASA

La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) ya había proyectado temprano en esta temporada de huracanes en el Atlántico cierta hiperactividad. En agosto revaluó las condiciones climatológicas y cree que, sencillamente, se quedará sin nombres (21 designados) para todos los que esperan, luego de ver el doble de actividad de un año normal.

Pronosticaron hasta 25 tormentas, de las cuales hasta 11 pueden convertirse en huracanes, y de estos hasta seis de “fuerza mayor”. En 2005 proyectaron 21 tormentas y se produjeron 28, un récord hasta ahora. Entre 1981 y 2010 hubo un promedio de 12 tormentas por año, de las cuales seis se convirtieron en huracanes regulares y tres en huracanes peligrosos.

“Parece que esta temporada podría ser una de las más activas en el registro histórico”, es citado por la prensa Gerry Bell, principal meteorólogo de NOAA. De agosto en adelante suele ocurrir el 90% de los fenómenos, aunque este año ya se adelantó bastante la ocurrencia. La temporada de huracanes, que comienza el 1 de junio, ya vio tres fenómenos desarrollarse en mayo. A julio de 2020, que no es ni de lejos el momento pico, que lo es de septiembre a octubre, ya ha visto 9 fenómenos, con otros más en agosto. La temperatura en el océano Atlántico es hoy día casi un grado Celsius más caliente de lo normal, es decir, mayor combustible y cambio en la presión del aire y los vientos: condiciones favorables para que se fortalezcan las tormentas.

El sábado 22 de agosto, mientras la decimotercera depresión, convertida  en la tormenta Laura, pasaba sobre la Perla del Caribe y seguiría enhebrando en su centro tormentoso a La Española y Cuba hasta encaminarse de forma huracanada con categoría 4 al Golfo de México y terminar sobre el estado de Luisiana,  la decimocuarta depresión, convertida en la tormenta Marco, ya en el Golfo, se encaminaba a pestañear Yucatán y luego ir como huracán sobre Texas. Nunca hubo dos huracanes simultáneamente en el Golfo de México, de acuerdo con los datos disponibles desde al menos 1900, alertó Phil Klotzbach, investigador de huracanes de la Universidad Estatal de Colorado. La última vez que hubo dos tormentas tropicales juntas en el Golfo fue en 1959, agregó.

Y eso fue solo agosto, quedan las temporadas pico de septiembre y octubre.  A este ritmo, si las aguas del Caribe se mantienen a temperaturas más elevadas de “lo normal”, no sería irrazonable ver alguna tormenta o huracán mientras celebramos la Navidad. Y diremos: “dios nos coja confesa’os”, o “a mal tiempo, buena cara”, si acaso, “el que lo hereda, no lo hurta”, es decir, somos nosotros los que estamos creando esas bestias infernales.

En Puerto Rico tenemos el derecho a rechazar una herencia, lo hacemos si no es conveniente, por ejemplo, si ha de pagarse algunas contribuciones que superan el monto de la herencia, o si resulta en una carga inaceptable o crea graves conflictos en la familia. El calentamiento global es una especie de herencia que no hemos sabido rechazar. Y más vale que lo hagamos pronto porque, como la ley en Puerto Rico indica, el rechazo se debe hacer en un corto período de tiempo, de otra manera debemos cargar con ella.

En algún momento en los próximos años o décadas podría verse el “huracán perfecto”, uno para el que todavía no se ha dado una categoría porque jamás se pensó que sobrevendría tamaña fuerza. Las categorías actuales van del 1 al 5. En Puerto Rico conocemos muy bien los efectos de un devastador huracán categoría 4 con ráfagas de 5. El huracán María destruyó un sistema eléctrico, ya deficiente, y nos dejó a oscuras de inmediato por más de seis meses. La recuperación total tardó casi año y medio. Miles de viviendas fueron destruidas y alrededor de 3,000 muertos fueron la evidencia de nuestra incapacidad de afrontar un fenómeno de esa naturaleza. Y en la medida en que las aguas septentrionales continúen calentándose también en esta época del año, no dudaría ver con más frecuencia huracanes azotando regiones frías como la costa de Nueva Inglaterra (azotada ya en 1938 por uno de categoría 4), Canadá o Inglaterra, que en el 2019 recibió al huracán Lorenzo.

Para septiembre llegaron a circular cinco formaciones simultáneamente en el Atlántico -Paulette, René, Sally, Teddy, Vicky- un fenómeno sólo ocurrido en el 1971. La suma de muchos factores produce este fenómeno, según Jim Dale, del British Weather Services, y entre ellos destaca, por supuesto, el calentamiento de las aguas del Atlántico, ya por encima de los 26 C, entre 1C y 2C sobre lo normal. Esas aguas continuarán calientes. Si bien se fija el cierre de la temporada de huracanes el 30 de noviembre, ya han ocurrido en diciembre, inclusive con temperaturas no tan calientes como las actuales.

“Con los huracanes pasa algo similar [a los incendios], los conocemos desde siempre, pero los efectos climáticos que la Tierra ha sufrido en los últimos años van a causar que se presenten con mayor frecuencia y en situaciones inusuales, como la que estamos viendo”, sostuvo Dale en conversación con el medio BBC.

La adolescente Greta Thunberg, que se ha convertido en la emblemática conciencia ambiental del planeta (posiblemente porque entiende que son las nuevas generaciones las que responderán mejor a su llamado) dirigiéndose al foro de Davos en 2019, reclamó: “quiero que actúen como si nuestra casa estuviera ardiendo, porque es así”. Y de cierto así es.

Se puede confiar en una mejor empatía de los jóvenes. Sus acciones (presiones), sin embargo, deben comenzar ahora, no para cuando les toque regir los destinos del mundo. Para Dans, “no podemos esperar a que la actual generación de jóvenes, más concienzudos con este tipo de temas, lleguen al poder: debemos actuar ya, y forzar a la generación actual de políticos a responder a lo que debe convertirse en la mayor preocupación y la más acuciante demanda de la ciudadanía. No sé cuántos políticos harán falta para cambiar una bombilla, pero tenemos que conseguir que lo hagan. Sólo el activismo puede salvarnos” (ob. cit).

Aunque no de manera similar para todos, sino peor para la mayor parte de la Humanidad, el Covid-19 es más devastador para los que la pandemia ya ha infectado sus trabajos y están en el desempleo, o aquellos que necesitan tomar el subway, las guaguas públicas, los obligados a presentarse al trabajo porque su fuerza de producción es puramente física, los trabajadores de oficina, obreros, agricultores, los no diestros, los vulnerados, los desventajados, es decir, los pobres, aquellos que precisamente menos contribuyen al problema de calentamiento global. Las tragedias de la naturaleza, como el calentamiento global, NO azotan a todos por igual, no creo que deba extenderme sobre esto, es evidente.

Pero unas palabras adicionales habrá que decir: los muros de todo tipo que buscan aislar las clases (o países) no protegerán al final del día a los supuestos protegidos por las murallas. Podrán tener mejores seguros de salud, hospitales, casas, vehículos, dormir mejor con aires acondicionados centrales, y sufrirán menos las consecuencias de pandemias y huracanes de categoría 5 o más, pero una atmósfera irrespirable y ardiente también alcanzará sus pulmones. Cuando un galeón holandés o portugués lleno de esclavos naufragaba en aguas del Caribe morían tantos los esclavos como el capitán y su tripulación. El planeta es ese galeón.

Wallace-Wells, autor del extraordinario libro El planeta inhóspito, escribió sobre Greta que su historia “es sorprendente y emocionante. […] No creo que exista un precedente similar en toda la historia: que una adolescente […] lidere un movimiento de millones de personas.” A pesar de sus buenas intenciones, se equivoca el autor. Juana de Arco es un excelente precedente, y como ella, otras, como Juana Azurduy, joven adulta que encabezó un batallón en las luchas por la independencia sudamericana, o Artemisia, la joven pintora del siglo XVII (primera mujer en estudiar en la Academia de Bellas Artes de Florencia) cuya pintura Judith decapitando a Holofernes es referente aún hoy para las luchas feministas, y así otras más en tiempos más remotos y en tiempos presentes. No debemos invisibilizarlas, el ecosistema humano también debe encontrar su balance y los prejuicios (como la discriminación racial, la injusticia social, el machismo, el sexismo, la xenofobia, la intolerancia) pesan demasiado en un solo lado.

No obstante, la alta conciencia sobre el problema le ha hecho expresar a Greta en ese mismo foro: “quiero que entren en pánico y que sientan el miedo que yo siento a diario”. Ya entonces se desborda un poco el control que debemos tener sobre el asunto. No es precisamente “entrar en pánico” la respuesta que debemos darle al problema, que es, insisto con ella y Wallace-Wells, grave. La pasión hay que dirigirla (instrumentarla) si quiere ser eficaz. “La culpa y el miedo”, leo en alguna parte, “llevan exactamente a la inacción y la negación”, cuando es la “acción sostenida” lo necesitado.

Hay detrás de esto una ética, si logramos convencernos de su necesidad, así como el uso de mascarillas durante la pandemia, ahora que sabemos que puede ayudar a proteger y protegernos del contagio. No usarla es casi un crimen. De hecho, lo es en algunos países y Puerto Rico, pues así de criminal o peor es no proteger la naturaleza. No reconocer que la solución al problema debe estar enraizada en la tierra y no en los cielos milagrosos devela un idealismo obstructivo que tendría las mismas consecuencias que el negacionismo: no hacer nada. “En el idealismo extremo de quien no acepta la realidad se esconde cierta desesperación”, alerta Sylvain Prudhomme (al hablar de su novela Por las carreteras). No es, entonces, desesperarse lo que aquí se pretende, sino que cada cual participe de alguna manera en la solución.

Hay la necesidad de que los malestares confusos sean, al menos, malestares conscientes, propone Mitscherlich (La inhospitalidad de nuestras ciudades, 1965). Un poco olvidado hoy, anticipaba entonces la indiferencia –“la costumbre embota la sensibilidad”, dijo- ante la destrucción no solo de la ciudad habitable, donde hoy vive sobre el 60% de la Humanidad, sino de la naturaleza también. No están disociadas ambas destrucciones. Así tampoco su posible reconstrucción. Pero si bien las ciudades contienen más del 60% de la población, gastan el 75% de toda la energía que se produce y causan el 80% de la contaminación.

Ya Freud había hablado de un “malestar”, en la cultura, el de nuestra condición humana, precisamente durante un contexto muy similar al actual, de pandemia, crisis económica, guerras, políticas totalitarias, escapismo (las drogas, cómo no, y el alcohol), y por supuesto, y sobre todo, de neurosis. “La evidente brutalidad de nuestros tiempos pesa sobre nosotros”, llegó a decir. Si viviera hoy diría posiblemente, al menos entre sus amigos: “¡esto se jodió… apaga y vámonos!”

No podemos pecar de optimistas, pues puede ese triunfalismo nublar (como lo hace la nefasta moda de autoayuda y las cositas que escribe Paulo Coelho) todas las acciones muy duras que se deben llevar a cabo; mientras, el pesimismo, en estos tiempos en que se ha reinterpretado ese concepto, nos puede ayudar a adecuar la tragedia que se nos viene encima, pero solamente para desdesearla, luchar contra ella y lo que la origina.

Me pregunto si nos ocurrirá lo mismo que en el chiste de Kierkegaard (en Diapsálmata): “Una vez sucedió que en un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia al público. Pero este creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia y los aplausos eran todavía más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo, en medio del júbilo general del respetable que pensará que se trata de un chiste”.

El límite se acerca, no reconocerlo a tiempo nos adentrará sin remedios en esa niebla de irreversibilidad de la cual nos debemos alejar como el diablo a la cruz.

III

Hoy día se invierte cinco veces el esfuerzo de hace 70 años para pescar el mismo volumen de peces. Escasean por la sobreexplotación y la contaminación de los océanos; mientras, la población mundial se ha multiplicado varias veces. La tecnología, en esta ocasión, no nos está ayudando a preservar el ambiente. Los residuos plásticos (microplásticos), una media lanzada de ocho millones de toneladas anuales, químicos como el mercurio detectados en el cuerpo de los peces, la acidificación del agua y el aumento en la temperatura de los océanos ya impactan el ecosistema marítimo.

Estamos convirtiendo al mar en un vertedero. Son ocho millones de toneladas de plástico anuales, con los que podemos enterrar 34 veces la isla de Manhattan. A este ritmo habrá más toneladas de plástico de un solo uso que peces en el mar. El reciclaje es todavía una aspiración, mientras, impacta la salud de los distintos ecosistemas en que se depositan y terminan en la cadena alimentaria. Así es, hay especies de peces con tanto microplástico en su sistema digestivo que hay llamados a no consumirlos.

Una variación en la pesca y el consumo de peces en ciertas poblaciones puede ser catastrófica, económica y socialmente. Puerto Rico no posee una flota pesquera, sino que es artesanal; en cambio, China, Japón e Indonesia han convertido los océanos en su charca feudal, sucia y estéril. Una nueva campaña mediática de Greenpeace advierte que el mar comienza en las alcantarillas de las ciudades. Cada material indeseable que se arroje a las alcantarillas o a los ríos, como las mascarillas y los guantes que usamos para evitar el contagio por Covid-19, terminan en el mar.

En Puerto Rico se arrojan partes de vehículos, cuando no completos, neveras, estufas y otros electrodomésticos a los cuerpos de agua, sean quebradas, ríos, charcas, ojos de agua, lagos, el mar. Y, por supuesto, a la orilla de la playa, de las carreteras, en los barrancos, en los caminos vecinales. El hermoso Cañón de San Cristóbal una vez fue el “junker” más espectacular de toda la Isla. Quien hubiese necesitado un parte de algún vehículo, de nevera o estufa, sólo necesitaba bajar al barranco y buscarlo

Llevo el orgullo de que fuera mi padre, el periodista Roberto Betancourt (ya fallecido), quien publicara (denunciara) en la portada del antiguo periódico El Mundo, entonces el principal de Puerto Rico, esa tragedia. Un ambientalista consumado, obtuvo varios premios por sus diferentes investigaciones, entre ellas el reconocimiento de las agencias ambientales. Casualmente, décadas después me tocó denunciar el impacto negativo en el ambiente de las polleras en toda esa región de Barranquitas, Aibonito y Coamo, incluido el Cañón.

El aumento en la temperatura de los océanos produce huracanes y tifones más fuerte de lo acostumbrado, y con mayor frecuencia, ya lo sabemos. Lo que preocupa es lo poco que hacemos.

Esos aumentos en la temperatura también matan la vida marina, sus ecosistemas. Este calor de las temperaturas en las zonas altas y medias en el mar se van profundizando hasta mezclarse con la gélidas aguas del lecho marino debido a la turbulencia creada por el aumento de los vientos antárticos, y aumenta el nivel del mar. “En las últimas décadas, los vientos que soplan sobre el Océano Austral se han hecho más fuertes debido al agujero en la capa de ozono sobre la Antártida y al aumento de los gases de efecto invernadero,” según la reseña de Econoticias, 19 de junio de 2019, de una publicación de la revista científica PNAS. Además, el aumento en la temperatura de los océanos genera un aumento en el nivel del mar y libera el CO2 atrapado en los océanos, contaminando aún más la atmósfera y calentando el planeta.

El pasado 2 de septiembre la gobernadora Wanda Vázquez Garced y varios jefes de agencias y representantes de distintas organizaciones ambientales sesionaron para establecer el plan de acción ante la erosión costera. Se informó que el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales ha estudiado el problema de la erosión costera por décadas. Y que si bien la erosión es un proceso natural, este ha sido “exacerbado” por el aumento en el nivel del mar y el cambio climático”. Reconocieron que se construyeron estructuras críticas públicas y privadas “en espacios que se consideraron seguros”, los cuales ahora “enfrentan peligros que deben ser atendidos mediante intervenciones estructurales y no estructurales. Nos encontramos ante un gran reto, al igual que muchas áreas costeras e islas del planeta”.

Datos de 2011 apuntan que una ola de calor marina “sin precedentes” impactó negativamente en un 12% la sobrevivencia y redujo la tasa de natalidad en la población de delfines de Shark Bay, Australia Occidental. “Las temperaturas del agua subieron más de cuatro grados por encima del promedio anual y el periodo extendido causó una pérdida sustancial de pastos marinos. Ahora, investigadores de la Universidad de Zurich (UZH), en Suiza, han documentado que el cambio climático puede tener consecuencias de mayor alcance para la conservación de los mamíferos marinos de lo que se pensaba anteriormente”, reseña EcoNoticias en abril de 2019.

“Es probable que las olas de calor marinas se produzcan con más frecuencia en el futuro debido al cambio climático”, según un comunicado de prensa del principal del estudio, Michael Krützen, del Departamento de Antropología de UZH. “Esto es preocupante no solo por las perspectivas a largo plazo de las poblaciones de mamíferos marinos, sino también por todos los ecosistemas oceánicos”, se añade.

Las olas de calor oceánico entre los años 2014 y 2017 “devastaron los arrecifes de coral. En ese periodo más del 75% de los arrecifes de coral del mundo sufrieron decoloración por estrés térmico y el 30% murieron a causa de ese estrés. En la actualidad, la decoloración masiva se repite cada seis años, con lo que los corales no tienen tiempo de recuperarse. Se cree que esta situación se agravará a medida que avance el calentamiento”, advierte Kalmus en su escrito citado.

Si las emisiones a la atmósfera de gas invernadero a la atmósfera continúan al ritmo que van lanzándose, la capa derretida de hielo de Groenlandia puede aumentar hasta unos 5.25 pies el nivel del mar, un 80 por ciento sobre lo estimado (de 1.8 pies) dejando igualmente al descubierto tierra que querrán utilizar para cultivo, una idea, verán más adelante, nada deseable. Un estimado científico indica que, de no lograr reducirse las emisiones, en un milenio aportará un aumento en el nivel del mar de 7 metros, reconfigurando continentes e islas y provocando una devastación costera.

Este estudio de la NASA, publicado en Science Advances, es mucho más complejo y toma en cuenta varios escenarios, como el flujo de glaciares de salida y el hielo flotante que los protege, los distintos espesores de hielo de Groenlandia, la exposición del hielo a las nuevas corrientes de aire caliente, y otras. Y la conclusión es que, de no detener el calentamiento global, las expectativas son terribles.

Groenlandia, esa isla enorme que el presidente Trump quiso adquirir de los daneses a cambio de Puerto Rico, perdió una cantidad récord de hielo (fusión) en 2019, casi todo en julio a causa de una inusual ola de calor, ardiente. Las alarmas de todos los científicos ambientales se dispararon.

En 2012, hasta entonces el año récord, la pérdida fue de 460,000 millones de toneladas métricas. La pérdida neta de hielo de más de 530,000 millones de toneladas métricas en 2019 fue más del doble del promedio anual desde 2003. Si la capa de hielo de Groenlandia, de hasta 3 kilómetros de grosor en algunos sectores, se derritiese, aumentaría 7.5 metros el nivel del mar. Tres metros serían suficientes en muchas costas para inundarlas completamente.

La apocalíptica película Waterworld (1995) parece que se hará realidad algún día no tan lejano, al menos en la escala del universo, es decir, un pestañeo. Lo que no podemos preveer en este momento es si la humanidad podrá evolucionar con suficiente rapidez para adaptarse al nuevo ecosistema. Aunque lo dudo. Los cascos polares ya comenzaron a derretirse y a verter agua a los océanos, y que yo sepa a nadie, excepto al actor Kevin Kostner en esa película, le ha salido alguna branquia para respirar.

¿Se imaginan al Himalaya sin sus glaciares en las cumbres? Han perdido hielo aceleradamente las montañas nepalesas y tibetanas más altas y famosas de la historia humana, exceptuando tal vez al mítico Monte Olimpo griego o al literario monte Kilimanjaro (llamado Uhuru Peak), que significa “La casa de Dios”, en Tanzania, la montaña más alta de África y la cuarta en todo el mundo, de la cual, también, van desapareciendo sus emblemáticas nieves debido al calentamiento global. Ya no será esa cumbre “increíblemente blanca al sol”, como la describe Hemingway en Las nieves del Kilimanjaro (1936). Aunque, como el personaje Harry, podría ser el lugar contra el que nos estrellemos, aunque ya sin nieve.

Y hay otro Harry, el personaje de Herman Hesse en El lobo estepario, que vive la tragedia de llevar consigo, como tenemos todos, esa dualidad que a veces armonizamos y a veces viven en lucha fatal, entre el bien y el mal, sin que, para nuestra tranquilidad, una venza a la otra. Es en el centro de ese dilema en el que nos encontramos. Un dilema que, sin resolver, acarreará graves consecuencias para el futuro de la Humanidad, no sólo para nosotros como individuos.

O, inclusive, peor, como se retrata en el relato El Poeta, también de Hesse, en el que la ambición puede cegar la vida de cualquiera. Es mejor actuar, sugeriría, de inmediato y desde ahí encaminarse hacia su objetivo, que esperar a que ocurran las condiciones ideales para realizar la obra. Es ahora o nunca. Otros rezarán con fe, pero dudo que se muevan las montañas.

El Himalaya es depositario de 600,000 millones de toneladas de hielo, por esa cualidad ha sido considerada como el tercer polo del planeta. Pero cada año pierde medio metro de hielo. Desde el 1975, los glaciares han perdido una cuarta parte de su masa. Pero no es hasta la década de 1990 y sobre todo de 2000 en adelante que se ha acelerado debido al aumento dramático en las temperaturas atmosféricas, una pérdida de 8,000 millones de toneladas de agua, derretidos no de manera uniforme, sino que comienza en las altitudes más bajas. El impacto que causará en el futuro la pérdida de la masa de los glaciares provocará escasez de agua en las escorrentías estacionales y será devastador para aproximadamente 800 millones de personas que dependen de esas aguas.

Hay además aquí un ciclo vicioso que se quiere evitar: el aumento en la quema de combustibles fósiles y biomasa en los países asiáticos lanza hollín a la atmósfera, la ceniza cae sobre las superficies glaciares del Himalaya, donde absorbe energía solar y se acelera el deshielo.

Para marzo de 2019 se denunció que el estrecho de Bering, usualmente cubierto de hielo marino en esa época del año, no lo estaba. Este pasaje marino de 80 kilómetros de ancho, separa Alaska de Rusia y conecta los océanos Ártico y Pacífico. La extensión del hielo marino es el más bajo desde 1850, cuando comenzó a registrarse ese dato.

Estrecho de Bering, descongelado (2019).

La caída de nieve no repondrá la pérdida de los glaciares por fusión. Groenlandia pasó de su punto de no retorno para no deshielarse, según un estudio de Ohio State University reseñado en The Economist (25 de agosto de 2020). Además del negativo impacto en el clima, el hielo derretido y el que continuará derritiéndose, si todo, elevará hasta 7 metros el nivel del mar. Solo imagine una pared de 7 metros frente a Usted. Ahora imagine que es una pared de agua. Si vive en la costa, ponga su toalla sobre la arena y recuéstese, y sueñe que una pared de agua de 7 metros se acerca. Pues la verdad es que la pared se acerca, tardará un poco en llegar, pero llegará. Y entonces, cuando el mundo completo vea cómo se reconfigura gran parte de sus costas, robándole el asentamiento de la Humanidad, recuerde que la advertencia, basada en datos, se hizo.

Por más que se advierte sobre el peligro mortal que significa el derretimiento de hielo de las capas polares, Groenlandia y las grandes montañas para la estabilidad atmosférica y el aumento en el nivel del mar, a este momento la respuesta es lenta, pero no así sus consecuencias. Ciudades y estados en EEUU, diversos organismos en España y el resto de Europa reclaman que se declare en este momento una Emergencia Climática a nivel glocal (global y local).

El Acuerdo de París (2025) es un avance significativo, y aunque ha resultado insuficiente y con resultados dispares, sí ha logrado mover a sectores de la poderosa industria de energía a proveer alternativas ecológicas, sin embargo, la tensión con la industria fósil es todavía demasiado fuerte. Ese siempre ha sido el problema de los fosilizados políticos y económicos, que no permiten el cambio. Y por no cambiar, la naturaleza en reacción involuntaria cambia aceleradamente.

De cierta manera inciden aquí un poco los negacionistas de la ciencia, que muy bien pueden estar colocados en puestos claves en los gobiernos y en la industria fósil, así como en vastos sectores populares. Piensan que la crisis climática es un hoax o fake news creado por los “comunistas” o países enemigos para desestabilizar ciertas economías. Algunas personas ni siquiera creen que la actual pandemia por el virus Covid-19 sea cierta, y en consecuencia no toman medidas para no infectarse, o peor, para no infectar a otros. Muchos de estos tampoco creen en la evolución, aunque sea en sus principios básicos, o creen que la Tierra es plana.

El asunto aquí, parece evidente, es ideológico, y por ser esta una nota de datos, no entraremos en sus dimensiones. Por supuesto, los “datos” pueden ser impugnados, rechazados si se quiere pues la ciencia no es un asunto de fe, sino de demostración. Pero entonces, tendríamos que regresar para entrar al problema “ideológico”, y en ese círculo vicioso es mejor no entrar por el momento. Sí puedo asegurar que los datos en esta nota han sido recogidas de fuentes de información públicas confiables, y la ciencia misma se encargará con el tiempo de validar, rechazar o proponer nuevos datos surgidos de nuevas investigaciones.

Lo que debe quedar meridianamente establecido, es que, según confirman los multiples estudios científicos, tenemos un grave problema en esta nave llamada Tierra que viaja por el Universo arrastrada por el sol junto a nuestros más cercanos compañeros en ese conjunto llamado Sistema Solar, y, en su contexto más amplio, Vía Lactea. Y que la nave muestra una serie de desperfectos mecánicos que debemos comenzar a resolver ahora. Correr un vehículo sin aceite desviela el motor, una goma explotada debe cambiarse inmediatamente antes de que dañe el aro o provoque un acidente fatal. Y también es importante que el conductor no esté borracho, como parece que lo están algunos líderes mundiales.

Prensa Asociada publicó el pasado 9 de julio que la Organización Metereológica Mundial, un organismo de la ONU, advirtió, nuevamente, el problema. Esta vez fueron más dramáticos: “El mundo podría registrar por primera vez temperaturas globales medias [de] 1.5 grados Celsius por encima de la media preindustrial en los próximos cinco años”. El umbral establecido para el 2050 se ha acercado considerablemente. “Hay un 20% de posibilidades de que se alcance el umbral de 1.5 grados en al menos un año entre 2020 y 2024”, agrega el despacho noticioso. Y confirma el poco beneficio que ha supuesto haber detenido transitoriamente las operaciones industriales a causa de la pandemia.

El calentamiento global lo produce mayormente los países industrializados del hemisferio norte. Y aunque “el sur también existe”, como dice el poema de Benedetti, muy “abajo abajo”, es “el norte el que ordena”. La desestabilización y el aumento en las temperaturas en las zonas templadas provocará grandes cambios, desde la destrucción de ecosistemas hasta la repoblación de nuevos elementos en esos sectores. Lo que antes era todo un protocolo de vacunas y protecciones sanitarias antes de viajar a las zonas tropicales, pronto será la norma en esos mismos países del norte. Las enfermedades y plagas típicas de las zonas tropicales alcanzarán esas zonas.

El Dr. Colin J. Carlson, biólogo, investigador en el Departamento de Biología de la Universidad de Georgetown, asegura que el calentamiento global “es la mayor y más completa amenaza para la seguridad sanitaria mundial”. Visto de esa manera, el Covid-19 sería una chernita en comparación. Se calcula que unas mil millones de personas se expondrán a los mosquitos que transmiten enfermedades como el dengue (que hemorrágico puede ser mortal), la malaria, el zika (que puede y ha producido microcefalia en los neonatos), el chikunguña, la enfermedad del Nilo Occidental, la fiebre amarilla, la encefalitis japonesa y otra docena de enfermedades. Esto debe ocurrir a final del siglo, sin embargo, son cálculos conservadores, puede ser mucho antes. El progreso del aumento de las temperaturas sobreviene de forma acelerada, permitiendo la extensión del mosquito en zonas en que nunca antes sobrevivía. Ya en España este es un problema que en algunos años será endémico.

Los mosquitos Aedes aegypti y el Aedes albopictus (tigre asiático), que transmiten las enfermedades más comunes, subirán más al norte y bajarán más al sur (antes demasiado fríos para la supervivencia de los mosquitos) a medida que esas zonas vayan aumentando su temperatura, y en 50 años la población mundial estará expuesta al contagio. Y en la medida en que el aumento en las temperaturas se haga uniforme a través de todo el año, es decir, no solo durante las estaciones más calientes, tendremos una epidemia constante de estas enfemedades y una mayor intensidad de las infecciones. Según la Organización Mundial de la Salud, la malaria mata a sobre 400,000 personas, mayormente en los países en desarrollo, con pobres sistemas sanitarios, sin fondos para investigación y vacunas. Por el calentamiento global, sin embargo, los mosquitos han ido migrando a los países más al norte.

La revista PLOS Neglected Tropical Desease señala que a medida en que aumente la temperatura en todo el planeta estas dos especies de mosquitos podrían reproducirse a todo lo largo del globo para 2080, amenazando con ello a toda la población. Ahora, el Aedes aegypti, mejor transmisor de enfermedades como el dengue, la fiebre amarilla, el zika, el chikungunya y la encefalitis japonesa que el albopictus, podría incluso reemplazarlo. “Ahí es donde vamos a tener el problema”, según Nerea Irigoyen, principal del grupo de investigación en virus del zika en la Universidad de Cambridge. Y añade el profesor de la Universidad de Florida y coautor del estudio, Sadie J. Ryan, que “estas enfermedades, que consideramos estrictamente tropicales, ya han aparecido en áreas con climas adecuados, como Florida, porque los humanos son muy buenos para mover ambos insectos y sus patógenos por todo el mundo”. Para la mayoría de estas enfermedades no hay vacuna.

Como se sabe, hay altos costos asociados con estas enfermedades. El brote de zika en Brasil en 2015 demostró lo nefasto que puede serlo en términos de vida y en recursos para atajarlo. En Puerto Rico impactó por meses la industria turística, cuando el CDC colocó a Puerto Rico en la lista de jurisdicciones para no viajar debido a la epidemia. También ocurrió lo mismo con el chikunguña. Estas serán nuevas enfermedades para los sectores fríos, con las que nunca han lidiado, por tanto, la eficacia de su respuesta al problema es todavía incierto.

Tan reciente como mayo, en Europa se alertó sobre el tigre asiático, al descubrirse en el archipiélago de Ibiza. Según reportes periodísticos, este era cuatro veces más grande que el mosquito conocido y su picada atraviesa la ropa. El Sistema de Información de Biodiversidad de la Administración de Parques Nacionales de Argentina, donde ese mosquito sobrevive desde el 2007, confirmó que es de 5 a 10 mm. Contrario al Aedes aegypti, que suele ser urbano y se desarrolla en los depósitos de agua sin atender típicos de la urbe, el Aedes albopictus es más campesino, y ataca mamíferos y aves. Las redes de transporte humano los han llevado por todo el mundo, donde cada día estarán más aptos para sbrevivir. Desde hace cinco años ya se ubican en el norte de Italia, Grecia y España y continúan moviéndose al norte. Poco más de la mitad de Francia está en la “zona de peligro” roja, con mosquitos activos, donde cada día los aires son más cálidos y húmedos.

Es el calentamiento global uno de los factores para la expansión de los virus transmitidos por mosquitos, junto a la capacidad de los virus para adaptarse (mutar) y factores humanos como la sobrepoblación, condiciones sanitarias y los viajes de las personas a través del mundo.

Compartir esa cualidad que distingue hasta ahora al trópico con países más al norte o al sur, podría afectar también nuestro turismo en el Caribe. Pero, ojo, solamente es una cualidad si se mantienen las temperaturas tropicales dentro de los parámetros actuales. El día en que las playas del Caribe comiencen a parecer una franquicia del infierno, entonces ya no es ventaja, sino perdición. La meta de mantener al planeta bajo los dos grados Celsius (35.6. Fahrenheit) no es caprichosa.

Gráfica del diario español El País.

Unos 30 microbiólogos de nueve países han advertido sobre lo que ellos llaman una “mayoría invisible” en la biodiversidad y el ecosistema del planeta: los microbios, que forman parte indispensable en la cadena de vida de la naturaleza. “Apoyan la existencia de todas las formas de vida superiores y son de importancia crítica en la regulación del cambio climático. Sin embargo, rara vez son el foco de los estudios sobre el cambio climático y no se consideran en el desarrollo de políticas”, se queja Rick Cavicchioli, microbiólogo de la Escuela de Biotecnología y Ciencias Biomoleculares de la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW) en Sydney.

Alterar la cadena desde sus fases más elementales, y disculpen mi antropocentrismo, causa graves disturbios al final, donde se coloca el Hombre. Los microbios, dice el experto, tienen un papel crítico en la salud de los animales, la red alimentaria y la industria. Señaló, por ejemplo, que el 90% de la biomasa total oceánica es microbiana, los fitoplancton toman energía de la luz solar y, como las plantas terrestres, eliminan el dióxido de carbono de la atmósfera. Son además, el inicio de la cadena alimentaria marina. “El cambio climático es, literalmente, morir de hambre en la vida del océano”, advirtió. Como dije, eso lo saben nuestros pescadores, que pasan las de Caín para subir a sus botes lo que antes descartaban por exceso.

Otra advertencia, y esta levanta banderas como chiringas en los meses de primavera y verano, es que “el cambio climático empeora el impacto de los microbios patógenos en los animales (incluidos los humanos) y las plantas, porque el cambio climático está estresando la vida de los nativos, lo que facilita que los patógenos causen enfermedades”. Esto nos hace pensar en el Covid-19, y alarma. Cavicchioli reclama que se tenga en cuenta las respuestas microbianas al calentamiento global y se tomen en consideración a la hora de establecer políticas públicas y tomar decisiones. Esta década ya ha visto tres pandemias, pero la de Covid-19 merece que las instituciones de salud nacionales e internacionales afronten también ese problema de cara al calentamiento global.

La contaminación atmosférica produce secuelas tangibles en la salud, por supuesto, enfermedades pulmonares, así como en la piel y otros órganos. Una investigación de las universidades de Columbia, Washington y Buffalo, la más abarcadora de su tipo hecha, en la que analizaron durante una media de 10 años a 7,000 adultos, y publicada en el Journal of the American Medical Association (JAMA), indica que una larga exposición a la contaminación del aire, particularmente al ozono, fue vinculada al desarrollo de enfisema y a la disminución de la función pulmonar relacionada con la edad, aunque nunca hayan fumado las personas, lo que puede explicar la enfisema en no fumadores.

Se advierte que la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), bronquitis crónica y asma, es la tercera causa de muerte en el planeta. Se investigó si exponerse a cuatro contaminantes principales (ozono a nivel del suelo, partículas finas (PM), óxido de nitrógeno y carbono negro) están vinculados con la generación de ambas enfermedades. Se concluyó que, aunque el ozono en la atmósfera protege contra los rayos ultravioleta del sol, a nivel del terreno afecta la salud humana. Los contaminantes del aire fueron medidos en las direcciones de las casas de los evaluados.

“El aumento en el enfisema que observamos fue relativamente grande, similar al daño pulmonar causado por 29 años de fumar y 3 años de envejecimiento”, aseguró el autor principal R. Graham Barr, profesor de Medicina y Epidemiología de Hamilton Southworth en Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia. Los niveles de ozono en el suelo han ido aumentando, se agregó, no así de partículas finas y óxido nitroso. Explicó que el ozono a nivel del suelo se produce cuando la luz ultravioleta reacciona con los contaminantes de los combustibles fósiles.

“Este proceso es acelerado por las olas de calor, por lo que el ozono a nivel del suelo probablemente continuará aumentando a menos que se tomen medidas adicionales para reducir las emisiones de combustibles fósiles y frenar el cambio climático. Pero no está claro qué nivel de ozono, si lo hay, es seguro para la salud humana”, añade, sin cerrar la puerta a causas adicionales al aumento pandémico en la incidencia de afecciones pulmonares. Ciudades como México y Beijing son emblemáticas por su contaminación ambiental.

Un estudio de la Universidad de Duke encontró que mantener la temperatura global debajo de 2 grados Celsius, podría evitar en EEUU la muerte prematura de 4.5 millones de personas. Y evitar el calentamiento global puede prevenir 3.5 millones de hospitalizaciones y visitas a las salas de emergencia, además de 300 millones de días de trabajo perdidos. Se valoriza en $37 trillones evitar esas muertes y en $75 billones el incremento en productividad.

El Banco Mundial, al reseñar el informe State of Global Air 2019  (Estado de la calidad del aire en el mundo), indica que “la contaminación atmosférica era el quinto factor de riesgo de mortalidad en 2017 a nivel mundial”, al causar alrededor de 5 millones de muertes en el mundo, esto es, 1 de cada 10 fallecimientos. Y sostiene que mueren más personas a causa de las enfermedades relacionadas con la contaminación del aire que por accidentes de tráfico o paludismo. Además, “la contaminación atmosférica agrava los impactos del virus en la salud, hace que las personas sean más vulnerables [susceptibles, y empeora la gravedad de la infección] al Covid-19 y contribuye a su propagación”.

Ciertamente, los niveles de CO2, metano, dióxido de nitrógeno (NO2) bajaron durante el acuartelamiento mundial por la pandemia, y muchas personas vieron también, por primera vez en mucho tiempo, los cielos azules de sus regiones. Sobre otro elemento mortal en el aire, los PM2,5, (partículas finas que pueden penetrar los pulmones y el torrente sanguíneo, las cuales son vinculadas con el transporte, la generación de energía eléctrica, la contaminación industrial, el uso doméstico de energía de biomasa y la agricultura), que pueden causar cáncer del pulmón, accidentes cerebrovasculares y cardiopatías, los datos no son concluyentes para todo el planeta, pues aumentó en algunas regiones y disminuyó en otras.

La certeza es que la contaminación atmosférica, y súmenle la contaminación que produce los megaincendios forestales, es un factor “multiplicador” de riesgo para una gran cantidad de enfermedades al agravar su condición, entre ellas las pulmonares. Un temor plausible es que los gobiernos, a raíz de la crisis económica generada por la pandemia, relajen sus normas ambientales, acelerando con ello el calentamiento global, en vez de crear “estímulos fiscales verdes” para el desarollo y aplicación de tecnología limpia. Aproximadamente 1.4 millones de vidas podrían salvarse en los próximos 20 años solo con el mejoramiento de la calidad del aire, descubre el estudio de la Universidad de Duke.

Por otra parte, no se crea que un viajecito a las playas ventosas con aire salitroso podría proveerle de un respiro a sus afecciones pulmonares, tendrá que pensárselo otra vez. Las olas de calor son cada día más recurrentes, extensas y prolongadas. Si las playas “serán un infierno”, como algunos temen para España, por ejemplo, esa, “la gran ventaja española, se convertirá en su perdición”. Las sofocantes olas de calor, el aumento en el nivel del mar, desastrando costas y estructuras, la violenta entrada de los rayos ultravioleta, harán de un simple paseo por la playa (las que queden) un riesgo inminente a la salud. El renglón turístico aportó $178,000 millones a España hace un año. Y es el turismo, precisamente, allá y acá, una línea en el PNB de la mayor importancia.

Según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo, esta industria representa el 10.4% del PIB mundial. En ese mismo bote está Puerto Rico, de hecho, todo el Caribe. Sol y playa, la base del ocio (siempre necesario) en nuestra Isla, podría devenir -si continúa el malestar ambiental- en lo que ya es un problema, el ocio basado en el consumo de alcohol. Entonces, sólo quedará para entretenernos ir de chinchorro en chinchorro hasta caer borrachos, algo cada día más frecuente en nuestra Isla, donde las personas se vacunan con cerveza y ron contra la alergia que les provoca la lectura, los libros, el teatro y otros mejores entretenimientos.

Pero no es todo. No es que sólo se afecte el renglón turístico, que a fin de cuentas pudiera ser sustituido por otros desarrollos, el verdadero problema es, según el execonomista del Banco Mundial Nicholas Stern, que “si las temperaturas se elevan por encima de lo establecido en el Acuerdo de París, hay un riesgo claro de que España se convierta en un desierto como el Sáhara”. Y los desiertos ya se han ampliado en todo el mundo.

Debido al calor inmenso, Nueva York suspendió el año pasado el triatlón y el OZY Festival. El calor en Puerto Rico podría llegar a ser, sencillamente, insoportable, y la gente muere en las oleadas de calor, sobre todo los ancianos. Vean las consecuencias inmediatas: mayor necesidad de aires acondicionados, se eleva el nivel de consumo energético doméstico e industrial, aumenta el nivel de dependencia del combustible fósil, y aumentan las emisiones de CO2 al aire, incrementándose los gases de invernadero y acelerando el calentamiento global. Es una círculo vicioso que debe romperse.

Un estudio de 2007 (Lars Hein) para el gobierno español advirtió de las consecuencias para el turismo del calentamiento global: reducción dramática del turismo y la migración de turistas hacia las playas europeas más al norte, a donde también migrará un clima más favorable, caliente. Otra investigación alertó sobre el impacto en el turismo de esquí y de montaña durante el invierno en los Alpes, los Pririneos y otras montañas europeas. Y cuando las barbas europeas comienzan a arder, en Estados Unidos y otros países deben poner las suyas en remojo

El hielo, esa agua natural en estado sólido que nos llegó como un regalo del Universo y nos acompaña por varios miles de millones de años, se está derritiendo. Tal vez este es el momento para ver, aunque sea esquemáticamente, cómo es que hemos llegado a este punto en la historia de nuestro planeta.

En sus inicios, hace 4,500 millones de años, la Tierra era una bola de fuego, un océano de material fundido y lenguas de fuego. Cien millones de años después, en el 4,400, comenzó a enfriarse, mientras se iba formando la tierra de materia volcánica. El agua, que provino de los meteoritos que impactaban el planeta, comenzó a formarse en la superficie. Espesas nubes forraron la atmósfera completa y tuvimos un diluvio que duró millones de años, y este sí fue un diluvio universal. Hace 4,000 millones de años, el planeta era un mundo acuático. En 500 millones de años pasamos de ser una bola de fuego a una bola de agua. Alrededor de 3,400 millones atrás, el 90% de la superficie era agua, mientras algunas islas volcánicas asomaban su cresta. El mar, por ser rico en hierro, era de color verde aceituna, mientras el dióxido de carbono (CO2) dominaba la atmósfera, dándole un tinte rojizo al cielo. La temperatura en la atmósfera superaba los 93 grados centígrados. Distintos procesos geológicos relacionados con los volcanes y la materia al interior del planeta fueron produciendo continentes con rocas de granito primitivo, confluencia de la lava y el agua, nuestra primera corteza continental, ligera y resistente, que logró soportar la erosión del océano. En los próximos 2,000 millones de años los continentes comienzan a dominar la superficie, las costas se llenan de vida y esto desencadena la producción de oxígeno. La vida primitiva unicelular evoluciona y asciende a la superficie. El estromatolito aparece, una especie de alga (que sobrevive todavía), transforma la luz del sol en oxígeno. Durante 2,000 millones de años esta alga produjo 20,000 toneladas de oxígeno. Los continentes van uniéndose y forman el supercontinente Rodinia, en el que los actuales Canadá y Estados Unidos fueron el corazón.

Por otros procesos, surge una glaciación que convierte al planeta en una bola de hielo durante 700 millones de años. El hielo sobre la tierra tenía 1.5 kilómetros de profundidad, con temperaturas de 40 grados bajo cero. Poco sobreviviría entonces bajo los océanos. Pero fuese el planeta una pelota de fuego, de agua o de hielo, no se detenía la materia en su transformación, muy lentamente para nuestros estándares actuales de 60 segundos, 60 minutos, 24 horas y 365 días en un año, o un siglo. Son cientos de millones de años de lenta transformación. Una vez más, la erupción de los volcanes son el factor que cambia la faz de la tierra. Rodinia se fractura, se lanza a la atmósfera tanto CO2 que acaba con la glaciación global. Se produce, por causa del CO2, un efecto invernadero temporal (que es el que tememos hoy), y las capas de hielo retroceden. Rodinia surge en fragmentos gigantes. Entonces comienza a elevarse también el nivel de oxígeno y se complejizan los organismos.

Tan alto nivel de oxigeno modificará la atmósfera en los próximos 100 millones de años. El oxígeno alcanzó los niveles actuales, y produjo una capa de ozono en la parte superior de la atmósfera, permitiendo que los organismos protegidos bajo el agua la abandonasen y accedieran a la superficie. La capa de ozono filtraba los rayos ultravioleta.

Hace 400 millones de años, ya con más de 4,000 millones de años de edad, los continentes vuelven a unirse gradualmente. Esta vez, gracias a la capa de ozono, los organismos conquistan la Tierra, llena de pantanos tropicales, densos, que predominarán durante los próximos 60 millones de años. Mientras, los animales muertos en las costas, las plantas muertas, durante millones de años, se convierten en carbón y fósiles, que luego convertiremos en petróleo y gas. [Cada año las empresas extraen 5,000 megatones de carbón, 30,000 millones de barriles de petróleo, 3 millones de metros cúbicos de gas. Ciertamente, toda esa energia extraída del interior de la Tierra nos trajo a la modernidad y produjo la revolución industrial que nos ha permitido el comfort merecido que hoy disfrutamos.]

Hace 250 (o 252, es igual) millones de años, y durante cientos de millones de años, los organismos luchaban por sobrevivir. Pero nuevamente el manto caliente de la Tierra pone su mano para transformarlo todo. En Siberia ocurre una erupción monumental del manto caliente que duró un millón de años y enterró una cuarta parte del mundo, se cubrió de nubes de gas tóxico el cielo y el 96% de la vida se extinguió. Este ha sido el mayor cataclismo que el planeta haya vivido.

De ahí surge otro mundo, hace alrededor de 240 millones de años, dominado ahora por Pangea, un supercontinente. El clima cambió nuevamente, el CO2 y el oxígeno alcanzaron niveles hasta ahora desconocidos. Los animales que sobrevivieron evolucionaron y dieron paso a las criaturas más fantásticas y dominantes que hayan habitado hasta entonces el planeta, y de las que los humanos continuamos fascinados: los dinosaurios.

Sin embargo, hace 180 millones de años nuevas erupciones desgarraron a Pangea, los continentes se fueron separando hacia la posición que ocupan hoy. Este suceso ocurrió hasta hace 100 millones de años, cuando los continentes se colocan como los habitamos hoy día. Sobrevivían aun los dinosaurios en cada uno de esos nuevos continentes, longevos que eran. Pero fue ocurriendo un calentamiento global descontrolado. Los niveles de CO2 aumentaron más de un 500% y las temperaturas se dispararon. El resultado fue un nuevo efecto invernadero, que permitió la expansión de los bosques tropicales por varios continentes.

Hace 66 millones de años el planeta florecía, la vegetación era densa en la superficie, y los dinosaurios y otros seres vivos prosperaban como nunca lo habían hecho. Pero un enorme meteorito de sobre 9 kilómetros de diámetro cayó con una fuerza de mil millones de bombas atómicas en Yucatán, México . El meteorito produjo un cráter de más de 180 kilómetros de diámetro, alteró significativamente el medio ambiente del planeta, produjo terremotos de más de 11 grados en la escala Ritcher, tsunamis de hasta 300 metros de altura, aumentó significativamente la temperatura del planeta, produjo fuegos a distancias tan lejanas como 4,000 kilómetros del lugar de impacto, provocó lluvia ácida y otros eventos. El cataclismo borró de la faz de la Tierra el 70% de las especies sobre la superficie terrestre y la oceánica Pero, ¿habrá mal que por bien no venga? Solamente a veces, como en esta ocasión. Las cosas se ven por el resultado.

De este planeta devastado surgió un nuevo mundo en el que el desarrollo de los mamíferos (y el hombre en su estado primitivo) fueron sus consecuencias mayores, y mejores. Hace 50 millones de años la vida se recuperaba de la devastación y la superficie comenzó a parecerse a la actual. El movimiento y choque de placas tectónicas continuó y nos dieron el paisaje que vemos. Hace apenas 2 millones de años nuestros antepasados comenzaron su expansión, aunque la Tierra comenzó a enfriarse nuevamente y poco tiempo después comenzó un período de glaciación que duró unas decenas de miles de años.

En estos ultimos dos millones de años las inmensas capas de hielo aumentaban y menguaban, hundiendo la tierra bajo su peso. No obstante, este clima templado permitió a los primitivos seres humanos (sus distintas especies) moverse sobre la superficie del planeta. Ya luego el Homo Sápiens se encargaría de absorber y sobre todo de eliminar a las otras especies. Bueno, así somos todavía.

No es sino desde hace 10,000 años que se ha desarrollado toda la civilizacion humana conocida y documentada, aunque estamos aquí hace varios millones de años. Desde que controlamos la naturaleza hemos ido transformando nuevamente el planeta. Las transformaciones dramáticas que ha sufrido la Tierra ocurrieron durante cientos y miles de millones de años de lento proceso, aparte de varios cataclismos que modificaron la faz del planeta. Sin embargo, la Humanidad, en tan solo las últimas decenas de años, menos de unos segundos en la totalidad de nuestra edad planetaria, hemos logrado llevar a la Tierra al borde de una nueva transformación que nos inhabilitará vivirla. Casi la hemos destruido, como si fuésemos nosotros un terrible Covid-19 ensañado con nuestros cohabitantes.

De continuar el calentamiento global, la capa de hielo que se derrite en Groenlandia puede resultar en un aumento de 80% más de lo esperado en el nivel del mar. Al ritmo actual (aunque de seguro se acelera en los próximos años) en 200 años ese hielo contribuiría al aumento en el nivel de los océanos (Instituto de Geofísica de de la Universidad de Alaska, en Fairbanks). Son malas noticias para el planeta, y devastadoras para una isla pequeña como Puerto Rico que basa una parte de su desarrollo económico en sol y playas.

Aunque Trump quiera permutar la Isla (una colonia de EEUU de 3.2 millones de habitantes) por Groenlandia, otra isla, pero de 2,166 millones de pies cuadrados y 57,000 habitantes (de jurisdicción danesa) la suerte fatal para ambas la ha echado la mano del hombre, no los famosos dados con los que juega dios el destino de la Humanidad. Si no reducimos las emisiones en un milenio, Groenlandia aportaría un aumento en el nivel del mar de hasta siete metros. Varios modelos utilizados con una menor cantidad de emisiones de CO2 a la atmósfera reflejan un menor descongelamiento de la capa de hielo. Pero al ritmo que vamos lanzando CO2, metano y gas fósil al aire, no será la realidad que se espera.

A medida que el calor aumente en las actuales tierras templadas y más al norte o al sur, podrían convertirse en fértiles millones de nuevas hectáreas, una buena noticia que en teoría ayudaría mitigar el hambre mundial. Luciría prometedor si no es porque la agricultura, tal y como se maneja en estos momentos, en general (no la sostenible), es igualmente perniciosa para la biodiversidad y un acelerante del calentamiento global.

En el estudio Transforming Food Systems Under a Changing Climate, 2019, se indica que “la agricultura contribuye con un 24% de las emisiones de gases de efecto invernadero, consume el 70 % del agua dulce y ha provocado la pérdida del 60 % de la biodiversidad de vertebrados desde la década de 1970”. Y pese al aumento de este desarrollo,  si bien se está produciendo como nunca antes una gran cantidad de alimentos en el mundo, “el número de personas que padecen desnutrición aumentó desde 2014”, evidenciando unas asimetrías perniciosas.

Se proyecta que al irse el Siglo XXI en la taiga siberiana, los bosques boreales canadienses, la Montañas Rocosas, el sur de los Andes, Asia central y las laderas de grandes cordilleras bien al norte y el sur sería viable cultivar trigo, soya, papas y maíz, pero con costos para la biodiversidad y el lanzamiento de grandes cantidades de carbono a la atmósfera. La información es que ya se siembra vegetales y pastorean animales más al norte de lo usual. Incorporar toda una amplia variedad de siembras posibles, como arroz, palma, trigo, maní, yuca, caña de azúcar, algodón impactaría el clima terriblemente.

Indica Krishna Bahadur, profesor de Geomática de la Universidad de Guelph, en Canadá, según publicado en la revista científica PloS One, que “áreas no aptas para la agricultura hoy probablemente lo serán en los próximos 50 a 100 años”, por causa del calentamiento global. Su estudio refiere a 1,500 millones de nuevas hectáreas, más de la mitad en Rusia y Canadá. Mientras, los cambios en los patrones de humedad harían disponible para la agricultura grandes franjas cercanas a los desiertos en África y Australia, así como en los Alpes y al norte de los países nórdicos… ya quisiera ver tamarindo y guayabas sembradas en suelo sueco.

Esta ampliación en las “fronteras agrícolas”, se sumaría a las 4,400 millones de hectáreas actualmente aptas para cultivar, aunque solo 1,500 millones están efectivamente cultivadas. “El desarrollo de la agricultura en grandes áreas de las fronteras del norte liberaría cantidades alarmantes de carbono de los suelos”, afirma el coautor del estudio Lee Hannah, ecologista de Conservation International.

Los autores creen que la tierra que nunca ha sido labrada liberaría en sus primeros cinco años a la atmósfera entre el 25% y el 40% del carbono atrapado en la tierra, esto es, hasta 177,000 millones de toneladas de carbono en ese breve lapso de tiempo. Es decir, lo que EEUU emitiría en 119 años al son que emite hoy. Ese evento amplificaría enormemente el deshielo del permafrost, franja de tierra en estado permanente de congelación cuyo deshielo es el terror de los científicos porque encierra megacantidades de gas metano, de efecto invernadero, 25 veces peor que el mismo CO2. Hannah cree que “la conversión de la tierra podría generar un calentamiento regional adicional que aceleraría la fusión de los suelos de turba congelados, acelerando aún más el cambio climático”.

Además, esa actividad agrícola en terrenos noveles, con su uso intensivo de agua, fertilizantes y pesticidas, arriesgaría la calidad del agua, del que dependen 1,200 millones de habitantes. Y, se añade con mayor preocupación, no menos de 1,361 de las áreas claves de biodiversidad quedarían impactadas, como se ha hecho con el Amazonas, donde la agricultura y ganadería han ganado el terreno que la naturaleza le había dedicado a la purificación del aire, afectándose el planeta entero.

Por otro lado, la agricultura ha reemplazado a los combustibles fósiles como fuente humana de azufre, según un despacho de Europa Press (10 de Agosto de 2020), que reseña un estudio  publicado en Nature Geoscience. Se indica que el uso de pesticidas y fertilizantes “en las tierras de cultivo son ahora la fuente más importante de azufre para el medio ambiente”, sobre las históricas centrales eléctricas de carbón. “Nuestro análisis muestra que las aplicaciones de azufre en las tierras de cultivo en Estados Unidos y otros países son a menudo diez veces más altas que la carga máxima de azufre en la lluvia ácida”, señaló la profesora de la Universidad de Colorado, Evelyn Hinckley, autora principal de la investigación.

El azufre es un elemento natural y nutriente que se aplica a las plantas, no obstante, “puede tener efectos perjudiciales para los suelos agrícolas y las aguas río abajo”. Sus efectos pueden ser similares a la lluvia ácida, fenómeno fue estudiado en las décadas de 1960 y 1970, cuando vincularon a la degradación de los ecosistemas forestales y acuáticos en el noreste de EEUU y Europa con las emisiones de combustibles fósiles de los centros industriales. El azufre aplicado a la agricultura mejora el metilmercurio, un potente neurotóxico que se acumula en la cadena alimentaria, produciendo altas concentraciones en peces, los cuales terminan en los platos de las personas.

Y no es el único problema,  las “prácticas agrícolas” actuales degradan los suelos y producen la desertificación, al secarse la tierra fértil, y el calentamiento global. Sin embargo, cuando hay cubierta vegetal y un alto nivel de humedad, no se produce la desertificación, pues el agua es capturada y evita su evaporación. Se cree que hasta dos tercios de la superficie terrestre ya está en el proceso de convertirse en desierto.

La falta de precipitación pluvial en vastas zonas agrícolas ha pauperizado a la población. Esta instantánea es de unos 34 kilómetros de Jammu, India. Foto tomada de la revista National Geographic.

Un ensayo fotográfico del periódico El País (17 de julio 2020), titulado “En tierra de nadie: testimonios del cambio climático en Mauritania”, le arranca el corazón a cualquiera. Ese retrato del calentamiento global en su más devastadora realidad empequeñece cualquier investigación científica. Aquí vemos y sufrimos a las personas en una lucha diaria por la sobrevivencia que, aún no lo saben, se hará más difícil al pasar del tiempo. Esta nación sub-sahariana colinda al sur y al este con Malí, con Argelia en el noreste, con Sáhara Occidental al noroeste y con Senegal al suroeste. Al oeste tiene el mar Atlántico. Toda la región sufre. Según las tablas de ingreso del Banco Mundial, Mauritania tiene un low-middle income, así como Argelia. El de Malí es low income, así como Sudán, Níger, Chad. Esos son promedios estadísticos, la realidad es que esta es una de las regiones más empobrecidas del mundo. Tampoco tienen agua suficiente.

El pastoreo ha sido el modo tradicional de su sustento para una buena parte de los que habitan esa vasta región semiárida que va del Atlántico en el oeste hasta el mar Rojo en el oeste, y el desierto del Sáhara al norte y la sabana sudanesa al sur. Nos van reseñando los amplios calces de las fotos las condiciones en que habitan los fotografiados. Los ciclos de lluvia son “erráticos e impredecibles” cada vez más, el desierto se amplía. Millones de personas son víctimas del calentamiento global, patente en la región. De Mauritania salen a buscar agua y pastos a Malí, el octavo país más grande de África.

No hay agua, un fenómeno que no es reciente, pero que el calentamiento global agravó enormemente al estropear los patrones climáticos, cuyos períodos secos se extienden a lo largo del año, y cuando llega la temporada de lluvia más tarde, es más corta de lo usual. “El sol quema con más rabia, las temperaturas han subido –y suben 1.5 veces más rápido que el promedio mundial– y las pocas lluvias que hay son más bruscas y concentradas”, se lee en el ensayo.

Y los agricultores también sufren las consecuencias. Otros fueron nómadas y finalmente se asentaron en la región de Hodh Ech Chargi, por una mejor vida, para evitar la crudeza del desierto, para sentar cabeza, pero ahora están sin agua, sin pastos… y la historia se repite, incluso para aquellos que han vivido del pastoreo toda su vida, cada día hay que ir más lejos a conseguir agua, pastos para un ganado que tampoco resiste el viaje y muere.

“Otros ya se han rendido”, se indica, y abren un mercado de hortalizas, porque hay que vivir, y descubren que por tanta pobreza no hay quien les compre, y si no hay agua tampoco hay cultivos. Así que el ciclo de la oferta y demanda los exprime, porque aumenta el precio de los productos de primera necesidad. Y surge el hambre, “y la inseguridad alimentaria crónica que martiriza la región se dispara”, la desnutrición se apodera de los más niños.

“Este 2020 se prevé que más de medio millón de personas en Mauritania, un 14% de la población del país, estará en riesgo inmediato de inseguridad alimentaria, especialmente los niños. Unas cifras que, además de la crisis climática, se están intensificando a partir de la pandemia de Covid-19 y su impacto económico y que alcanza dimensiones aún más demoledoras en países del Sahel central como Burkina Faso o Níger, golpeados también por una violencia creciente.”

Apenas tiene sentido continuar reseñando el ensayo, solo aportaría lo que ya es evidente, pero antes hay que decir que la miseria que atraviesa la región tiene otras consecuencias, además de muerte, desolación y enfermedades, que ya es demasiado. Las tradiciones, costumbres, la división del trabajo, las relaciones de familia, las redes de apoyo, todo se altera y quiebra a las familias. Buscar agua es toda una empresa, y saben que la que obtengan tampoco será de buena calidad, en ocasiones ni siquiera es potable.

La tierra seca, árida, ya no es capaz de absorver el agua que cae durante la época de lluvias. Y la migración, a las ciudades mayormente, resulta forzosa. Pero también, lo hacen los más jóvenes, a uno de los países cercanos o a Europa. Quieren tener lo que la naturaleza, involuntariamente, les está negando: el derecho a la vida.

Científicos liderados por la Universidad Autónoma de Madrid descubrieron que el aumento de la aridez de la tierra a causa del calentamiento global empobrece “la disponibilidad biológica de micronutrientes esenciales para la vida, como el hierro, zinc, manganeso y cobre”. (revista Nature Sustainability). Y este fenómeno aumentará en los ecosistemas terrestres, impactando la fotosíntesis vegetal, la agricultura, la reproducción animal, el pastoreo, etc.

Ahora bien, cuando se habla de desierto es difícil no pensar, al menos acá en el Caribe, en el polvo del Sáhara en su camino hacia el continente de América. La Agencia Espacial Europea (ESA) le dio el nombre de “Godzilla” al evento sahariano de junio, que fue camino al continente americano con una amplitud y densidad dramáticas. Son eventos recurrentes que comienzan al final de la primavera y terminan en el otoño.

Las partículas de polvo del desierto africano son arrastradas hacia el aire seco por los vientos que ocurren a nivel del suelo y las tormentas eléctricas. Flota el polvo durante días y semanas sobre masas de aire turbulentas y son barridos por los vientos de la troposfera hacia el oeste. La calidad del aire se afecta y los servicios de emergencia en Puerto Rico advierten a la población para que no se exponga innecesariamente. Pero el evento Godzilla fue inusual por su tamaño y la distancia recorrida. La NOOA estimó que Godzilla fue entre 60% y 70% más polvoriento que el promedio, el más poderoso en las dos décadas de registro. Lo usual sería que se disipara poco antes, en las aguas del Atlántico, pero Godzilla logró atravesar sobre 8,000 kilómetros hasta impactar suelo americano.

Que el polvo del Sáhara afecta la salud respiratoria, es indiscutible. Y en medio de una pandemia puede ser devastador, sobre todo cuando nos arropa Godzilla. El alergista inmunólogo Rafael Zaragoza Urdaz indicó este 22 de julio a un medio de prensa de Puerto Rico que atendió en su oficina “un aumento de 25% en la llegada de pacientes cuyos síntomas de asma se ha descontrolado”. Y confirmó que “esta exposición a los polvos del Sáhara que tuvimos más reciente fue la más alta en los últimos 50 años, en términos del particulado”.

Sin embargo, ese fenómeno es importante en el ecosistema, pues sirve de fuente de nutrientes para el fitoplancton, las plantas marinas microcóspicas que flotan sobre o cerca de la superficie oceánica. También,algunos minerales del polvo que se precipitan a las aguas producen la formación de flores de fitoplancton, de los cuales se alimenta otros en la cadena marina. El polvo que llega a la Amazonía repone nutrientes en los suelos que de otra forma carecerían debido a la lluvia frecuente en la región. Otro aspecto que la ESA destaca es que las capas de aire seco y polvo suprimen la formación de tormentas, las cuales requieren de aire cálido y húmedo. Lo que está pendiente de determinar es la relación entre el aumento en los desiertos africanos y el aumento en el tamaños de los polvos del Sáhara, y cuáles son sus posibles impactos.

Una forma de evitar el aumento de tierras desérticas sería aumentar el ganado de pastoreo, ovejas y otros rebaños. No obstante, esta es una controversia que no tienen todavía una conclusión definitiva. Contrario a otros autores, Allan Savory, un ecologista africano, afirma en el documental “Running Out of Time“, que no es el ganado el que causa la desertificación. La calidad de los suelos mejora cuando aumenta la cantidad retenida de agua, si llega a nivel de desierto, no habrá agua de lluvia que se retenga, solo se evapora, así que la solución sería cubir de vegetación y dejar libres los animales, agrupados y sin permitirles el consumo excesivo, por lo cual deben estar en movimiento.

De esa manera, “se alimentan de plantas, lo que expone los puntos de crecimiento de las plantas a la luz solar y estimula su crecimiento; pisan los suelos, lo cual remueve la tierra encapsulada y permite la ventilación; con sus pezuñas presionan las semillas contra el suelo, lo que aumenta las posibilidades de germinación y diversidad de plantas; empujan la vegetación deteriorada o a punto de morir, lo que permite que los microorganismos del suelo comiencen a descomponer la materia vegetal; fertilizan el suelo con su excremento”. Aplastante lógica biológica la suya.

Las llamadas CAFO (operaciones concentradas de alimentación animal) y las granjas de monocultivo a gran escala, así como las prácticas agrícolas en general, inciden en el calentamiento global. Las emisiones de gas metano del ganado, por su parte, es aún el talón de Aquiles de incentivar rumiantes sobre las praderas.

Estamos corriendo contra el tiempo, así que regresemos un momento al origen. Savory ha implantado sus teorías en su propia granja en África y en otras con éxito. Como biólogo, de joven descubrió que en la práctica no eran los animales los que impactaban negativamente el terreno. En África, para preservar una zona importante como reserva nacional en la que habitaban elefantes, se reubicaron las tribus. El terreno continuó deteriorándose. Luego se sacrificó hasta 40,000 elefantes bajo la creencia de que impactaban el terreno, y necesitaban un número sustentable, y todo empeoró. “El mayor error de mi vida” se lamentó, lo contrario de esa práctica era lo correcto.

Se advierte que los parques nacionales de EEUU ya comenzaron su proceso de desertificación, y al sacar los animales todo ha empeorado. La explicación, me temo, es demasiado larga, pero al menos un esquema debiera describirse, así, en su disposición positiva: los ambientes de humedad estacional, el suelo y la vegetación se desarrollaron con una gran cantidad de animales pastando en libertad; con el ganado llegan las manadas de depredadores de rebaños; principal defensa contra depredadores son el tamaño grande de las manadas; manadas depositan estiércol y orina sobre los pastos (su alimento) y se mantienen en movimiento (se evita el pastoreo excesivo y ser pasto de los depredadores); tránsito periódico sobre la vegetación garantiza la cubierta protectora del suelo; pastos deben degradarse biológicamente previo a la siguiente temporada de crecimiento (si no se descompone se oxida, proceso lento que en empobrece la tierra y libera carbono en lugar de captarlo y almacenarlo).

Antiguamente se quemaban las tierras en preparación para una nueva etapa de crecimiento (recuerdo aún la quema de cañaverales frente a mi casa en mis años niños en un campo de Cayey), luego resultó que esto liberaba CO2 y empobrecía más el suelo, y una hectárea bajo fuego contamina más que 6,000 automóviles. En África se quema mil millones de hectáreas de pastizales al año. Cambia el macroclima cuando el microclima cambia, y esta es otra fuente de contaminación atmosférica.

Los pastizales de la gigantesca franja agrícola (para cultivos) del Medio Oeste estadounidense se pierden al mismo ritmo que la deforestación de Brasil, Malasia e Indonesia. A largo plazo se está comprometiendo el suministro de alimentos. En América del Sur se talan los árboles autóctonos para sembrar soya. El valor alimenticio de este maíz y soya (transgénico y descarnado de sus nutrientes) ha sido duramente cuestionado, al ser relacionado con enfermedades crónicas. La naturaleza, con su calentamiento global, se encargará entonces de disminuir dicha producción, pero habremos perdido tiempo valioso para evitar el calentamiento.

El problema ha sido separar cultivos y animales como procesos diferenciados. De esa manera el desecho animal (gas metano) es tóxico, cuando de otra manera formaría parte del ciclo ecológico. Y las alegaciones son que contaminan tanto como la industria de transporte (CO2). Este proceso ganadero también produce emisiones de óxido nitroso, igualmente perjudicial en la atmósfera, posiblemente alrededor de 200 veces peor por tonelada que el CO2. Es por ello que el manejo holístico de la agricultura se impone como otra manera de evitar el calentamiento global, y es otra evidencia de que este problema en el clima, y nuestra eventual extinción, es causada por el Hombre.

“No existe una tecnología actual ni futura que pueda absorber carbono, restaurar la biodiversidad y alimentar a las personas de forma simultánea, pero el ganado sí puede hacerlo”, asegura Gabe Brown, enPure Advantage (2016).

Junto al CO2 y el óxido nitroso, la Humanidad debe reducir el lanzamiento de gas metano a la atmósfera para reducir el calentamiento global, el cual ha aumentado desde el 2007 y mucho más desde el 2014, de otro modo serán inútiles los esfuerzos. Según la Evironmental Protection Agency (EPA-EEUU), una molécula de metano causa entre 28 y 36 veces más calentamiento global que una molécula de CO2 durante 100 años. (Ya hemos visto que el aumento se puede atribuir a la forma no holística en que se maneja el ganado.)

También se asegura que en la medida en que continúe el aumento en las temperaturas, los humedales podrían liberar más metano, tanto que la descomposición usualmente rápida se ralentice debido a los cambios químicos en la atmósfera. El problema del gas metano producido por el ganado está en las manos humanas, no así el de los humedales. Este reduciría su liberación cuando bajen las temperaturas.

Recientemente, en partes de Siberia sobre el círculo Ártico (Verkhoyansk) midieron sobre 100 grados Fahrenheit (100.4 F) de temperature por primera vez en la historia registrada desde 1885, cuando en junio suele ser de 68 grados, promedio. Los incendios en junio en el Ártico lanzaron más gases de invernadero a la atmósfera desde que se lleva registro hace 18 años. El Ártico, según científicos europeos, se está calentando el doble de rápido que el promedio mundial. Los 10 años más calurosos desde que se lleva registro comenzaron en 2005.

“Es sin duda una señal alarmante”, asegura Freja Vamborg, científica principal del Servicio de Cambio Climático de Copérnico. “Todo el invierno y la primavera tuvieron repetidos períodos de temperaturas del aire en la superficie superiores a la media”, agrega sobre el fenómeno. De no ser por el calentamiento global, este es un evento que solo ocurriría cada 100,000 años, señala el climatólogo Martin Stendel.

El meteorólogo Jeff Berardelli asegura que la causa es el calentamiento global. “Esto me asusta, debo decir”, tuiteó Bill McKibben, de 350.org. Andrew Freedman, periodista del clima de The Washington Post, sostuvo que el hecho de que posteriormente se constataran temperaturas de 95.3 grados F en el mismo sector indica que aquella lectura increíble “no fue una anomalía”. Para el meteorólogo Eric Holthaus, “estamos en una emergencia climática”. Siberia en ese momento atravesaba por una ola de calor de varios meses que alarmó a los científicos y los activistas. Un escenario como ese no se esperaba sino hasta el 2100, en el peor de los escenarios.

Al 2019 y comienzos de 2020 en Australia, 2,460 millones de reptiles, 180 millones de aves, 143 millones de mamíferos (entre ellos koalas y marsupiales) y 51 millones de ranas -poco menos de 3,000 millones de animales- fueron muertos o desplazados a causa de incendios forestales, una de las peores devastaciones en la biodiversidad en la historia moderna, reportó Al Jazeera el pasado 28 de julio. Los incendios causaron estragos en sobre 44,400 millas cuadradas de arbustos azotados por la sequía. Los cientīficos lo atribuyen al calentamiento global.

“Es difícil de pensar otro evento en cualquier lugar en el mundo en la memoria presente que haya matado o desplazado tanta cantidad de animales”, cita Al Jazeera al principal oficial ejecutivo del World Wildlife Fund (WWF) de Australia, Dermot O’Gorman. “Esto se coloca como una de los peores desastres en la fauna silvestre de la historia moderna”, agregó.

No es el único lugar impactado. Ya debe uno ir deduciendo las consecuencias del calentamiento global. El ave nacional de EEUU, el águila calva, un símbolo desde el 1782, corre el riesgo de desaparecer durante el invierno del Grand Canyon National Park debido al calentamiento global. Y hasta el 25% de todas las aves ahí se afectarían al no poder adaptarse tan velozmente al cambio ambiental y no tener lugares a donde desplazarse, según una investigación del National Audubon Society y el US Forest Service. En apenas 20 años las consecuencias se verán “de forma clara”. Se analizó 274 lugares (sites) de los 53 parques nacionales más conocidos y 513 especies de aves registradas.

En algunos pueblos de Rusia, como Nizhnyaya Pesha, se midieron temperaturas de 86 grados F el pasado 9 de junio, mientras que en Khatanga, cuando el promedio roza los 32 grados F, se confirmaron temperaturas el 22 de mayo ascendentes a 77 grados F. El récord previo de calor en la región era de 53.6 grados F. Siberia, región emblemática por su clima frío, sufre de una serie de incendios forestales desde inicios de este año en 10 millones de hectáreas, algo nunca antes visto, y el humo ha azolado incluso a varias ciudades.

El calor que sufre la región, que ha visto declinar la cantidad de nieve que suele caer, ha incrementado enormemente los incendios. Nunca se había visto incendios al norte del círculo Ártico, desde que se monitorea la región. A los científicos no les cabe duda que este fenómeno ha sido inducido por la mano del Hombre, al provocar el calentamiento global. California ha estado bajo fuego las últimas temporadas y cada vez es más difícil controlarlos debido a su inmensidad.

(Quiero aprovechar este momento para denunciar que las teorías conspirativas están muy lejos de ayudar a resolver el problema al negar el origen del calentamiento global que enfrentamos. En la medida en que no apuntemos a las causas verdaderas, en esa medida promovemos las mentiras y fallaremos en solucionar el problema.)

El período que terminó en junio pasado empató con el año más caluroso en la historia registrada del planeta, sin embargo, el mes de junio ha sido el más caluroso medido. Europa sufrió a finales de julio y principios de agosto la más terrible ola de calor jamás vista. Londres ya vio superar el récord de calor para un 2 de agosto, con 100 grados Fahrenheit, y París. España alcanzó los 107 grados F. En Puerto Rico, las temperaturas medias sobre los altos 80 grados están ahora sobre los 90 grados, aunque se sientan de 100 grados F debido a la humedad.

Según los Centros Nacionales de Información Ambiental de la NOAA, este mes de julio pasado empató como el segundo más caliente registrado en el mundo, junto  al de junio de 2016. La temperatura de todo el planeta en julio fue de 62.06 grados F, unos 1.66 grados F más alto que el promedio del Siglo XX, apenas a 0.02 de un grado F de empatar con el récord de julio de 2019. Los veranos en el planeta llegan consistentemente más calurosos.

Pero, y aquí viene el dato preocupante, ha sido el mes más caluroso de todo el hemisferio norte, superando el récord de 2019. La temperatura promedio combinada de superficie terrestre y oceánica para el hemisferio norte fue la más alta jamás registrada en julio, un sin precedente 2.12 grados F (1.18 Celsius) sobre el promedio.  Estas temperaturas récord de julio se extendieron por el sureste de Asia, el norte de América del Sur, América del Norte, el oeste y norte del Océano Pacífico, el norte del Océano Índico y sectores del Mar Caribe.

De enero a julio de 2020, las superficies terrestres y marítimas han sido las segundas más altas desde que se registran hace 141 años, con 58.79 grados F (14.85 C), un 1.89 grados F sobre el promedio del Siglo XX. A solo 0.07 F del récord establecido en 2016. Ningún sector planetario del hemisferio norte estableció récord de temperaturas más bajas a su promedio.

En EEUU continental, el promedio de temperaturas en julio fue 75.7 grados F, unos 2.1 F sobre el promedio. Los estados de Connecticut (empató), Delaware, Maryland, New Hampshire, New Jersey, Pennsylvania (empató), y Virginia (empató), reportaron el mes de julio más caliente registrado. Mientras 14 estados del sur y el este sufrieron entre las 10 temperaturas más altas registradas.

Entre enero y julio en promedio se registró en EEUU continental 53.6 grados F, unos 2.4 grados superior a las temperaturas del Siglo XX.

Por otro lado, el promedio de precipitación pluvial en julio fue de 2.93 pulgadas, 0.15 pulgadas sobre el promedio, siendo el tercer registro más alto. Esta precipitación sobre el promedio se disparó a través del norte y las planicies centrales, como los Grandes Lagos, El Valle de Mississippi y la Costa del Golfo. El promedio entre enero y julio fue igualmente más alto, con 19.6 pulgadas de precipitación, el tercero más húmedo en 126 años de registro. Esto es, 1.20 pulgadas sobre el promedio del Siglo XX para ese mismo lapso de tiempo.

A la Humanidad se le acaba el tiempo y las personas ni se enteran, pese al alboroto de los expertos y los ecologistas. En 2017, mas de 15,000 científicos de 184 países hicieron un “Segundo aviso a la Humanidad”, en el que reclamaron fuertes transformaciones que eviten el curso actual. Un llamado que inicialmente hicieron en 1992 sobre 1,500 científicos, incluyendo la mayor parte de los premios Nobel. Desde entonces todo ha empeorado.

A la advertencia debemos sumarle también científicos sociales como Rifkin: “Hay dos factores que no podemos dejar de considerar: el cambio climático provoca movimientos de población humana y de otras especies; el segundo es que la vida animal y la humana se acercan cada día más como consecuencia de la emergencia climática y, por ello, sus virus viajan juntos.” La controversia sobre el origen del virus Covid-19 ha sido politizado, no obstante, asumiendo su naturalidad, como sostienen diversos microbiólogos, algunos indican que podremos ver estos con más frecuencia debido a lo alterado de los ecosistemas.

Rifkin, sin embargo, trae un nuevo elemento a la mesa, la migración humana debido al grave estado de deterioro de los ecosistemas de sus países de origen, lo que no les permite economías sustentables. Desde los países del sur van migrando hacia los del norte, hasta causar una presión social y política en sus países de acogida que, debido a las diferencias de todo tipo, y prejuicios, hace surgir tensiones que pueden ser violentas y muchas veces en el esclavismo de esos migrantes o el tráfico humano, el segundo delito más rentable en la actividad criminal luego del narcotráfico.

Una ecología equilibrada (junto a gobiernos que hagan válido el contrato social por el cual se originan, es decir, la justicia social de sus ciudadanos) puede darle una oportunidad de vida a esos migrantes en sus países de origen, de donde se ven obligados a abandonar además su ecosistema familiar, tan importante en situaciones críticas. La ONU estima que para el 2050 habrá hasta alrededor de 200 millones de refugiados climáticos.

IV

La quema de combustible fósil (industria a la que han llamado “la bestia negra”) es el mayor productor de gases de invernadero y la atención imediata se dirige a reducirlo y eliminarlo, por fases, pues el disloque económico es igualmente fatal y las tecnologías alternativas de energía removable están aún en desarrollo, si bien se comienzan a implantar más o menos agresivamente en regiones del mundo.

El actual modelo energético basado en la quema de combustible fósil no es sustentable y nos está conduciendo a la muerte planetaria. Es la prioridad bajo el Acuerdo de París y ya lo es en Puerto Rico. Entiendo que de momento es solo un problema que no vemos en todas sus posibilidades, y que se requiere de cierto esfuerzo abstracto para imaginar su potencial destructivo, y que no sufrimos con plenitud, sino ocasionalmente sus consecuecias. El asunto es que cada año se irá agravando, y solo podemos detener su impacto grave si comenzamos ahora a tomar las medidas necesarias. Si se espera a que se desate todo ese potencial infernal, será tarde su remisión pues, como un cáncer, significa que ya habrá metástasis.

El Vaticano se pronunció en contra de la quema de combustible fósil (y por cierto, contra la industria de armas también). En mayo, metodistas, anglicanos, cuáqueros, budistas y católicos elevaron juntos una oración para que se elimine la quema de combustible fósil para generar energía. Científicos han señalado que estamos a tiempo (aunque cada día menos) para que “la acción climática positiva” logre resarcir o al menos mitigar el daño causado: redesarrollo y aumento de bosques, fomento de manglares, corales, praderas submarinas, marismas, bosques de algas.

Ciertamente, sembrar árboles por miles de millones puede ser una necesidad por muchas razones, entre ellas, para que asistan a la regeneración de la naturaleza, captación de CO2, se evitan inundaciones al disminuir la fuerza de las escorrentías, you name it. No obstante, varios científicos han hecho hincapié en que se debe apuntar con toda precisión al mayor causante del desastre: la quema de combustibles fósiles. Por eso, no se debe descansar en que la reforestación logrará por si sola la regeneración de la naturaleza, creando un sentido de “falsa seguridad” o, en el peor de los casos, que se convierta en la excusa perfecta para continuar emitiendo gases de efecto invernadero. Estos, Josep Peñuelas y Dennis Baldocchi, sostienen que hay más capacidad de emitir CO2 a la atmósfera que capacidad de los ecosistemas de absorberlo. Los autores sí acuerdan que debe formar parte del plan de restauración y mitigación.

Otro studio (publicado en Nature) demostró, no obstante, que los humedales costeros (pantanos, manglares y pastos marinos) podrían ser mejores ecosistemas retenedores del carbono que los bosques, al enterrarlo bajo sus suelos de manera más eficiente, en eventos de aumento del nivel del mar. Según Kerrylee Rogers, de la Universidad de Wollongong, en Australia, y autor principal, “pueden ser los gigantes durmientes del secuestro de carbono global”. En ese sentido, aboga por la preservación de los humedales costeros.

Debido al calentamiento global, el masivo CO2 depositado en la profundidad de los mares pudiera ser liberado en el aire. Los océanos absorben alrededor de una cuarta parte del CO2, la tierra y la vegetación otras dos cuartas partes y otra cuarta permanece en el aire.

En 2018, el físico teórico Cayetano López pronunció una clase magistral, Cambio climático y transición energetica, en la Fundación Juan March. Recomendaría, por lo ilustrativa, que busquen el video en la Fundación. De todos modos, reseñaré algo de lo que dijo. En la época primitiva de la fuerza muscular y el fuego, se usaba de energía 2,000 kilocalorias, hoy día, en EUU, se usan 230,000 per cápita. Este monumental aumento de uso de energía surge de algún lado. Hay otros problemas, hay países con un alto índice de desarrollo humano y alto consumo de energía, pero el índice de desarrollo humano (educación, sanidad, renta per cápita, seguridad, y otros) no es dependiente del índice per cápita de consumo eléctrico. Y provee un ejemplo, Kuwait tiene un bajo índice de desarrollo humano, pero un alto consumo de electricidad comparable a Suecia, EEUU y otros.

Para el físico, es posible, sin restarle al desarrollo humano, reducir el consumo de energía de manera significativa en los países de gran desarrollo, sin que se afecte el bienestar de las personas. Señala que gran parte de esa energía se desperdicia o se destina a asuntos que nada tienen que ver con el bienestar humano.

Sin embargo, en la mayor parte de los países pobres, que son la mayoría en el mundo, el consumo de energía sí está relacionado con el bienestar. Es decir, para aumentar su índice de desarrollo humano debe aumentar el consumo de energía per cápita, como condición necesaria para aumentar su bienestar. Si bien parece haber aquí una paradoja, (de querer disminuir el uso de energía en el mundo mientras debe aumentarse en otros) no lo es en absoluto.

Asegura que es posible el ahorro energético por un lado, mientras en países pobres debe aumentar el consumo de más energía. “Es ilusorio e injusto pensar que la cantidad de energía consumida globalmente puede disminuir, pues la mayoría de los países necesita consumir más”. De ser así, la cantidad de energía necesaria para asegurar un cierto bienestar seguirá aumentando en el tiempo. El truco aquí consiste en la calidad de esa energía.

Luego de aclarar ciertos asuntos técnicos, sobre cómo la energía primaria se convierte en energía final (transformación parcial en electricidad) esencialmente porque una parte se convierte en electricidad y luego esa energía final se utiliza para ciertos usos sociales, nos da un dato valioso. El 86% de toda la energía en el mundo deriva de la explotación de los combustibles fósiles: carbón, petróleo (33%), gas, natural, más la energía nuclear (5%), fisión operativa / fusión (en experimentacion, “una esperanza para la humanidad [pero] ni estará [disponible] en el tiempo necesario para detener el cambio climático), renovables (9%, de los cuales el 6.7% es hidráulica, luego otras más modernas, como la solar (fotovoltaica y de concentración) eólica, biomasa, geotermia (casi toda de origen nuclear), olas y mareas.

La naturaleza nos provee de energía primaria: 23,000 teravatios por año de energía solar, la más abundante pero requiere de grandes extensiones de terreno para colectarla. En el planeta se utilizan apenas 16 teravatios de esa energía. Sin embargo, apunta, si se pudiera aprovechar de manera eficiente sería suficiente para llenar las necesidades energéticas de la Humanidad, “pero es muy difusa la cantidad de energía solar depositada sobre un metro de terreno, es muy pequeña, por eso la necesidad de grandes espacios y después concentrarla y manejarla para que se convierta en energía última (electricidad).” Le sigue el total de las reservas de carbón, con una quinta o sexta parte de la solar.

Unas 100,000 morsas se apiñan en una playa rocosa y acantilada de Rusia, a donde fueron por la falta de hielo marino. Intentan adaptarse a un nuevo hábitat, pero terminan muriendo. Tomado de Our Planet, documental de Netflix.

En cuanto al petróleo (similar en gran parte del mundo, menos en Puerto Rico ) prácticamente todo va al transporte y como una cuarta parte del total a usos industriales. Y explica su ineficiencia, el 25% de la energía contenida en el petróleo, en un motor de explosión, se traduce en movimiento, es la que sirve para empujar el transporte, el resto, el 75% de la energía contenida en ese petróleo, se desperdicia, se traduce en vibraciones, calentamientos y otros, es decir, “se dispersa, no sirve para nada. El rendimiento de un motor de explosión desde el punto de vista energético es del orden de del 25%”. En Puerto Rico el uso del petróleo para generar la energía que convertimos en electricidad desborda el 60%, que, como vemos, a estas alturas es una atrocidad.

Mientras, el carbón en otros países se utiliza mayormente para producir electricidad. Y una pequeña parte va para la industria, hornos, y otras. Puerto Rico todavía usa una pequeña porción de carbón, pero tiene sus días contados estatutariamente. Mientras, todas las renovables sirven para generar electricidad.

Por otro lado, dice, el gas natural es el más flexible, más universal, y la mitad se dirige a producir electricidad y el resto para producir calor en la industria, el comercio y las residencias. Ahora bien, agrega, convertir calor en electricidad es complicado y su eficiencia es apenas del 30-33%. O sea, sólo el 33% del total de la energía primaria se convierte en electricidad y el resto se desperdicia. Sin embargo, la nuclear, la solar, y el viento producen directamente electricidad.

Veamos ahora su explicación muy académica sobre el efecto invernadero y el clima de la atmósfera. Debo advertir que, con toda probabilidad, esta sea una gran transcripción de su conferencia, la que me fue más imposible que difícil resumir. Sienta las bases el físico al indicar que toda la energía de los procesos naturales procede del sol, excepto una pequeña parte que es aproximadamente casi toda la energía geotérmica, que procede del calor residual o de materiales radioactivos al interior de la tierra. El sol emite radiacion visible, en el espectro del visible. La mayoría incide sobre la tierra y otra parte rebota sobre la parte superior de la atmósfera y se disipa en el espacio. Esa que incide sobre la tierra es la responsable de todos los procesos naturales, como el movimiento del agua, del viento, de la vida de las plantas. Todos los procesos se basan en esa energía que llega del sol. Y luego la Tierra, en equilibrio, emite una cantidad de energía igual a la energía que ha absorbido, solo que de calidad distinta, pero no en el visible sino en forma de rayos infrarrojos. Y en principio debe emitir una cantidad igual a la que absorbe. Una parte de eso infrarrojos rebota en la atmósfera. La atmósfera es casi totalmente transparente para el visible.

Los gases en la atmósfera de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, que es el más importante, y el metano, son los responsables mayormente de que se produza ese rebote de la radiación infrarroja. Y en la medida en que haya más gases de ese tipo en la atmósfera, más difícil será que la tierra emita esa radiación al espacio, y por lo tanto la temperatura de equilibrio, cambia. Y si aumentan los gases de efecto invernadero, las temperaturas de equilibrio aumentan.

“Este es el principio físico del efecto invernadero y el cambio climático. Si aumenta, si varía la composición de la atmósfera y aumentan los gases de efecto invernadero, aumenta la dificultad para que la tierra libere la radiación infrarroja y aumenta la temperatura de equilibrio.”

El Dr. Cayetano López provee unos datos científicos sobre la concentración de CO2 a través de los años y la temperatura correspondiente del planeta, muy pertinentes para su exposición y para lo que queremos advertir en este reportaje.

año – concentración de CO2 (ppm):

400,000 – 280

300,000 – 300

200,000 – 260

100,000 – 240

50,000 – 200

1,950 – 290

temperaturas correspondientes, en centígrados:

400,000 – 2

300,000 – 3

200,000 – -1 ½

100,000 – 0

1,950 – 0

Debo reiterar que en el 2020 llegamos 415 ppm. Existe entonces una correlación entre el CO2 y las temperaturas del planeta. Los máximos de CO2 corresponden a los máximos de temperatura y los mínimos de C02 corresponden a los mínimos de temperatura. Sin embargo, advierte el físico, “nos ha tomado apenas 138 años (1880 a 2018) aumentar la temperatura del planeta 1.2 centigrados. Desde los años de 1960 el aumento en la temperatura media del planeta ha sido constante, y aumentó casi un grado centígrado.” Este hecho está relacionado con el aumento en los niveles de concentración del CO2 en la atmósfera, que ha ido en aumento los últimos 70 años en una espiral ascendente de poco menos de 320 ppm en la década de 1960, a poco más de 403.3 ppm en el 2016. En la época preindustruial era de 280 ppm. En este verano de 2020 ya llega a 415 ppm.

Especifica el físico que el 45% o unas 41.5 gigatoneladas (41,500 millones de toneladas de dióxido de carbono) se concentran en la atmósfera, desencadenando el efecto invernadero. Unas 36.8 gt son producidas por emisiones de combustibles fósiles y la industria, y 4.7 gt por incendios y cambios del uso del suelo. Apenas el 30% es reabsorbido por los bosques y el 25% por los océanos. Ya hemos visto que las consecuencias del calentamiento global en cada persona, ahora y en el futuro, son aterradoras, mientras, los datos eminentemente científicos enmarcan la tragedia. Bajo el actual ritmo, tendríamos al 2050 unas 70,000 millones de toneladas de CO2 en la atmósfera.

Otro dato que nos pone la piel de gallina, y que evidencia un total desprecio hacia la Humanidad y sus herederos, es que, aunque el carbón es el combustible fósil más contaminante, al emitir más CO2 por unidad de energía producida así como metales pesados contaminantes, ha sido el de más consumo entre el 2000 y el 2015, más que el petróleo y el gas. China, con un crecimiento de 5.9%, es el mayor consumidor de carbón para producir electricidad. “China tiene sobre un 90% de uso de carbón como energía primaria para producir electricidad”, reveló el físico, EEUU 3.7% y la Unión Europea un decrecimiento de 1.3%. Sobre el 40% de la electricidad que usan Polonia, Estonia, los Países Bajos y la República Checa proviene de la quema de carbón. Actualmente, China es el mayor emisor-consumidor de CO2 per cápita en el orbe. El CO2 tarda siglos en ser reabsorbido o desaparecer. Eso significa que no solo se trata de ir dismimuyendo el lanzamiento de CO2 en la atmósfera, sino, no lanzar absolutamente nada más allá de las 450 ppm, que es el escenario sostenible que puede ser revertido. El aumento dramático en las emisiones de CO2 en los últimos años, no obstante, amenazan con echarle fuego al planeta.

La española Fundación Renovables (FER), en el informe Escenario, políticas y directrices para la transición energética, contextualiza el problema. “Los últimos 250 años han presenciado los mayores y más acelerados cambios que hayamos protagonizado jamás los seres humanos. Solo en el siglo XX, la producción industrial mundial se multiplicó por más de 50, la población mundial se multiplicó por 4 y el número de metrópolis millonarias por 40. El crecimiento demográfico, urbano y del transporte, apoyado en el enorme consumo de energía fósil no tiene precedentes.

El consumo de energía primaria a nivel mundial promedia un aumento anual de 1.2% durante la última década, con un pico de 1.9% en 2017. Se espera un aumento continuo, y en esa medida también la emisión de gases con efecto invernadero. Sin embargo, la energía es un bien esencial (así como es el agua, la vivienda, la salud, la educación, el transporte), y es un deber ineludible de los gobiernos tenerla a la disposición dentro de los límites sostenibles, sin que ella misma se convierta en la causa de la destrucción del planeta.

El informe Estadísticas de Capacidad Renovable 2019, de la International Renewable Energy Agency(IRENA), muestra que va en aumento el desarrollo de la capacidad removable, aunque de manera dispar. En 2018, el 61% del total de nuevas instalaciones de energía renovable ocurrió en Asia, mientas que en la región de Oceanía fue la de más rápido crecimiento, con 17.7%, continuada por Asia con 11.4% y África (8.4%). Destaca el informe que de toda la nueva capacidad de generación de energía agregada en 2018, alrededor de dos terceras partes surgió de fuentes renovables en economías emergentes y en desarrollo. No significa, no obstante, que no haya un aumento en el desarrollo de energías fósiles y nucleares. Los Emiratos Árabes Unidos han comenzado un agresivo plan de nuclearización en el Golfo, caro y riesgoso y altamente criticado.

Las energías renovables son la hidroeléctrica, eólica, solar, geotérmica y la biomasa. Aunque a este momento la energía nuclear ha logrado grandes avances en su seguridad, aún está muy fresca en nuestras memorias los desastres de la planta nuclear Vladimir Illich Lenin en la ciudad ucraniana Chernobyl, 1986, (y cuyas consecuencias nunca han sido mejor descritas que en la crónica Voces de Chernobyl, de la periodista Svetlana Alexiévich, Nobel de Literatura) y el accidente nuclear de Fukushima I, 2011, en Japón, a causa de un terremoto y un tsunami. Planta nuclear nos sabe, todavía, a hiel en nuestras bocas y a guerra del fin del mundo.

Para una comprensión extraordinaria de las consecuencias de la bomba nuclear lanzada en Hiroshima (el 6 de agosto de 1945) nada mejor que la crónica Hiroshima, 1946, de John Hersey, otra obra maestra del periodismo. Para Jonas, precisamente, con el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki comienza el control abusivo del Hombre sobre la naturaleza.

“Ello puso en marcha el pensamiento hacia un nuevo tipo de cuestionamiento, que maduró debido al peligro que representa para nosotros mismos nuestro poder, el poder del hombre sobre la naturaleza”. (Principio de responsabilidad, Editorial Herder, 1995). Si reconocemos que vivimos en sociedad, que nos organizamos políticamente y establecemos los principios bajo los cuales nos regimos para nuestro mejor desarrollo, debemos aceptar igualmente la deuda que hemos contraído para proteger nuestro entorno natural, del que ya no podemos ser meros espectadores. Debido a nuestro extraordinario desarrollo tecnológico y poder, hemos puesto de facto a la naturaleza bajo nuestra resposabilidad.

Jonas define la “responsabilidad” como “el cuidado, reconocido como deber, por otro ser, cuidado que, dada la amenaza de su vulnerabilidad, se convierte en preocupación”. Y este temor que supone el cuidado, se convierte en el primer deber en la ética de “responsabilidad histórica”. La ética, entonces, no solo es una relación entre humanos (antropocéntrica), sino que se extiende (relaciona, contempla) al entorno natural. Fíjense que no solo refiere al “bien común”, humano (y a su obra), sino a la “naturaleza extrahumana”. Al tener el Hombre tamaño poder sobre la naturaleza, se debe imponer la responsabilidad de cambiar el desastre que ha causado, y por el cual, también, él mismo se ha vulnerado. El “principio de responsabilidad” que establece el autor exige que se preserven nuestras condiciones de existencia (de posibilidad) que nos son dadas en (y por) la naturaleza. Y la responsabilidad, sin duda, forma parte de la esfera de la libertad.

Al final de ese libro, Jonas, en adelanto a las preocupaciones de los actuales gobiernos, declara que “una herencia degradada degradará también a los herederos”. Es evidente ahora que no hemos sido custodios eficientes de esa herencia. Pero Jonas incluye a la esperanza como un potenciador del objetivo, “no es una meta utópica”, asegura, aun cuando a la fecha de la muerte en 1993 de “esa conciencia siempre alerta y preocupada por el porvenir del mundo”, como lo describe Andrés Sánchez Pascal en el prólogo a la edición española, la naturaleza no exhibía este deterioro actual. Lo suyo es “una ética del futuro” que comienza en este momento, asistido por la técnica adecuada que se desarrolla. Pero de no lograrlo, al 2100 la temperatura de Terra será de 4 grados Celsius, y no olviden que hace unos 250 millones se extinguió el 96% de las especies sobre este planeta, cuando la temperatura llegó a 5 centígrados.

Pero es en el camino hacia la extinción que ocurrirá el llanto y el crujir de dientes, porque estaremos habitando un planeta inhóspito, como herencia de lo que no pudimos evitar hoy por no ser lo suficientemente éticos. Estará la naturaleza “dazed and confused”, como la canción de Led Zepellin, cantándonos: “try to love you baby, but you push me away. Don’t know where you’re going. Only know just where you’ve been. Sweet little baby, I want you again… Been dazed and confused for so long”. Me acuerdo entonces de una frase de Janis Joplin que, multiplicada, podría servirnos de guía, si obviamos la ironía que involucra: “no te pongas en peligro, eres todo lo que tienes”.

La conferencia internacional de cambio climático Change the Change (Cambia el cambio), 2019, produjo una Declaración de los medios de comunicación frente al cambio climático, mediante el cual pretenden “romper el actual desequilibrio entre el reto que supone el cambio climático para el conjunto de la Humanidad, su relevancia en el ámbito científico cuyo tono de alerta ha aumentado a través de los informes del IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la Organización Meteorológica Mundial de la ONU] y su escasa presencia en la información diaria que recibe la ciudadanía.” El documento fue promovido por la Fundación Ecología y Desarrollo (ECODES) y el Grupo de Investigación Medición Dialéctica de la Comunicación Social (MDCS) de la Universidad Complutense de Madrid, con la participación de periodistas y comunicadores. Ciertamente, los medios tradicionales que no son especializados, particularmente los locales de cada país, carecen de información científica relevante sobre el calentamiento global mediante la cual uno pueda trazar día a día las causas, consecuencias, actividades, alertas, soluciones a lo que es un problema actual grave. Una declaración como esa compromete los medios de comunicación a publicar información científica relevante.

El decálogo propuesto en la declaración fue el siguiente: promover la frecuencia y la continuidad de información sobre cambio climático de calidad; incidir no sólo en los impactos del cambio climático sino también en las causas y las soluciones; propiciar un enfoque del problema desde el punto de vista de la justicia climática; conectar el fenómeno del cambio climático con realidades cercanas en el espacio y tiempo para demostrar que el cambio climático no es futuro sino presente; difundir las iniciativas emprendidas o lideradas por la ciudadanía; defender un periodismo crítico e independiente; divulgar la investigación científica en torno al cambio climático; popularizar la terminología específica necesaria para la comprensión del fenómeno; conectar el cambio climático con los fenómenos meteorológicos extremos; crear redacciones especializadas.

Formar parte de las voces de alerta, como ya la han dado miles de científicos y ecologistas que insisten en el daño irreversible que le estamos haciendo a nuestro entorno natural, y en consecuencia, a nosotros mismos, no es suficiente. Si no se detienen las actividades que hieren la naturaleza, esta morirá y nosotros con ella. Y en lo que eso sucede, sufriremos cada vez más huracanes de categoría 5, como María en 2017. O peores.

A este momento, no parece que el problema del calentamiento global sea de opciones o probabilidades, sino de imperativos. Un imperativo (en el “orden cosmopolita”) que luzca “racional” (funcional), es decir, que se pueda trazar el objetivo, establecer un plan en el que todos estemos de acuerdo, comunicarlo a la comunidad y continuar ese diálogo mediante distintos mecanismos de consulta para despejar las dudas y que aporten a la solución. También se debe despejar la falsa noción de que la conservación y preservación del ambiente está reñido con el desarrollo económico. Al contrario, ahora es cuando más necesitamos estrechar el vínculo. Según el Grupo Banco Mundial (8 de agosto de 2020), “para 2030, existirán oportunidades de. inversiones acumuladas en iniciativas climáticas por un monto de USD 29,4 billones en ciudades de mercados emergentes”. La mayor parte de estas oportunidades se darán en edificios ecológicos e infraestructura de transporte público, vehículos eléctricos, mejor gestión de los recursos hídricos, energía renovable y manejo de los desechos.

Muchos países tienen sus propios planes siguiendo el mapa trazado por el Acuerdo de París y otras alianzas. Darle concresión a los mismos, ejecutarlos, será una tarea exitosa solamente en la medida en que los pueblos también estén conscientes de ella y asuman la responsabilidad que les corresponde, haciendo esta una misión suya, bajo los imperiosos resiliencia, mitigación y adaptación.

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(Revisado el 4 de septiembre de 2020)

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